Cada 26 de octubre se conmemora el Día de la Suegra, una fecha que no pasa desapercibida para Adriana y Carolina, quienes brindan testimonio sobre el vínculo que construyeron desde que se conocieron hace 16 años. Contrario a los estereotipos y dichos populares, cuentan que no hubo conflictos entre ambas, sino más bien compañerismo y empatía. Incluso decidieron abrir un local juntas en la provincia de Córdoba, donde se dedican principalmente a la venta de telas, pero también incursionan en la confección de prendas y arreglos de ropa. “Ver a un hijo feliz es lo mejor que le puede pasar a una madre, y para mí ella es una hija más, no hago diferencias”, expresa Adriana en diálogo con Infobae.
Allá por 2006 Guillermo invitó a Carolina a un cumpleaños familiar, y ese mismo día le presentó a sus papás. “Fui la primera novia formal que llevó a la casa, éramos muy chicos; yo tenía 20 y él 19, y al poco tiempo de que empezamos a salir ya conocí a mis suegros”, rememora la nuera de Adriana. Se acuerda del primer mensaje de texto que recibió de su futuro marido, donde la invitaba a comer, y desde que aceptó no se separaron más. “Él se hizo muy amigo de mi vecino de toda la vida, nos separaba una tapia bajita de un metro, y estuvo bastante tiempo pidiéndole mi teléfono, pero mi amigo no se lo daba, así que un día le sacó el celular, anotó mi número y me empezó a escribir, hasta que salimos por primera vez, y la remó bastante, pero estuvimos de novios 5 años y cuando nos enteramos que íbamos a ser papás nos fuimos a vivir juntos”, indica.
Ahora su primogénito, Joaquín, ya tiene 12, y luego llegó Agostina, de 8. “Trabajar juntas me súper ayudó porque me permitió manejar más mis tiempos, si tenía que ir a una reunión del colegio, si necesitaba una mano con algo, podía ir y venir, y fue uno de los motivos por los que me animé a sumarme al mundo de las telas, en el que yo no tenía nada de experiencia”, explica Carolina, que antes del emprendimiento pensaba ser Ingeniera Agrónoma. “Hice bastante de la carrera, pero después me cambiaron el plan de estudio y era muy difícil seguir el ritmo; mis prioridades fueron cambiando, y aunque no descarto retomar en el futuro, hoy no siento la misma pasión, y realmente me gusta lo que hago ahora”, sostiene.
Emprender en familia
Casi 40 años de experiencia en venta de indumentaria fue el puntapié para que surgiera una conversación sobre emprender a la par. “Siempre vendí ropa, pero también estudié diseño, di clases de moldería, y mi nuera tuvo la iniciativa de abrir un negocio de telas, así que le empecé a enseñar; ella le puso mucha pila, aprendió un montón y ahora ya está súper encaminada”, comenta Adriana. Atender su negocio que era una casa, para que ella pudiera hacer sus cosas. Yo estaba mediodía y después empezó a estudiar diseño de moda, a confeccionar, a coser, a comprar telas y ahí le empezó a gustar.
En 2016 viajaron a Buenos Aires para hacer las primeras compras y poner en marcha el proyecto. Dieron sus primeros pasos en una casa sin atención al público, hasta que en 2019 apostaron a un cambio y se mudaron a un local en la capital de la provincia de Córdoba, más precisamente en el barrio Márquez de Sobremonte. Así nació “Que Tull Telas”, y fue un cambio positivo para ambas.
“Compramos máquinas de coser, me enseñó a coser, gracias a eso hago también algunos arreglitos, y le hago ropa a mi hija porque me hizo varios moldes, y la verdad es que las dos nos complementamos muy bien”, asegura Carolina. Entre risas, agrega: “Nunca fue una suegra metida, siempre me consultaba para darme su opinión y me decía: ‘Te voy a aconsejar desde lo que me pasó a mí', y yo tampoco soy una nuera complicada, ya nosotras nos entendemos con la mirada, y según la cara con la que la veo llegar me doy cuenta de todo”.
Adriana tiene 62 años y hace poco se jubiló. Sigue yendo al local para ayudar en lo que haga falta, pero considera que los últimos cinco años fueron claves para que Carolina adquiriera todas las herramientas necesarias. “Siempre le dije que no solo se trata de saber vender, sino también de saber comprar, organizarse con los pagos y las inversiones, y como le gustó el rubro, quedó casi todo en manos de ella, y yo voy solo cuando me necesita”, remarca. Hubo muchos momentos inciertos, como la pandemia de coronavirus, pero pudieron sortear las dificultades gracias a la venta de barbijos.
“Se vendió muchísima tela, y como estaba todo cerrado, no había casi colectivos y no se podía ir al centro, nos favoreció porque recurrían a nosotras, y hasta hoy seguimos vendiendo bien por suerte”, cuentan con entusiasmo. También tienen en común la amabilidad y el respeto, valores que fueron de gran ayuda en el trato con los clientes. “Todo lo del negocio lo aprendí de ella, la practicidad para resolver, el optimismo de que de alguna forma siempre se puede resolver, y el instinto que tiene, porque para mí todo el mundo es bueno y ella tiene un ojo tremendo, se da cuenta cuando alguien tiene mala espina, y a la larga o a la corta termina teniendo razón”, señala Carolina.
Las enseñanzas compartidas fueron muchas, y algunas tuvieron que ver con la maternidad. “Tengo una suegra muy evolucionada, que no solo maneja la tecnología, sino que también charlamos mucho sobre ser madre, y ella siempre me inculcó que no hay olvidarse de una misma, de darse espacios personales, de hacerse tiempo para ir a hacer algún deporte, desconectarse, juntarse con amigos, hacer planes en pareja, y eso fue fundamental, porque antes no se pensaba así, había una mirada social que te desaprobaba si no estabas con tus hijos todo el día, y hay otras formas que para mí fueron más sanas”, expresa la emprendedora de 38 años.
Carolina perdió a su madre hace unos años, y su suegra fue una gran contención durante el duelo. “Por más que nadie reemplaza a nadie, sé que puedo contar con ella para lo que necesite, desde siempre me trató como una hija, lo mismo que le regalaba a mi cuñada me lo daba a mí también, a todos sus nietos también por igual, y siempre me sentí muy acompañada”, manifiesta con gratitud. Adriana confiesa que de a poco se volvió una “segunda mamá”, pero desde el inicio la relación fue en excelentes términos.
“Creo que lo de la suegra celosa y mala es algo de antes, era otra época, eso de hacerle la vida imposible a alguien que forma parte de la familia no tiene sentido. Ella es la compañera de mi hijo y cómo no voy a estar feliz si veo la felicidad de mis hijos, y es muy simple: hay que tratar de que todo sea con amor, de buscar la armonía y no ser invasiva, porque ellos también tienen sus vidas”, aconseja.
Ellas no son las únicas que tienen rutinas laborales en dupla en la familia. “Mi hijo y mi marido trabajan en un lubricentro, y Carolina trabaja conmigo, entonces los fines de semana capaz que no necesitan vernos otra vez, y está perfecto que hagan la suya; yo voy solo cuando me invitan, o cuando armamos algún plan familiar, porque otra cosa que me parece innecesaria son las presiones familiares, esa sensación de fallarle a alguien. Yo prefiero adaptarme a lo que ellos elijan, y concentrarme también en mis propios proyectos, como abuela y como jubilada”, enfatiza.
“Siempre nos dicen que no puede ser que nos llevemos tan bien, que somos la excepción a la regla, pero realmente yo no me puedo quejar de mi suegra ni de mi suegro. Nos entendemos mucho, charlamos de todo y no somos de ir al confrontamiento, sabemos cuándo callar y cuando enojarnos, pero por sobre todo, nos ayudamos mutuamente”, concluye su nuera.