En un campo de la estancia Bell, cercano a Conchillas, al oeste del departamento de Colonia, donde nunca pasaba nada, la tranquilidad se rompió por un griterío inusual. Cuando los pobladores salieron de sus ranchos vieron que una gigantesca mole inflada amenazaba con caer sobre ellos.
No solo eso. Dos hombres, tomados de sogas, pataleaban frenéticamente para acompañar el inevitable aterrizaje forzoso. El globo, cuando tocó tierra, rebotó una y otra vez hasta que por fin sucumbió al perder la poca energía que le quedaba. Todos vieron como los dos hombres se incorporaban, sacudían el polvo de sus ropas y se abrazaban.
Lo primero que preguntaron, como si nada hubiese ocurrido, dónde podían conseguir un teléfono. Les dijeron que en el pueblo había un aparato. Ellos amagaron con ir caminando las cinco leguas, pero les facilitaron un carruaje. Antes de irse, ataron el globo para que no continuase dando vueltas.
Sorpresa de Navidad
Ellos era Jorge Newbery y Aarón de Anchorena. Era el miércoles 25 de diciembre de 1907 y habían hecho historia, al ser los primeros en cruzar en globo el Río de la Plata.
Aaron Félix Martín de Anchorena había nacido en Buenos Aires el 5 de noviembre de 1877. Se desempeñaba desde 1902 como secretario honorario en la embajada argentina en Francia. Miembro de la elite porteña, el 16 de noviembre de 1901 participó de la primera carrera automovilística corrida en el país. Con un Panhard Levassol de 8 HP a nafta salió primero en la pista del viejo hipódromo del Bajo Belgrano, cuyos restos de pistas pueden adivinarse en las calles semicirculares en las inmediaciones del estadio de River.
Por 1904 hizo un viaje a caballo de cuatro meses por la Patagonia, acompañado por un variado equipo, que incluía un guía, un fotógrafo, un taxidermista y algunos perros. Llegó hasta la isla Victoria y se encontró con el Perito Moreno. Tan maravillado quedó que a su regreso le pidió al gobierno el usufructo de la isla para convertirla en un parque nacional. Llevó diversas especies y animales, construyó un muelle y dependencias, pero en 1911 desistió de ese proyecto. Aún hoy se puede admirar las coníferas que mandó plantar y que hoy es un bosque espléndido. Incansable, años después recorrió Formosa, y tomó contacto con comunidades indígenas.
Su papá Nicolás Hugo Anchorena Arana había fallecido en 1884 y la fortuna familiar era inteligentemente administrada por su madre María Mercedes Castellanos de la Iglesia. Ella hizo lo imposible para que su hijo desistiese de la locura de volar. Para convencerlo, ofreció regalarle una estancia. Y él le tomó la palabra, con la condición que él elegiría las tierras.
Mientras fue diplomático en Francia, voló en un aerostato con el brasileño Alberto Santos Dumont y quedó tan maravillado, que se asoció al Aero Club francés.
En el campo que esa entidad disponía en Saint Cloud, recibió instrucción del reconocido aeronauta Paul Tissandier, quien había aprendido a volar con Wilbur Wright. Obtuvo el brevet de piloto de globo y completó once vuelos, siete de ellos con un esférico con envoltura de seda, de 1200 m3. Antes de regresar al país a mediados de 1907, se compró uno, de tela amarilla y le hizo coser el nombre en letras rojas: Pampero.
Esa mañana del 25 de diciembre de 1907 el francés que lo acompañaría en el cruce del Río de la Plata estaba fuera de sí. Trataba de explicarle que el gas para el alumbrado público con el que se estaba inflando el globo no servía. Como Aarón no entraba en razones, este técnico -un experto en ese tipo de vuelos que había sido contratado especialmente- se lo explicó con lápiz y papel: la fuerza en kilos por metro cúbico era de solo 0,725, muy lejos de 1,203 del hidrógeno. En esas condiciones, advirtió, que ni loco se subiría.
Un gentío se había dado cita en el campo de la Sociedad Sportiva Argentina, donde actualmente se levanta el Campo Argentino de Polo.
La odisea del Pampero
Ante la negativa de su compañero por ser parte del viaje, Aarón no se amilanó. Preguntó, a viva voz, si alguien deseaba acompañarlo en la aventura en el Pampero. Hubo uno que dio un paso al frente: Jorge Newbery. De 32 años, se había recibido de ingeniero electricista en Estados Unidos y como tal se había empleado en la Armada. En 1900 renunció para convertirse en Director General de Instalaciones Eléctricas, Mecánicas y Alumbrado de la municipalidad porteña. Era un enloquecido de los deportes y del vuelo. Los presentes se entusiasmaron con su decisión, ya que por entonces era una persona conocida.
Ambos estaban por emprender una aventura increíble.
Eran las 12:45 cuando los dos hombres, ubicados en la canasta del globo, dieron la orden de soltar las sogas. Se había demorado horas en inflarlo con gas, y no se había logrado hacerlo en su total capacidad.
El globo comenzó a elevarse y gracias al viento que soplaba a veinte kilómetros del sudoeste encaró hacia Uruguay. Por precaución, el yate Pampa de Anchorena seguía el trayecto, y dos lanchas torpederas lo hicieron hasta el límite con el país vecino.
El globo llegó a los tres mil metros. En el medio del río se percataron que perdían altura. Comenzaron tirando las bolsas de lastre y los efectos personales. Como no alcanzó se arrojaron las dos anclas, la de tierra y la de agua, las sogas y todo el instrumental. También terminó en el agua la cámara fotográfica con la que Newbery había tomado imágenes de la ciudad de Buenos Aires desde el aire.
Llegar a Uruguay como sea
Pero no hubo caso. Tomaron una drástica decisión. Se colgaron de la red del globo y desprendieron la canasta en la que viajaban.
Estaban casi al ras del río. Y así llegaron a Uruguay, con el un aterrizaje forzoso pero con la misión cumplida.
Esta fue la primera actividad aérea ejecutada por argentinos, con medios y apoyos nacionales y está considerada como el origen del vuelo civil y militar de nuestro país.
Regresaron a Buenos Aires en el yate de Anchorena, en el que cargaron el globo, que desaparecería en el vuelo nocturno del 17 de octubre de 1908, llevando a bordo a Eduardo Newbery, hermano de Jorge, y al sargento primero Eduardo Romero.
Para Aarón de Anchorena, fiel a la promesa que le había hecho a su madre, fue el final de su carrera en el aire, a pesar de que sería uno de los fundadores del Aero Club, conformada entonces por 41 socios. Anchorena fue presidente y Newbery el vice segundo. A esa entidad cedió el “Pampero”.
Para Newbery fue el inicio de años de conquistar los cielos. En 1911, con el globo “Huracán”, –volando sobre Argentina, Uruguay y Brasil- logró el récord sudamericano de duración y distancia, al recorrer 550 kilómetros en 13 horas.
Aarón, gracias al acuerdo que había llegado con su madre, compró 11 mil hectáreas no muy lejos de donde había caído con el globo, en tierras de las que se enamoró apenas las vio, en la desembocadura del río San Juan.
Es en la zona donde Sebastián Gaboto levantó el 15 de febrero de 1527 un mísero fuerte que luego abandonó. Casi treinta años después Juan Romero, por orden de Irala, levantó la ciudad de San Juan que sería destruida por los charrúas. Aarón de Anchorena, legó en su testamento al gobierno uruguayo unas 1400 hectáreas para destinarlas a fundar un parque nacional que llevase su nombre. Levantó un castillo estilo Tudor, una estancia y un parque de 800 hectáreas. El castillo suelen usarlo los presidentes del país vecino como casa de descanso.
Anchorena falleció el 24 de febrero de 1965. Pidió que sus restos descansasen en la torre de piedra con un faro, que construyó en esas tierras que había visto por primera vez desde el aire cuando encararon la locura de cruzar el Río de la Plata en globo.
Fuentes: Aarón de Anchorena. Una vida privilegiada, de Napoleón Baccino Ponce de León – Presidencia de la República de Uruguay; Jorge Newbery, el señor del coraje, de Danilo Albero; colección revista Caras y Caretas años 1907 y 1908.