Había nacido en Río Cuarto el 19 de septiembre de 1918 como Gustavo Argentino Marambio Catán, pero él, con el tiempo y con la intención de hacer las cosas más simples, eliminó el Catán, un apellido conocido en el ambiente tanguero, ya que un tío suyo, Juan Carlos Marambio Catán fue cantante y compositor.
Provenía de una familia de militares. Su papá fue el teniente coronel Argentino Marambio Catán. Egresado como subteniente en 1937, dos años después logró ser aviador militar y a partir de 1944 pasó a la Aeronáutica. Fue piloto en Líneas Aéreas del Estado, profesor de meteorología y desde 1950, con el grado de vicecomodoro, estuvo destinado a la Base Aérea Militar de Tandil.
Fue entonces cuando se involucró en la Operación Enlace, un proyecto de la Fuerza Aérea de exploración de la Antártida, hasta entonces una inmensidad prácticamente desconocida. La palabra “Antártida” la crearon los geógrafos griegos cuando estudiaron la Tierra a partir del siglo V A.C.. Al polo norte lo denominaron “ártico” porque sobre él se encuentra la estrella polar que pertenece a la constelación de la Osa Menor (“arktos”, que significa “oso”). Y al polo opuesto, el Sur, lo llamaron “antiártico” o antártico.
Los primeros intentos por explorar este mundo de hielo se habían iniciado, en nuestro país, en 1880, cuando el presidente Julio A. Roca patrocinó una expedición austral encabezada por el marino italiano Giácomo Bove, pero llegó solo a explorar las costas patagónicas. Sin embargo, este apoyo revelaba el interés por conocer qué había más allá al sur de la Tierra del Fuego.
El avión que Marambio usó para internarse en el continente blanco fue un Avro 694 Lincoln, al que bautizaron con el nombre de “Cruz del Sud”. Era un cuatrimotor que fue modificado para cumplir la misión de volar y explorar.
Debía tener la autonomía suficiente para ir y volver.
Eran tiempos en que las máquinas poseían un instrumental más primitivo. La brújula que incluía no era exacta, producto del movimiento del avión o por un viraje no muy pronunciado. Los campos magnéticos también conspiraban contra su precisión.
Además, había que cuidarse de los vientos del oeste y los del sudoeste, los que solían traer ventisca que disminuía la visibilidad. Los pilotos solían echar mano de la navegación astronómica, usando el sol o la luna para guiarse.
El carácter de Marambio lo llevó siempre a emprender sus trabajos bajo la imposición de volar “a todo o nada”.
A las 9.20 del 1 de diciembre de 1951 despegó de Río Gallegos. Lo acompañaban el capitán Jorge Naveiro como primer piloto; el teniente Facundo López, segundo piloto; el capitán Jorge Alberdi, observador; el teniente Enrique Zambrano y el alférez Ricardo Baluarte, navegadores; los radiooperadores el suboficial principal Rodolfo Cascallares y el suboficial auxiliar Armando Bacinello; el mecánico suboficial auxiliar Juan Viola el suboficial auxiliar Enrique Nadal como fotógrafo.
Luego de dejar atrás el Pasaje Drake, pasó primero por Decepción, una isla volcánica situada entre las Shetland y la península antártica. Su nombre se lo puso el cazador de focas norteamericano Nathaniel Palmer en 1820 que, como tantos otros, masacraban a estos animales ya que el aceite que le extraían se destinaba, principalmente, a iluminación.
Luego fue el turno de Melchior, una isla que recuerda a un almirante francés. De ahí, Marambio cruzó por el sur el Círculo Polar Antártico hasta el paralelo 70° Sur y sobrevoló la bahía Margarita. Cuando pasó por la base San Martín, ubicada en el islote Barry, arrojaron provisiones.
Aterrizaron en Río Gallegos a las 21 y cuarenta.
Durante el año siguiente hizo diversos vuelos a fin de determinar posibles lugares para instalar una pista de aterrizaje.
Marambio había marcado el camino. El 28 de octubre de 1965 con un Avro Lincoln, el primer teniente Jorge Francisco Martínez efectuó un vuelo de 22 horas sin escalas. Distintas expediciones recogen muestras del suelo para determinar el lugar donde construir una pista, como la realizada en noviembre de 1968 cuando un grupo, llevado en helicóptero desde el rompehielos General San Martín, comprobó que era el lugar indicado.
Era la isla Seymour, que llevaba el nombre de un marino inglés que había navegado en esas aguas en el siglo anterior. Está a 200 metros sobre el nivel del mar. Su suelo es tierra arcillosa, con piedras y rocas. Vieron la ventaja que los fuertes vientos impedían la acumulación de nieve. El peligro era que en esa suerte de limo -especialmente duro por el intenso frío- cuando las temperaturas subían el hielo se derretía y convertía en barro a varios sectores de la pista, y se corría el riesgo de que las ruedas del avión se hundiesen.
El grupo que desembarcó del rompehielos a fines en 1968 serían los integrantes de la Patrulla Soberanía, compuesto por unos 25 hombres al mando del Teniente Oscar Pose Ortiz de Rozas. Se alojaron en la Estación Aeronaval Petrel y en la Base Aérea Teniente Matienzo. Luego de diversos estudios, se decidió instalar la pista sobre la meseta de la isla.
Prepararon carpas, picos, palas y víveres y un grupo electrógeno. En un monomotor Beaver se dirigieron al lugar elegido. El avión, que pudo aterrizar ya que se le habían adaptado esquíes, hizo varios viajes llevando implementos, provisiones y más hombres.
Instalaron un precario campamento y pusieron manos a la obra. Cuando el estado del tiempo así lo permitía, se dedicaban a la construcción de una pista, a mejorar el terreno y despejarlo de rocas y de hielo. Al mediodía del 25 de septiembre de 1969 el Beaver aterrizó en la pista original, de 300 metros. Lo hizo usando el doble sistema de esquí y rueda. Era piloteado por el teniente Oscar Pose Ortiz de Rozas, acompañado por el suboficial principal Ramón Velázquez; llevaban al jefe del Grupo Aéreo de Tareas Antárticas vicecomodoro Mario Olezza. Mientras tanto, la pista, a golpes de pico y pala, fue creciendo en longitud, llegando a los 900 metros.
El 29 de octubre de 1969 aterrizó el biturbohélice Fokker F 27, que llevó a autoridades del gobierno nacional para la inauguración formal de la base. Lo hizo usando el tren de aterrizaje convencional.
Se había construido la primera pista de aterrizaje de tierra en la Antártida. La base se convirtió en el punto de partida de las misiones científicas que se desarrollan durante el verano. Fue bautizada con el nombre de Vicecomodoro Marambio.
Sin quererlo, el pueblo santafesino de Villa Mugueta salió del anonimato el jueves 12 de noviembre de 1953 cuando, a unos 12 kilómetros, ocurrió una tragedia impensada. Era alrededor de las 9 y media de la mañana y dos aviones, volando a más de mil metros de altura, se rozaron. Un De Havilland Dove, un bimotor de fabricación inglesa que había despegado de la base aérea de El Palomar se cruzó con un trimotor Junkers que venía de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba. Por unos instantes el primero, luego de perder un ala, mantuvo la estabilidad pero terminó precipitándose a tierra en tirabuzón. El Junkers intentó un planeo pero un kilómetro más adelante se estrelló y se incendió. Murieron en total 20 personas.
El piloto del De Havilland Dove era el vicecomodoro Marambio. Tenía 35 años.
En Villa Mugueta, en el lugar del accidente, se enterraron los restos de los dos aviones y un monumento recuerda esa tragedia. Y la base en la Antártida lleva el nombre de quien surcó por los aires los lejanos cielos antárticos.