Los focos se mueven bizcos, disociados. Las únicas luces de una noche completa siguen un patrón descoordinado. El resto es penumbra. La oscuridad es, a veces, la antesala de un comienzo. Como si hubiese un reseteo del sistema. Son las nueve de la noche del viernes 19 de octubre de 2007 y desde una nebulosa negra en altura salen tres personas a escena. Las otras personas que también estaban ahí gritan y braman porque conocen el código implícito de la sombra: todo está por empezar de nuevo. Suena la introducción de la canción Some day one day, que Queen presentó el 9 de abril de 1974. La letra dice, al final, “pero algún día, un día… bienvenido a casa”.
No es casual que suene. Es una reversión que integra el disco Tributo a Queen: los grandes del rock en español, editado el 22 de octubre de 1997. Tiene licencias: modificó las palabras. Las no cantadas -la canción se llama Algún día- y las cantadas: la lírica dice “ahora todo es bruma y no hay luces que seguir, si piensas volver algún día…”. Es un guiño sutil, no declarado: la parte instrumental se diluye al minuto. Suena la guitarra de Zeta Bosio. Charly Alberti revolea los platillos. Una voz le quita el protagonismo a la melodía: “Por fin. Una eternidad esperé este instante. ¿Saben qué acorde es este? ¡Sí! ¡Bienvenidos!”. Habla Gustavo Cerati al micrófono y al público. La reversión del hito de Queen se convierte en los acordes de Juegos de seducción. Es el regreso de Soda Stereo, diez años después de su último show.
La última vez había sido el sábado 20 de septiembre de 1997 en el mismo lugar: la cancha de River. Lo habían anunciado el primero de mayo, tras un cúmulo de rumores de separación, meses de intermitencias e inclemencias. Coincidía el año con los primeros quince años de carrera. Cerati publicó “la carta del adiós”, al día siguiente, en un intento por argumentar los pormenores de la disolución: “Cualquiera sabe que es virtualmente imposible llevar adelante un grupo sin cierto nivel de conflicto. Es un frágil equilibrio en la pugna de ideas que muy pocos consiguen conservar por espacio de quince años y hacer de ello una cadena de hechos artísticos relevantes para la gente, como nosotros orgullosamente hicimos. Pero, últimamente, diferentes desentendimientos personales y musicales fueron creando un nudo de tensión emocional que empezó a comprometer ese equilibrio. Ahí mismo se generan excusas para no tocar, excusas para no enfrentarnos, excusas para no crear, excusas finalmente para un futuro grupal en que ya no creemos como hacíamos en el pasado. Cortar por lo sano es, valga la redundancia, hacer valer nuestra salud mental por sobre todo y, también, una muestra de respeto hacia el público que nos sigue y nos siguió todo este tiempo. (...) Esta decisión ha nacido del interior del grupo y desde ahí también se genera una ‘nueva’ excusa para volver a encontrarnos por última vez: la música, que es la que mejor habla y hablará por nosotros. Un fuerte abrazo y hasta pronto”.
Mientras anunciaba la terminación de un ciclo, promocionaban una gira: “El último concierto” no guardaba espacio para la metáfora. La gira de retiro (temporario) comenzó en el Palacio de los Deportes de la ciudad de México el 30 de agosto. Repitieron al día siguiente. Emigraron a Monterrey para dar un show el 2 de septiembre. Volaron a Caracas, Venezuela, para tocar cuatro días después en el Poliedro. El 13 de septiembre bajaron hacia Santiago para actuar en el Estadio Nacional de Chile. El raid conquistador cerró una semana después en el estadio Monumental: su casa. Soda Stereo había vendido más de siete millones de discos.
El show, el último, había comenzado a las 22:35. “Llegó la hora, el minuto, el segundo, el instante. Supongo que tienen sed ¡Soda Stereo, Buenos Aires, Argentina!”, presentó Cerati. Abrió con En la Ciudad de la Furia ante 65 mil personas conflictuadas: el fervor energético del recital combatía con la angustia del final. 26 canciones después tocó el turno del tanque De música ligera. Era ya la madrugada de la primavera del ‘97. El cierre fue el inicio de un refrán mítico: “No sólo no hubiéramos sido nada sin ustedes sino con toda la gente que estuvo a nuestro alrededor, desde el comienzo. Algunos siguen hasta hoy. ¡Gracias... totales!”.
La despedida ante el público desde el escenario significó la propia despedida del trío: no se saludaron y cada uno se fue por su lado. “Personalmente no lo disfruté -diría Gustavo años después-. No puedo disfrutar una despedida continua, a mí me costó todo eso, pero realmente me costó. Creo que la música sobrevivió y pudimos hacer un buen show, aun a pesar de toda la situación, pero no era una cosa muy alegre que digamos. Capaz que esta es una especie de venganza, de poder disfrutarlo realmente desde otro lugar y lo que nos permite hacerlo es el tiempo transcurrido”.
La vida pasó. Cada uno se involucró en sus propios proyectos personales. Tenían que descansar de Soda. Zeta Bosio sintió que el regreso era probable cuando descubrió que los que no querían descansar de Soda eran los fanáticos. “Hace dos o tres años -dijo en la edición 115 de la revista Rolling Stone, publicada en octubre de 2007-, la discográfica lanzó un DVD que se convirtió en el más vendido, sobre cualquier artista que estuviera trabajando en ese momento. Eso me hizo dar cuenta de que había una vigencia arrolladora que naturalmente iba a llevar a la reunión del grupo. No tuvo promoción: se puso en las bateas y se agotó. Ahí me di cuenta de que la gente estaba necesitando y queriendo que el grupo volviera y eso iba a hacer que el grupo, tarde o temprano, regresara. Ahí empecé a sentir que era posible”.
Confió que terminó de amigarse con la idea del reencuentro viendo un show de Paul McCartney, viendo el éxtasis, las lágrimas, el corazón abierto en las caras de la gente. “Y pensé: con Soda lográbamos escalas parecidas a ésa en los conciertos. Empecé a pensar en el valor que podía tener una posible reunión. Vi el poder que seguía teniendo Soda como banda”, recordó. Por primera vez tenía una propuesta formal, una invitación real a contemplarlo. Económicamente era provechosa, pero temían que reaparecieran esas rispideces incómodas. “Podía no salir bien. Hacía mucho que no nos veíamos y que no hablábamos. Pero la sorpresa que me generó esa propuesta, fue que al menos los tres la analizamos. A partir de ahí sentí que se abrió una puerta. Y después sí, ya vinieron los encuentros entre nosotros y un montón de cosas que fueron generando la corriente. Cambió la polaridad de la energía”, dijo el bajista.
Charly Alberti confesó que el grupo se había disgregado por la propia saturación del tiempo. “Las broncas estaban generadas por el exceso de tiempo juntos y por el cansancio en la relación, pero no por otra cosa”, interpretó. El desgaste era tal que estaba convencido de que nunca más volvería a tocar la batería. Pero el tiempo curó esa distancia. Se fue reconciliando con el instrumento. No sabía si volvería a grabar solo en su casa o bajo el amparo de una banda. Descubrió sus otras facetas creativas -es activista, ambientalista, empresario-. “No tuve la certeza de lo que haría hasta que me llamaron en 2003, para los MTV Awards, para tocar en un súper grupo con Vicentico, Juanes y Ricky Martin. Yo estaba en mi casa en California. Ese fue el día en que me di cuenta de que realmente estaba sintiendo mucho la falta de música en mi vida”, reveló en diálogo con la revista. Cuando volvió a la música, volvió a sentir nostalgia por Soda.
Cerati abrió su bagaje musical post 1997. Se dedicó a enriquecer su espectro. “Seguir jugando”, describió. Una década después de ese último concierto, dijo que se había vuelto a sentir un adolescente: “Es posible que no represente para mí un desafío a nivel artístico como todo lo que vengo proponiendo como solista, pero es un verdadero placer compartir nuevamente con ellos esa magia que se produce cuando nos juntamos a tocar. Es algo para disfrutar. Hay momentos en que siento lo gratificante que es ver a Charly y a Zeta tocando sus instrumentos nuevamente. Los tres volvemos a una especie de adolescencia. De hecho, las versiones suenan más frescas que en toda la última época. Diría que menos contaminadas”.
Los ruegos y los trascendidos decantaron. Soda Stereo volvía diez años después de ese final necesario. La noticia se conoció el 6 de junio de 2007, tres días antes de que se oficializara. En la conferencia de prensa donde se anunció el regreso, Cerati debió responder qué palabras pensaba decir en la bienvenida, en oposición al “gracias totales” del adiós: “Quiero aclarar por milésima vez que yo me di cuenta que no podía enumerar a toda la gente y simplemente cerré con esa frase que quedó en la memoria colectiva y me perseguirá forever jamás. Fue realmente producto de ese momento y lo que menos quiero ahora es pensar qué carajo voy a decir porque si no me vuelvo loco”.
La banda prometió un tour corto, un tiempo de gracia, dos meses de shows, una interrupción de sus carreras personales, “una burbuja en el tiempo”, como definió el cantante. Así como la despedida de 1997 tenía un nombre cruel y honesto, la gira del regreso ponía el relieve el hecho sin eufemismos: “Me Verás Volver”. La fecha: el viernes 19 de octubre en el estadio de River. No podía ser otro: allí donde el adolescente Carlos Alberto Ficicchia -el Charly Alberti de entonces- intentó seducir a Laura, la hermana del cantante, a cuadras de la casa familiar de los Cerati, en el radio barrial de Airport y Stud Free Pub, la discoteca y el boliche donde la banda empezó a sonar. Había una identidad geográfica en esa parcela norte de la noche porteña. A las nueve de la noche de ese día histórico, las luces se movieron bizcas, los tres aparecieron entre la sombras, la reversión de Queen sonaba y la voz de Cerati decía “bienvenidos”.
Fueron 28 temas y tres horas. Se lucieron, también, Tweety González, Leandro Fresco y Leo García, los habitués de Soda. El plan inicial era hacer dos recitales más en el estadio antes de brindarse al público regional. “La gira originalmente estaba pensada para que fuesen solamente doce shows -contó Alberti-. Eso tenía que ver con que no sabíamos cómo nos llevaríamos entre nosotros. Una vez que empezamos los ensayos y vimos el excelente clima que había entre los tres, hablamos con nuestro mánager y le dijimos que podíamos agregar más shows”. Por la demanda del público, tuvieron que duplicar las presentaciones.
Fue, entonces, 19, 20 y 21 de octubre de 2007 en la ciudad de Buenos Aires. Después, el 24 y el 31, Santiago de Chile; el 27, Guayaquil. Volvieron a River para hacer recitales el 2 y el 3 de noviembre, antes de volar hacia México: 9 en Monterrey, 12 en Guadalajara, 15 y 16 en el distrito. El 21 en Los Ángeles. El 24 en Bogotá. el 27 en Panamá. El 29 en Caracas. El 4 y 5 de diciembre en Miami. El 8 y 9 en Lima. El 15 volvió a Argentina para tocar en Córdoba. El 21 de diciembre, el cierre en River. Nueve países, trece ciudades, veintidós shows, más de un millón de espectadores.
Richard Coleman, Andrea Álvarez, Fabián Quintiero, Gillespi y Carlos Alomar se subieron al escenario para cerrar la gira “Me verás volver”. Sumaron los temas Terapia de amor intensiva y En la cúpula que no habían estado en los shows anteriores. “Estamos tremendamente felices por el amor de ustedes, de todos los lugares donde fuimos. Se habló mucho de la plata y de esto y lo otro. Pero a nosotros se nos suma un éxito interno que es el de recomponer nuestras relaciones. La pasamos increíble”, cerró Cerati en el último show. Pidió que subiera todo el equipo al escenario. Habían pasado quince minutos del sábado 20 de octubre de 2007. Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti se abrazaron. No lo sabían, pero era el final en público de Soda Stereo.
Los invitaron a tocar en España y en Estados Unidos, en el Festival de Coachella y en el Madison Square Garden. Desistieron: la “burbuja en el tiempo” de los integrantes del grupo se había evaporado. Habían anunciado que en 2008 no seguirían juntos. Habían deslizado la probabilidad de futuros reencuentros. Una desgracia lo impidió: el 15 de mayo de 2010, en el campus de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, tras tocar la canción Lago en el cielo, Cerati sufrió un accidente cerebrovascular que lo tuvo en coma durante cuatro años hasta su muerte, el 4 de septiembre de 2014.