Habla suavecito, pausado, como eligiendo cada palabra. Convencido, por propia historia, de la importancia de encontrar las palabras que permitan contar, que habiliten a nombrar.
“Mi transición ocurrió de bastante grande. Desde que tengo memoria que sé quién soy, pero no existía ni siquiera el concepto, la palabra, porque cuando hablamos de personas trans usualmente se piensa en mujeres. Mi infancia y adolescencia fueron en los 90. No se sabía que había algo que se llamaba `varón trans´, entonces era muy difícil poder autodefinirse. La primera vez que supe del concepto de varón trans dije `ah claro, eso soy yo, esto existe, esto se llama así y es lo que me viene pasando toda mi vida´. Pero a esa altura había tenido a mi hija, y no es fácil tomar una decisión que sabía que iba a afectar no solamente mi vida sino la vida de mi hija en distintas dimensiones”.
Sebastián Medrano tiene 38 años, pero comenzó a habitar su identidad de varón trans hace tres o cuatro años.
“Viví muchos años como una madre lesbiana, que era suficiente motivo de discriminación para mi hija. Por ejemplo, había familias que no dejaban que sus hijas, compañeritas del colegio, vinieran a casa. Mi hija podía visitarlas, pero a mi casa no las dejaban venir. Era otra época, no teníamos ni ley de matrimonio igualitario. Ese tiempo lo viví bajo una identidad que no era totalmente la mía aunque no estaba tan alejada. Mantenía un aspecto muy masculino. De hecho, me rapé la cabeza durante 10 años. Más o menos eso me ayudó a contener. Porque aun estando la ley de matrimonio y la ley de identidad de género siempre me preguntaba qué iba a pasar con mi hija si yo transicionaba. Qué explicaciones iba a tener que dar en la escuela a sus compañeros, qué iba a pasar si yo tenía que firmar el boletín y no coincidían los registros. Pensaba en qué haría si me despedían porque yo necesitaba trabajar. Siempre estuve a cargo de manera exclusiva de mi hija. Por eso, decidí posponerlo y posponerlo. Mi plan original era esperar a que mi hija cumpliera 18 años para transicionar. Pero no llegué, no aguantaba más. Ella tenía 17 y fue como un salto al abismo”.
Arrojarse al deseo. Animarse a ser a pesar del mundo y en este mundo. Confiar en lo que se siente, en el rugir que sale de las tripas y que no quiere silenciarse más, ni posponerse más, que ya no se contiene.
“Llevaba 12 años trabajando en una empresa de tecnología, con un cargo jerárquico. Mi jefe estaba en Colombia y era bastante mayor que yo. Por una diferencia sociocultural también pensaba `¿cómo le explico a este señor? ¿Qué va a decir? ¿Va a creer que enloquecí? No va a entender de qué le estoy hablando´. Pero tomé coraje y un día lo llamé. Le di una charla larguísima sobre un montón de cosas. Y me acuerdo que me respondió: `La verdad es que no entiendo nada de esto, necesito que me ayudes a aprender. Quiero escuchar, quiero acompañar´. Yo tenía razón en que no iba a entender, pero no tenía razón en tener miedo a su reacción. Fue lo mejor posible”.
Cuando Sebastián saltó al abismo entendió que no saltaba solo, y que los tiempos de su procesar recién se iniciaban para los demás. Sebastián entendió y decidió ser paciente, respetar la transición de los suyos.
“Era yo quien iba a transicionar pero iba a afectar a mi entorno. Y eso incluye el entorno laboral. Entonces, si durante 12 años había trabajado con personas que me llamaban de una forma era lógico y esperable que al principio se confundieran, que usaran un pronombre que no era el correcto. Entendí que estaban tratando, que se estaban esforzando y que hay cuestiones que parten de la costumbre. Entendí que no había mala voluntad. Sino me hubiera ofendido”.
Devenir que fluye, que se va haciendo rutina, hábito, que deja de hacer ruido para sonar armónico, obvio y claro.
“Finalmente, tenía una buena carrera, un buen empleo, pero sobre todo estaba trabajando en una empresa que me aceptaba, que me respetaba y valoraba. De ahí que cuando me contactaron, tiempo después, de una multinacional pensé que cambiar era un suicidio. O sea, la propuesta laboral era sin dudas una mejora y un avance en mi carrera, pero a la vez me preguntaba si realmente valía la pena hacer ese intercambio de bienestar por desarrollo laboral. Lo que decidí fue avisar en la primera entrevista que estaba por comenzar mi transición. Si para ellos eso significaba un problema, perfecto, yo seguía donde estaba. Pero no solo no fue un problema. La compañía tenía una fuerte política de inclusión”.
Para Sebastián asumir un nuevo rol jerárquico se sintió como un nuevo salto al abismo. Pasaba a ser el jefe trans de un grupo de personas cisgénero.
“Me preguntaba ¿cómo lo van a vivir? ¿Me van a respetar? ¿Me van a responder? ¿No van a querer tener un jefe trans? ¿Van a renunciar? ¿Les tengo que decir que soy trans ni bien conozco al equipo o primero nos conocemos y después les digo?”
Generalmente, ingresar a un espacio de trabajo viene de la mano de un montón de incertidumbres, miedos; facilita que afloren inseguridades, dudas. Son momentos difíciles para aquietar la mente. La angustia extra que brota de imaginar eventuales discriminaciones identitarias no son cuestiones que las personas cis debamos atravesar. Es una angustia extra que nadie debería atravesar.
“Elegí primero conocernos y después decirles. Aproximadamente a los dos meses, cuando habíamos establecido un vínculo, me di cuenta de que seguía sin blanquearlo. Claramente había algo que me incomodaba o me daba miedo la reacción. Así es que me propuse enfrentar la situación y hablar con mi equipo. Creo que tuve suerte, porque la verdad es que nada cambió. En absoluto”.
Cambiar para ser mejores
El recorrido laboral de Sebastián Medrano tiene elementos muy excepcionales y otros que se repiten como loros en infinidad de historias del colectivo trans.
En diálogo con Infobae lo aclara Emilio Maldonado, director General de Factor Diverso, una agencia que asesora a organizaciones locales y multinacionales de la región en la búsqueda de mayor inclusión: “Sebastián pudo desarrollarse en su profesión e insertarse en el mercado laboral porque transitó tardíamente. La realidad de la mayoría de las personas trans, en América Latina y en el mundo, es que no logran acceder al mercado formal del trabajo porque no pueden terminar la educación secundaria y mucho menos pasar a una educación superior. Incluso los procesos de reclutamiento y selección terminan siendo un muro imposible de sortear”.
En Argentina, 574 personas travestis, transexuales y/o transgénero se encuentran trabajando en el Poder Ejecutivo Nacional, organismos centralizados y descentralizados. La información surge del informe que el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad (MMGyD) realizó, hasta diciembre de 2022, para monitorear la implementación de la Ley 27.636 de Promoción de Acceso al Empleo Formal para Personas Travestis, Transexuales y Transgénero “Diana Sacayán-Lohana Berkins” ─más conocida como “Ley de cupo laboral trans”─. Aunque la contratación señala un crecimiento sostenido, a este ritmo se necesitarían 18 años para cumplir con el cupo mínimo de 1% de los cargos y puestos del Estado Nacional para la población travesti trans y no binaria.
Del sector privado o sindical, ni noticias. Y es una pena porque la amplia trayectoria de intervención de Factor Diverso señala, por ejemplo, que la rotación disminuye hasta en 36% en empresas diversas e inclusivas.
“La comunidad trans es por lejos la más marginada del colectivo LGBTIQ+, con las mayores tasas de cesantía, de no acceso a un mercado de trabajo formal y un largo etcétera. De modo que cuando logran un espacio laboral de pertenencia el nivel de compromiso y de ponerse la camiseta es muy alto”, describe Maldonado.
Pero las mutaciones no son únicamente individuales. Ajustando un poco las palabras de la activista y referente travesti-trans Lohana Berkins podría decirse que “cuando una persona trans entra a una empresa, le cambia la vida a esa persona trans; pero muchas trans dentro de una empresa cambian la empresa”.
Sebastián Medrano lleva un largo rato facilitando la contratación de empleados/as/es trans en la multinacional donde se desempeña como jefe.
“Cuando entré en la compañía sentí que tenía una responsabilidad, que no podía quedarme con esta suerte o este privilegio para mí solo. Por un lado quiero ayudar a que otres de la comunidad tengan acceso a una vida mejor, a beneficios y a un trabajo que les genere ganas de ir. Y lo otro que pasa es que querés ver gente como vos. Sino, es una experiencia muy solitaria. Estoy convencido de que cuantas más personas trans ingresen en las empresas más se va a transformar el día a día y se irá normalizando la existencia de otras identidades”, se entusiasma Sebastián y entusiasma.