Hay dos imágenes que han pasado a la historia como símbolos de la convulsionada jornada del 17 de octubre de 1945, aquella que sin transición convirtió a un Juan Domingo Perón detenido y supuestamente desplazado de la escena política en el hombre que marcaría el rumbo de la política argentina – desde el poder o el exilio – de los siguientes treinta años.
Una de ellas es muy cara al folklore peronista. Es la foto de “las patas en la fuente”, donde se ve a hombres, mujeres y hasta niños refrescando sus pies doloridos por caminatas de kilómetros en la Plaza de Mayo.
También es una imagen que, para los que luego serían llamados “los gorilas” por Discepolín, simboliza aquel “aluvión zoológico” – en palabras del diputado radical Ernesto Sanmartino - que invadió los reductos que hasta entonces eran exclusivos de las elites argentinas.
La segunda fue tomada esa misma noche, en el balcón de la Casa Rosada, y muestra a Perón de espaldas, hablando por un micrófono a la multitud reunida en la Plaza. La multitud no tiene espacio siquiera para mover el cuerpo y hasta se puede ver a un hombre subido a uno de los faroles, como queriendo llegar más cerca del líder.
El registro es cercano a la medianoche, cuando un emocionado Juan Domingo Perón le dice a esa multitud que no quiere irse:
“Trabajadores: únanse; sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse en esta hermosa tierra la unidad de todos los argentinos. Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa en movimiento a todos los díscolos y descontentos, para que, junto con nosotros, se confundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes”.
El líder y las masas o, si se quiere respetar la cronología de las fotos, las masas en movimiento y el líder al que, con ese movimiento, han rescatado y consagrado.
Los movimientos de Perón
Los movimientos, involuntarios y voluntarios, de Perón ese 17 de octubre han quedado registrados en detalle.
Detenido por orden del presidente de facto Edelmiro Farrell el 13 de octubre, fue trasladado ese mismo día a la isla Martín García, pero la noche del 16, gracias a una jugada del capitán médico Ángel Massa, que le presentó a Farrell un informe médico falso sobre la salud de Perón y a la presión de la Confederación General del Trabajo, decidieron llevarlo al Hospital Militar, en Buenos Aires, para ser atendido.
Llegó allí el 17 a las seis de la mañana, donde a mostrarse extrañamente activo un hombre que estaba tan “enfermo” como decía el informe médico del capitán Mazza. Ni siquiera fue internado en una habitación.
Los instalaron en el piso 11, en un departamento de un dormitorio, un comedor, un baño y – lo que resultaba clave – un teléfono que empezó a utilizar. A la primera persona que llamó fue a Evita e inmediatamente después comenzó a armar reuniones
A la tarde temprano, recibió en pijama a un grupo de sindicalistas de la Confederación General del Trabajo, y un rato después a sus amigos del Ejército, los oficiales Raúl Tanco y Franklin Lucero. Unos y otros le dijeron que había gente en la calle y columnas que marchaban hacia la Plaza de Mayo. Desde una ventana del Hospital Militar, el propio Perón pudo ver que también había una multitud creciente que se reunía frente al edificio.
A Tanco y a Lucero les preguntó:
-¿Hay mucha gente, che?
Le contestaron que sí, que mucha.
-Entonces es el momento de aprovechar la debilidad del enemigo – les dijo.
Los actores del 17
La “mucha gente” a la que se refería Perón eran decenas de miles de personas que esa misma mañana, desde Berisso, La Plata y diferentes puntos del Conurbano bonaerense había comenzado a marchar hacia Plaza de Mayo para reclamar su libertad.
Iba llegando en trenes, ómnibus, camiones y colectivos hasta que se cortó el servicio ferroviario y se levantó el puente sobre el Riachuelo para cortarles el paso. No les importó, cruzaron como pudieron y siguieron caminando.
Su movilización no era obra de Tanco ni de Lucero, tampoco de la CGT, y mucho menos del propio Perón, que de alguna manera estaba sorprendido por esa movilización masiva. Si esperaba algo, no esperaba tanto.
En realidad, los movimientos de ese día empezaron de manera desarticulada, como si se tratara de acciones de foco, con muy precario grado de coordinación, si es que la había, entre las columnas que marchaban desde diferentes puntos.
“Cuando pienso en cómo se produjo el 17 de octubre evoco El asesinato en el Expreso de Oriente, esa novela policial de Agatha Christie donde todos los pasajeros participan del crimen. No hay un solo asesino sino muchos. En ese sentido, podríamos decir que del 17 de octubre participaron, de alguna manera, gran parte de la clase obrera y del movimiento obrero organizado, y también sectores políticos y sociales. La cuestión es cómo distribuimos, por así decirlo, las responsabilidades”, dice con una metáfora extraordinaria el historiador Omar Acha, autor de La Argentina peronista. Una historia desde abajo (1945-1955), y de Crónica sentimental de la Argentina peronista.
Para Acha el papel central lo tuvo la movilización casi molecular, no totalmente articulada, de distintos sectores populares y del movimiento obrero, pero sostiene que no es desdeñable el papel jugado por las organizaciones políticas.
“Había algunas fuerzas que empezaban a simpatizar con Perón, algunas de ellas venían del radicalismo y son las que luego van a pasar a ser la fracción que lo va a acompañar y va a proveer al vicepresidente (Hortensio) Quijano para la fórmula presidencial. Había también sectores del nacionalismo, particularmente de la juventud nacionalista, e intelectuales y sindicalistas socialistas y los forjistas, como Jauretche y Scalabrini Ortiz”, explica Acha.
Pero más allá de esos actores políticos, la potencia de la movilización del 17 de octubre tuvo un motor excluyente: la clase obrera, aunque para nada unida y coordinada, sino incluso con sectores enfrentados entre sí.
Cipriano Reyes y su “Yo hice…”
De los relatos de los protagonistas del 17 de octubre de 1945 quizás el más conocido sea el de Cipriano Reyes, dirigente del Sindicato Autónomo de la Industria de la Carne, con fuerte presencia en los frigoríficos de su del conurbano. Fue su gente la que organizó y lideró las columnas que avanzaron hacia Buenos Aires desde Berisso, Ensenada y La Plata.
En sus memorias publicadas en 1973, Reyes se adjudica, desde el título mismo del libro, un papel central en los hechos: “Yo hice el 17 de octubre”. El texto, escrito casi cuarenta años después de los hechos, es también un ajuste de cuentas con Perón, quien poco después de llegar a la presidencia disolvió el Partido Laborista que lideraba Reyes – y que le había servido de envase electoral – y detuvo al dirigente sindical.
Pero lo cierto es que Reyes no estuvo a la cabeza de aquella movilización que llegó hasta Plaza de Mayo desde los frigoríficos. Quien la lideró fue una mujer a la que la historia le hizo poca justicia. Su nombre era María, una obrera de Swift.
Una mujer llamada María
La mayoría de los delegados de los frigoríficos Swift y Armour de Berisso habían sido capturados en varias redadas por la policía en los últimos días y los tenían incomunicados en una dependencia de la Prefectura, en el puerto.
María había zafado por ser mujer. Aunque esa mujer fuera la mano derecha de Cipriano Reyes y Perón confiara en ella al punto de delegarle personalmente más de una tarea. Por eso la habían dejado sin trabajo.
Esa mañana del 17 de octubre, sin saber que la fecha sería un parteaguas de la historia argentina, María tenía apenas el apoyo de algunos hombres y varias mujeres bravas como ella. Tenía miedo, pero se había convencido de que la única manera de liberar a Perón era yendo en masa a Buenos Aires. Tenía miedo de que lo mataran.
-Lo tienen en el Hospital Militar y ahí le ponen una inyección y listo – decía María, inquieta, belicosa.
Los obreros de los frigoríficos la conocían y confiaban en ella. Por eso tenía que ir y hablarles, convencerlos de que salieran. Pero ni siquiera podía entrar. Entonces se le ocurrió una idea.
-Vos, Vicente, agarrá a cuatro o cinco hombres y hacés el que te peleás en la puerta del Swift. Agárrense a las piñas – le dijo a su marido.
La maniobra de distracción dio resultado. Los dos vigilantes de la puerta abandonaron el puesto para ver qué pasaba y María se mandó para adentro.
-¡Lo van a matar a Perón, ¿qué están esperando?! – iba diciendo, sección por sección -. ¡Tenemos que ir a Buenos Aires!
-Pero, ¿y los delegados? – preguntó uno de los obreros.
-Los delegados están todos en cana, ¡vamos, vamos! – le gritó María.
Unos minutos después, una marea de obreros empezó a salir del frigorífico. Al frente de todos iba la mujer a la que todos -incluido el mismísimo Perón – llamaban simplemente María.
Su nombre completo era Natalia María Bernabitti de Roldán, tenía 37 años y -aunque su historia haya quedado opacada por la sombra de Cipriano Reyes – fue la mujer que “hizo” el 17 de octubre de 1945 en Berisso.
Aníbal Villaflor, de Avellaneda
Otros sectores sindicales que participaron en la gestación de la movilización del 17 estaban directamente enfrentados a Cipriano Reyes, a quién no le reconocían liderazgo. Uno de los referentes de esos sectores era Aníbal Villaflor.
“Eso de ‘Yo hice el 17 de octubre’ hacía reír y a la vez indignar a don Aníbal Villaflor. Era obrero de Lanera Argentina y era uno de los dirigentes más importantes en Avellaneda y en el sur bonaerense, donde se había formado el Movimiento de Unidad Sindical. Dos o tres días antes del 17 de octubre, la gente de Villaflor había sacado cien mil copias de un volante que planteaba la huelga en la provincia por tiempo indeterminado y reclamaba la libertad de Perón, así como de dos de sus colaboradores más cercanos: (el teniente coronel Domingo) Mercante y (el contralmirante Alberto) Teisaire. Cuando conversé con él, muchos años después, todavía le guardaba bronca a Cipriano porque se había llevado veinte mil volantes sin haber contribuido a imprimirlos”, cuenta el historiador del peronismo Enrique Arrosagaray.
También explica que, aunque muy fuerte en los frigoríficos de Berisso, Cipriano Reyes no tenía influencia entre los trabajadores de la carne del resto de la provincia. “Este tema lo conversé también con Guarino Spozari, obrero y dirigente del frigorífico La Negra de Avellaneda. Él no le restaba importancia a Cipriano, pero quiso subrayar que en todos los frigoríficos de Avellaneda mandaban los delegados locales”. Se refería a La Negra y también al Anglo, La Blanca y el Wilson.
Aníbal Villaflor fue uno de los sindicalistas que se reunió con el presidente Farrell en la tarde del 17 de octubre. Tanto él como el resto de los dirigentes gremiales le plantearon la exigencia de liberar a Perón y le aseguraron que los trabajadores no se irían de la plaza hasta lograrlo.
“Según el relato de Villaflor, Farrell los escuchó y les facilitó la posibilidad de ir a ver a Perón en el Hospital Militar, cosa que hicieron una hora después. Al coronel Perón le dieron una copia de la declaración difundida y le dijeron que la huelga se ejecutaría hasta su libertad. Perón les pidió que se cuidaran y les contó que él mismo estaba en peligro y que por eso tenía un arma bajo la almohada. Perón les mostró el arma”, explica Arrosagaray.
La plaza y el balcón
Esa inesperada confluencia de sectores hasta entonces desarticulados es lo que hizo que la magnitud de la movilización sorprendiera a propios y extraños. Ni el gobierno esperaba semejante desafío ni los sectores que participaron de ella imaginaban su potencia.
Con la Plaza de Mayo y casi todo el sur de la Ciudad de Buenos Aires convertidos en un hormiguero humano, la tarde del 17 el gobierno intentó llegar a un acuerdo con Perón para desactivar lo que consideraba una bomba a punto de explotar.
Eso fue lo que trató de hacer el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Ávalos, cuando lo fue a ver al Hospital Militar.
Perón lo recibió, pero lo despachó con apenas siete palabras:
-El único interlocutor que acepto es Farrell – le contestó.
A regañadientes, lo llevaron a la residencia presidencial para reunirse con el presidente de facto. Las principales exigencias de Perón a Farrell para desactivar la movilización fueron: desplazamiento y retiro de los generales Vernengo Lima y Ávalos, a quienes consideraba sus enemigos, y la restitución del jefe de policía que había sido desplazado por serle fiel.
Con esto acordado, alrededor de las 11 de la noche, Farrell y Perón se trasladaron a la Casa Rosada. Ahí el coronel agregó una condición más: el llamado a elecciones generales. Farrell aceptó.
Entonces, el hombre que marcaría la vida política argentina durante las siguientes décadas esbozó una sonrisa y, mirando a Farrell, le dijo:
-Bueno, ahora me voy a mi casa.
El presidente lo miró, sin saber si hablaba en serio o le estaba haciendo un chiste.
-¡Déjese de embromar, Perón, hábleles para que se vayan! – le pidió.
A las 23.10, luego de que se pasara el Himno Nacional por los altoparlantes, el coronel Juan Domingo Perón salió al balcón para hablarle a la multitud reunida en la Plaza de Mayo:
“Trabajadores…”, empezó a decir y un fotógrafo inmortalizó el momento con la imagen que lo toma de espaldas en el balcón mirando a una Plaza de Mayo en la que no cabía un alfiler.