Prilidiano Pueyrredón: la vida del genial artista que escandalizó a Buenos Aires con los primeros desnudos femeninos

En el Día del artista plástico argentino se recuerda la muerte del talentoso pintor, arquitecto y urbanista, quien fue un adelantado para su época, y dejó huella no solo en el arte, sino además en el campo de la arquitectura. Dejó un legado importante en pinturas y en construcciones famosas, como la Quinta de Olivos y un puente que lleva su nombre, luego de que se le cayera otro en el Riachuelo

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Autorretrato de Prilidiano Pueyrredón. Era también un hombre de campo, aficionado a la caza. Autorretrato, 1863
Acuarela sobre papel, 22 x 52 cm Colección Museo Mitre (Gentileza Museo Pueyrredón)
Autorretrato de Prilidiano Pueyrredón. Era también un hombre de campo, aficionado a la caza. Autorretrato, 1863 Acuarela sobre papel, 22 x 52 cm Colección Museo Mitre (Gentileza Museo Pueyrredón)

El encargo al artista, recién llegado del “Viejo mundo”, no pudo ser más comprometido. Un grupo de federales que deseaban halagar a Juan Manuel de Rosas le encargaron un retrato de su joya más preciada: su hija Manuelita.

Juan Nepomuceno Terrero, Luis Dorrego y Gervasio Ortiz de Rozas, al contratarlo, indicaron que el color del traje debía ser colorado, así como el entorno, y que la mujer, de 33 años, debía aparecer lo más buena y risueña posible.

El retrato de Manuelita Rosas, vestida de rojo bien federal (Museo Nacional de Bellas Artes)
El retrato de Manuelita Rosas, vestida de rojo bien federal (Museo Nacional de Bellas Artes)

Debía quedar espléndido, porque lo presentarían en un baile de gala, especialmente organizado para la ocasión. A cada asistente se le regalaría una litografía del retrato.

El artista era Prilidiano Pueyrredón y haría historia en el campo de la pintura y la arquitectura en nuestro país. Su retrato de Manuelita, una tela de 1,65 por dos metros maravilló a todos.

El que se transformaría en el retratista preferido de la burguesía local, era hijo de Juan Martín de Pueyrredón, aquel director supremo que tanto hizo por ayudar a José de San Martín en su campaña libertadora. En Buenos Aires cursó sus estudios primarios hasta que su padre decidió hacer las valijas e irse a Europa, debido a sus convicciones unitarias. En Cádiz había montado una oficina de importación de cueros.

Reírse de sí mismo. Una caricatura suya pidiendo limosna. Buenos Aires, 1864							
Tinta sobre papel. Colección Museo Pueyrredón
Reírse de sí mismo. Una caricatura suya pidiendo limosna. Buenos Aires, 1864 Tinta sobre papel. Colección Museo Pueyrredón

Cuando el negocio familiar tambaleó, los Pueyrredón quisieron estar más cerca de Buenos Aires para cuidar sus intereses y se establecieron en Río de Janeiro. En esa ciudad Prilidiano habría tomado contacto con artistas y tendencias en boga. Cuando regresaron a Europa, el joven Prilidiano decidió estudiar ingeniería en la famosa Escuela Politécnica de París.

En sus estancias en el Viejo mundo visitaba a José de San Martín, aunque nunca lo retrató, pero sí hizo retratos de Bernardino Rivadavia.

Por 1849 los Pueyrredón regresaron a Buenos Aires. En 1850 moriría su papá y su hijo no solo trajo el diploma de ingeniero bajo el brazo, sino además se destacaba por su talento en el lienzo. Fue en ese tiempo en que le encargaron el famoso retrato de Manuelita.

Fue el primero en Buenos Aires en pintar desnudos y generó un escándalo. Óleo sobre tela, El baño,1865, 102 x 126,5 cm,  		
Colección Museo Nacional de Bellas Artes (Gentileza Museo Pueyrredón)
Fue el primero en Buenos Aires en pintar desnudos y generó un escándalo. Óleo sobre tela, El baño,1865, 102 x 126,5 cm, Colección Museo Nacional de Bellas Artes (Gentileza Museo Pueyrredón)

Consultada por Infobae, Eleonora Jaureguiberry, secretaria de Cultura y Ciudad del Municipio de San Isidro, y de quien depende el Museo Pueyrredón, contó que la obra de Prilidiano puede dividirse en tres grupos: los retratos, que los hacía a pedido; los paisajes, que obedecían a sus impulsos e inclinaciones y los desnudos, considerados, entonces, como “pintura de salón”, donde también circulaba la fotografía erótica, muy de moda en los salones europeos. Fue el primer pintor de desnudos femeninos en Buenos Aires.

Dio rienda suelta a su vocación retratando por encargo a personalidades porteñas de aquel momento. Muchos lo tacharon de inmoral por sus cuadros “La siesta” y “El baño”, que entonces se exhibían en forma privada y que el público conocería muchos años después. Manteniendo el recato, se decía que esos cuadros eran sobre “temas escabrosos”. Se conservan en el Museo Nacional de Bellas Artes. Se presume que fue su criada la que posó como modelo.

Las pinturas de la sociedad porteña las hacía por encargo. Retrato de Remedios y Ana Langdon, Josefa Sáenz Valiente, Juana Leloir y las señoritas Klappenbach. Óleo sobre tela, 100 x 81,5 cm. Colección Matteo Goretti (Gentileza Museo Pueyrredón)
Las pinturas de la sociedad porteña las hacía por encargo. Retrato de Remedios y Ana Langdon, Josefa Sáenz Valiente, Juana Leloir y las señoritas Klappenbach. Óleo sobre tela, 100 x 81,5 cm. Colección Matteo Goretti (Gentileza Museo Pueyrredón)

Era una persona de ideas muy modernas que se maravillaba con los adelantos tecnológicos. Usó la fotografía para crear algunas de sus obras, pero no para hacer una copia sino como fuente de inspiración que las imágenes le provocaban.

Cortejó sin suerte a su sobrina Magdalena Costa. Vivían cerca y la familia de la chica no quiso saber nada con esa relación, posiblemente por la fama de libertino que se le adjudicaba. Quedó un retrato de ella que nunca finalizó, tal vez a propósito o tal vez postergado por otros trabajos.

En Cádiz, donde años atrás se había establecido su familia, tuvo un amorío con una joven llamada Alejandra Heredia, con la que tuvo una hija, Urbana. Nunca más las volvió a ver aunque mantuvieron correspondencia. En su testamento le dejó a Urbana una suma de dinero, aunque no la reconoció como hija.

Cuando regresó al país en 1854 se involucraría en proyectos relacionados a su experiencia como ingeniero y arquitecto.

Pintó y decoró la capilla del Cementerio de La Recoleta; en 1856 bajo su dirección construyó una Pirámide de Mayo sobre los cimientos de la original de 1811; diseñó un parque junto a lo que era el Paseo de Julio, lugar obligado de los porteños a orillas del río en lo que hoy es la avenida Leandro N. Alem; diseñó la Plaza de la Victoria y participó en las remodelaciones del edificio que años más tarde se transformaría en la Casa Rosada.

Autorretrato de Prilidiano Pueyrredón
Autorretrato de Prilidiano Pueyrredón

Insistía ante el gobierno en la necesidad de que la ciudad contase con servicios de agua corriente y cloacas. Las epidemias del cólera y de fiebre amarilla le darían la razón.

Tenía muchos amigos, entre ellos Leandro Pereyra, un pintor aficionado y productor agropecuario como él. Otro de sus amigos, Miguel de Azcuénaga, hijo del vocal de la Primera Junta, le había encargado el rediseño de la quinta de fin de semana que había heredado de su padre, y que estaba en Olivos. Azcuénaga planeaba criar caballos, que daría lugar a la Cabaña Azcuénaga. Pueyrredón eligió un estilo neoclásico, con terrazas divergentes que se abrían en diagonal en dirección al río. La construcción quedó coronada con un mirador. Nacía lo que actualmente conocemos como la Quinta de Olivos, residencia de los presidentes.

El estilo arquitectónico iba a contramano de lo que aquí se conocía y llamó la atención la cantidad de ventanas que la nueva casa tenía, por eso algunos la tildaron de “pajarera”.

Tenía un especial sentido del humor que se refleja en las cartas que escribió a sus parientes y aún en la correspondencia formal. Una muestra de ello es que cuando le preguntaron qué significaban las tres “P” con las que firmaba sus obras, respondió que eran las iniciales de “Pedro Pablo Prilidiano Pueyrredón, pintor por pocos pesos”.

También era un eximio caricaturista, especialmente sobre sí mismo; se dibujaba gordo y pelado y cuando el gobierno se atrasó en sus pagos por las obras de remodelación de la Plaza de la Victoria, mandó una caricatura suya pidiendo limosna.

Jaureguiberry destacó que Pueyrredón “fue el principal fabricante de nuestra memoria colectiva. Esos paisajes del campo y de la ciudad que eternizó son de los primeros años del nacimiento de nuestra nación”.

Cuando en mayo de 1858 una crecida destruyó el precario puente que cruzaba el Riachuelo, Pueyrredón y un grupo de colegas presentaron al gobierno un proyecto de puente de hierro, que fuera giratorio para permitir el paso de los barcos. El gobierno lo aprobó, se trajo de Inglaterra la estructura de hierro y en diciembre de 1867 estuvo listo. El día de su inauguración se transformó en una pesadilla: una falla de cálculo en los pilotes hizo que cuando giraron el puente, toda la estructura cayera al río. Pueyrredón elaboró otro proyecto que no alcanzó a ver terminado. Los disgustos y las presiones aceleraron su enfermedad, una diabetes que lo tenía a maltraer. Murió el 3 de noviembre de 1870 en su quinta “Santa Calixta”, ubicada en Juncal y Libertad. El puente -que lleva su nombre- se inauguró el 9 de noviembre de 1871.

En sus últimos años pintó a su padre con ternura. Óleo sobre tela, 92 x 73,5 cm. Colección Facultad de Derecho, UBA (Gentileza Museo Pueyrredón)
En sus últimos años pintó a su padre con ternura. Óleo sobre tela, 92 x 73,5 cm. Colección Facultad de Derecho, UBA (Gentileza Museo Pueyrredón)

Hizo un retrato de su padre y cuando éste falleció, decidió donarlo a la Universidad de Buenos Aires, por todo lo que había hecho en sus tiempos de director supremo para que Buenos Aires tuviese una casa de altos estudios. La obra, atesorada en el decanato de la Facultad de Derecho, se destaca por la ternura y la sencillez que le imprimió el genial pintor.

Fuentes: Secretaría de Cultura y Ciudad – Municipio de San Isidro; Muestra “Celebramos Prilidiano”- En el Museo Pueyrredón martes, jueves, sábados y domingos hasta el 3 de diciembre

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