El día que una masiva marcha de la CGT a San Cayetano puso por primera vez en jaque a la dictadura

El 7 de noviembre de 1981, convocados por Saúl Ubaldini con la consigna “Pan, Paz y Trabajo”, miles de personas se movilizaron en Liniers en la primera gran marcha realizada durante la última dictadura para reclamar por sus derechos. Fue el punto de partida para una escalada en la resistencia que alcanzaría su punto máximo meses después, el 30 de marzo de 1982, con movilizaciones en todo el país, bajo una consigna mucho más terminante: “Se va a acabar la dictadura militar”

Ubaldini rodeado de gente en las puertas de la Iglesia de San Cayetano (Télam)

Para noviembre de 1981, el dictador Roberto Eduardo Viola, ignoraba – aunque tal vez lo intuyera – que sus días en la Casa Rosada estaban contados.

Había asumido hacía apenas siete meses y, según el Estatuto fijado por la primera Junta Militar, debía permanecer tres años en la presidencia, pero la realidad suele poder más que los rígidos reglamentos dictatoriales y ésta marcaba que le quedaba apenas un mes por delante.

No solo estaba enredado en una interna con el jefe y hombre fuerte del Ejército, Leopoldo Fortunato Galtieri, sino que las variables económicas lo acorralaban: la inflación superaba los cinco puntos, los cierres de fábricas y comercios se multiplicaban, el salario de los trabajadores no alcanzaba y el malestar social cundía por doquier al punto que amenazaba con superar el miedo a las botas.

En las tapas de los diarios del sábado 7 de noviembre no abundaban las buenas noticias. Por el contrario, informaban que la dictadura buscaba reafirmar su continuidad creando un estatuto para los partidos políticos a su medida, con unas pocas organizaciones adictas o cómplices y la prohibición expresa de aquellas agrupaciones que pretendieran revisar la actuación de las Fuerzas Armadas en la llamada “lucha antisubversiva”, el eufemismo con que los militares llamaban a la represión ilegal.

En el plano internacional, continuaba la ofensiva estadounidense contra los gobiernos no dictatoriales de la región y el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, admitía que existían planes militares para operar desde El Salvador contra Cuba y Nicaragua.

En uno de los matutinos, una foto mostraba al secretario general de la CGT, el cervecero Saúl Ubaldini, y al sindicalista de SMATA José Rodríguez cuando salían de la Superintendencia de Seguridad Federal. Allí, decía el diario, habían sido “advertidos” por la marcha a San Cayetano convocada para ese mismo sábado.

Saúl Ubaldini encabezó la marcha de 10 mil trabajadores en Liniers (Getty Images)

Lo de la advertencia era otro eufemismo: la Policía Federal los había citado para amenazarlos con que pagarían las consecuencias de lo que pasara en la calle.

La marcha se realizaría desde el estadio mundialista de Vélez Sarsfield hasta la Iglesia de San Cayetano, el santo de los trabajadores, y amenazaba con ser la más multitudinaria de las manifestaciones que hasta ese momento se habían realizado para reclamar por los derechos laborales y económicos destruidos por la dictadura.

Ubaldini, un líder diferente

La actitud del sindicalismo frente a la dictadura había cambiado radicalmente desde la llegada, en 1979, de Saúl Edolver Ubaldini a la jefatura de la Confederación General del Trabajo.

Nacido el 29 de diciembre de 1936 en el Hospital Salaberry, en Mataderos, pertenecía a un linaje de obreros: su padre, Victoriano Ubaldini, fue mozo y después trabajadores del Frigorífico Lisandro de la Torre; Carmen Guida – su madre – era obrera textil.

De Victoriano heredó la pasión por el fútbol y los colores de Huracán, club al que seguía con fervor; de su madre, un catolicismo practicante que nunca abandonó. De los dos, la valorización de la organización de los trabajadores para defender sus derechos y la militancia peronista.

Se recibió como técnico industrial en la Escuela de Educación Técnica N°4 y le tocó hacer el servicio militar en la Armada. De vuelta a la vida civil trabajó como cadete, aprendiz de taller mecánico y en una farmacia, hasta que a principios de los ‘60 su padre lo hizo ingresar al Frigorífico Lisandro de la Torre.

En 1972, Ubaldini fue elegido secretario de la Federación Obrera Cervecera Argentina y, cuatro años después, secretario general de la Federación de Sindicatos Cerveceros. Allí lo encontró el golpe del 24 de marzo de 1976 (Getty Images)

Allí - y después en otro frigorífico, el Wilson – empezó su carrera sindical como delegado. Por esa razón lo cesantearon en 1966, después del golpe de Juan Carlos Onganía. Consiguió trabajo en la Compañía Argentina de Levaduras, una fábrica de levaduras de cerveza, y empezó a militar en el gremio que años más tarde lo llevaría a conducir la CGT.

Por entonces ya se perfilaba como un dirigente combativo, poco dispuesto a someterse a la intervención militar del gremio. Sus compañeros recordarían durante mucho tiempo un discurso encendido que pronunció en defensa de los trabajadores detenidos por la dictadura.

En 1972 lo eligieron secretario de la Federación Obrera Cervecera Argentina y, cuatro años después, secretario general de la Federación de Sindicatos Cerveceros. Allí lo encontró el golpe del 24 de marzo de 1976.

La resistencia a la dictadura

Una de las primeras medidas de la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti fue intervenir a la mayoría de los sindicatos y encarcelar a muchos de sus dirigentes. A otros, directamente, los hizo desaparecer.

Con la CGT disuelta y los gremios con interventores militares, los trabajadores se organizaron, diferenciados entre sí por sus posiciones conciliadoras o combativas frente a la dictadura.

Saúl Ubaldini se incorporó al sector más resistente, la Comisión de los 25 gremios peronistas, donde también estaban, entre otros, Raúl Ravitti, de la Unión Ferroviaria; Roberto García, de Taxistas; José Rodríguez, de Smata; Fernando Donaires, del Papel, y Osvaldo Borda, del Caucho.

La posición de “Los 25″ se endureció aún más en marzo de 1979, cuando el ministro de Trabajo de Videla, el general Llamil Reston, anunció una reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales que recortaría aún más los derechos de los trabajadores.

Ubaldini en una marcha frente a la Casa Rosada desafiando a la dictadura el 30 de marzo de 1982

El 21 de abril, la Comisión de los 25 lanzó una convocatoria a una Jornada de Protesta Nacional para el 27, cuando se manifestarían por la restitución del poder adquisitivo de los salarios, la plena vigencia de la Ley de Convenciones Colectivas de Trabajo y la normalización de los sindicatos.

El ministro Reston convocó a los dirigentes, entre los que estaba Ubaldini, a una reunión en la sede de la cartera de Trabajo. Decidieron ir, aunque previeron que podían encarcelarlos, por lo que dejaron organizado un Comité de Huelga para que la jornada de protesta se realizara igual, aunque ellos no estuvieran.

Cuando salían de la reunión, Ubaldini y sus compañeros fueron detenidos por la policía, uno por uno. Pero el Comité de Huelga cumplió con su misión: el 27 de abril de 1979, pararon todas las fábricas del cordón industrial del Gran Buenos Aires y del interior, los ferrocarriles Sarmiento, Roca y Mitre.

Fue la primera huelga contra la dictadura y Ubaldini la siguió desde su celda. Recién fue liberado a mediados de julio.

La ofensiva sindical

La huelga del 27 de abril de 1979 fue también una bisagra que potenció la resistencia sindical a la dictadura.

“Debemos comprometer hasta la última gota de nuestra sangre para impedir que se repita otra dictadura que, como ésta, suma al país en oprobio, miseria, hambre y dolor de perder a sus mejores hijos; y la democracia es el único medio que conocen los pueblos libres para hacer sus revoluciones en paz”, dijo Ubaldini en un discurso que marcó el cambio de época.

Ya ocupaba la secretaría general de la CGT. En 1980, cuando la central sindical se dividió entre la CGT “Azopardo” – conciliadora – y la CGT “Brasil” – combativa -, Ubaldini se sumó a la segunda, junto a Diego Ibáñez, Lorenzo Miguel y todo el sector de “Los 25″.

ubaldini saludando desde un balcón de la CGT

En diciembre de ese año lo eligieron secretario general y como tal, en julio de 1981, encabezó una delegación paralela en la 67° Asamblea de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que se realizó en Ginebra.

Allí pronunció un fuerte discurso contra la dictadura: “La situación política, económica y social del país no puede ser más crítica. Han pasado más de cinco años desde el 24 de marzo de 1976 y nada ha cambiado en cuanto a las restricciones a la actividad gremial, pero todo ha empeorado en cuanto a las condiciones de vida de nuestro pueblo”, denunció.

La potencia de ese discurso ya tenía su correlato en las luchas sindicales que iban creciendo en frecuencia y en masividad en la Argentina. El 22 de julio, la CGT convocó a una huelga general, a la que la dictadura respondió deteniendo a una gran cantidad de sindicalistas.

Pero la marea comenzaba a volverse incontenible, como quedaría demostrado en la movilización a la Iglesia de San Cayetano del 7 de noviembre de 1981.

“Pan, Paz y Trabajo”

La mañana de ese sábado, la columna de trabajadores encabezada por Ubaldini avanzó con la consigna “Pan, Paz y Trabajo” por las calles del barrio porteño de Liniers con destino a la Iglesia de San Cayetano, donde se celebraría una misa.

Como había advertido el día anterior, la policía intento disolver la marcha a la altura de la cancha de Vélez Sarsfield, pero la represión fue quebrada por la columna de alrededor de diez mil trabajadores que logró llegar a la iglesia, donde se realizó un acto que se convirtió en una fiesta popular donde los cantos de los feligreses se mezclaron con las consignas contra la dictadura gritadas a voz de cuello.

Saúl Ubaldini, del gremio cervecero, junto a Lorenzo Miguel, de los metalúrgicos

“El sindicalismo ‘confrontacionista’ buscó confluir con la Iglesia católica (y) numerosos partidos políticos y organizaciones sociales adhirieron a la medida, y a pesar de la fuerte represión, de la intimidación en los medios de comunicación y del sitio establecido por las fuerzas de seguridad, más de diez mil personas participaron de la movilización”, describe Victoria Basualdo en su trabajo “La participación de trabajadores y sindicalistas en la campaña internacional contra la última dictadura argentina”.

La masividad y el nivel confrontativo – aunque pacífico – de la protesta dejó malparada a la dictadura y tuvo tal magnitud que ni la censura de prensa pudo impedir que se convirtiera en noticia.

“Pacífica marcha a San Cayetano”, tituló el diario nacional de mayor circulación, y agregó en la bajada: “Unas diez mil personas se reunieron ayer en San Cayetano en la marcha que había convocado la CGT. Solo se registraron incidentes menores al término del oficio religioso”.

Y agregaba un dato significativo, que ponía en evidencia el golpe que la marcha representaba para la dictadura: “El ministro del Interior, Horacio Tomás Liendo, concurrió sorpresivamente a la parroquia, mientras se oficiaba misa, y posteriormente declaró que al Gobierno le preocupa la desocupación”.

Con el correr de los meses se vería que esa multitudinaria marcha a San Cayetano funcionó como un catalizador para las luchas de resistencia a una dictadura que pretendía quedarse – o al menos condicionar la vida argentina – durante décadas.

Un mes más tarde, el dictador Viola debió presentar la renuncia y dejar su lugar a Leopoldo Fortunato Galtieri y el 30 de marzo del año siguiente, de nuevo con la consigna “Pan, Paz y Trabajo”, decenas de miles de personas marcharon en distintos puntos del país, de nuevo convocadas por Ubaldini.

Pero la apuesta de la resistencia ya era otra: bajo el paraguas de las tres exigencias de la convocatoria encabezada por el secretario general de la CGT Brasil, otra consigna se multiplicó en las gargantas de los manifestantes hasta encarnarse en un grito que desafiaba el estruendo de las balas de la represión: “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!”.