La vida del hombre que saltó al vacío desde la estratósfera y rompió la barrera del sonido: “Ahora vuelvo a casa”

Félix Baumgartner tiene un tatuaje que dice “Born to Fly” (nacido para volar). Hace once años, se paró sobre el umbral de una cabina que estaba a casi cuarenta kilómetros del suelo y saltó hacia lo desconocido. “Miraba el paisaje, podía ver algunas pequeñas montañas y trataba de averiguar dónde estaba exactamente”, contó después. La historia de un hombre récord que sigue haciendo locuras en el aire

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Félix Baumgartner tenía 43 años cuando saltó al vacío desde más de 39 mil metros de altura. Viajó a 1.341,9 kilómetros por hora durante unos segundos. Ese día rompió tres récords, además de convertirse en la transmisión en vivo más vista en YouTube. Austríaco, ex paracaidista y militar, la vida del hombre que soñaba con volar

Lo calificó como un ambiente implacable y hostil. Estaba a casi cuarenta kilómetros del suelo, donde el cielo ya no es azul, sino negro. Era el domingo 14 de octubre de 2012. Félix Baumgartner tenía, ese día, 43 años y un prolífico pasado. Félix Baumgartner tenía, ese día, 43 años y un prolífico recorrido. Su trayectoria presumía de hazañas sin precedentes. Estaba preocupado en hacer cosas que nadie había hecho. A los 17 años había saltado por primera vez desde un avión. Trece años antes de esta última gesta había roto -vestido de oficinista, para mimetizarse con el entorno- el récord mundial de salto base desde un edificio: las Torres Petronas de Kuala Lumpur, Malasia, por entonces la construcción más alta del mundo con 452 metros de altura, y el salto base más bajo, desde el Cristo Redentor de Río de Janeiro, Brasil. En julio de 2003, fue la primera persona en sobrevolar el Canal de la Mancha usando un traje hecho con fibra de carbono y alas. En junio del año siguiente, realizó salto base desde el viaducto de Millau, en Francia, el puente más alto del globo: algo que nadie se había animado. También conquistó el rascacielos Turning Torso de Malmo, Suecia, y la cueva de Mamet en Croacia con una profundidad de 200 metros. Y en diciembre de 2007, cuando la torre Taipéi 101, anclada en la capital de Taiwán, se convirtió en el edificio más alto del mundo con 509 metros de altura, se encargó de ser la primera persona en saltar desde ella.

“¿Cuántos edificios más altos del mundo quieren hacer?”, cuestionó con sorna. Hubo que inclinar la cabeza más hacia atrás. Divisó el techo del mundo más arriba de las nubes. Se propuso establecer cuatro récords mundiales en una misma gesta. Saltar desde la estratósfera comprendía un hecho con ribetes inéditos. Así su nombre estaría asociado al salto desde mayor altura, al vuelo tripulado en globo de mayor altura, al salto con mayor duración en caída libre y al hombre que fue capaz de romper la velocidad del sonido sin propulsión mecánica.

Baumgartner ya tenía calibre de celebridad excéntrica, era un showman, devoto de los deportes de riesgo. Los curiosos se agolpaban a los pies de los edificios que desafiaba. Se filmaba antes de saltar y desde los helicópteros -los drones de entonces- documentaban sus proezas. Para su próximo acto necesitaba financiación. Había solicitado el patrocinio de una compañía de bebidas energéticas para su salto base desde el puente New River George de 262 metros en West Virginia, Estados Unidos. Su pedido fue rechazado, pero él igual hizo el truco.

Félix Baumgartner viajó a 1.341,9 kilómetros por hora durante unos segundos. El 14 de octubre de 2012 rompió tres récords y se convirtió, por entonces, en la transmisión en vivo más vista en YouTube
Félix Baumgartner viajó a 1.341,9 kilómetros por hora durante unos segundos. El 14 de octubre de 2012 rompió tres récords y se convirtió, por entonces, en la transmisión en vivo más vista en YouTube

Pasaron otros 32 saltos al vacío para que la firma acordara su patrocinio. Saltar desde el umbral de la atmósfera requería una rigurosa planificación. El proyecto se llamó Red Bull Stratos, demandó cinco años de investigación y una inversión de veinte millones de dólares. El desafío tuvo, también, sus peripecias legales. En abril de 2010, Daniel Hogan interpuso una demanda en la Corte Superior de California, en Los Ángeles: reclamaba la autoría de la gesta y que la empresa le había robado la idea de saltar en paracaídas desde los confines aéreos de la Tierra. En junio, la denuncia se resolvió fuera de los tribunales y en febrero del año siguiente, el proyecto retomó su curso.

Estaba todo listo. Los expertos en medicina, industria e ingeniería espacial habían autorizado la caída supersónica. El globo aerostático y la cápsula que lo despedirían desde las alturas esperaban su hora. Félix había superado con un psicólogo sus principios de claustrofobia que le producía el traje restrictivo que había sido diseñado especialmente para su caída. El uniforme se había convertido en su prisión. Se sentía incómodo y hasta atrapado. Lo podía soportar apenas una hora. Un día, en un ensayo de cinco horas, terminó tan afectado que abandonó el proyecto. El psicólogo Michael Gervais se hizo cargo: le ayudó a cambiar su forma de pensar. Lo instruyó en la “respiración de combate”: eran situaciones límites que lo llevaban al umbral del pánico. Cada vez que Baumgartner perdía el eje, Gervais le recordaba que era el héroe del proyecto y que el traje que tenía lo habían diseñado exclusivamente para él. En ese proceso, el operativo decidió que Joe Kittinger, antiguo piloto de aviones de combate y poseedor del récord mundial de salto en paracaídas tras caer desde 31.333 metros en 1960, fuese la voz de comunicación con el saltador.

Hubo dos saltos previos exitosos. El tercero suponía un salto a 36.576 metros de altura (la barrera de los 120.000 pies) desde una cápsula suspendida de un globo inflado con helio, que medía 33 canchas de fútbol. Iba a celebrarse el martes 9 de octubre, pero las condiciones climáticas adversas obligaron su reprogramación: se postergó al domingo 14. Se repitió el protocolo: hora y media de inflado del globo aerostático, acondicionamiento y presurización de la cabina. Partió a las 9:30 de Nuevo México, al suroeste de los Estados Unidos: la temperatura en el interior de la cabina era de 19,5 grados, 13,1 en el exterior. Más de dos horas y media le costó ascender hacia la estratósfera. La cabina, con 1,315 kilos de peso, colgaba a cincuenta metros del globo. El globo, fabricado en polietileno, era más diez veces más fino que una bolsa de plástico. Era, a su vez, gigante: alto como la Estatua de la Libertad, con una capacidad de almacenamiento de 850 mil metros cúbicos, y ancho como la superficie de un estadio de fútbol cuando en la estratósfera el helio se expandió en su interior.

"Pensé que giraría unas cuantas veces, pero luego comencé a acelerar. A veces era realmente brutal. Pensé por unos segundos que iba a perder el conocimiento", contó el austríaco
"Pensé que giraría unas cuantas veces, pero luego comencé a acelerar. A veces era realmente brutal. Pensé por unos segundos que iba a perder el conocimiento", contó el austríaco

En la cápsula había quince cámaras, cinco colgaban del traje y otras quince lo esperaban en tierra y aire. Era el hombre más famoso del mundo: su salto estaba siendo televisado en directo por más de cuarenta cadenas, 130 medios digitales y ocho millones de personas seguían la transmisión en vivo por YouTube, récord para la época. Hubiesen sido más pero la demanda excedió las capacidades del servidor.

Cuando se despresurizó la cabina ya no había retorno: había que saltar. Había alcanzado los 39.068 metros de altura, cuatro veces la altura a la que vuela un avión comercial. Ya había roto el primer récord: vuelo más alto en globo aerostático. Permaneció sentado unos segundos, se paró, contempló el mundo. “Miraba el paisaje, podía ver algunas pequeñas montañas y trataba de averiguar dónde estaba exactamente. El problema es que en ese momento había desconectado mi oxígeno y sólo tenía diez minutos antes de que se agotara, así que tenía prisa por saltar. Me hubiera gustado quedarme allí más tiempo”, reveló en diálogo con Marca una década después. Hizo una venia militar a la nada y a la vez a la inmensidad, y antes de dejarse caer se despidió con un “ahora vuelvo a casa”. Su mensaje real fue malinterpretado por una breve interrupción de las comunicaciones. También pronunció estas: “Sé que todo el mundo está mirando y me gustaría que todo el mundo pudiera ver lo que yo veo. A veces hay que llegar muy alto para entender lo pequeño que eres en realidad”. Ya había roto su segundo récord: caída libre de mayor altitud.

Dijo, años después, que sabía que millones de personas lo estaban mirando y confesó qué pensamientos lo asaltaron: “Vaya sensación. Quería disfrutar más desde esa altura. Recordé lo frustrante que había sido a veces el trabajo. Con reuniones interminables a las que entrabas con cinco problemas por resolver y salías ocho horas después con cinco más. Pensé en todo eso”. El salto al vacío no era un suceso visceral, arrebatado: era un viaje de más de cuatro minutos. “Ahí acelerás como un demente hacia lo desconocido y simplemente te sometes al destino”, expresó.

Dos años después, su récord de altitud lo rompió el vicepresidente de Google, Alan Eustace, de 57 años, al saltar desde 41.425 metros. Su proeza no tuvo tanta dimensión mediática como la de Baumgartner
Dos años después, su récord de altitud lo rompió el vicepresidente de Google, Alan Eustace, de 57 años, al saltar desde 41.425 metros. Su proeza no tuvo tanta dimensión mediática como la de Baumgartner

En pocos segundos ya había superado los mil kilómetros por hora. Imprimió una velocidad en caída libre de Mach 1,24, o 373 metros por segundo, o 1,341.9 kilómetros por hora. Ya había roto su tercer récord: velocidad supersónica en caída libre para un ser humano. A los cuatro minutos y 19 segundos, decidió abrir el paracaídas. No pudo completar su cuarto récord: la caída libre prolongada de mayor duración. Tal vez lo hizo para respetar la hazaña que había hecho Joe Kittinger, su mentor y su guía desde el centro de control de Roswell. 9:09 minutos después de saltar desde la estratósfera pisó el árido suelo del suroeste estadounidense. Al aterrizar, dejó vencer sus piernas, se arrodilló y alzó los brazos. Cámaras a pie y desde helicópteros salieron en su rescate. Era, a su vez, una hazaña mediática, una nueva conquista del espacio.

Es probable que no haya quebrado la cuarta plusmarca por prevención. El descenso tuvo un tramo caótico que pudo haberle provocado un derrame cerebral. La ovación más nutrida en la sala de control sucedió cuando el austríaco pudo estabilizar su caída. “La salida fue perfecta -dijo el mismo día de convertirse en el primer hombre en romper la barrera del sonido-, pero luego comencé a girar lentamente. Pensé que giraría unas cuantas veces, pero luego comencé a acelerar. A veces era realmente brutal. Pensé por unos segundos que iba a perder el conocimiento. No sentí un estallido sónico porque estaba tan ocupado tratando de estabilizarme. Tendremos que esperar y ver si realmente rompimos la barrera del sonido. Fue realmente mucho más difícil de lo que pensé que iba a ser”.

“Hay tantas cosas que podrían haber salido mal ese día -reveló con los años-. Sólo para lanzar el globo se necesitaban las condiciones perfectas. Si el viento es demasiado fuerte, ni siquiera se puede despegar. Había mucha presión con los globos, porque antes del intento oficial habíamos agotado varios en las pruebas y sólo nos quedaba uno, así que teníamos que hacerlo bien. Además, se tardan seis meses en construir cada uno y costaban una cantidad enorme de dinero. Una vez en el aire, había otros riesgos: ¿el globo alcanzaría los 35.000 metros? ¿Sería capaz de abrir la puerta de la cápsula? ¿Funcionaría el traje? ¿Sería capaz de controlar la caída...?”.

Félix Baumgartner tenía 43 años cuando saltó al vacío desde más de 39 mil metros de altura. Viajó a 1.341,9 kilómetros por hora durante unos segundos. Ese día rompió tres récords, además de convertirse en la transmisión en vivo más vista en YouTube. Austríaco, ex paracaidista y militar, la vida del hombre que soñaba con volar

En conferencias que dio por el mundo con estirpe de héroe, repasó su proeza: “Lo más difícil fue controlar mi cuerpo a esa velocidad. Podía sentir la presión de la sangre en los ojos, me tomó cincuenta segundos parar los giros en mi cuerpo y después volé por tres minutos hacía la tierra”. Relató que la mayor dificultad fue que no pudo practicar el salto, que no tenía protocolos ni experiencias a las que recurrir, que debería valerse de su intuición ante un imprevisto y sólo tuvo “30 segundos para averiguar qué podía pasar con su cuerpo”.

En 2012, ganó el Premio Laureus al Mejor Deportista Extremo del Año. Y se retiró. Tenía 43 años, no era padre y había nacido en Salzburgo, Austria, el 20 de abril de 1969, el año en el que el hombre llegó a la Luna. De niño soñaba con volar. Se conformó con saltar. A los 16 años tuvo su bautismo en salto al vacío en paracaídas. Se alistó en el equipo de fuerzas especiales del ejército austríaco y se convirtió en un temerario saltador base desde monumentos, edificios y cabinas estratosféricas. El mundo habló de él, y él cuando habló con el mundo, a través de los medios, sembró polémica.

“¿Pasar a la política es una opción para tu futuro?”, le preguntó el periodista Klaus Höfler del medio austríaco Kleine Zeitung dos semanas después de su salto a más de 39 mil metros de altura. Él respondió que no y argumentó: “Tomo a Schwarzenegger como ejemplo: no se puede mover nada en una democracia. Necesitaríamos una dictadura moderada donde haya algunas personas del sector privado que realmente sepan lo que hacen”. La frase acaparó las primeras tapas de los diarios.

En la misma entrevista, dijo que tiene los mismos miedos de la gente, solo que él no le teme a las alturas y que nunca podría acostumbrarse al peligro porque esa conciencia alerta es lo que lo rescata. También respondió por qué se mudó de Austria a Suiza: “Motivos fiscales -adujo-. Porque es difícil en Austria. No hay certeza sobre los impuestos. En Suiza, se puede llegar a un acuerdo con el ministro de Finanzas. Tenés que poner documentos sobre la mesa y saber dónde estás. Este no es el caso en Austria, donde siempre hay funcionarios fiscales que piensan que lo que hago no es deporte”. Su mudanza y sus análisis políticos inspiraron tantas críticas como desprecios.

En sus redes sociales,  Félix Baumgartner muestra su fanatismo por el parapente y las acrobacias que hace con helicópteros en exhibiciones aéreas
En sus redes sociales, Félix Baumgartner muestra su fanatismo por el parapente y las acrobacias que hace con helicópteros en exhibiciones aéreas

En abril de 2012, seis meses antes de su show, Baumgartner fue condenado a pagar 1.500 euros en concepto de multa por un suceso ocurrido el 30 de septiembre de 2010 en las calles de su ciudad natal, Salzburgo. Tres jueces del Tribunal Regional de la ciudad rechazaron la apelación y penaron al atleta extremo por haber provocado lesiones a un camionero de origen griego en un incidente de tránsito. Meses después, también despertaron polémica su visión sobre la educación de los niños: “Yo estoy a favor de una saludable bofetada cuando hay que hacerlo. Con mi padre no había otra manera”, dijo a la revista alemana Bunte.

Nicole Öttl fue su pareja durante cuatro años. En agosto de 2013, menos de un año después de su salto a la fama, terminaron la relación. Ella, ex deportista de competición y por entonces con 33 años, lo acusó públicamente de mujeriego y egoísta. “Fueron cuatro años únicos y no me arrepiento de ninguna manera”, explicó en un posteo que subió a su cuenta de Facebook, para luego afirmar que no estaba dispuesta a seguir viviendo cosas como la “falta de esfera privada, las mujeres irrespetuosas, el incansable deseo de aventuras y el consiguiente egoísmo” del superatleta austríaco.

Él, tras una trayectoria de 25 años en deportes extremos, se dedicó a participar de competiciones de autos de carrera y exhibiciones en helicópteros, su nueva pasión. En sus redes sociales, además de enseñar sus piruetas en los cielos y de exhibir la vida de una celebridad, coquetea con la confrontación política. Hace unos meses, celebró la decisión del guitarrista y compositor británico Eric Clapton de negarse a brindar conciertos en lugares que exijan el certificado de vacunación contra el coronavirus. Clapton manifestó una postura antivacuna y negacionista. Baumgartner publicó emojis con aplausos y el recorte de la noticia en The Guardian. Al día siguiente, un nuevo posteo: “Mi última publicación sobre Eric Clapton no significa que esté en contra de la vacunación, solo significa que lo respeto por defender sus creencias. Esa es la razón por la que hay gente vacunada y gente no vacunada. Es un mundo libre y todos deberíamos respetar eso”.

Once años después de que un austríaco de 43 años viajara a 372 metros por segundo -el sonido viaja en la atmósfera terrestre a 342 metros por segundo-, hay quienes sostienen que su salto se compara con “el aterrizaje en la Luna de la nueva generación”. Baumgartner tiene un tatuaje que dice “Born to Fly” (nacido para volar). Lo respeta. Sigue viviendo en el suelo y el cielo. En sus redes sociales enseña cuánto le gusta hacer parapente, saltos bases y cómo obliga al mundo a mirar hacia arriba para volver a verlo jugar: hace acrobacias con helicópteros en exhibiciones aéreas.

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