Perdió a su marido y se reinventó como vendedora ambulante: cómo es un día en la vida de Liliana

Hoy se conmemora el Día Internacional del Vendedor Ambulante. Un año antes de la pandemia murió su marido de manera sorpresiva y tuvo que rehacer su vida. Recurrió a todo lo que aprendió de sus padres durante la infancia, y un 9 de Julio salió a vender especias y condimentos por primera vez

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Liliana es vendedora ambulante hace
Liliana es vendedora ambulante hace cuatro años, pero desde que era chica ayudaba a su madre junto a su hermanos

En la intersección de las Avenidas Independencia y Boedo, Liliana arma su puesto de especias y condimentos todas las mañanas. Su día comienza mucho antes, a las 4 de la madrugada, cuando sale de su casa en Gregorio de Laferrere, partido bonaerense de La Matanza, rumbo al Mercado Central para comprar los productos. Tiene entre dos y tres horas de viaje hasta el barrio porteño de Boedo, y se queda hasta entrada la tarde. Son más de 12 horas desde el momento en que se va de su hogar hasta que vuelve. Si llueve, pierde la jornada de trabajo, si hace mucho calor, mueve sus cosas cerca de un árbol que la resguarda a la sombra, y si hace mucho frío se abriga el doble para no enfermarse. Es carismática, agradecida, y muy atenta con sus clientes, quienes más de una vez le acercaron un café caliente en épocas invernales, un alfajor, o algún detalle para hacerla sonreír. En el marco del Día Internacional del Vendedor Ambulante, que se celebra cada 14 de noviembre, cuenta su historia a Infobae.

La conmemoración propone reconocer la labor de todos los vendedores ambulantes a nivel mundial, así como sus constantes esfuerzos por la defensa de sus derechos y los desafíos que enfrentan al trabajar en la vía pública. La iniciativa surgió a través de la organización StreetNet International, también conocida como Alianza Internacional de Vendedores de Calle, y coincide con el aniversario de su fundación. Liliana tiene 61 años y nació en Argentina, pero gran parte de su infancia la pasó en Bolivia, el país natal de sus padres, y cuando ella tenía 15 volvieron de manera definitiva.

“Vinimos con mi mamá, mis tres hermanos y yo, y para ingresar teníamos que tener todos los papeles al día; preguntaban hasta con cuánta plata entrábamos para saber si queríamos instalarnos de manera definitiva”, rememora Lili, como le dicen sus clientes. Su madre se dedicó a la venta ambulante toda su vida, actualmente tiene 86 años y viven juntas. Su padre también era vendedor y se ayudaban a la par, pero luego de sufrir un accidente tuvo que dejar de trabajar por un tiempo. “En la provincia de Salta mi mamá empezó a vender verdura en la calle, y nosotros desde chiquitos la ayudábamos”, cuenta.

Tiene 61 años, es madre
Tiene 61 años, es madre de dos hijos y abuela de dos nietos

Más adelante se mudaron a Buenos Aires, y pusieron un puesto en el Mercado del Abasto, en tiempos donde no era el actual shopping. “Un señor nos había dicho que se vendía bastante bien, y que estaba todo bien organizad: en el Abasto las verduras, y en Retiro el ajo, la papa y la cebolla, porque ahí llegaban los trenes con la mercadería”, explica. Incursionaron también en las ferias de Pompeya, y luego pudieron tener una verdulería grande con local. “Mi mamá siempre dice que todas sus clientas eran italianas y españolas, y que después eso cambió”, detalla, en referencia a la gran inmigración de aquél entonces.

Amor, trabajo y familia

A los 17 Liliana entró a trabajar en una reconocida cadena de supermercados como cajera, justo cuando le faltaba completar el último año de la secundaria, y se mantuvo en su puesto durante 15 años. “No pude terminar mis estudios, prioricé el trabajo, algo de lo que ahora me arrepiento, y siempre se lo digo a mis hijos; y cuando quedé embarazada renuncié pensando que iba a conseguir rápido más adelante otra cosa, y no fue así”, revela. A los 23 había conocido a su compañero de vida, salieron durante un buen tiempo y a los 28 se casaron.

“Mi marido era santiagueño, un muchacho alto y grandote que conocí en un boliche, nos enamoramos y después vinieron nuestros dos hijos”, expresa. Hoy tienen 27 y 29 años, y ya es abuela de dos nietos. “Dejé de trabajar porque sabía que no iba a poder seguir yendo a Capital todos los días con dos nenes chiquitos, y que si contrataba a alguien para que los cuidara, todas las horas que estuviera trabajando iban a ser para pagar eso, no me iba a sobrar nada y me parecía mejor quedarme yo en casa hasta que fueran más grandes”, explica.

En el barrio de Boedo
En el barrio de Boedo tiene su puesto a metros de la Avenida Independencia

Su esposo consiguió empleo como chofer de combis y se dedicó a eso hasta que sufrió un accidente de tránsito que puso en riesgo su vida y dejó secuelas graves. “Le tuvieron que reconstruir toda la rodilla, y tenía nueve clavos en el pie, ya no podía seguir con el mismo trabajo y ahí decidimos juntos abrir una verdulería”, manifiesta. Como alquilar un local no estaba dentro de sus posibilidades, consiguieron un espacio en un supermercado chino de Caballito. Por muchos años mantuvieron la rutina de ir a comprar la mercadería en horas del alba para reponer todo y quedarse hasta la noche, inclusive los domingos.

Un año antes de la pandemia mi marido falleció, y ahí yo me sentí muy mal, porque era mi compañero de más de 30 años, nunca pasábamos más de cinco minutos peleados; si había un desacuerdo enseguida alguno de los dos se ponía a hacer unos mates y charlábamos de nuevo, y yo sentía que sin él no podía ni quería hacer nada”, confiesa. Su hija estaba estudiando la carrera de contadora pública, y tuvo que dejarla porque ya no podían afrontar los gastos, y pocos meses más tarde se desataron los contagios de Covid-19 y se decretó la cuarentena.

“No podía sola, no daba más, y ahí dije ‘basta’ y dejé la verdulería porque no podía ir al mercado, cargar los cajones sola, necesitaba otra persona más a mi lado y decidí quedarme en mi casa, sin saber qué íbamos a comer al día siguiente”, recuerda. Fueron momentos muy duros para toda la familia, porque en un mismo año perdió también a su hermano y su cuñado. “Realmente no sé de dónde saqué fuerzas, creo que fue la unión con mis hijos, con mi mamá, con los seres queridos, que había una fortaleza que me transmitían y me decía: ‘Ellos se fueron, pero nosotros seguimos acá y tenemos que salir adelante’”, indica la mujer.

Con su carrito y algunas
Con su carrito y algunas cajas arma el muestrario de productos y todos los días los acomoda diferente para que resulte vistoso

Entre platos de sopa y masitas improvisadas para sobrevivir, cuando se anunció la reapertura de algunas actividades no esenciales, Lili se puso a pensar qué podía hacer. “Yo fui criada para ganarme la dignidad con el esfuerzo de mi trabajo, y siempre tuve en mente que las generaciones que salieran de mí también tenían que salir adelante por el buen camino, y entonces me senté con mis hijos y les dije: ‘¿Tienen alguna idea de qué puedo trabajar?’, y primero pensamos en vender medias, pero mi hija me dijo que sin una buena inversión iba a ser muy difícil porque estaban caras, que tenía que ser algo más económico, y así surgió la idea de las especias”, relata.

La venta ambulante y sus desafíos

Tres años atrás, la madrugada de un 9 de Julio, en pleno feriado por el Día de la Independencia, armó varios sobres con pimentón, provenzal, ajo en polvo, ají molido, comino, y salió a vender sola por primera vez. Eligió como punto central la estación de subte Primera Junta, de la línea A, improvisó una bandeja para poner todos los paquetes ordenados y caminar de una punta a la otra. “Arranqué así, con un bolsón al hombro en el que trasladaba las cosas, y a la noche volví a mi casa súper contenta y a los gritos, diciéndole a mis hijos: ‘¡Vendí todo!’; me fui a la panadería, compré una rosquita y nos sentamos a tomar unos mates con eso, felices, con una alegría que nos hacía muchísima falta”, expresa.

La segunda semana una señora se le acercó y la sorprendió con un gesto totalmente inesperado, que le cambió la rutina hasta la actualidad. “Me regaló un carro, el mismo que tengo hoy, me dijo que era para no sobrecargar tanto mi espalda, y que además si me decían algo era más fácil que guarde todo ahí y siguiera mi camino, en vez de estar con tantas bolsas”, dice con el mismo asombro que sintió en ese entonces. Fue como si el mundo le sonriera y le dijera que estaba haciendo lo correcto. Esa misma mujer fue la que le sugirió que se trasladara a Boedo, donde hay gran cantidad de vendedores ambulantes y mucha circulación de gente.

Su día comienza a la
Su día comienza a la madrugada cuando sale para el Mercado Central, y hasta las 7 de la tarde no culmina

Lili estudió la ruta y descubrió que la línea 86 del ramal semirápido la dejaba cerca de la emblemática esquina de las Avenidas Boedo y San Juan, y empezó a intercalar sus jornadas de trabajo para probar suerte en la zona. “Me levantaba, iba al Mercado Central día de por medio, porque la mercadería tiene que estar fresca -también vende limones, jengibre, pimientos, y varios productos de estación-, volvía con el carro a mi casa en Laferrere, acomodaba todo lo que iba a llevar y me subía al colectivo para ir a vender, tal como sigo haciendo hasta ahora, que me definí por Boedo porque ya tengo clientela ahí, y les traigo lo que me piden, para cuidarlos y darles todo lo que esté a mi alcance”, comenta con una sonrisa.

Si fuera por ella iría todos los días a traer más y más variedad, pero también los viajes implican un desgaste físico, y estar expuesta, en plena intemperie sin importar la época del año, la obligan a estar atenta a la salud y ser consciente del cuidado de su cuerpo. Encontrar un lugar más o menos definitivo para sentarse en su banquito de plástico y acomodar algunas cajas para poner encima la mercadería, tampoco fue sencillo. Como había otros vendedores instalados hacía bastante tiempo, la bienvenida suele incluir algunos conflictos, pero Lili es una mujer con mucha capacidad para enfrentar situaciones y exponer su verdad.

“Al principio me iba moviendo, un día me ponía más cerca de la esquina, después en otra cuadra, y siempre tratando de evitar estar cerca de alguien que venda algo parecido, pero me pasó varias veces que hubo señoras que me dijeron que me vaya, otras vendedoras que ni siquiera vendían lo mismo, pero no querían que me quede ni siquiera a 200 metros”, explica. Cuando vio una zona más o menos libre, se puso debajo un pequeño árbol -algunas veces con una sombrilla para resguardar los productos de los rayos del sol- y un día se acercó otra colega para exigirle que se fuera.

A medida que sus clientes
A medida que sus clientes le piden alguna especia que no tiene, va incorporando más productos y así va creciendo el catálogo que ella misma arma

“Le dije que yo no estoy acá porque quiera, sino porque necesito trabajar, que sino lo necesitara estaría en mi casa, y que todas tenemos el mismo derecho, que hay lugar para todas y que hay que confiar en que cada quien tiene su clientela, no necesariamente somos competencia”, indica. Con el correr de las semanas hicieron las paces, y encontró una ubicación que mantiene desde ese entonces. Suele estar frente a una casa de venta de productos plásticos, y una joven que trabaja allí le ofreció que guardara las cajas que utiliza y algunos productos dentro del local, para que pudiera viajar un poco más cómoda en colectivo. Esos gestos de solidaridad y ayuda no son casualidad, Lili genera ese deseo genuino de conocer su historia, se brinda desde la humildad, y el resultado es el cariño inmediato.

Otro de sus valores es la honestidad, y eso se refleja en los precios de cada cosa que vende. “Si yo compré barato, le voy a vender barato a la señora, no le puedo vender caro, eso es no cuidar al cliente”, reafirma. En tan solo una tarde se puede apreciar el vínculo que entabla con las personas: se acuerda de todo lo que le cuentan, de lo que necesitan, y hasta del nombre de los nietos de los abuelos que le compran siempre. Sabe de qué están enfermos, qué hierba medicinal le ponen al mate, y la propia gente le dice que por momentos la sienten parte de su familia.

Algunos cuando no la ven en el lugar de siempre, miran desorientados buscando la pechera azul del delantal que se pone todos los días, y caminan un par de cuadras más a ver si se la cruzan para saludarla. “Un día por semana no vengo, para descansar, a veces los lunes y otras los miércoles, según cómo me esté yendo, y después cuando me reencuentro con clientas se ponen re contentas de volver a verme, y siempre les agradezco, porque parece que me están esperando para comprarme algo, y sino me sorprenden y me traen algún alfajor o caramelos”, dice risueña.

Los sacrificios invisibles

Lili confiesa que le gusta cambiar de posición los productos, para variar las tonalidades de colores, y ofrecerle siempre algo agradable a la vista a los transeúntes, que les llame la atención y los invite a detenerse. “No es fácil decir: ‘Voy a salir a vender la calle’, hay que tener cierto valor y convicción, porque no deja de ser la calle, con todo lo que eso incluye, detrás siempre hay alguna necesidad, pero por lo menos en mi caso yo no veía otra opción; podría haber tramitado una ayuda social, pero no me entraba en la cabeza esa idea, mi corazón me decía que saliera a trabajar para ganarme el pan con mi esfuerzo”, expresa.

La afluencia de gente que
La afluencia de gente que comienza en la esquina de las Avenidas Boedo y San Juan hasta la Avenida Independencia le resultó muy bien a Lili

Cuenta que hay más vendedores ambulantes que nunca, y lo atribuye al escenario pospandemia, por la gran cantidad de personas que perdieron sus trabajos y tuvieron que reinventarse, y las familias enteras que comenzaron una desesperada búsqueda para salir adelante. Lo que más le duele es ver a la juventud caer en las adicciones. “Veo tantos chicos que no están sanos, que están drogados y salen a vender a la calle, y a veces se me acercan, y yo les digo: ‘No sigas por ese camino’, y me dicen que no es fácil, que no saben cómo salir”, se lamenta.

A veces siente la mirada del prejuicio sobre su sombra, y más de una vez algún conocido le dijo que no se quejara del sacrificio porque seguro “estaba ganando un montón de plata”. Prefiere tomarse con humor ese sentido de la ignorancia sobre todo lo que conlleva estar en la vía pública durante horas para salvar el día. “Pasa mucho que nadie ve que te levantás a las 4 para salir al mercado, que hacés viajes de 6 horas por día entre ida y vuelta, que tenés un montón de cosas en contra y aún así salís todos los días, con buena predisposición para ofrecerle lo mejor que tenés a la gente”, reflexiona.

No hay duda de que la constancia es lo que pocos detectan, y Lili es la personificación de ese valor con cada una de sus acciones. Con el correr de los años fue desarrollando un sexto sentido con el clima, y según cómo sopla el viento y la humedad que sienta en el aire, detecta rápidamente cuándo es hora de levantar todo porque se va a largar un diluvio.

Todos los días, salvo uno
Todos los días, salvo uno a la semana, se dedica a la venta ambulante de especias y condimentos

Hace poco inició los trámites para jubilarse, gracias a los aportes que tiene de sus años como empleada en la cadena de supermercados, y tiene fe de que ese ingreso la ayude a mejorar su economía. “Me gustaría poder decirle a mi nieta cuando me pide algo: ‘¿Qué te gusta?’, ‘¿Cuál querés?’, y poder comprarle algo lindo, me encanta hacerle esos mimos, pero también soy de dar todo a los demás y olvidarme de mí, y cuando me doy cuenta me digo a mí misma: ‘Bueno, listo, ya fue mucho’, y retomo mi equilibrio”, dice entre risas.

Cuando levanta todas las cosas el regreso a casa es distinto, porque al ser hora pico ya no puede tomarse el 86. “Me voy con mi carro hasta la parada del 115, que me deja cerca del tren y desde ahí hasta la estación de Laferrere”, detalla. A eso de las siete de la tarde, y a veces más, llega y se recuesta para descansar, porque en pocas horas la rutina vuelve a comenzar.

La mayoría de sus clientes no saben su historia, desconocen todo lo que ha recorrido junto a su familia para alcanzar este presente, y tampoco imaginan el rol clave que cumplen en su vida. “Siempre agradezco mucho a la gente que me compra, y oro por ellos también, para que sigan prosperando, porque si prosperan me vienen a comprar”, acota con humor. La envidia no está en vocabulario, cuando se entera de una buena noticia se alegra como si le estuviera sucediendo a sus propios hijos, y esa esencia de buena persona es lo que la caracteriza. Tal es así, que antes o después de cada compra, nunca falta la bendición de Lili ni su mirada amorosa, como valor agregado al privilegio de conocerla.

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