“Soy Canillita, gran personaje, con poca guita y muy mal traje/ sigo travieso, desfachatado, chusco y travieso, gran descarado/ soy embustero, soy vivaracho, y aunque cuentero, no mal muchacho/. (...) Pregonando los diarios cruzo la calle, y en cafés y bares le encajo a los marchantes diarios a mares/. (...) Muy mal considerado por mucha gente, soy bueno, soy honrado, no soy pillete y para un diario soy un elemento muy necesario”.
El fragmento pertenece a la obra Canillita, de Florencio Sánchez, periodista y dramaturgo uruguayo que desarrolló sus principales trabajos en ambas orillas del río de la Plata a principios del siglo XX. En esa pieza, estrenada en 1904, relata la vida de un chico, repartidor de diarios y víctima de la violencia intrafamiliar, que en la época estaba naturalizada.
El autor nació en Montevideo el 17 de enero de 1876, estrenó la pieza en 1904. Seis años después, falleció un 7 de noviembre en Milán, Italia. En homenaje a él, desde 1947 se celebra en Argentina el Día del Canillita.
Canillitas
La obra, un sainete criollo escrito en Rosario, relata la vida de un chico de unos 15 años, Canillita, que todos los días sale a vender diarios para ayudar a su mamá y a Arturo, el hermano menor, que está enfermo. Los tres viven en un conventillo, que también es el escenario donde el chico es golpeado por su madre y su padre, que agrede a ambos. En uno de los tantos arrebatos de violencia, el vecino, que pretende a la mujer, los defiende y ataca al golpeador.
“¿Mi padre?... ¡Si se afeita!... ¡Mi padre, un atorrante que vive de la ufa!... ¡Mi padre un sinvergüenza que se hace mantener por mí y por ella y hasta por esa criatura que apenas camina”, describe la obra a la figura paterna.
Canillita no tiene nombre de pila sino que en toda la obra (que es de un acto) lo llaman por ese apodo y es descripto por su delgadez y pobreza a través de sus ropas: lleva “unos pantalones relativamente nuevos” que le quedaron cortos al crecer, dejando sus canillas al descubierto. La palabra “canilla” si bien es lunfarda tiene raíz en la latina canella, diminutivo de canna, o sea caña. En lunfardo, se llama canilla al hueso largo de las piernas que cuando son delgadas se les dice “canillitas”.
Desde el aspecto social, la obra refleja a los niños y jóvenes pobres de la Argentina de inicios del siglo pasado, siempre expuestos a las violencias (los castigos físicos a los que eran sometidos); a la explotación laboral y a la constante persecución policial que cada tanto les valían detenciones.
Es justamente ese nombre el que a finales del S. XIX y principios de. S.XX se usaba para llamar a los vendedores de diarios: los primeros en hacer ese trabajo fueron niños o adolescentes que solían usar pantalones cortos y dejar a la vista esa parte de las piernas. Con el paso de los años, la denominación quedó para todas las personas que reparten y venden diarios y revistas, de manera ambulante o en puestos fijos, más allá de la edad.
Según algunos historiadores, fue entre 1867 y 1868 cuando se escuchó por primera vez a un canillita gritar a viva voz: “¡La República! ¡La República!”, para anunciar la venta del diario de la época y fue tal el éxito que se adoptó la costumbre para la venta de otros diarios de manera ambulante, lo que comenzó a crear nuevas fuentes de trabajo.
Sus fundadores, Manuel Bilbao y José Alejandro Bernheim, pensaron que debían hacer algo distinto para llamar la atención y vender el diario de una manera original: se les ocurrió llamar a jóvenes para que se parasen en las esquinas más concurridas de la ciudad y ofrecerlos directamente a los lectores, en lugar de esperar a que éstos se acercaran a comprarlo.
Por esos años, de mucha pobreza y desempleo generalizado en el país, se naturalizaba que los niños trabajasen para colaborar con los ingresos familiares.
El autor
Florencio Sánchez, hijo de Alfredo Sánchez y de Josefa Mussante, tuvo 25 hermanos. Vivió sus primeros años en la ciudad de Durazno, donde estudió y comenzó a incursionar en el arte literario y a escribir sus primeras crónicas satíricas para el diario local. Aunque dejó sus estudios secundarios, se caracterizó por ser un gran lector y apasionado por las letras.
Con sólo 16 años inició su carrera en el periodismo, lo que lo hizo dejar su ciudad natal para mudarse a la Argentina: vivió en La Plata, en 1892, donde comenzó a escribir obras de teatro; en 1902, una nueva mudanza lo llevó a Rosario, donde inició su etapa como redactor en el diario La República, de Lisandro de la Torre, donde pudo desplegar sus primeras notas de carácter político y mirada social.
Sus textos periodísticos se caracterizaron por ser crudos y críticos, al igual que sus piezas teatrales. Con los años y por esa conciencia de clase, se involucró con el movimiento obrero y anarquista local: frecuentaba la Casa del Pueblo, el principal espacio donde se debatía los derechos laborales y epicentro cuando estalla la huelga de la refinería de Azúcar, de la que es nombrado delegado del Comité de Huelga. Además trabajó en los diarios La Voz del Pueblo, El Siglo, La Razón, El Nacional, El País.
En 1903, escribe otra de las grandes obras que reflejan los sueños de la clase trabajadora, M’hijo el dotor; y ese mismo año, el sainete La gente honesta y su primera obra teatral Canillita, que fue representada por una compañía española de zarzuelas. Cuando se solidarizó con la huelga de obreros gráficos perdió su empleo y la policía impidió el estreno teatral de La gente honesta.
En septiembre de 1909 llegó a Europa en el barco italiano Príncipe di Udine, como comisionado oficial del presidente uruguayo, Claudio Williman. Tras pasar unos meses allí, enfermo de tuberculosis, murió a las 3 de la madrugada del 7 de noviembre de 1910 en un hospital Milán (Italia), donde había ingresado cinco días antes por una bronquitis en el pulmón izquierdo. 37 años más tarde, se instauró el Día del Canillita en su honor.