“Menos la presidencia, ofrézcanles todo”: el operativo de seducción de Perón para captar radicales en su primer gobierno

Cuando Perón decidió lanzarse a la presidencia en 1945 buscó atraer a radicales que estaban descontentos con la conducción partidaria. Muchos lo vieron como el continuador de la obra de Yrigoyen y otros se acercaron por conveniencia. Quiénes fueron los “correligionarios” que pasaron a defender a capa y espada al coronel candidato

Juan Domingo Perón fue uno de los artífices del golpe del golpe del 4 de junio de 1943. En silencio, construyó su capital político

La indicación del coronel a sus colaboradores más cercanos era sencilla de entender pero no tan fácil hacerla cumplir: menos la presidencia, debían ofrecer todo.

Ese fue el mandato a los que envió a hablar con los radicales para sumarlos a su proyecto político. El gobierno, manejado por los militares que se habían hecho con el poder con el golpe del 4 de junio de 1943, no encontraba el rumbo y Juan Domingo Perón decidió tener sus propios planes.

En 1943 pidió hacerse cargo del Departamento Nacional del Trabajo, una anquilosada dependencia que había sido creada en 1907 y a la que nadie le prestaba demasiada atención. Asumió en septiembre y en diciembre de ese año la elevó al rango de secretaría y se la llamó de Trabajo y Previsión.

Deseaba jugar en política y era consciente que si no tenía un partido detrás se le haría cuesta arriba. Sabía que sus contactos con sindicatos y la implementación de reformas laborales le habían abierto un crédito en un sector de la clase trabajadora. De todas maneras, en su estrategia de candidato presidencial no quería que la sociedad lo viera exclusivamente como el candidato de los obreros.

Juan Hortensio Quijano era un viejo militante radical correntino. Acompañaría a Perón como vicepresidente (Wikipedia)

En la proclama golpista, en la que Perón tuvo que ver, el gobierno de facto anunció que venía para terminar con la corrupción de la década infame y que buscaba la transparencia. Ante una salida institucional, los radicales se sentían seguros ganadores, ya que los conservadores acarreaban un desprestigio por los gobiernos que habían encabezado.

El golpe los ilusionó. Llegaron a decir que el 4 de junio de 1943 era una fecha radical y que el fracaso de la revolución sería el fracaso del radicalismo y el de todo el pueblo en su lucha por recuperar la ciudadanía y la dignidad.

Sin embargo, los militares en el poder tenían otros planes y pronto se volcaron hacia posiciones de derecha. Se disolvió el Congreso, se suspendieron las elecciones que iban a celebrarse en septiembre y se eliminó la palabra “provisional” del gobierno.

En su fuero íntimo, Perón quería ser candidato, pero necesitaba estructura política. Debía buscar un partido que tuviera aceitado el know how de la política y que le abriese la puerta a otros estamentos de la población. Puso la mira en la Unión Cívica Radical.

Los radicales que apoyaron a Perón formaron la UCR Junta Renovadora. Al coronel aparecía en el mismo nivel que Alem e Yrigoyen. Aviso del 21 de noviembre de 1945

El partido, luego de la muerte de Yrigoyen en 1933, estaba en manos de Marcelo T. de Alvear. Una importante masa de militantes yrigoyenistas se sintieron que estaban de más en un partido que se tiraba más hacia posturas conservadoras y que dejaba de lado ese nacionalismo de centro izquierda que encarnaba Yrigoyen.

Cuando Alvear falleció en marzo de 1942, la UCR se quedó sin un líder de peso a nivel nacional y se mostraba incapaz de construir un proyecto hegemónico. Transitaba una crisis de conducción el que hasta entonces había sido una agrupación mayoritaria.

Dirigentes partidarios de segunda y tercera línea, la mayoría de ellos identificados con la figura y el ideario de Hipólito Yrigoyen, que estaban en la oposición de la conducción partidaria, estaban trabajando en la renovación, ya que no se sentían representados en un partido al que consideraban alejado de la realidad.

El golpe del 4 de junio de 1943 fue saludado con entusiasmo por una importante porción de la población, que vio la finalización de la llamada "década infame".

Los alvearistas se inclinarían por integrar la Unión Democrática, mientras que otros tomarían dos caminos bien diferenciados: unos fundarían la Intransigencia dentro del partido y otros optarían por Perón quien, a su entender, encarnaba lo más parecido al catecismo yrigoyenista.

Ya desde 1943 Perón, a través de terceros, inició contactos con radicales. Creía que ellos no apoyarían a un candidato salido del partido militar. Desaparecido Alvear, el líder con mejor imagen era Amadeo Sabattini. Entre 1936 y 1940 había hecho una excelente gestión como gobernador de Córdoba. En un primer movimiento envió a Arturo Jauretche, integrante de FORJA, a sondearlo.

Sabattini demostró que era un hueso duro de roer y no se dejó convencer. Jauretche solo le sacó la promesa de una fórmula Sabattini-Perón, y cuando éste se enteró, le agradeció por su gestión y no lo recibió más.

A la derecha, Ricardo Guardo. Venía del radicalismo, organizó un Centro Universitario que apoyó a Perón y fue presidente de la cámara baja entre 1946 y 1948

El propio Perón se entrevistó en una oportunidad con Sabattini a mediados de 1944. Fue en el despacho del administrador de Ferrocarriles del Estado mayor Juan C. Cuaranta, ya que era amigo del dirigente radical. Sabattini sabía que Perón los necesitaba: “Estos militares necesitan de la UCR por ser la única salvación del país”, dijo.

Hablaron quince minutos sin testigos. Perón le habría ofrecido al radicalismo todos los cargos electivos -senadores, diputados, gobernadores, legislaturas provinciales, municipalidades- menos el candidato a presidente. Sabattini le respondió que por los cargos no había problemas, pero que el candidato a presidente debía salir del radicalismo. Y que si Perón deseaba serlo, debía afiliarse al radicalismo, “pues el partido no puede llevar un candidato que no esté afiliado”.

“¡Este Sabattini no entiende nada! Su cerebro entra en una caja de fósforos”, bramó Perón, según recuerda Félix Luna.

Perón contó con otros emisarios para acercar a dirigentes radicales: el correntino Juan Hortensio Quijano, quien sería su vicepresidente; el odontólogo Ricardo Guardo, perteneciente a una tradicional familia yrigoyenista, y que se transformaría en el primer presidente de la Cámara de Diputados; Eduardo Colom, director del diario Democracia, el primer medio que apoyó a Perón y el que acuñó en un titular el nombre “peronismo”. También estaban Diego Luis Molinari, Oscar Albrieu, y Raúl Bustos Fierro, quien destacó el “llamamiento generoso que hizo Perón a la UCR”, todos fueron hablando con distintos dirigentes de la talla, por ejemplo de Ricardo Balbín y Jacinto Oddone, que no se dejaron seducir.

Armando Antille, santafesino, fue legislador durante el gobierno de Yrigoyen y su abogado defensor cuando estuvo detenido en Martín García (Wikipedia)

También colaboraron en el operativo el coronel Domingo Mercante y Francisco Capozzi, un radical del barrio de Flores, empleado en la jefatura del puerto de Buenos Aires.

Si bien existieron quienes se negaron a pasarse de bando porque no creyeron que Perón triunfaría, muchos yrigoyenistas vieron en este militar un continuador del presidente fallecido. Sostenían que esa comprensión del alma popular, de la ética de la sinceridad y de justicia social de la que hacía gala Yrigoyen, la habían encontrado en él.

Algunos se acercaron con la idea de sumarse a un nuevo proyecto y otros lo hicieron con la secreta intención de que, una vez en el gobierno, manejarían a su antojo a este coronel que no le conocían pasado en política.

Lo que no calcularon es que Perón pensaba lo mismo de ellos: quería captarlos, usar los comités que el partido tenía diseminado en todo el país, dejarlos hacer y llegar a la presidencia.

En la medida que Perón iba tomando más poder, hubo radicales que se acercaron a colaborar con el gobierno que debió reestructurarse. Fueron los casos, por ejemplo, de Quijano, un terrateniente correntino que en 1945 sería ministro del Interior; Armando Antille, que había sido legislador durante el gobierno de Yrigoyen y su defensor cuando fue encarcelado por la dictadura, se desempeñó como secretario de Hacienda.

De todas formas, para el partido eran “desertores” y “colaboracionistas” y creyeron que tendrían un papel importante en un gobierno peronista.

Luego del 17 de octubre Perón ya se sintió candidato. Debía ordenar a los hombres a los que había captado.

Perón en la campaña electoral de 1946. Mucho del recorrido por el interior lo hizo en ferrocarril

En la segunda quincena de ese octubre nacieron los partidos que lo llevarían a la presidencia. Los dirigentes obreros que hicieron el 17 de octubre crearon el Partido Laborista, a cuyo frente quedó Luis Gay, secretario general de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos.

Los radicales se nuclearon en la Unión Cívica Radical Junta Renovadora, manejada por la muñeca partidaria de Quijano. Los diarios aludían a ellos como “la agrupación radical de los ex ministros” Además se formó un partido minoritario llamado Independiente, donde confluyeron conservadores y nacionalistas que no comulgaban ni con los radicales ni con los laboristas.

De octubre de 1945 hasta enero de 1946 en los discursos que Perón pronunció, siempre hubo un párrafo de elogios para Alem e Yrigoyen. “Me toca enfrentar a los mismos enemigos que a Hipólito Yrigoyen”; “era incapaz de venderse a nadie; es un ejemplo para la posteridad”, dijo en declaraciones a La Prensa. Admitió haber votado por él en 1916.

Cuando la campaña electoral entró en la recta final, los próceres radicales fueron borrados de los discursos, aunque no de los panfletos en los que se los destacaba junto al nombre de Perón. Aún así, en la gira electoral que el coronel realizó en enero de 1946 por el norte del país, fue aclamado como el sucesor de Yrigoyen.

Paredes pintadas durante la campaña electoral, en este caso por la fórmula Perón Quijano

No fue nada sencillo manejar estos partidos, ya que los radicales y los laboristas se llevaban peor que perros y gatos. Los laboristas los despreciaban, al considerarlos exponentes de la vieja política del arreglo, del fraude y de la chicana. “Eran los primos burgueses”, sostenían.

En la elección de candidatos solo se pusieron de acuerdo en llevar la fórmula Perón-Quijano, aunque los laboristas hasta último momento lucharon para que fuera Domingo Mercante. En la confección de los candidatos a cargos electivos, quedó demostrada la inocencia y la inexperiencia de los laboristas, que en muchos distritos llevaron las de perder por los reflejos de los radicales a la hora de imponer nombres. En 6 de los 15 distritos electorales fueron con listas separadas.

Para coordinar la campaña electoral, Perón designó a Juan Atilio Bramuglia al frente de una junta nacional de coordinación política, y fue uno de los trabajos más difíciles tener que congeniar posiciones entre renovadores y laboristas.

En las elecciones generales del 24 de febrero de 1946 Perón fue electo presidente, gracias a los votos de la clase obrera y los que aportaron esos radicales que, bien está decirlo, habían sido echados del partido. Era intolerable para la Unión Cívica Radical colaborar con un candidato que había sido rotulado de nazi—fascista.

Aviso del Partido Laborista, cuando invitaba al acto de proclamación de la fórmula Perón Quijano

En mayo de 1946 ocurrió algo impensado para los laboristas: Perón anunció la disolución de las fuerzas que lo habían apoyado y la conformación del Partido Unico de la Revolución Nacional. Los radicales, acostumbrados a la disciplina partidaria, acataron, pero los laboristas no lo podían creer: en octubre del año anterior habían armado un partido de la nada, habían aportado muchos votos para que Perón fuese presidente y ahora les decían que debían disolverse. Una gran parte aceptó a regañadientes la medida pero un sector, liderado por Cipriano Reyes, no. Los próximos meses el pobre Reyes –uno de los motores del 17 de octubre- experimentaría en carne propia lo que significaba enfrentarse a Perón. Persecuciones, torturas y cárcel, calvario que terminó en 1955.

A la hora de elegir las autoridades de la cámara, Perón se inclinó por el radical Ricardo Guardo como presidente, mientras que el joven Rodolfo Decker, laborista, sería el presidente del bloque de 109 diputados oficialistas. La inexperiencia del joven Decker obligó a Guardo a cumplir, en determinadas ocasiones, el papel de jefe de bloque, tal como recordaría años después.

En los primeros días de abril estuvieron los resultados de los comicios de febrero (Diario La Prensa)

Algunos debates en la cámara de diputados entre los radicales que apoyaban a Perón y los que habían permanecido fieles al partido, que contaban con 44 diputados, son antológicos. Los renovadores consideraban a Perón como un segundo Yrigoyen, que ellos cuando su líder fue encarcelado hicieron el 17 de octubre, y que los radicales cuando derrocaron a Yrigoyen no habían movido un dedo y que el partido radical como tal ya había dejado de existir.

Algunos sostenían que continuaban siendo radicales, otros que se definían como radicales-peronistas y otros que ya deseaban no acordarse de su pasado.

Los que hasta no hacía poco habían transitado su vida en la militancia radical, decían, por ejemplo, que el régimen peronista era de recuperación nacional y sostenían sentirse orgullosos de llamarse “radicales peronistas”.

“El pueblo ha encontrado un jefe” -señaló Oscar Albrieu, quien cuando conoció a Perón quedó deslumbrado- “el jefe que había buscado durante 14 años”, confesó.

Cuando Balbín, jefe de la bancada radical, ironizó sobre quiénes eran “los diputados de la revolución” como se hacían llamar los oficialistas, Guillot le respondió que “somos soldados de una revolución que tiene a Perón por conductor y jefe, porque Perón trabaja para la República y para la revolución”.

“El Partido Peronista está realizando lo que no fueron capaces de hacer los radicales”; “No ha sido el peronismo el que ha abandonado las doctrinas sentadas por el doctor Hipólito Yrigoyen”, le enrostraban a los radicales los que se convirtieron al peronismo. Con el correr de los años, muchos de esos radicales quedarían relegados y desdibujados en una maquinaria partidaria que se confundiría con el Estado, donde solo había lugar para un solo conductor.