La dura crítica de un general después de la derrota en Malvinas y el plan de un gobierno de coalición que fracasó

Luego de la caída de Puerto Argentino, los mandos militares se vieron envueltos en una lucha interna. El gobierno de Bignone que anticipó el adiós al Proceso y las negociaciones con los partidos políticos que desembocaron en las elecciones de 1983 donde triunfó Raúl Alfonsín

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Asunción del general Reynaldo Bignone
Asunción del general Reynaldo Bignone

El 1° de julio de 1982, a pocas semanas de la caída de Puerto Argentina, en Malvinas, asumió el general de división (RE) Reynaldo Benito Bignone, el último presidente del régimen militar. Recibió la banda y el bastón en la Casa de Gobierno, no en el edificio del Congreso como había ocurrido con los anteriores mandatarios del Proceso, sin el respaldo de la Armada y la Fuerza Aérea. El nuevo mandatario de facto recibió la herencia del Proceso sin beneficio de inventario. Salvo el ministro del Interior, general Llamil Reston, todos los ministros fueron civiles.

Durante su gestión llevó el país como pudo hacia la institucionalización, en medio del desbande.” Sobrellevó todos los inconvenientes, hasta los atisbos de interrupción del proceso: desde las conspiraciones del general Juan Carlos Trimarco (jefe del Cuerpo I) y del propio comandante en jefe del Ejército, Cristino Nicolaides (que pensaba llevar a Domingo Felipe Cavallo como ministro de Economía), hasta la crisis de los generales de brigada. Pero no había más margen para otras experiencias castrenses. En esas horas, el conservador Pablo González Bergez manifestó: “Los que no perdimos el sentido de la realidad teníamos previsto este final de catástrofe desde hace dos meses y medio. El país hace varias décadas que vive en plena irracionalidad, con las consecuencias que todos conocemos. La Multipartidaria, con el paso de los meses, entendió los peligros que lo acechaban y, en enero de 1983, lo apoyó. Debió enfrentar la hora del “destape”, cuando la sociedad, tras las revelaciones largamente acalladas en los medios de comunicación, comenzó a tomar conciencia de cómo se había terminado con el fenómeno terrorista en la Argentina.

Alfonsin, Bittel y Contín en la Asamblea Multipartidaria
Alfonsin, Bittel y Contín en la Asamblea Multipartidaria

Si bien las FFAA hablaron al comienzo de la gestión Bignone de marcharse del poder el 29 de marzo de 1984, tuvieron que acortar su mandato. La sociedad no soportaba más y los políticos no querían acordar con quienes habían fracasado. Ganó Raúl Alfonsín, el 30 octubre de 1983, porque la gente entendió que era el que menos manifestaba una “continuidad”. El peronismo no pudo, o no supo hacerlo, y los rumores de un “pacto militar-sindical”, además de ciertos, estuvieron siempre presentes en la campaña electoral de 1983.

Antes de dejar el poder los militares intentaron desmalezar el camino hacia la democracia. Primero, bajo la conducción del canciller Juan Ramón Aguirre Lanari, la Argentina logró un éxito notable para un país que cinco meses antes había perdido una guerra: el 5 de noviembre de 1982, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 37/9 que llamaba a la reanudación de las negociaciones sobre la soberanía de las Islas Malvinas con Gran Bretaña (90 votos a favor, 52 abstenciones y 12 en contra). La resolución fue aprobada con el voto favorable de Estados Unidos. La misma tomaba en cuenta la existencia de un cese de hostilidades de facto en el Atlántico Sur (Aguirre Lanari hablaba de “un cese de hostilidades de hecho”) y la manifiesta intención de ambas partes de no renovarlas. Su innato sentido común y su sensatez generaron el apoyo inmediato del Palacio San Martín. Dos embajadas clave cambiaron de manos. En Naciones Unidas fue designado Carlos Manuel Muñiz y en Washington, previa autorización de la Unión Cívica Radical, asumió el diplomático radical Lucio García del Solar. Antes de aceptar consultó con Carlos Contín, Raúl Alfonsín y Arturo Illia, quienes opinaron que su designación en los Estados Unidos era “vital” para reforzar al gobierno en su salida institucional y como elemento de presión en caso de un golpe que derrumbara a Bignone. Es para tener en cuenta que los dos habían sido analizados años antes para cargos diplomáticos, pero las luchas intestinas en las FFAA impidieron sus nombramientos. Los llamaron a la hora del incendio.

Embajador Carlos Manuel Muñiz
Embajador Carlos Manuel Muñiz

Un día después de la asunción de Bignone, el canciller Juan Ramón Aguirre Lanari recibió un mensaje desde Washington, en el que se le informaba que el embajador Middendorf (embajador americano ante la OEA) partía a Londres con la “misión confidencial” de convencer al gobierno británico de iniciar negociaciones con la Argentina. También mantendría encuentros con miembros del almirantazgo para “urgir liberación prisioneros de guerra argentinos”. Dos semanas más tarde, el mismo funcionario norteamericano habló con el embajador argentino en Washington y le dijo que en el informe que elevó al Secretario de Estado había expresado a los británicos que debían liberar a los presos en las Malvinas, ya que “de facto” la Argentina había cesado las hostilidades. En cuanto a las sanciones económicas que Estados Unidos había impuesto el 30 de abril, Middendorf comunicó en Londres que la Casa Blanca estaba analizando levantarlas.

Durante los años del gobierno militar muchos periodistas conversaron con los militares. No había otra forma de enterarse de lo que ocurría y de lo que habría de ocurrir. “El Gordo” Ricardo Flouret fue uno de los más consultados y de los más respetados. “No parece militar”, dijo una vez un viejo político, y tenía razón. Tenía la lucidez suficiente para escuchar las más duras críticas de los civiles hacia el gobierno y gozaba de una virtud no usual en los hombres de la política: era severo en sus juicios consigo mismo. Por su departamento de Carlos Pellegrini 1343, durante los años más duros del Proceso, pasaron los más variados dirigentes. Desde Vicente Saadi a Raúl Alfonsín y desde Carlos Menem a Marcelo Sánchez Sorondo. A su casa fue a buscar refugio el periodista Rodolfo Fernández Pondal, cuando se dio cuenta de que lo perseguían, pero no llegó a tiempo.

Ricardo Flouret
Ricardo Flouret

El año de Malvinas lo encontró comandando la VII Brigada de Infantería y con sus correntinos se llegó hasta Río Gallegos dispuesto a saltar a las islas. No hubo tiempo, o decisión de parte del comandante del Teatro de Operaciones. Intuyó desde el comienzo que la ocupación de Malvinas había sido mal preparada y peor ejecutada. Pero consideró que, a pesar de las miserias de sus superiores, el Ejército había peleado, y peleado como pudo, con lo que tenía. Sus vivencias lo llevaron a considerar que la Junta Militar había sido “intelectualmente subdesarrollada” y que no había entendido “nada de nada” de lo ocurrido. Conocía muy bien a Bignone, porque trabajó bajo sus órdenes en la Secretaría General del Ejército. Nunca lo respetó intelectualmente y sabía que Nicolaides no era el jefe del Ejército más indicado para el momento de crisis. De todas maneras, sus críticas no eran personales. Eran institucionales y fueron atendidas por varios generales de brigada y oficiales de más baja graduación. Fue la contracara, si se quiere, del general Miguel Mallea Gil, el Agregado Militar en Washington.

Aguirre Lanari con Bignone
Aguirre Lanari con Bignone

El lunes 9 de agosto se realizó en el Colegio Militar una reunión de generales de infantería para considerar los futuros ascensos de coroneles. Antes de asistir decía que estaba en “comunicación” con otros camaradas “para abrir los brazos para cuando se caiga todo”. “Yo no estoy proclamando otro golpe. Sí creo que los enormes problemas impedirán, obstaculizarán, una salida electoral. Propongo un gobierno de coalición que prepare al país para entrar en una época de estabilidad”, dijo antes de ir al cónclave. Su nombre estaba “en el aire para algo”, tanto es así que hasta Corrientes se largaron a verlo un reconocido productor televisivo (Gerardo Sofovich) y un empresario periodístico famoso (Jorge Fontevechia) para ofrecerle “ayuda y dinero”. Esto fue lo que me contó el 7 de agosto de 1982 en Rosario. La reunión de mandos fue presidida por los generales de división Llamil Reston y Luis Santiago Martella (comandante de Institutos Militares) y asistieron una decena de generales de brigada. En el léxico de la época se decía que algunos eran los que tenían “los fierros”. Según me relato Flouret el 10 de agosto de 1982, Reston, ministro del Interior, comenzó hablando de la situación política. “Se mostró muy pesimista sobre la situación actual y dijo que el presidente Bignone le había indicado que debía lograr una ‘concertación’ con los políticos, pero que ninguno de ellos le ‘da pelota’. Que no van al Ministerio del Interior. Además dijo que ‘no hay nada para concertar, lo único que tengo es la fecha de elecciones’.

Ministro Llamil Reston
Ministro Llamil Reston

“El ministro del Interior expresó que ‘el gran poder donde se desarrolla el proceso de subversión es en las Fuerzas Armadas, porque las mismas se encuentran en un estado total de despelote interno. Las Fuerzas Armadas están subvirtiendo todo’. “Reston y Martella dejaron la impresión de estar derrotados, sin ninguna reacción frente a la situación del país. (Aquí intervino otro participante de la conversación con Flouret que contó que el día anterior, a las 11, había estado con Martella quien le comentó que estaba muy deprimido, que tomaba pastillas para dormir y que no había aceptado ser jefe del Cuerpo II). Luego “Reston expuso su conocida teoría de la división del mundo en áreas de influencia después de la cumbre de Yalta de1945. “Flouret respondió que ‘Yalta no corre si se decide construir un país’.” A continuación expresó que había que “decirle la verdad al país; que los soldados pelearon; que la participación de los Estados Unidos al lado de Gran Bretaña fue fundamental”. Reston respondió que “no era conveniente”. Flouret afirmó que “si no se dicen estas cosas se destruye al Ejército, porque no se puede explicar que el Ejército se rindió inmediatamente en Puerto Argentino. Reston reconoció que se había rendido a las dos horas de lucha”. Él era de la opinión que la cúpula del Ejército “estaba en el aire, administrando la crisis”.

Otro punto de disidencia fue el tratamiento de la deuda externa. Flouret le pidió a Reston que entendiera que “ellos (los acreedores) habían cambiado los términos con que se asumió la deuda externa”. Pero Reston dio la sensación de no entender el planteo porque comentó que “la deuda venía de antes”. “Sí, pero las condiciones las cambiaron ellos”, volvió a repetir Flouret. Terminada la cena, Flouret retornó en compañía de [Mario] Menéndez y [Omar] Parada. Les aconsejó que si ellos no mandaban una nota pidiendo ser juzgados junto con todos los generales que habían participado en la toma de decisiones los iban “a cagar miserablemente”. Menéndez explicó que su situación se iba a aclarar con el informe que estaba redactando. (El otro participante en la reunión dijo: “Escucháme, a esos papeles no te los va a leer nadie”.)

La rendicion de Puerto Argentino
La rendicion de Puerto Argentino

El martes 10 de agosto, Reston fue a almorzar a lo de Fernando de la Rúa y otros dirigentes políticos de centro, acompañado del general auditor Carlos Cerdá. Los diálogos del encuentro castrense de la noche anterior fueron narrados por el ministro, seguramente con el ánimo de generar algún tipo de adhesión. Reston transmitió una visión pesimista sobre el momento que se vivía, y aludió al escaso contacto que tenía con los dirigentes políticos representativos y las dificultades que encontraba para concertar una salida, producto de un estado de ánimo generado por la pérdida de Malvinas. Fue entonces que algunos generales de brigada, entre ellos Flouret, transmitieron la preocupación de que desde el poder “se estaba administrando la derrota, que no había signos vitales, que se perdían banderas y que era necesario decir toda la verdad al país”. A juicio de Reston, estas observaciones indicaron que los generales de brigada parecían imbuidos en “corrientes tercermundistas”, las que se agravan por una presunta hipótesis de no pago de la deuda externa.

“El Proceso no se puede rifar, mucho menos permitir un incendio”, dijo Reston. Por lo tanto, sin que desde su cartera se establecieran medidas, admitía que vería con satisfacción que en los grandes partidos prosperaran las iniciativas moderadas. De un modo u otro descartaba de sus planes a las corrientes más críticas de los grandes partidos, fundamentalmente al alfonsinismo y a casi todas las tendencias gremiales del peronismo. [...] Los comensales políticos creyeron entender en las palabras del ministro que, en el futuro, debían ser ellos quienes indicaran a la autoridad militar la fórmula para una concertación política, ya que desde el núcleo del poder se carece de elementos e ideas para forjar un acuerdo. Reston finalmente consideró ante los políticos que la reunión militar podría tener alguna trascendencia “cuando ésta fuera convenientemente narrada al comandante Nicolaides.”

Teniente General Cristino Nicolaides
Teniente General Cristino Nicolaides

Así lo hizo, aunque primero habló con Bignone y luego con Nicolaides. El 24 de agosto, Flouret fue castigado con quince días de arresto, sanción que terminaría con su retiro del Ejército. La causa fue “excederse inmoderadamente en el uso de las expresiones empleadas para formular sus apreciaciones sobre la vida institucional del país”. Sin ser un hombre de izquierda, Flouret terminó apretado por una visión que al momento de la derrota en Malvinas fue vista como de izquierda. Pocos años más tarde, Alfonsín designaría a Flouret miembro del Consejo de Consolidación de la Democracia.

A las 9.30 horas, del 28 de diciembre de 1982, el Comité Militar estableció una larga serie de directivas referidas a la cuestión Malvinas. Nadie pareció darse cuenta, porque no era el mejor día para fijarlas. El 28 se recordaba el Día de los Inocentes. Se repartieron 26 copias con un cuerpo central y 4 anexos. El largo listado de expectativas era un tanto ambicioso, más para un gobierno que preparaba su retirada. En el campo económico, en una gestión que no bajaba del 10% mensual de inflación (en 1982, durante los mandatos de Galtieri y Bignone la inflación marco 343, 5 %), con escasas reservas y ninguna confianza externa, disponía dar “prioridad a las zonas marítimas y terrestres al Sur del Río Colorado a todas las actividades nacionales y extranjeras que contribuyan a su desarrollo a fin de disminuir su vulnerabilidad”. Lo mismo que satisfacer “las necesidades del equipamiento militar y preparación del potencial militar en la medida en que el Comité Militar lo resuelva, de acuerdo con la situación general del país y particular del conflicto”.

Asunción de Raúl Alfonsín
Asunción de Raúl Alfonsín

“El PBI registró en el lapso junio-septiembre, una disminución del 2,8%, siendo del 5,7% la caída correspondiente al acumulado de los nueve meses del año. [.] Las importaciones de bienes y servicios decayeron en un 42,2%. [.] La inversión bruta interna cayó en el tercer trimestre en un 6,2%, mientras que la inversión bruta fija disminuyó aun más: 19,6%.” Éstos y otros parámetros originaron “el bajo nivel de ocupación, fundamentalmente en la industria y en la construcción, y en el deterioro de los ingresos reales de la población”.

El 1° de febrero de 1983, el titular del peronismo, Deolindo Bittel, consideró que “los militares no sirven para gobernar y tampoco sirven para pelear, como lo demostraron en las Islas Malvinas”. Dos días más tarde, la Multipartidaria exigió que la entrega del poder se hiciera “no más allá del 12 de octubre de este año” y reclamó la inmediata rectificación de la política económica-social; la normalización sindical; la solución “a la dolorosa cuestión de los desaparecidos” y una definición de responsabilidades en la guerra de Malvinas (trabajo que realizó la Comisión Rattenbach). El 4 de marzo, Bignone anunció elecciones y la entrega del poder para el 30 de enero de 1984. La dirigencia política no aceptó ese plazo: “Como anestesiado por los siete años de gobierno militar” (el país) “escuchó sin estridencias” el anuncio presidencial. “Pocas veces un mensaje de tanta trascendencia debe haber pasado por tamaña indiferencia frente a la opinión pública.” Finalmente el tironeo llegó a su final: elecciones generales el 30 de octubre de 1983 y la asunción del nuevo presidente de la Nación el 10 de diciembre de 1983.

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