En plena celebración del Día de la Madre, dos mamás comparten sus experiencias de vida a Infobae. Ambas compaginaron su trayectoria como profesionales de la salud con la maternidad, y sin proponérselo le transmitieron la misma pasión y vocación a sus hijos. Juana González Montesinos es enfermera, al igual que su marido, que trabajaba como albañil hasta que estudió enfermería. Con más de 30 de experiencia, ella fue la primera de la familia en recibirse, y sus hijos también abrazaron la profesión. Carolina Llopis es doctora especializada en dermatología, su esposo es cirujano, y sus dos hijas mayores eligieron la carrera de medicina. Hoy los cuatro suelen cruzarse en los pasillos del Hospital de Clínicas de la UBA, e intercambiar anécdotas y puntos de vista.
Juana tiene 65 años y fue quien inspiró con su elección de vida a otros 14 familiares que siguieron sus pasos. “A los 21 estudié para ser auxiliar de enfermería, arranqué a trabajar, y a los 39 años me propuse terminar el secundario; lo hice y a los 41 me recibí como enfermera profesional”, sintetiza sobre su formación, que complementó a los 55 cuando se graduó de Licenciada en Enfermería.
El llamado al servicio lo había sentido mucho antes, cuando tenía 15 y acompañó en la internación a su hermana menor, de 1 año, que atravesaba un cuadro de nefritis. Ese primer acercamiento al cuidado de la salud de las personas despertó una pasión que mantiene viva hasta la actualidad. “Éramos siete hermanos, y mi mamá tenía que trabajar, así que yo me quedé con mi hermanita en el Hospital Gutiérrez, y ahí empecé a ver a las enfermeras, todo lo que hacían; yo les preguntaba todo, me explicaban, hicimos amistad y me encantó”, revela.
“Veía cómo nos cuidaban, se preocupaban porque yo también comiera, y me preparaban una cama al lado de mi hermana. Ahí fue cuando supe que yo quería ser como ellas cuando fuera grande”, agrega. Su hermana pudo recuperarse, hoy tiene 50 años, y una década después de aquella vivencia, Juana se reencontró con quien iba a ser su marido y compañero de vida.
“Los dos somos de Laferrere, crecimos en el mismo barrio en Lugano, fuimos a la misma escuela, pero después cada quien siguió su camino hasta que nos volvimos a encontrar y a los 26 años nos casamos”, relata. A los 27 tuvieron a su primer hijo, y confiesa que ser mamá siempre fue uno de sus sueños más preciados. “Crié a tres de mis hermanitos por ser la más grande, y la verdad es que no me podía imaginar una familia sin hijos, así que fue un momento muy esperado”, expresa.
Durante un tiempo bajó su ritmo de trabajo y recurrió a otra de sus profesiones, la costura, para generar un ingreso desde su casa en los primeros años de vida de su bebé. “Mi marido era albañil, maestro mayor de obras, y un día me dijo que él también quería ser enfermero, porque al igual que yo viene de familia numerosa, son seis hermanos, y muchos de sus sobrinos son enfermeros; así que se puso a estudiar, y de pronto éramos un matrimonio de enfermeros”, narra con humor. Cuatro años después de la llegada de su primogénito, tuvieron a su segundo hijo, y empezaron a dividir sus turnos para que siempre uno de los dos estuviera en la casa.
“Tengo un marido que es invaluable lo que me ha acompañado. Yo trabajaba sábados y domingos, y él de lunes a viernes. Fueron 30 años saliendo a las 4:20 de la mañana para ir a trabajar a Capital, y cada vez que teníamos vacaciones o un fin de semana libre, lo que más nos importaba era estar los cuatro juntos”, explica. Cuando los niños tuvieron 9 y 13 años, surgió la posibilidad de retomar sus estudios, y gracias a una iniciativa que permitía horarios flexibles para el personal de salud, logró cada uno de sus objetivos. “Siempre me costó estudiar, y muchas veces puse como pretexto a los chicos, pero ya estaban grandes, mi suegra me ayudaba, y me iba de tres a siete de la tarde a cursar, para poder llevarlos a la escuela y cando volvía los ayudaba con los deberes”, asegura.
Una familia, 15 enfermeros
Hoy Juana es abuela de cuatro nietos, y sus dos hijos tienen 30 y 34 años. “De vez en cuando me llevaba a la nena al trabajo, y ella veía toda la atención que le daba a los pacientes, y cuando tenía 6 me decía: ‘Mamá, a mí también me gustaría ayudar a la gente como vos’, porque ser enfermeras es eso, cuidar y ayudar a los pacientes a mejorarse”, indica con emoción. La vocación se mantuvo, y al tiempo su hijo mayor también siguió el mismo camino de sus padres. “Hoy en total, en la familia, sumando a todos mis sobrinos y los familiares de mi marido, somos 15 enfermeros”, comenta, sin poder creer que la vocación que ella sintió se fue multiplicando en el árbol genealógico.
Cuando su hija se recibió hizo algunas prácticas en la misma sala, y pudieron disfrutar de esa vivencia juntas. “Es muy gratificante como mamá que haya nacido de ellos, que les haya surgido la misma pasión, y es increíble que hoy hay un miembro de nuestra familia en cada turno en el Hospital de Clínicas”, dice entre el orgullo y el asombro. Ella trabaja en los consultorios de neurología con pacientes no internados, su marido en el sector de quirófano por la mañana, su hijo en terapia noche de por media, y a la tarde su hija en oftalmología.
“En una fábrica apagás las máquinas y ya está, pero los pacientes no, están las 24 horas del día, y por eso siempre les dije a mis hijos que cuando dedican su vida a esto tienen que pensar que un día pueden ser ellos los que estén en una cama, o su mamá o su papá, y tienen que tratarlos como tal”, destaca. Y con la dulzura que la caracteriza, agrega: “De por sí ya están cuidando a una persona que está afuera de su casa, de su habitación, que está pasando un momento difícil, a veces están en salas con varios pacientes, están solos gran parte del día, y hay que tener paciencia, buen trato, alegrarlos, porque el ánimo es muy importante en una recuperación”.
Otro de los consejos que les brindó es que traten de separar la esfera familiar de la laboral. “El paciente no tiene la culpa si tenemos algún problema en casa, y a su vez en casa tampoco tienen la culpa si estamos con mucho trabajo, y por suerte veo que los dos están pudiendo balancear bien ese desafío”, expresa. Lo que más la enorgullece es “el buen corazón” de sus dos hijos, y la forma en que se brindan al cuidado de las personas.
“Siempre digo que para mí ser mamá es lo mejor, yo amo mi familia, todo es por ellos y por mis nietos, son nuestra vida, y no hay nada más lindo que saber que les estamos transmitiendo valores con el ejemplo”, comenta conmovida. Confiesa que como mamá tuvo muchos desafíos, y desde que es abuela reflexionó mucho al respecto. “Es inexplicable lo que se siente cuando llega un nieto, es como un cariño doble que te surge, y yo admito que a veces me he olvidado de mí misma, por querer estar siempre con ellos, y me di cuenta que también tengo que pensar en mí, y si bien si necesitan algo salgo corriendo, empecé a retomar algunos de mis sueños, como viajar más con mi marido por la Argentina”, proyecta.
Cerca de su jubilación, el matrimonio ya está pensando en nuevos destinos por conocer. “A veces veo que mis hijos escriben mensajes en sus redes sociales, y dicen: ‘Gracias a mi mamá y a mi papá soy quien soy”, y eso a nosotros nos emociona, porque representa todo lo que hemos hecho estos 40 años a la par”, sentencia. La retrospectiva la emociona porque siente que uno de sus deseos más importantes se hizo realidad: “Los dos son personas buenas, y como mamá es lo único que siempre quise, me lo han cumplido, y más no puedo pedir”.
Madres e hijas, médicas
Carolina Llopis es oriunda de Tres Arroyos, Provincia de Buenos Aires, tiene 56 años y la medicina formaba parte de su vida cotidiana desde que era muy chica. “Mi papá es cirujano, y muchas veces lo acompañaba a ver a los pacientes en el pueblo, íbamos al hospital, y cada vez que me tenía que llevar a algún lugar me decía: ‘Espérame dos segundos que paso a ver un paciente y seguimos viaje’”, rememora. Cuando cumplió 18 y tuvo que decidir a qué se quería dedicar, reconoce que aunque pasó por un cuestionamiento interno, fueron muchas más las certezas que las dudas.
“No quería que me pesara el legado de mi papá, ni elegirlo por mandato. No porque él sea médico yo también tenía que ser médica, pero la verdad que es que era lo único que me llenaba, y tomé esa decisión con mucha responsabilidad”, sostiene. Se mudó a Buenos Aires para estudiar medicina, y durante la residencia conoció a su marido, también médico. Entre risas confiesa que no encuentra una explicación lógica para la cantidad de profesionales de la salud que hay en la familia, pero asegura que fluye con total naturalidad, y cada vez que tienen alguna duda se ayudan mutuamente, en base a sus diferentes especialidades.
“Mi suegro es médico, mi cuñaba también, casada con un médico, mi sobrina está en formación, y nosotros que tenemos tres hijos, una ya se recibió de médica, la otra está haciendo la residencia y el tercero tiene 13 años, es chico todavía, y no sabe qué va a seguir”, cuenta. Uno de los motivos por los que cree que eligió un par como compañero de vida, recae en la comprensión mutua. “Durante la etapa formativa son muchas horas, y quizá si tenía alguien a lado que no formara parte de ese mundo hubiera sido más difícil, no digo que sea imposible porque hay un montón de casos que demuestran lo contrario, pero para nosotros funcionó porque sabíamos muy bien lo que representaba hacer guardias semanales y tener que dividirnos los tiempos con nuestros hijos chiquitos”, expresa.
Después de terminar la residencia de clínica médica hizo su segunda residencia de dermatología y cuando estaba en segundo año empezó a pensar en formar una familia. “Ser mamá estaba en mi mente desde siempre, pero me conocía a mí misma y sabía que iba a frenar algunas cosas cuando fuese madre, y recién cuando fui especialista en dermatología tuve a mi primera hija”, relata. De perspectiva optimista, y con el humor como sello de su personalidad, se acuerda de que uno de los momentos más trascendentales fue cuando tuvo que elegir el nombre de su primogénita, Delfina, y lo mismo pasó un año y diez meses más tarde, cuando tuvo a su segunda hija, Clara.
“Me parecía una gran responsabilidad decidir algo que llevan para toda la vida, quería elegir nombres que les gustaran, y por suerte hasta hoy les gustan”, dice entre risas. En los dos embarazos tuvo que hacer reposo, pero de a poco fue retomando las consultas. “Mi especialidad me permitió acomodar los horarios de mi consultorio a la rutina como mamá, y volví a reincorporarme en la actividad tanto hospitalaria como privada, y mucho después, casi a los 43 tuve al chiquitín, Luis Bautista”, revela.
Y confiesa: “No pensé que iba a tener un tercer hijo porque había tenido dos pérdidas anteriormente, y cuando llegó fue un regalo, un disfrute absoluto para toda la familia”. Cuando lo analiza en retrospectiva no tiene dudas de que disfrutó de cada etapa, y cada esfuerzo conjunto lo vivió con alegría, y lo atribuye a la pasión que siente, tanto por su vocación profesional como por la maternidad. “Las dos nenas vinieron casi en combo, por ser tan seguiditas, y si hubiera elegido otra especialidad no sé si hubiera podido acomodarme tanto, pude ajustar los turnos, y si tenía que pasar la atención médica a la mañana en vez de la tarde, lo hacía para poder estar presente en casa”.
Durante un tiempo atendía también en el consultorio de su suegro, y en ese entonces sus hijas estaban puerta de por medio, al cuidado de su abuela paterna. “Fui una bendecida porque podía recibirlas cuando llegaban de la escuela, ayudarlas de a ratos con las tareas, estar en sus vidas todos los días”, celebra. Recuerda con cariño las rutinas movidas que tenía cuando la familia se agrandó. “Hubo un momento que fue terrible que tenía al chiquito en jardín, a Clarita en primaria, y a la más grande en secundario, parecía una remisera porque iba de aquí para allá, pero siempre contenta porque son etapas de las que después te acordás con una sonrisa, y mi marido también me daba una mano”.
Un legado elegido
Cuando su hija mayor le dijo que quería estudiar medicina, se sentó a charlar con ella porque no podía creer que iba a elegir la misma profesión. “Le dije: ‘Pero hay un mundo, hay otras cosas, esto no tiene por qué ser un legado familiar, vos tenés que hacer lo que te haga feliz’”, relata. La respuesta que recibió fue que compartía la pasión por el cuidado de la salud y quería continuar ese camino. “Se recibió el año pasado, ya está haciendo la residencia de Clínica Médica y está feliz; la hermana también sigue los pasos, pero todavía no sabe qué especialidad va a elegir”, revela.
Durante la formación de ambas, que cursaron una parte de sus estudios de manera virtual, en medio de la pandemia de coronavirus, por un breve período sus padres fueron también sus docentes. “A mí me tocó brindar charlas dermatológicas, y ellas estaban como alumnas de la cátedra, también mi marido, que es el jefe del departamento de cirugía en el Hospital de Clínicas de la UBA, pero después rendían examen con otro práctico, nuestra función culminaba en la teoría”, explica.
Con emoción confiesa que cuando sus hijas le cuentan anécdotas de la residencia les recuerda a sus épocas de estudiantes. “Nos contaron cuando sacaron sangre por primera vez, cuando hicieron una función lumbar, todas cosas que su papá y yo también hicimos y nos acordamos cómo se sentía pasar por todo eso”, indica. También comparten la alegría cuando evoluciona bien un paciente que vienen siguiendo para que mejore, y lo define como “una felicidad que llena el corazón”.
“Las apoyamos a las dos porque estaban súper decididas, y siempre les dijimos que si algo no les gusta, hay que pegar un volantazo y no avanzar sobre algo que sabes no es para vos, porque después es frustrante y debe ser muy difícil hacer algo que no te guste toda la vida”, reflexiona. Para la familia el hospital es su segundo hogar, donde suelen cruzarse por los pasillos del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires todos los días, y Carolina también realiza atención médica en su localidad natal. “Hace 35 años que voy a atender pacientes a Tres Arroyos, porque ahí tengo el consultorio de mi papá, y nunca dejé de ir”, señala.
“Fui embarazada, con una bebita mientras cursaba el segundo embarazo, y mi suegra me acompañaba, así como mi mamá venía a ayudarme cada vez que yo estaba internada, manejaba 500 kilómetros para cuidarme a mi hija”, resalta. Y enfatiza: “Una es una y sus circunstancias, y yo soy consciente de que tuve un contexto que me súper ayudó, y sino lo hubiera tenido capaz que también habría encontrado otra manera, pero agradezco todos los días que tengo un entorno muy compañero”.
El respeto, el diálogo, la tolerancia, y la comprensión son los valores que tanto Juana como Carolina destacaron a lo largo de la charla. “No me arrepiento de nada, adoro y admiro a mis hijos, me encanta lo que hacen y cómo lo hacen, y creo que no hay un libro o una teoría sobre ser mamá; me parece que todas las formas son válidas, que no hay una maternidad mejor ni peor, sino que hay que estar muy presente, como nos salga y como podamos, porque realmente no hay un fórmula”, concluye la dermatóloga.