El 26 de octubre de 1983 fue un día muy especial y llamativo dentro de las actividades de la campaña electoral por la presidencia de la Nación que pondría fin al régimen militar que llego al poder con el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Faltaban cuatro días para que la sociedad en pleno votara a 14.512 representantes y el censo indicaba que lo harían 18 millones de ciudadanos de los cuales alrededor de 6 millones votaban por primera vez. Ese día el radicalismo realizaría su cierre de campaña presidencial en la Capital Federal, nada menos que en la avenida 9 de Julio.
El desafío era muy grande de allí que el comité de campaña de Raúl Ricardo Alfonsín pensaba concretarlo en la cancha de River Plate, donde era más fácil la entrada y salida del público y la llegada de colectivos. El candidato era partidario de hacerlo en el Obelisco y con una sola frase definió la situación: “Si no puedo llenar la 9 de Julio no puedo ser presidente.” El acto radical fue lo contrario de lo que sería horas más tarde la concentración peronista en el mismo lugar, donde el candidato Ítalo Argentino Lúder se veía rodeado desordenadamente por personajes a los que poco le interesaban lo que iba a decir. En su marcha hacia el palco, acompañado por el empresario Carlos Spadone, Luder perdió un zapato en medio de la aglomeración y tuvo que dar su discurso de cierre de campaña con un zapato menos. Como apntaría el mismo Spadone sus palabras fueron “una cosa híbrida”. El cierre peronista fue recordado por la quema de un féretro que simbolizaba a la Unión Cívica Radical y Lúder pasaría a convertirse en el primer candidato peronista derrotado en elecciones absolutamente libres y claras. “Nadie imaginaba por entonces que la definición electoral del 30 de octubre iba a ser tan contundente en favor del candidato radical”, opinaría Horacio Jaunarena, ex Ministro de Defensa en su libro “La casa está en orden”.
Sin embargo, desde semanas antes Alfonsín tenía la impresión de que obtendría el triunfo. Lo observaba en las caras de los ciudadanos y ciudadanas, lo presentía por la actitud del simple votante hacia su persona. Tras la derrota de la guerra de Malvinas, el 17 de julio de 1982 se lanzó a la presidencia con un acto en la Federación Argentina de Box. Dentro de la larga contienda electoral, Alfonsín va a tener un gran acierto cuando, bajo la atenta mirada de su jefe de campaña (Raúl Borrás), va a recitar en sus actos cada día más masivos el Preámbulo de la Constitución Nacional. La primera vez que lo hizo fue durante su visita a Misiones el sábado 23 de octubre de 1982.
Luego del acto multitudinario en la 9 de Julio el candidato radical cerró su campaña el viernes 28 de octubre en el Monumento a la Bandera, Rosario, nada menos que la “capital del peronismo” en esos tiempos. A partir de las cero hora y después de casi una década de vigencia ininterrumpida en todo el territorio nacional cesa el régimen de estado de sitio porque el gobierno militar considera “superadas las graves circunstancias de conmoción interior”. Las encuestas de opinión no generaban tanta atención como sucedería en la década siguiente y algunos de sus colaboradores preferían la pregunta personal, el mano a mano. Fernández Cortés, integrante de la intimidad del candidato radical, fue uno de los responsables de organizar el acto final en Santa Fe. Sospechaba que se ganaba pero quería estar seguro. Por las noches recorría los bares rosarinos más frecuentados y hablaba con las chicas que hacían “presencias” o “trabajaban” en las noches. Eran las que escuchaban a sus clientes y le hablaron. “La gente dice que gana el macho” le contaban. “¿Quién Luder?” Preguntó. “¡No! Alfonsín” respondían. Al volver a Buenos Aires para cerrar los detalles del acto final, le dijo a su jefe: “Preparate porque ya ganaste. Las chicas de la noche dicen que ganas vos”.
Después de Rosario el candidato necesitaba descansar y se enclaustró por unas horas con sus colaboradores de mayor confianza en la quinta de Boulogne del empresario Alfredo Odorisio, gracias al pedido de Emilio Gibaja, más tarde Secretario de Información Pública de la Nación. El día de la elección se instalo en la quinta una pequeña infraestructura para la recepción de información: seis líneas telefónicas, tres aparatos de televisión y varias radios. Inicialmente, apenas unas treinta personas lo acompañarían. Después de las 18 horas comienzan a llegar los primeros resultados, la Antártida le da la primera alegría. Entre otros, festejan Borrás, Dante Caputo, Germán López, Fernández Cortés y sus hijos. Después de las 19 horas, tras el paso de las horas, le dirá al cordobés Víctor Martínez su compañero de fórmula: “Víctor estamos ganando”, recibiendo como respuesta un “¡Raúl no me haga eso!”. Enfundado en su habitual campera azul, se lo ve más gordo (dice que aumento 15 kilos), tranquilo pero cansado a pesar de una larga y reparadora siesta. A veces sale a caminar por el parque de la quinta en compañía de una de sus hijas, luego se tira en la cama principal para mirar el televisor. Bajo la atenta mirada de Astigueta, su médico personal, habla poco, apenas unos comentarios y alguno que otro movimiento de cabeza frente a las noticias que arrojan los canales de televisión.
Luego aparecen Bernardo Grinspun, que será su primer Ministro de Economía, y Conrado “Cacho” Storani (Secretario de Energía). Luego comienzan a llegar los primeros cómputos de la provincia de Buenos Aires. En tres mesas de Lanús el radicalismo 500 votos y 100 para Lúder. “No puede ser”, exclamo Alfonsín, Alejandro “Titán” Armendáriz estaba ganando la gobernación. En Córdoba el radicalismo iba a delante. La tendencia general era muy favorable, el radicalismo aparecía como la primera minoría. Cerca de las 22 horas se le sirvió una cena en compañía de su esposa María Lorenza Barreneche, quien había llegado con el traje gris que se pondría más tarde para ir al comité nacional de la calle Alsina.
El peronista cordobés Bercovich Rodríguez ya reconocía su derrota mientras las imágenes de la TV mostraban a la gente que iba saliendo a la calle a festejar una victoria que estaba al alcance de la mano y en la calle Reconquista 1016, cuartel general del peronismo, todo era silencio. A las 23, 20 Alfonsín se atreve a anunciar su triunfo a los presentes pero pide que no se haga público. El radicalismo ya llevaba un millón de votos de ventaja. “¿Cómo toma todo esto?” le pregunta un periodista. “Con mucha modestia” respondió. Más tarde se escucharon algunas frases altisonantes, como las de Armando Balbín, el hermano del histórico Don Ricardo, “El Chino”: “Esta no es una puja entre dos partidos. Hoy se definen dos estilos de vida en la Argentina”. Tampoco faltaron algunas espontáneas consignas, como en Avellaneda: “Que papelón, que papelón, alfonsinazo en la provincia de Perón”. Los otros candidatos presidenciables casi no hablaban porque se los había devorado la polarización: “Paco” Manrique, Oscar Alende, Rogelio Frigerio.
En la madrugada del lunes 31 el presidente electo llegó a la calle Alsina, rodeado por una multitud que apenas lo dejaba avanzar. Con gran esfuerzo llegó al primer piso y después de infinidad de abrazos, salió al balcón acompañado por Víctor Martínez para anunciar lo que ya se sabía. “Hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie… hoy comienza una nueva etapa en la Argentina”. Horas más tarde Lúder lo fue a visitar y reconocer su fracaso al presidente electo. Intentando dar una señal a la sociedad, Alfonsín le ofreció ser presidente de la Corte Suprema de Justicia. Con su habitual frialdad y parsimonia, Lúder no aceptó.
A la hora de hacer las cuentas la fórmula Alfonsín-Martínez había ganado por un margen tan holgado (52 por ciento y Lúder-Bittel 40 por ciento) que no fueron necesarios los acuerdos en el Colegio Electoral. No existía en ese tiempo la segunda vuelta (ballotage) y en el caso de un resultado ajustado la cuestión se resolvía mediante acuerdos entre los electores que integraban el Colegio Electoral. Al día siguiente el presidente electo de la Nación y la plana mayor del radicalismo se juntaron en la estancia “La Encarnación” de Alfredo Bigatti a pocos kilómetros de Chascomús, donde comenzó a confirmarse el futuro gabinete presidencial. Una semana más tarde llega a Buenos Aires desde los Estados Unidos el economista Raúl Prebisch y se encuentra con Alfonsín, Grinspun, Enrique García Vázquez, Alfredo Concepción y Roque Carranza en la quinta de Boulogne con “el ánimo de prestar colaboración”. Intentará a encarrilar una de las cuestiones más pesadas y delicadas para el futuro gobierno, nada menos que la cuestión de la deuda externa. En esas horas todo era optimismo.