Están detrás de las puertas del laboratorio de los centros de fertilidad y, hasta hace un tiempo, eran los tapados del asunto. Podría comparárselos con los chef de nuestros posibles hijos. Vestidos de ambo, cofia y a veces con barbijo, detrás de una serie de sistemas de seguridad que garantizan la asepsia del ambiente, los embriólogos tienen en sus manos la posibilidad de crear vida. Se dice que tienen la presión de un piloto de avión. Cualquier traspié podría ser el fin de la esperanza de tener algo tan sagrado como un hijo. Y sin embargo, hasta ahora, permanecían en su “jaula de cristal”, en las sombras y el anonimato, así como la información de lo que allí sucedía con nuestras células reproductivas.
Poco a poco están cobrando protagonismo. Y si no, pregúntele a Ignacio Moreno, uno de los más carismáticos embriólogos/influencers nacionales que, desde su cuenta de Instagram @ignacio.moreno y en tiktok @embriobanda muestra su día a día de trabajo, explica en forma sencilla y didáctica lo que sucede en el laboratorio y hasta le canta a los embriones con su ukelele.
Los embriólogos se animan a salir de la “cueva”. Aunque se piense que la inteligencia artificial y la robotización de la reproducción asistida podrían extinguirlos, han jerarquizado su trabajo, en el manejo de estas nuevas herramientas, en la evaluación de los nuevos datos. Ellos se sienten seguros de que siempre hará falta dentro del laboratorio de los centros de fertilidad, alguien que dirija, que piense humanamente, que evalúe que a las máquinas no les falle “el chip”.
¿Qué es un embriólogo?
“Hago la analogía del restaurante, donde los médicos son la cara visible (los dueños, quien te atiende, te recomienda que comer) y los embriólogos, los cocineros. A veces vas allí por el nombre del restaurant, por cómo se ve de afuera, y otras lo elegís por la cocina. Este último concepto es nuevo desde que el cocinero (el embriólogo) tiene exposición en los medios -grafica Moreno-. Cuando llega el plato a la mesa -continúa-, quien te atiende sabe cómo está hecho, pero quien conoce todos los ingredientes y la forma de prepararlo, es el cocinero. En una FIV (fertilización in vitro) pasa igual: quienes tenemos herramientas para contarte acerca de los embriones (el plato, en la analogía del restaurante), somos los embriólogos; quienes ´hacemos´ los embriones”.
Según ChatGPT, es un profesional de la biología que se especializa en el estudio y la manipulación de embriones: la fecundación de óvulos en el laboratorio, el cultivo y la observación de embriones y la selección de los embriones más viables para la transferencia al útero de la mujer.
Hace unas semanas se reunieron unos 400 profesionales jóvenes (casi todos menores de 55 años) en el Congreso anual de la sociedad que los congrega (la Sociedad Argentina de Embriología Clínica, SAEC). Fue la reunión anual más concurrida desde que se creó la institución. Se nota que la industria está en boga, que la cantidad de tratamientos va en aumento, como indican las estadísticas de la Sociedad Argentina de Reproducción Asistida, de la mano de la demora de la ma-paternidad y otros cambios sociales.
Una de las cuestiones de las que se habló fue de un cambio de sistema: de la necesidad de que sean los propios embriólogos los que comuniquen (antes, durante y después de los tratamientos) la información sobre los procesos biológicos que suceden en el laboratorio, y las decisiones que se van tomando. Por ejemplo, si un embrión se transfiere o no, aunque las herramientas de la inteligencia artificial digan que las chances de implantarse están en su contra.
Se sostuvo que las personas tienen ese derecho. Y que deben poder tener acceso a su palabra y a su mirada.
¡Alerta pacientes! La mayoría de las veces, hay que pedirlo.
Para Jason Swain, una de las estrellas del encuentro, director de los laboratorios de 16 centros de fertilidad en Estados Unidos, esto es fundamental.
No todos quieren y saben comunicar, es cierto. Pero al menos debería haber uno en el equipo formado para ello. La llegada de un hijo, la profundidad de los sentimientos que eso genera, la potencia de las emociones y de ese deseo producen efectos sísmicos en la sensibilidad y la salud mental de los pacientes. Por eso cuando más fundamentadas estén las opiniones, y cuanto más circule la información, mucho mejor será para comprender los procesos de la vida, que son misteriosos, y que aún con toda la tecnología imperante, siguen estando al final de todo, en las manos de la lógica de la naturaleza.
“La evidencia nos mostró que los pacientes valoran mucho que el embriólogo sea parte del equipo, que les haga la devolución de los tratamientos en casos positivos, pero sobre todo en los que no se logró el éxito -me dijo Cristian Álvarez Sedo, presidente de SAEC. Y siguió-. Porque es muy importante poder comprender qué pudo estar detrás de la falla reproductiva desde el punto de vista biológico y del laboratorio”.
Para él, el diálogo médico-embriólogo es fundamental. Son dos equipos trabajando a la par. No existen los genios (las eminencias médicas), existen los grandes equipos, parafrasea Moreno a René Favaloro.
Como los médicos, los embriólogos también deben entrenarse acerca de cómo comunicar. Cuando la información es clara, se evitan falsas expectativas, frustraciones y enojos.
“En estos 22 años he escuchado a muchos pacientes decir: ´Si alguien me hubiera explicado esto, yo no estaría molesta o no hubiera reclamado. Porque yo entiendo que esto no es 100% seguro, pero me lo vendieron como que era infalible”, me dijo el peruano Eduardo Gazzo, uno de los embriólogos más reconocidos de Latinoamérica, presente en el evento.
Quizás esté exagerando, pero cuando hablé con él lo imaginé como Don Quijote peleando contra los molinos de viento: “El embriólogo siempre tiene que ser científico e incrédulo, para probar internamente eso que le están vendiendo”, me dijo en relación a las nuevas tecnologías que muchas veces se promocionan como si pudieran lograr un bebé envasado y listo para llevar. La tentación es mucha, porque la industria se mueve en base a promesas de éxito. Y sin ese anzuelo la rueda monetaria no gira. Pero el límite con el engaño es finito.
“En Perú viene creciendo mucho la criopreservación -sigue Gazzo- y sobre todo en mi centro, pero porque se gasta mucho en marketing. Mirá, esto es un negocio al final del día y, no sé si decir lamentablemente, porque si no fuese negocio, no podríamos hacer lo que hacemos y no podríamos ayudar a nadie, pero tiene que ir de la mano la ética. Tiene que haber un equilibro”.
Se calcula que es necesario criopreservar 15 ovocitos, dice el peruano, para que una mujer de 35 años tenga altas chances de lograr un embarazo; a los 38 el número de ovocitos requeridos aumenta notablemente.
Los centros de fertilidad con probada reputación, trabajan para lograr el embarazo al primer intento. Esa debería ser, al menos, la zanahoria, se dijo en el Congreso. Aunque hay una polémica en relación a los test genéticos de implantación que detectan anomalías en el embrión, pues no se sabe con certeza acerca del mecanismo del cuerpo que muchas veces “corrige” ese embrión naturalmente, la postura generalizada fue que, en el caso de las mujeres mayores de 40 años, el test genético a los embriones, así como la inteligencia artificial, acorta el camino y evita intentos fallidos de transferencias.
Gazzo tiene dos hijos in vitro, que “hizo” él mismo. “¿Podés creer?”, me preguntó. Y la verdad es que no, me resulta imposible de procesar ese momento, intentar dilucidar qué sintió, cómo manejó sus nervios, su emoción, sus expectativas. “Me enamoré a los 36 -continuó-, congelamos óvulos ni bien la conocí, a los 38 fue el primer in vitro, hicimos siete aspiraciones y cuatro transferencias, las dos primeras fallidas. Recién en la tercera nació mi hija, y en la cuarta mi hijo”, cuenta.
Como hace normalmente, se ayudó de varias herramientas de evaluación de los embriones para saber cuál transferir. Las pondera en este orden. Primero el PGTA (un tipo de test genético, al que no accede cualquiera por su costo). Luego el algoritmo de inteligencia artificial que le pone una “nota” al embrión, tras sacarle una serie de fotos sucesivas durante un tiempo de desarrollo y cuya efectividad, dice, está demostrando ser 70%. En tercer lugar, evaluó si los embriones habían tenido contracciones en su desarrollo, pues esto es indicador de menor tasa de implantación. Y finamente midió la cantidad de ADN mitocondrial que hay dentro del embrión. Este es el método Gazzo (y quizás de muchos otros profesionales). Con todo esto, armó un ranking. La evaluación a ojo de la forma de embrión, es prehistoria.
Este método de rastreo y resultado es lo que el Jason Swain, recomienda a los pacientes consultar cuando llegan a un centro. Además de pedir los resultados de la clínica (el porcentaje de éxito). Tener esa información, dice, es el derecho del paciente. Mirar, más que la maquinaria o la tecnología, el expertise y la formación del profesional.
Dicho todo esto, me despido de ustedes (si quieren tener más información sobre el tema Fertilidad, los invito a seguir mi cuenta de mi Instagram @luciana_mantero ) citando a Ignacio Moreno: “La consulta previa al tratamiento de alta complejidad, con el embriólogo en cada clínica debería ser obligatoria. Tener herramientas, ir preparada sabiendo qué va a pasar, qué no va a pasar, cuándo me van a informar y no me van a tener en la espera, ayuda a bajar ansiedades, perder miedos, confiar en el equipo y transitar el procedimiento de la mejor manera posible”.
Ya saben, pidan información, si así lo sienten reclamen hablar con el embriólogo para poder entender qué sucede allí adentro con esos tan preciados “porotitos” que son el sueño de una vida distinta y aún más llena de amor.
La información, es salud.
Este artículo sintetiza algunos de los temas que trato en mi newsletter “El deseo más grande” (sobre los caminos diversos y no convencionales en la búsqueda de la mapaternidad). Para recibirlo vía mail, suscribirse sin cargo aquí https://www.infobae.com/newsletters/el-deseo-mas-grande/