Ante el sorpresivo ataque español, que venía degollando a quienes se resistían a rendirse, al hombre lo ayudaron a subirse a un maturrango que era evidente que no había nacido para ser montado. Grandote, obeso, como pudo se mantuvo sobre el animal hasta que cayó en una zanja justo cuando un soldado erró el disparo que le hizo.
Se puso de pie mientras los enemigos lo rodearon. A pesar de tener el uniforme embarrado, quiso mantener la dignidad, adelantó el pie derecho y tomó la empuñadura de su sable. Lo desenvainó y cuando los españoles se preparaban a pasarlo a mejor vida, tomó el arma por su hoja y la ofreció en señal de rendición.
Se llamaba José Alejo Feliciano Fernández Campero, aunque sus nombres completos incluían Martiarena del Barranco, Pérez Uriondo y Hernandez de Lanza, Caballero de Calatraba, cuarto Marqués del Valle de Tojo, Conde de Jujuy, Caballero de la Real Orden de Carlos Tercero, Conde de San Mateo, comandante general de la Puna y coronel mayor del primer regimiento peruano. Había nacido en Yavi, en el norte de Jujuy y, por herencia familiar, recibió el marquesado del Valle de Toxo, creado por el rey Felipe V de España en 1708, que abarcaba tierras en Jujuy, Salta, el norte de Catamarca, el sur de Chuquisaca, el suroeste de Potosí y el desierto y Puna de Atacama. Pasó a la historia como el marqués de Yavi.
Era un oficial del ejército realista que antes de la batalla de Salta cometió, para la madre patria, el peor de los pecados: se pasó a los patriotas.
Por su parte, en el ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano, se había incorporado el barón Eduardo Kaunitz de Holmberg, que había nacido en Tirol en 1778. Veterano de las guerras napoleónicas, había llegado junto a José de San Martín, a quien había conocido en España, en la George Canning en marzo de 1812.
Los dos serían directos perjudicados por lo que determinaría la Asamblea del Año XIII, la supresión de los títulos de nobleza.
Hubo otra personalidad que había sido honrado con un título nobiliario. El 11 de febrero de 1809 Santiago de Liniers, por la defensa de Buenos Aires en las invasiones inglesas, fue ungido por la corona con el título de Conde de Buenos Aires. Pero como el Cabildo protestó argumentando que esta distinción ofendía los privilegios de la ciudad, se lo cambió por el de Conde de la Lealtad. A diferencia de lo que ocurría, a Liniers no se le otorgaron tierras ni dominios.
Volvamos nuevamente a 1812. José de San Martín y sus socios de la Logia Lautaro no sacaron los regimientos a la calle ese 8 de octubre de 1812 para hacer caer el Primer Triunvirato para nada. El gobierno que se instaló tenía en claro dos premisas que guiarían su accionar: declarar la independencia y darse una constitución.
Pero, aparentemente el diablo, encarnado en Gran Bretaña, metió la cola. Ese país trabajó pacientemente para que no declarásemos la independencia, ya que se hubiese roto ese frente común monolítico contra el avance de Napoleón Bonaparte en Europa.
Lo cierto es que ese cuerpo no declaró la independencia y tampoco dio una constitución. Sin embargo, se pronunció sobre diversas cuestiones, como ser la imposición de un escudo y un himno, escrito en una noche de inspiración por Vicente López y Planes. Además se votó la abolición de las torturas y la Inquisición y se declaró la libertad de vientres, esto es, los hijos de esclavos nacerían libres. Asimismo, se terminaban con los títulos de nobleza, mandando un claro mensaje que todos los ciudadanos eran iguales.
En la sesión del martes 26 de octubre de 1813 se aprobó la ley que prohibía en las fachadas de las casas y edificios públicos la exhibición de “armas, jeroglíficos o distinciones de nobleza”, con el propósito de impedir que las familias se distinguiesen de otras. Esta medida complementaba lo aprobado el 21 de mayo “la extinción de todos los títulos de condes, marqueses y barones en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, iniciativa de Carlos María de Alvear.
En los fundamentos, se explicaba que “para sostener la esclavitud de los pueblos no tienen otro recurso que convertir su mérito el orgullo de sus secuaces y colmarlos de distinciones que fundan una distancia inmensa entre el infeliz esclavo y su pretendido señor. Este es el origen de los títulos de Condes, Marqueses, Barones, etc, que prodigaba la corte de España para doblar el peso de su cetro de hierro, que gravitaba sobre la inocente América.”
“Un pueblo libre no puede ver delante de la virtud, brillar el vicio. Estas consideraciones han movido a la Asamblea, después de una discusión provocada por el ciudadano Alvear, autor de la moción”.
De esta forma se terminaban los títulos de condes, marqueses y barones en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata, iniciativa ratificada en el artículo 16 de la Constitución Nacional, que estipula que “la Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas”.
El otro noble, con título de origen europeo, Holmberg también hizo historia en el país. Estuvo en el Ejército del Norte; peleó en Las Piedras y en Tucumán. Cuando se alejó por diferencias con otros oficiales, se fue a pelear a Montevideo. Luego lo haría contra José Gervasio de Artigas y también participó en la guerra contra el Brasil. Precursor de la telegrafía en el país, falleció en Buenos Aires en 1853.
Fernández Campero fue congresista en Tucumán en 1816 por Chichas.
Ya sin el título nobiliario, se sumó a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes, armando de su propio peculio una unidad militar, a la que llamó Regimiento Peruano, formado por unos 800 hombres. Se envalentonó con algunos pequeños triunfos, en los que fue asistido por los infernales de Güemes.
El 14 de noviembre de 1816 entró con sus hombres en Yavi, que había sido abandonada por los españoles. Sus hombres se dedicaron a saquear todo lo que había dejado abandonado el enemigo y descuidaron la vigilancia. Al día siguiente, mientras Fernández Campero asistía a misa, los españoles al mando del coronel Marquiegui atacaron por sorpresa. Intentó escapar a caballo, pero fue capturado. Los prisioneros fueron llevados a Potosí, donde unos 40, entre ellos tres mujeres, fueron degollados.
En su encierro sufrió todo tipo de tormentos y su salud se resintió notoriamente, a tal punto que hombres como Belgrano y San Martín ofrecieron canjearlo por prisioneros, pero los españoles no dieron el brazo a torcer. Era un noble que los había traicionado.
Fue llevado por los españoles primero a Lima y cuando lo trasladaban a España para ser juzgado por traidor por haberse pasado a los patriotas, estaba tan mal de salud que debieron desembarcarlo en Jamaica. Murió en Kingston el 22 de octubre de 1820.
Por una ley del Congreso, en 2009 realizaron una exhumación simbólica en Jamaica, ya que donde lo habían enterrado, el atrio de la Iglesia de la Sagrada Trinidad que había sido destruida por el terremoto de 1907. Colocaron tierra en una urna y el 9 de abril de 2010 fue enterrada, luego de una ceremonia, en la catedral de San Salvador de Jujuy. De esta forma el marqués de Yavi, luego de tantos años de ausencia, volvía a descansar en su tierra.
Fuentes: El Redactor de la Asamblea (1813-1815); Proyecto de declaración Senado diciembre 2008 Orden del día 1365