El 23 de octubre de 1932 Abel Ayerza, 26 años, estudiante de medicina, fue secuestrado en medio del campo, cerca de la estancia Calchaquí, en Marcos Juárez, donde pasaba sus vacaciones junto a sus amigos Santiago Hueyo, hijo del ministro de Hacienda del presidente Justo y Alberto Malaver, hijo de un funcionario del gobierno de Alvear. A la madrugada volvían del cine, acompañados por Juan Bonetto, el mayordomo de la estancia, cuando a unos cientos de metros de la entrada al campo familiar los paró un hombre que salió de un auto, estacionado a la vera del camino.
El padre de Ayerza, también llamado Abel, había fallecido el 14 de julio de 1918. Fue un prestigioso médico que descubrió la hipertensión arterial pulmonar idiopática, enfermedad que lleva su apellido. Su papá Toribio, también médico, fue el primero en hacer una traqueotomía en nuestro país y con Guillermo Rawson fueron los fundadores de la filial local de la Cruz Roja.
Simulando un desperfecto, los secuestradores estaban ocultos. Cuando se acercó el auto que manejaba Ayerza, lo pararon con el pretexto de conocer cuál era el camino hacia Marcos Juárez y fueron reducidos.
A Ayerza y a Hueyo, los captores -de fuerte acento italiano- obligaron a subir al auto y luego ataron a Malaver y a Juan Bonetto. Antes de irse pincharon los neumáticos.
Al día siguiente Hueyo fue liberado a unos veinte kilómetros de Rosario. Mandó un telegrama a Malaver con la noticia y se tomó el tren a Retiro.
Hueyo buscó ser lo más reservado posible. Recordaba haber estado en una casa donde había un perro que tenía un especial ladrido, como si estuviera ronco, y pudo describir el piso de la vivienda. Como los detalles trascendieron a la prensa, Vicente y Pablo Di Grado, los dueños de esa casa donde los habían encerrado, mataron al animal y levantaron el piso.
En el sótano de aquella casa mantuvieron cautivo a Ayerza.
En secreto Hueyo le entregó a Adela Arning, la madre de Ayerza, una carta de los secuestradores, con las instrucciones para pagar 120 mil pesos de rescate. La primera condición fue dejar afuera a la policía. Ayerza, luego de que lo trataban muy bien, pedía “pagar sin titubeos y no dar absolutamente ninguna publicidad ni a la gente ni a la policía”. También indicaba no dejarse influenciar “por los entendidos que dicen que no se debe pagar. Paguen enseguida, inmediatamente”.
En la entrega del rescate, se debía transitar durante cuatro días seguidos, el camino entre Rosario y Marcos Juárez en un auto que debía llevar una bandera argentina en su radiador.
Una tormenta que duró dos días complicó las cosas. Mientras tanto la policía local, inexperta en este tipo de casos, estaba desorientada. La única pista era el acento italiano de los delincuentes. Hubo muchos hombres de esa nacionalidad detenidos, que no tenían nada que ver.
El 29 llegó de Buenos Aires el comisario Víctor Fernández Bazán, jefe de Robos y Hurtos. Era conocida su frase “primero disparo, después pregunto”, que muchos llamaban Ley Bazán. Puso el foco en la actividad mafiosa en la ciudad de Rosario.
Por 1930 la ciudad de Rosario se había ganado el mote de la “Chicago argentina”, por el accionar de diferentes grupos mafiosos, dueños del delito en esa urbe. El poder lo disputaba por un lado Juan Galiffi, un siciliano que había llegado al país por 1910. En sus inicios se ganaba la vida como obrero en Gálvez y nadie sabe cómo, en tiempo récord, fue dueño primero de una barbería, luego de bares hasta ser propietario de campos y de caballos. Se lo conocía como Chicho Grande.
Su rival era su antigua mano derecha, su compatriota Francisco Marrone. Las traiciones no demoraron en llegar y se convirtieron en enemigos. Marrone, para eludir a la justicia italiana que lo buscaba por dos crímenes, adoptó la identidad falsa de Ali Ben Amar de Sharpe. En Rosario era conocido como Chicho Chico.
Había una industria de los secuestros, donde muchos de los damnificados pagaban y no hacían la denuncia.
Lo que nadie supo fue que el 30 de octubre la familia había pagado el rescate, siguiendo las instrucciones escritas por el propio Ayerza en su cautiverio. Dos amigos de la familia, Horacio Zorraquín Becú y Mario Peluffo debieron caminar en cierta dirección por la calle Ayolas de Rosario, luciendo pañuelos blancos en el bolsillo del saco. En un momento, un hombre llamado Salvador Rinaldi se bajó de un auto y exhibiendo un billete de diez pesos les preguntó si tenían algo para entregar. Era la contraseña convenida.
Así le dieron un maletín con 120 mil pesos. Rinaldi les dijo que mañana o pasado sería liberado.
El 2 de noviembre en Córdoba se anunció la detención del siciliano Carlos Rampello, quien había estado implicado en otros secuestros. Según la policía, el secuestro se planeó en la chacra de su tío y la banda estaba formada por José Frenda, Juan Vinti, Felipe Campeone, Romeo Capuani y Santos Gerardi. Hizo fruncir el ceño a más de uno cuando se anunció que Domingo Catera habría sido el entregador, un conocido comisionista que siempre se destacó por su honradez y rectitud.
Surgió que a Ayerza lo tendrían oculto en el pueblo de Cruz Alta, pero por más allanamientos y redadas en esa zona no hallaron nada, desconcierto que se sumaba a las contradicciones en las que incurría el detenido.
A Vinti y Frenda no los encontraban y la policía de Rosario y de la Capital empezaron a acusarse, y se suponía que alguien de adentro de la policía les pasaba el dato a los delincuentes.
Se cumplió el mes y Ayerza no aparecía. Fue cuando la familia habló públicamente y manifestó su deseo de contactar a los secuestradores. ¿Qué es lo que había ocurrido? Cuando el 30 se pagó el rescate se mandó el mensaje, vía telegrama, de “Manden al chancho”, que pasó por varias manos antes de ser enviado. El destinatario del mensaje era un criador de chanchos de Corral de Bustos, que debía avisar a los Di Grado que liberasen a Ayerza.
El 1° de noviembre fue asesinado. Su cuerpo fue llevado a Corral de Bustos y luego enterrado en la zona de Chañar Ladeado.
Hay dos hipótesis sobre su asesinato. Una, que interpretaron mal el mensaje, y el “manden” fue cambiado por “maten” y otro a que los Di Grado se sintieron acorralados por la policía y además temían que una vez liberado, Ayerza lograse identificarlos.
Lo cierto que a lo mataron por la espalda y lo enterraron en un maizal. El hallazgo del cuerpo, ocurrido el 22 de febrero de 1933, causó una profunda conmoción. Hubo quienes pidieron la aplicación de la pena de muerte, especialmente sectores de la ultraderecha. El Poder Ejecutivo envió al Congreso un proyecto de pena de muerte por electrocución, el método que se aplicaba en Estados Unidos, pero no fue aprobado por el Congreso.
Los Di Grado fueron detenidos y culparon a Vinti y éste a ellos. Cayó toda la banda. Capuani y Di Grado fueron condenados a perpetua; Gerardi fue detenido en 1934 y también condenado a perpetua.
Eran hombres de Juan Galiffi. Si bien al jefe mafioso no se le pudo probar nada, en 1933 fue deportado a Italia y murió de un ataque cardíaco en 1943 en Milán durante un bombardeo, durante la segunda guerra mundial.
Adela Arning donó los fondos para la erección de la parroquia Nuestra Señora de la Merced, en Ranelagh, que se inauguró en 1936, en homenaje a su infortunado hijo que había tenido el peor fin.