A Guillermo Galetti muchos lo conocen como “El ladrón de chatarra”, el apodo que utiliza en sus redes sociales. Es profesor de Educación Física, y enseña a niños de entre 6 y 20 años, en distintas escuelas. Sin electricidad ni motores, fabrica “caricaturas biomecánicas”, donde se requiere de la interacción humana para ver los movimientos de cada una de las piezas que diseña. Todo surgió por la búsqueda de una manera didáctica y económica de representar algunas secuencias de movimientos de disciplinas deportivas. Pero su creatividad no tiene límites, y aplicó sus conocimientos de herrería y metalúrgica para otras obras: desde un simulador mecánico de skate, una banda de rock metálico en pleno recital, una de las inolvidables atajadas del Dibu Martínez en la final contra Francia, un metegol humano, un asombroso “chatarraptor”, y hasta un prototipo de prótesis ortopédica. En diálogo con Infobae, repasa su historia y el significado del arte lúdico que promueve.
Nacido en Campana, Provincia de Buenos Aires, pasó allí gran parte de su infancia y luego se mudó a Quequén. “Ahí empezó todo, vivíamos en zona rural, y soy de una época en la que tenías que generar tu propio entretenimiento, había que fabricar las cosas, imaginar, y jugué de esa manera desde muy chiquito”, rememora el artista de 40 años. Otra de sus grandes influencias fue el taller de su padre, que se dedicó al rubro metalúrgico gran parte de su vida.
“El interés que me generó ver a mi viejo construyendo, la maquinaria que usaba, me acuerdo de la ropa que usaba cuando venía de laburar, todo eso tiene una afinidad muy especial para mí, sumado a algunos gestos de nobleza, porque vi a mi padre ayudar a mucha gente”, explica. Define a sus padres como “dos referentes”, por las enseñanzas que le transmitieron. “Siempre me dijeron que hay que ponerle el pecho a las cosas, darle para adelante y encontrarle el placer a la disciplina, al esfuerzo, y que si te sobró energía, se puede hacer algo por otro también”, ejemplifica.
Durante la adolescencia dejó de lado su vocación creativa, y se dedicó más al deporte y a los estudios. Egresó de una escuela técnica, estudió el profesorado, y recién egresado se mudó a Villa La Angostura, provincia de Neuquén. “Vine hace unos 17 años, me quedé encantado, conseguí mis primeros trabajos y me terminé instalando de manera definitiva”, cuenta. La dualidad entre aprendizaje y enseñanza siempre le gustó, tanto en el rol de alumno como de maestro, y hasta hoy mantiene intacta la capacidad de asombro y el apetito de conocimientos.
“Me dediqué mucho a la herrería industrial antes de meterme en la docencia, hasta que dejé la parte dura del taller, conseguí más trabajo como profesor, y ahí se reavivó mi afán de construir cosas”, explica. Encontró la forma de combinar sus pasiones y poner al servicio todo lo que sabe hacer. Aquellas maquetas funcionales que mostraban ciertos circuitos de ejercicios, se convirtieron en un instrumento valioso para sus alumnos. Su esposa Majo le dijo muchas veces que compartiera lo que hacía en las redes sociales, que se abriera una cuenta de Instagram para volcar su contenido, pero corría el 2020 y Guillermo todavía no tenía ni WhatsApp. “Me manejaba con un telefonito chiquitito que podía mandar mensajes y llamar, estaba muy renegado de las redes, hasta que en la pandemia mi señora me convenció de que publicara algo, me impulsó a animarme, y resulta que tuvo repercusión, un crecimiento muy lindo y se fue formando una linda comunidad”, revela.
El ladrón de chatarra en acción
Detectó que había un público interesado en conocer sus artilugios, y que las reacciones de sus estudiantes eran la demostración de que valía la pena explorar ese camino. “Me di cuenta de que la educación tan expositiva de las fuentes de conocimiento, con la tecnología de la que estamos abusando, no siempre es la mejor alternativa para la apropiación de conocimiento y que los procesos de aprendizaje pueden ser de otra manera, que se juegue con los sentidos, la psicomotricidad, la corporalidad y un montón de recursos convencionales que no cuestan una fortuna, todo lo contrario, para aprender a través de los hechos, de las acciones y de las cosas concretas”, reflexiona.
El subsuelo de su casa se convirtió en su taller, o más bien, como él lo llama, “su área sagrada”. También funciona como depósito de materiales, con un stock de algunas cosas que trata de ir reponiendo, y otras que le traen porque los vecinos ya lo conocen. “Mucha gente se pone en contacto conmigo, y sino estoy me dejan las cosas por arriba del portón, y así aparecen adentro de mi casa”, dice entre risas. Con su bicicleta y un carrito anexado, casi todas las semanas sale en búsqueda de materiales que resulten útiles para los proyectos que tiene en marcha. “Voy al basurero bastante seguido a ver qué encuentro, porque soy muy cacharrero, suelo sacarle todo el recubrimiento externo a los calefones, que tienen chapa finita y es ideal para trabajar en el taller de hojalatería con los chicos”, indica.
“El dinero que tenemos para los insumos no alcanza, así que hay que salir a buscar ese material, y por un lado está buenísimo que podamos aprovechar y reutilizar, pero por el otro tampoco está bueno saber que tenemos que ir al basurero para poder enseñar”, se lamenta. Aunque son muchas las dificultades que advierte, hay momentos donde lo recargan las pequeñas conquistas, esas en las que los alumnos son los protagonistas. “Veníamos de una seguidilla en la que en los recreos se prendían al celular y no los podíamos despegar, e incluso durante la clase había síntomas de abstinencia a los medios digitales, sobre todo a los dispositivos móviles, y pasó algo que nos dio una satisfacción inmensa”, relata.
Había que hacer un trabajo práctico sobre metales laminados, y en general la consigna es fabricar una budinera con el uso de una plantilla genérica. Sin embargo, Guillermo les propuso hacer pequeños botes construidos con láminas de metal, para que practicaran el ensamble de las piezas de la forma más prolija que pudieran, y una vez que los tuvieran listos, ponerlos a prueba para ver si podían flotar. “Hicimos una competencia, pusimos todos los barquitos uno al lado del otro, e íbamos viendo quién aguantaba más, quién se hundía antes, y era una simple demostración, pero empezaron a jugar; se pusieron a ver si podían hundir el bote del otro, analizaban cómo lo podían mejorar y estuvieron 30 gloriosos minutos al sol con dos palanganas y un montón de botecitos de chapa”, celebra.
Esos resultados inesperados son los que le dan fuerza para seguir en el camino práctico, en la búsqueda empírica y experimental, que a veces lo lleva a derribar algunos mitos. “Solemos profetizar las virtudes del proceso, el valor constructivo del error, pero no obramos en consecuencia, y después me encuentro con que hay muchísimo pánico al fracaso, con que las cosas tienen que ser inmediatas, y que las fuentes informales de información a la que acceden los chiquitines hace que lo que estamos ofreciendo en una currícula se vuelva ingenuo e aburrido, y hay que animarse a cambiarlo”, destaca. No hay una fórmula exacta, pero para el docente sí hay elementos que deben combinarse: creatividad, arte y educación.
“Hay formas más humanas que son muy poderosas a la hora de enseñar, y muchísimo más valiosas que otros tipos de enseñanza que se hacen de manera virtual”, indica. Su perspectiva está alineada con el compromiso con el que emprende cada proyecto: todos tienen común el deseo de aportar desde la docencia, ya sea a través del humor o del espíritu crítico. Maneja las metáforas y la literalidad con mucha soltura, y hace uso de esos talentos en cada caricatura mecánica. Para poner un ejemplo, cuenta que suele preguntar en las clases qué actividad involucra mayor cantidad de procesos cognitivos: apretar un icono en una pantalla táctil o intentar que una piedra haga equilibrio sobre otra.
“Parece ridículo, pero al observarlo casi con rigor científico, el acomodar una piedrita sobre la otra y que logremos que haga equilibrio, implica mucho más procesos cognitivos, y es mucho más enriquecedora como experiencia que el mero hecho de apretar el ícono de una pantalla; solo que socioculturalmente e incluso institucionalmente muchas veces se pondera una pantalla táctil frente a lo vivencial y lo práctico”, sentencia. En este sentido, considera que por más aplicaciones positivas que tenga la inteligencia artificial, se debe ser sumamente cauteloso a la hora de aplicarla en la educación. “No somos tan soberanos en cuanto al dominio de ese conocimiento, así que tenemos que preguntarnos todo lo que va a implicar en el aprendizaje cognitivo y si va a ser bueno para los alumnos”, enfatiza.
La solidaridad toca a su puerta
Desde su salto a las redes hace tres años, hubo muchas repercusiones en torno a sus obras. El meme que remite a “remar en dulce de leche” fue uno de los tantos que se hizo virales, y el propio Slash replicó en su Instagram el muñeco que fabricó con una gran melena de rizos sacudiéndose al ritmo de la guitarra. “Siempre es una satisfacción cuando valoran nuestro trabajo, y a veces llega a gigantes que tienen la humildad de detenerse a contemplarlo”, expresó Guillermo en ese entonces, asombrado por el gesto de quien fue el célebre guitarrista de los Guns N’ Roses.
También se convirtió en motivación para abuelos y padres que le escribieron, con ganas de aplicar las ideas para jugar con sus hijos y nietos. “Así como hubo lecciones de humildad hermosas, mensajes de docentes que lo llevaron a las aulas, también me ha pasado que copien los modelos, los fabriquen en masa y cuando consulté me dieron la excusa de que fui fuente de inspiración”, expone.
Si hay algo que detesta y se niega de forma rotunda es a “copiar” modelos. Para que él realice un proyecto, la cuota de originalidad es excluyente, y eso lo pone a prueba constantemente. Se considera un “fanático de lo que hace”, y dice que administra sus obsesiones para volcarlas en algo constructivo. Si el resultado es algo útil para otros, mejor aún, y por eso no dudó cuando la mamá de Juan, un niño que utiliza prótesis ortopédica en uno de sus brazos, acudió a él en búsqueda de ayuda. “Me metí en un compromiso muy grande, pero llegamos a lo que quería, que era una especie de prótesis de entrenamiento”, señala.
“Hay muchas movidas solidarias, y Juan tenía una hermosa, con un diseño sublime hecho en impresión 3D, pero lo que pasó es que ese tipo de construcción con filamentos plásticos no pudo soportar la solicitud de carga que implica una prótesis infantil, y su mamá me la trajo para ver si la podía llegar a arreglar, y era muy difícil porque se rompía y tenía muchos puntos de quiebre”, explica. Como la idea era que el pequeño pudiera usarla tanto para ir a pescar en familia como en su día a día, buscó un material resistente.
“Empecé con un prototipo, que se puede ir mejorando a lo largo de toda la vida, y surgió la idea de hacerla de plástico termoformado: agarré un tacho de 20 litros, de esos que se usan para pintura, corté un pedazo para hacer la plantilla, le di un poco de calor, la puse en un molde, utilicé una prensa hidráulica muy sencilla y en pocos minutos generé una pieza de plástico de altísima resistencia, con polietileno de alta densidad en una sola pieza”, detalla. Ahora está en la búsqueda de mejorar el resultado final, y está abierto a que otros profesionales de diferentes rubros se involucren en el proceso.
“Hay muchas buenas voluntades, y un proceso de fabricación súper prometedor”, celebra. El hecho de que el material de base sea reutilizado y que podría conseguirse sin costo alguno, aumenta las expectativas. No es la primera vez que realiza este tipo de iniciativas: tiempo atrás ideó un complemento para Cristian, un joven de 18 años que requería una pieza delantera para su silla de ruedas y así tener más libertad de movimiento.
Tiene alma de inventor, y siempre está creando. Su deseo es que a través de las redes sociales surjan iniciativas concretas, intercambios y puentes solidarios. “No he tenido beneficio económico alguno con mi cuenta, pero tengo un capital muy grande y un activo muy valioso que es la comunidad que me aporta ideas constantemente, y creo que ese es el camino, que la gente vuelva a ser más más creativa, abierta, natural, más tolerante a la hora de contemplar al otro y la opinión del otro, porque hoy veo mucha violencia y no hay que perder la conexión con los valores de la amabilidad y la empatía”, concluye.