“Me comunico porque tengo malas noticias: va a bajar un inglés, dice que va a dar una conferencia de prensa acá en mi localidad”, dice la voz severa de una mujer. El tono del mensaje es de ofensa, de incredulidad y de resistencia. No parece dispuesta a tolerar este presunto ultraje. “El señor Julio Aro es el organizador de traer un inglés a que venga a faltarle el respeto a usted”, le informa. Era marzo de 2019. El inglés es Geoffrey Cardozo, un militar británico. Estaba camino a una casita de adobe y chapa en Colonia Pando, departamento de San Roque, a 140 kilómetros de la ciudad de Corrientes. No pudo siquiera ingresar a la provincia: un grupo de ex combatientes consideró que su presencia significaba un agravio y montó una manifestación para impedir el paso de la comitiva. La tensión creciente y un principio de malestar había concebido una atmósfera hostil e inhibitoria: diametralmente opuesto al espíritu del encuentro.
Ella, a la que supuestamente iban a faltarle el respeto, lloró todo el día. La comida se enfrió en la mesa. Quería recibir al inglés que había hecho tanto por su hijo. Él, ex coronel del ejército británico, encabezó una misión humanitaria junto al veterano Julio Aro, la periodista Gabriela Cociffi y el cantante Roger Waters. En la guerra de Malvinas, 121 tumbas de combatientes quedaron sepultadas en el cementerio de Darwin con la descripción “soldado argentino solo conocido por dios”. Placas sin nombres, cuerpos sin identificación, preguntas por hacer que empezaron a resonar: " ¿Dónde estaban los que allí habían quedado? ¿Dónde estaban los hijos de esas mujeres que lloran?”.
Geoffrey Cardozo dijo, una vez, que “la figura central de todo lo que hacemos ahora es la mamá”. Julio Aro dijo, una vez, que “gracias a ella que confió abrió las puertas para poder identificar a los 115 compañeros”. Ambos hablaban de Elma Pelozo, madre del héroe caído en Malvinas Gabino Ruiz Díaz. La última vez que se vieron había sido el 10 de marzo de 1982. “Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor”, recordó mientras se aferraba a la única foto que Gabino se sacó en toda su vida. Gastada por los años, con los colores apagados por el paso del tiempo, allí se lo ve, con solo 19 años, posando orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el servicio militar. Serio y firme en su camisa blanca, el pantalón y el corbatín caquis, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la derecha, luce con honor su vestimenta de soldado.
Gabino le escribió en una hoja de encotel, la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, con caligrafía infantil una breve carta: “Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la patria. Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo haré por mi patria”. Elma conserva esas palabras ya amarillentas. Desde ese día que recibió la misiva, intuía que su “cambacito” presagiaba su propia muerte.
La madrugada del 28 de mayo de 1982, Elma se durmió en la cama de su hijo. Percibió esa noche que Gabino la visitaba, se acostaba a su lado y la besaba. “Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpito”, recordó. Asumió, con los años, que su hijo había ido a visitarla para despedirse antes de caer peleando en la batalla de Pradera del Ganso, de esa misma tarde. Llevaban días enfrentando al Segundo Batallón de Paracaidista británico cuando saltó de su trinchera y al grito de sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo”, tal como definió Ramón Alegre, su compañero en el Regimiento 12.
En 1997, Elma viajó a Malvinas por primera vez. En el cementerio de Darwin recorrió 237 cruces blancas sin derramar una sola lágrima. “Allí sentí que estaba cumpliendo con lo que él me había pedido en sueños: no llorarlo en el lugar que sufrió y murió”. Se abrazó a la placa que había llevado, y en la que había grabado su nombre, y caminó entre las tumbas. Ninguna cruz tenía el nombre de su hijo. “¿Dónde tengo que poner este recordatorio?”, se preguntó. “Esperaba sentir algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que debía apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hijo me dijera: ‘Estoy acá, mami’. Entonces me arrodillé, dejé la placa y le recé”, recuerda.
Pasó una década. En 2008, los albores de esta misión de identificación y reparación histórica con los familiares de la guerra de Malvinas, Julio Aro se acercó a visitar al paraje correntino en el que vivía la madre de aquel valiente soldado argentino que había fallecido a sus 19 años. Elma Pelozo no dudó cuando le contaron su propuesta: “Por favor, encuentren a mi hijo”.
Pasó otra década. En 2017 se realizó el Plan Proyecto Humanitario, luego de un acuerdo entre la Argentina y el Reino Unido. Con el trabajo de la Cruz Roja Internacional y del Equipo Argentino de Antropología Forense, se supo finalmente que Gabino descansa en la parcela A, fila 2, tumba 15. Había sido el primer “soldado argentino sólo conocido por Dios” identificado gracias a que apenas arribado a las islas, decidió anotar su número de DNI en una chapita identificatoria dentro de las Islas. Precisamente, ese número 16404614 fue el que permitió corroborar su identidad.
Los familiares de estos soldados realizaron dos vuelos históricos a las islas, en 2018 y 2019. Elma no pudo viajar: su diabetes se había agravado y tuvieron que amputarle las piernas. Tenía reservado su lugar en los aviones, pero los médicos no aconsejaron que hiciera la travesía. Pero a la Fundación No me olvides, canal oficial que arbitró esta campaña de identificación de soldados sin nombre, le faltaba acercarle los restos de su hijo a esa mujer que había sido clave en la misión humanitaria. Lanzaron una campaña para subirla a un vuelo sanitario. “Sueño con poder despedirlo frente a su cruz. Rezarle una oración a dios para que lo tenga a su lado y me lo cuide en el cielo. Y dejarle una flor. Será una de tela, como piden en las islas, pero no importa: es una flor que yo sueño ofrendarle desde que la guerra me lo quitó”, dijo ella.
El documental Los sueños de Elma. Historia de una Madre de Malvinas cuenta el desenlace. Elma, con ochenta años y serios problemas de salud, desea cumplir su anhelo de viajar a las Islas Malvinas para visitar la tumba de su hijo. Y además quiere conocer personalmente a Geoffrey Cardozo, el oficial británico que inhumó a Gabino con honores militares y religiosos en 1982. Las vicisitudes de esta madre que habita en medio del campo constituye el eje dramático del largometraje que tiene su estreno mundial este lunes 6 de octubre de 2023 en el marco del 38º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
El documental es una producción de Miguel Monforte y la Fundación No me olvides: contaron con una gran cantidad de contribuciones para finalizar con este nuevo producto audiovisual que el director dedica al tema de las restituciones de identidades de caídos en Malvinas, las anteriores fueron Héroe corriente (2017), No me olvides (cortometraje producido por Canal Universidad, 2018) y La tumba redimida (2019).
Spoiler: Elma volvió a pisar el cementerio de Darwin el 5 de marzo de 2020. La primera vez que había estado ahí, en 1997, se apoyó en una tumba de la tercera fila para honrar la memoria de Gabino. Esta vez, en silla de ruedas, sin sus puertas amputadas, en la exclusividad de una ceremonia organizada solo para ella, honrada y escoltada por una decena de soldados británicos, el comandante de las Fuerzas Británicas y el sacerdote y teniente de aviación de las Fuerzas Británicas en el Atlántico Sur, llegó a la tumba 15 de la fila dos de la parcela A para dejar su ofrenda final. “Me llevo en mi corazón el haber encontrado a mi hijo. Lloré, recé, pude dejarle una flor de tela y un rosario. Me sentí más cerca de él, aunque es duro saber que ahí está su cuerpito, un cuerpito que salió de mí…”, dijo conmovida.
Dos años después de ese vuelo, Elma recibió finalmente al inglés que le habían prohibido ver en su casa. Esta vez, la visita se planeó en silencio, casi en secreto, sin anuncio previo para evitar inconvenientes. Geoffrey, Aro y Monforte fueron en auto desde Buenos Aires. Viajaron de noche y, tras recorrer alrededor de 700 kilómetros, llegaron muy temprano, cerca de las siete de la mañana. Colonia Pando los recibió con una intensa lluvia. Pero esta vez, nada, ni el mal tiempo, podía entorpecer la reunión. En su casita de adobe y chapa, se vieron las caras personalmente por primera vez y se fundieron en un cálido abrazo. Mientras lo hacían, la mujer le repetía una y otra vez al oído: “¡Gracias por venir!”. Él, antes de tomarle sus manos, le soltó: “Esperé tanto”.
Valió la pena.