Las dos versiones del origen de Adán y Eva que cuenta la Biblia y la época histórica de su expulsión del Paraíso

La historia de los dos primeros seres humanas es narrada en el Libro del Génesis. El misterio de ser los únicos y llegar a una Tierra ya poblada por humanos. El comienzo de los oficios y las ciudades que le atribuyen a Caín y sus casamientos con dos de sus hermanas

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Adán y Eva como los
Adán y Eva como los pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: el fruto prohibido y la expulsión del Paraíso

Eva y Adán son considerados por la Biblia como los progenitores de toda la humanidad. Su historia nos ha sido contada desde que éramos niños, y es hermosa y terrible. Habla del inmenso amor de Dios, que eligió crear a estas dos criaturas especiales para regalarles el mundo maravilloso que acababa de brotar de sus manos, pero habla también de la desobediencia y de cómo el primer hombre y la primera mujer fallaron a su Padre, mereciendo ser expulsados de su Paraíso.

Pero la historia de Adán y Eva esconde significados mucho más profundos, que ciertamente merecen un examen más detenido. Basta pensar en que aceptar su existencia significa reconocer que toda la humanidad desciende de la misma pareja, y por tanto que todos somos una gran familia. Un concepto no indiferente, especialmente en tiempos en los que la fraternidad y la misericordia son constantemente cuestionadas.

La verdadera historia de Adán y Eva está narrada en la Biblia, y más precisamente en el libro del Génesis. Este libro describe los días de la creación, cuando Dios quiso dar origen al mundo que conocemos y todo lo que lo puebla. En cinco días creó el cielo, la tierra, la luz, las estrellas, todos los peces, aves y animales y en el sexto día decidió crear al Hombre.

Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y señoreemos en los peces del mar, en las aves del cielo, en el ganado, en todas las bestias salvajes y en todos los reptiles que arrastrarse por la tierra”. Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: “Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra; sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:26-28)

Sin embargo, hay una segunda versión de este mismo episodio en la Biblia: “Entonces el hombre puso nombre a todo el ganado y a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes, pero el hombre no encontró ayudante como él. Entonces el Señor Dios entumeció al hombre, y se durmió; le quitó una de las costillas y encerró la carne en su lugar. De la costilla que había tomado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y la trajo al hombre.” (Génesis 2:20-22)

Adán y Eva comen el
Adán y Eva comen el fruto prohibido, tentados por la serpiente. En la Biblia no se menciona que fuera una manzana, como indica la creencia popular

Estas dos versiones se definen, respectivamente, de fuente sacerdotal y de fuente jahvista, y se vinculan con la hipótesis documental o documental, formulada por el biblista alemán Julius Wellhausen, según la cual los primeros cinco libros de la Biblia, el llamado Pentateuco (Torá para los judíos), es decir, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, fueron escritos no solo por Moisés, sino por cuatro probables autores, cuyas iniciales forman el acrónimo JEDP.

Como podemos ver, los dos relatos de la Creación del primer hombre y la primera mujer tienen algunas diferencias sustanciales. En el primero Dios creó a Adán y Eva al mismo tiempo, ambos a su propia imagen, y los hizo dueños del Paraíso terrenal. En el segundo, sin embargo, Adán fue creado primero, y Dios le asignó sólo a él el dominio sobre las cosas y los animales que había creado. La mujer vino después. Por supuesto, no es este el lugar para profundizar en estos dos puntos de vista, sino en las implicaciones que las dos interpretaciones diferentes han tenido en la historia de la Iglesia y de la humanidad, especialmente en lo que se refiere a la relación entre hombres y mujeres, son evidentes.

La historia del fruto prohibido que habría hecho a Adán y Eva iguales a Dios, dándoles el conocimiento del bien y del mal, no es sólo un cuento infantil. De hecho, es la base de las religiones del Libro: la consecuencia de la desobediencia a Dios fue la caída del hombre, la ruptura de la alianza tácita entre él y Dios, cuyos efectos han repercutido en toda la humanidad durante milenios. De ese solo acto de desobediencia se originan todos los males del hombre. Antes de ella, el hombre era perfecto, inmune a enfermedades y heridas, inmortal, feliz.

Este acto surge de la voluntad del hombre de poder decidir por sí mismo lo que es bueno, lo que es malo, en lugar de confiar en la sabiduría infinita y el amor infinito de Dios.

Wenzel Peter: Adán y Eva
Wenzel Peter: Adán y Eva en el Paraíso Terrenal (Museo Vaticano)

La historia del pecado original, desde la tentación de la serpiente hasta el gesto de Eva de tomar el fruto del árbol y ofrecérsela a Adán (un árbol que no debe confundirse con el árbol de la vida, del que hablaremos la próxima semana), está imbuido de referencias a innumerables cuentos sagrados anteriores. Interesante como las palabras de la serpiente tentadora son suficientes para sembrar la semilla de la duda en la primera mujer, la creencia de que el mandato de Dios de no comer del fruto del árbol era injusto. Sobre todo, nos hace pensar que la promesa de la serpiente, que le dice a Eva que comiendo la manzana prohibida, ella y Adán obtendrán el conocimiento del bien y del mal, llegando a ser efectivamente como Dios, es tan irresistible.

Nunca se habla de una manzana, solo se habla de “un fruto”. Miguel Ángel, pintará en la capilla Sixtina este relato del fruto con higos.

Sin embargo, después de que el fruto ha sido arrancado y probado, lo primero y lo único de lo que Adán y Eva se dan cuenta es de su propia desnudez. La vergüenza es el primer sentimiento negativo que experimenta el primer hombre y la primera mujer, un instante después de su caída. Inmediatamente descubierta la desobediencia, Dios convoca a los tres culpables, quienes intentan exonerarse culpándose unos a otros.

El castigo de Dios los golpea a todos, primero a la serpiente, que es maldita; luego a la mujer, Eva, condenada a los dolores del parto; y finalmente a Adán, condenado a tener que sacar los frutos de la tierra con trabajo y sudor que hasta entonces había sido pródigo y generoso con él. Finalmente, y este es ciertamente el peor mal derivado de este acto irreflexivo, Dios condena al hombre y a la mujer, y con ellos a toda su descendencia, a la muerte física en donde antes eran inmortales.

¿Quiénes fueron los hijos de Adán y Eva? Una vez expulsados del Edén, Adán y Eva tuvieron varios hijos: según la tradición no escrita, entre 14 y 140. Los únicos tres mencionados en la Biblia, sin embargo, son Caín, Abel y Set. Caín se casó con Calmana, la hermana gemela de Abel, con quien engendró un hijo, Enoc. Set se casó con su hermana Azura, quien dio a luz a Enós, de cuya descendencia nacerán Noé y sus hijos. Los descendientes de Caín, en cambio, se convirtieron en ganaderos nómadas y aprendieron el arte de forjar los metales, pero se distinguieron por la violencia y la práctica de la poligamia.

Adán y Eva son expulsados
Adán y Eva son expulsados del Paraíso

Antes de emprender este discurso sobre los hijos de Adán y Eva y el origen del género humano, conviene recordar un concepto fundamental que a veces se pierde de vista. Sería absurdo tomar literalmente todo lo escrito en las Sagradas Escrituras, especialmente cuando estamos hablando de sus libros más antiguos. Si por una parte es cierto que la Biblia fue inspirada por Dios, por otra parte es igualmente cierto que fue escrita por hombres, quienes reelaboraron el mensaje divino de manera compatible con el mundo en que vivían. Un aspecto interesante del árbol genealógico de Adán y Eva es que asume que, una vez expulsados del Jardín del Edén, se encontraron viviendo en un mundo ya poblado por otros hombres y mujeres. El hecho de que dos de sus hijos, Caín y Abel , fueran respectivamente agricultor y criador, permite situar la vida de los dos antepasados de la humanidad en un periodo histórico correspondiente al Neolítico, por tanto entre aproximadamente el 10.000 A.C. y el 3.500 A.C., época caracterizada por muchas innovaciones importantes en el trabajo de la piedra, así como en la introducción de la cerámica, la agricultura y la ganadería, pero también por verdaderas revoluciones en la estructura social y familiar.

Hubo, pues, otros hombres y otras mujeres, además de Adán y Eva, que tuvieron muchos hijos: “Después de engendrar a Set, vivió Adán otros ochocientos años y engendró hijos e hijas. Toda la vida de Adán fue de novecientos treinta años; luego murió” (Gn 5, 4-5). Así, los hijos de Adán y Eva fueron Caín, Abel y Set, además de muchos otros cuyos nombres desconocemos. Y el cálculo del tiempo tampoco es como el actual, por tanto los cientos de años que vivieron se refiere a cómo se contaba el tiempo con calendarios antiguos.

Caín, el labrador, después de la muerte de Abel, se asentó al noreste del Edén, se casó con su hermana Awan y con su descendencia maldita fundó las primeras ciudades, viviendo como un ateo. Enoc nació de la unión con Awan.

Dios se encargó de que Adán, a la edad de 130 años, engendrara “un hijo a su imagen y semejanza” (Gén 5,3), Set, que nació ya circuncidado y cuya descendencia buena y religiosa llevaría adelante el gran plan divino que vendrá hasta Noé y el diluvio. Adán también le habría revelado a Set los conocimientos secretos que luego serían recogidos en la Cábala, el conjunto de enseñanzas esotéricas del judaísmo rabínico. Según el Libro de los Jubileos , un texto no canónico que data del siglo II, Set se casó con su hermana Azura, que era cuatro años menor que él, y engendró a Enós con ella .

Caín asesina a Abel
Caín asesina a Abel

Caín y Abel

Si examinamos la historia bíblica, también surge que los sacrificios a Dios estaban muy extendidos entre los hombres: los sacrificios de Abel, que consistían en animales ofrecidos como holocaustos, agradaban a Dios, mientras que los de Caín, que ofrecía los frutos de la tierra que cultivaba, no. Para entender esta preferencia, debemos mirar atrás, a la cultura y religión judía. En el Levítico se afirma que sólo la sangre puede expiar los pecados, porque la sangre es vida (cf. Lv 17,11) y sin derramamiento de sangre no hay perdón (Hb 9,22). Por tanto, los sacrificios de animales eran los más agradables a Dios, los únicos que podían garantizar la redención y la reconciliación.

Algunos estudiosos han leído en el asesinato de Abel por su hermano una lectura simbólica del contraste entre la vida de los hombres que vivían como nómadas y la del primer sedentario, dedicado al cultivo de la tierra.

Una consideración final sobre Caín. El Génesis todavía habla de él y de su descendencia: “Ahora Caín se unió a su esposa y ella concibió y dio a luz a Enoc; luego se hizo edificador de una ciudad, a la cual llamó Enoc, por el nombre de su hijo. De Enoc nació Irad; Irad engendró a Mecuiael y Mecuiael engendró a Metusael y Metusael engendró a Lamec. Lamec tomó dos esposas: una llamada Ada y la otra llamada Zilla. Ada dio a luz a Jabal: él fue el padre de los que viven en tiendas cerca del ganado. Su hermano se llamaba Jubal: fue el padre de todos los flautistas y cítaras. Zilla a su vez dio a luz a Tubalkain, el herrero, padre de todos los que trabajan el cobre y el hierro. La hermana de Tubalkain era Naama. (Génesis, 17-24)

Aunque pueda parecer positivo que se le haya atribuido a Caín el origen de estos artistas y trabajadores, en realidad se considera negativa su elección de construir ciudades, y se le ve como el fundador de una civilización, formada por agricultores, músicos, herreros, pero quizás también de “hijas del placer” (Naama, la bella o amada) dedicadas al beneficio personal, la violencia y la confusión, como veremos con la construcción de la Torre de Babel.

Lo importante e interesante de Adán y Eva es el sentir que todos, absolutamente todos formamos parte de una misma humanidad común, y parafraseando a Juan XXIII: “nada de lo humano nos debería ser ajeno”.

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