“Hasta donde yo sé, inmediatamente, y sin demora”. Günter Schabowski lo dijo con la voz temblorosa, como si su cabeza hubiera sido atravesada por un rayo de dudas insoportable en ese instante. Apenas pronunció en su alemán nativo esas palabras -“ab sofort!, unverzüglich”-, se rascó la cabeza, por afuera algo transpirada y por dentro del todo confundida. El periodista alemán que se lo había preguntado lo miró con el gesto ansioso de quien sabe perfectamente que lo que acaba de escuchar va a modificar el mundo.
Eran las siete de la tarde del 9 de noviembre de 1989 y en ese instante, Schabowski, vocero del Politburó de la República Democrática Alemana, habilitó así, con un desliz del que fue plenamente consciente una vez cometido, el paso libre entre las dos Alemania, la occidental y la oriental. Tras 28 años partiendo en dos la ciudad capital, como un río de cemento, ya no tenía sentido el Muro de Berlín. Era el final de un capítulo clave de la historia del Siglo XX.
El periodista y funcionario del comité que gobernaba la Alemania socialista había llamado a una rueda de prensa de rutina con la finalidad de ampliar información acerca de las reformas sociales y económicas que el Partido Socialista había anunciado días antes. Desde hacía varias semanas, en la célebre Alexanderplatz de Berlín, tanto como en la ciudad de Leipzig, se había empezado a juntar gente para reclamar cambios en el país oriental bajo el lema “Nosotros somos el pueblo”. Una de las cuestiones en pugna era el paso libre entre ambas Alemania, la Federal (RFA) y la Democrática (RDA).
El país se había convertido en 1949 en dos países: el occidental siguió el modelo capitalista de Reino Unido, Estados Unidos y Francia, y el oriental, comunista, quedó bajo la órbita de la Unión Soviética, con un sistema de partido único y economía planificada. En el primero había libertad de movimiento y la gente podía manifestar libremente sus opiniones. En el otro, las reglas eran más estrictas respecto del comportamiento de las personas. La Stasi, la policía secreta, “supervisaba” todo lo que hacían los ciudadanos.
Las protestas de 1989 en la RDA eran el eco de las decisiones Mijail Gorvachov, secretario general del Partido Comunista en la URSS, quien llevaba adelante reformas y políticas de apertura, con repercusiones en los países satélite: Polonia había logrado elecciones parcialmente libres y Hungría había abierto sus fronteras, lo que provocó que miles de alemanes orientales escaparan por esa vía hacia Austria. Como consecuencia, durante octubre, el gobierno alemán se puso más estricto con los permisos de viaje. Eso condujo a las protestas en Leipzig y en Berlín.
Schabowski, de los pocos dirigentes que había bajado a las calles a escuchar lo que su pueblo tenía para decir sobre la situación, llamó a la conferencia de prensa con medios internacionales. Extraño para esa época en ese país, se transmitía por TV en directo. El periodista italiano Riccardo Ehram, corresponsal de la agencia ANSA, tenía el dato de que podía no ser una conferencia de prensa como las de cada semana. Le habían dicho “estate atento a las palabras de Schabowski”.
“Estuvo hablando dos horas sin decir nada, como siempre”, contó Ehrman años más tarde. Cuando llegó el turno de preguntas, él levantó la mano varias veces. Después de ser ignorado en un par de ocasiones, el portavoz lo dejó consultar: “¿No cree que han cometido un error con su ley de permisos para viajar?”. Era una pregunta para nada inocente. El italiano tenía el dato de que había discusiones internas en el gobierno y que, si bien era una decisión tomada, alguien la estaba frenando. Nadie imaginaba lo que estaba por ocurrir.
Algo molesto, el alemán le respondió: “¿Error? Nada de eso. De hecho, tengo aquí el borrador de una nueva ley de viajes”. Los periodistas quedaron estupefactos. El vocero sacó de su portafolio una hoja de papel con el membrete del Partido. “Una ley que concede a los ciudadanos la decisión soberana de viajar adonde quieran”, destacó, y agregó: “Hemos decidido hoy que los ciudadanos de la RDA puedan viajar por los pasos fronterizos”.
Ninguno de los periodistas presentes creía lo que escuchaba. Todos estallaron a la misma vez con preguntas al respecto. Una bola de murmullos invadió la pequeña sala. Los fotógrafos volvieron a disparar sus cámaras sobre el rostro de Günter. Alguien le consultó si el permiso era válido sólo con el pasaporte. Schabowski acercó el papel a sus ojos para ver mejor. “Con carné de identidad”, respondió.
El editor del diario alemán Bild, Peter Brinkmann, entonces lanzó la pregunta que fue el tiro de gracia: “¿Cuándo entrará en vigor esto?”. Schabowski se rascó la cabeza, no encontraba la respuesta entre sus papeles: “Hasta donde yo sé... esto es... inmediatamente, sin demora. Y quedan anulados los requisitos previos”. Se refería a tener que demostrar la necesidad del viaje o vínculos familiares en el exterior.
Otra voz consultó: “¿Vale también para Berlín Occidental?”. El funcionario volvió a mirar los papeles. Dudó. Bajó la vista y dijo: “La salida puede realizarse a través de todos los pasos fronterizos de la RDA con la RFA y Berlín Occidental”.
La tensión en el ambiente era total. Los periodistas sabían que tenían una de las noticias más trascendentales del siglo XX en su poder y salieron disparados hacia los teléfonos de la sala de prensa a comunicar la novedad a las redacciones. Tras la conferencia de prensa, el reportero de la cadena NBC Tom Brokaw y su equipo de cámara corrieron detrás de Schabowski y le preguntaron: “¿Tenés la nota?”. “Sí”, contestó y la sacó de su bolsillo. Brokaw grabó todo.
La nueva norma había sido redactada esa mañana por el joven funcionario Gerhard Lauter, del ministerio de Asuntos Internos. Obró por cuenta propia y, en contra de la orden del Politburó del Partido Socialista Unificado (SED), Lauter decretó la libertad de salir del país para todos los ciudadanos que lo desearan, siempre que se realice de manera ordenada, a largo plazo y bajo normas burocráticas. Por la tarde, el documento cayó en manos de Schabowski quien omitió la decisión de comunicar la novedad durante la madrugada del 10. Fue el principio del fin de la Guerra Fría.
La noticia de la caída del Muro se expandió entonces como un virus. Minutos más tarde los berlineses orientales salieron de sus casas en masa hasta el paso fronterizo de Bornholmer Strasse, desde donde a las 21:20 horas los primeros ciudadanos de la RDA cruzaron al oeste. Los guardias del Muro no sabían qué hacer. No tenían órdenes de dejar pasar ni habían sido informados. Las personas que se acercaban les avisaban: “¡Lo dijeron en la tele!” Entonces levantaron las barreras. Miles de personas cruzaron en las horas siguientes Alemania Occidental. Para muchos era la primera vez en sus vidas. Del otro lado los alemanes occidentales esperaban con música y cerveza a sus compatriotas. Fue el inicio de la reunificación, que tomó apenas un año.
En tanto, la carrera política de Schabowski, por entonces de 60 años, cayó rápidamente en desgracia. Perdió su trabajo de vocero y su casa en Wandlitz, la zona elegante donde vivían los jerarcas de la RDA. En 1997 fue condenado a una pena de tres años de cárcel por haber participado en una reunión del buró político en el que se autorizó a la policía de las fronteras a disparar contra los alemanes que intentaran huir de Alemania oriental.
En el juicio, Schabowski fue el único que admitió su responsabilidad y pidió disculpas por los crímenes cometidos a los familiares de las víctimas. “Como antiguo seguidor y protagonista de esa visión del mundo, me siento culpable y avergonzado cuando recuerdo a las personas que murieron en el muro”, dijo al inicio de los debates orales.
Estuvo un año en la sombra hasta que fue indultado. Hijo de un plomero y una empleada de limpieza, Schabowski había iniciado su carrera de periodista en los años ‘40. Trabajó como voluntario en el periódico “El Sindicato Libre” (en 1946), luego entró en el periódico sindical “Tribüne”, donde ascendió al puesto de redactor jefe adjunto.
En 1952 se unió al SED, hizo un curso de periodismo por correspondencia en la Universidad Karl Marx de Leipzig y en 1968 se convirtió en editor del periódico del SED “Neues Deutschland”. Diez años después fue redactor jefe del periódico, cargo que ocupó hasta 1985. Luego se convirtió en primer secretario de la dirección del distrito del SED de Berlín, fue miembro de la Cámara Popular y ocupó un asiento en el Politburó del SED, el centro de poder de la RDA. Al recuperar la libertad volvió a ejercer en un periódico regional en el Land de Hesse.
“Después de la rueda de prensa me fui a la cama con la sensación de que nos habíamos transformado en un país civilizado, pero abrir el muro fue una decisión táctica, no humanitaria, que tenía como finalidad acabar con la presión popular y mantener con vida al régimen. Yo no me calificaría de héroe que abrió la frontera; en realidad, actué para intentar salvar el sistema de la RDA”, dijo a la prensa en 2009, al cumplirse 20 años de la caída del Muro.
Schabowski escribió un libro de memorias titulado “Hicimos casi todo mal” (Wir haben fast alle falsch gemacht). En sus páginas contó su versión de cómo fue la secuencia del 9 de noviembre. La hoja se la había entregado Egon Krenz, el nuevo secretario general del SED y jefe de Estado. Pero no especificaba una fecha. Ante la pregunta del periodista italiano y las que vinieron detrás, él se puso nervioso. Se sintió contra las cuerdas y largó la respuesta que revolucionó Alemania: “De inmediato”.
“Queríamos satisfacer las expectativas del pueblo y demostrar que se podía iniciar un nuevo camino bajo la égida del socialismo”, escribió. Junto a otros jerarcas del SED, Schabowski había forzado tres semanas antes la salida de Erich Honecker, que había dirigido el país durante 13 años.
Se jubiló en 1999 y se mudó del Berlín Este al Oeste, a un departamento de tres habitaciones en el barrio Kudamm. Schabowski estuvo casado con la periodista de televisión rusa Irina durante más de 40 años, de quien se sospechó que era agente secreto de la KGB. La pareja tuvo dos hijos, Jan y Alexander.
La madrugada del 1 de noviembre de 2015, su mujer Irina recibió un llamado telefónico. Günter, internado en un geriátrico desde hacía dos años, con tres infartos y un ACV encima acababa de sufrir otro ataque. La esposa corrió los 150 metros que separaban su casa del hospicio. “Cuando estuve junto a su cama poco antes de las dos de la mañana, ya estaba muerto. Me hubiera encantado despedirme de él con dos frases”, declaró Irina horas más tarde a la prensa. El corazón de Schabowski, el hombre que quedó en la historia del Siglo XX por su error, frenó a la 1.50. Tenía 86 años.