“Hacete una huerta”, le dijo un amigo. A Verónica Lorenzo (56) no le interesaba, porque no entendía nada del tema, tampoco tenía ganas y además, tampoco le gusta cocinar. Nada le cerraba. La licenciada en administración de empresas se había ido a vivir a Del Viso en el año 97 en una casa con un parque de 2700 m2 e iba y venía de CABA por cuestiones laborales. Pero con el paso del tiempo, comenzó a trabajar desde su casa y se encontró con tiempo libre. Un poco por aburrimiento, siguiendo el consejo de su amigo, compró unos cajones para empezar a sembrar. A ella le gusta que esté todo ordenado y prolijo, se hizo de unos durmientes y empezó a dar forma a su flamante huerto. “Y a partir de ahí me gustó”, recuerda la mujer que hoy tiene una huerta de 20 metros x 2 metros que abastece no solo su cocina, sino también la de familiares, amigos y vecinos. La historia la contó en la red social X: “Empecé una huerta por diversión, después la agrandé por aburrimiento en pandemia, hoy provee a mi familia y amigos y vecinos de esta inflación galopante. ¡Quién hubiera dicho!”.
Verónica comenzó la siembra con lechugas, rúcula, acelga, tomates. “Después me empecé a meter mucho en Instagram y ahí hay un par de personas que hablan mucho de Huertas. Una es La Juanita Huertas, otra es Clara Billoch. Después hay otra chica que habla muy bien que se llama Paquita”, precisa. Durante el aprendizaje cometió un montón de errores. Ahogó tomates, la invadieron arañas y al tratar de combatirlas con jabón potásico quemó los cultivos porque no sabía que había que rebajar el producto. También al defender el huerto de las hormigas les empezó a tirar arroz orgánico, como le habían recomendado. “Me gasté una fortuna en arroz y los bichos seguían ahí. No me resultó lo orgánico”, recuerda la mujer, que al final recurrió al método tradicional.
Su amigo le dijo esta vez: “Vero ¿conseguiste gallinas?” Y ella le respondió: “Ni en pedo, por los piojos de la gallina”. Ella no quería saber nada. Pero al ver un rincón para ellas le pidió a su amigo “tráeme un par de gallinitas”.
Hasta ese momento los únicos animales que había criado Verónica en su vida eran perros. Como le gusta la política y vio que eran muy escandalosas, le puso todos nombres de mujeres de la política. “Políticas guerreras. Tengo a Cristina, tengo a Vidal, a Carrió, a Graciela Camaño, la tengo a la Donda y ahí andan mis dulces gallinas”.
Dice que un día se le ocurrió agrandar su corral y quiso incursionar con los pollitos, sin tener gallo. Compró huevos fecundados en Mercado Libre y no midió que podrían nacer gallos. “Yo vivo en una zona de quintas. Yo gallo no puedo tener porque me matan los vecinos. De todos los huevos que compré, como cuatro docena de huevos, me salieron dos y los dos fueron gallos. Eduardo y Carlitos. Me los habían vendido como de raza y “son re truchos”. Y en una compra de gallinas, que se vendían como pollitos, mientras iban creciendo, una empezó a cantar. “Vos tenés que ser gallina. Las gallinas no cantan por la mañana. “, le dijo y la bautizó Alberto, por lo inesperado. “Y ahí lo tengo a Alberto. Todo mal me salió”, agrega riendo.
La mujer cuenta que desde que tiene a sus gallinas dejó de comer pollo. “Que no me traigan una vaca porque dejo la carne”, expresa.
Las gallinas le dieron muchos huevos. Hasta 30 por día, que anda regalándolos por todo el vecindario, a su familia. Después de la pandemia, con todo el tiempo libre que tenía su huerta fue creciendo más y más y empezó a sobrar lo que la tierra le daba. Si bien aumentó el trabajo y tiene un jardinero, las únicas manos que se ocupan de su huerto son las de ella. “Yo trabajo con obras sociales, trabajo con médicos y es un tema. Cuando vuelvo para acá esto me relaja, me calma, la pasás bien. Es un cable a tierra. Tampoco es mucho trabajo una vez que le encontrás la vuelta”, asegura.
Durante la pandemia incorporó nuevos plantines y variedades. Llegaron los pepinos, berenjenas y ajíes. Cuando viaja se trae semillas de tomates raros como los limón, y los mandarina.
Ahora con semejante huerta cualquiera puede pensar que su artífice aprendió a cocinar. Pero no. “Yo soy de las que revienta un huevo duro. O sea, yo te pongo huevo, me voy. Y cuando llego se consumió el agua, se me quemó el jarro y se me reventó el huevo. Con toda esta historia me compré uno de esos robotitos de cocina. Una maravilla. Es más. La gente me dice ‘esto no lo hiciste vos’. Claro, está genial. Vos ponés un huevo, ponés el horario, te vas como siempre”, explica sobre la solución mágica que encontró para aprovechar la cosecha, comer rico y sin querer, lucirse.
Los locos de Giménez
Frutales no tiene pero incorporó un membrillero. Una vecina preparara un dulce de membrillo espectacular con los ella que les da y después le comparte. “Acá se armó una linda comunidad donde yo les doy y ellos me dan”. Tenemos quintas pero somos profesionales, no somos quinteros. Somos cuatro o cinco vecinos de la calle Giménez, “Los locos de Giménez”, donde intercambiamos cosas. Uno dijo, ‘che Vero, me voy a hacer una huerta, pasame’. Yo agarro y le doy caca de la gallina, caca de los conejos para que nutrifique. Y uno me dice ‘estoy haciendo la dieta keto’. Tomá llévate huevos. O por ejemplo se llevan algo y después me traen algo de lo que cocinaron. Sí, y así se fue dando y. Y después, esto siguió creciendo”, relata.
Los locos de Gimenez se llama el grupo de Whatsapp que nació por hacer frente a la inseguridad. “Una manga de locos. Gente que se armó por el tema de la alarma vecinal y toda esa historieta. Entonces le pusimos los locos”, cuenta divertida sobre sus vecinos a quienes considera amigotes, con quienes formó una linda comunidad, en la que nadie se invade.
Con la inflación galopante, como expresó en su cuenta de X (@veroloren), se dio cuenta de que había cosas que no iba a poder comprar. “El brócoli. Te soy sincera. Vos tirás una semilla y en un par de meses tenés unos brócolis enormes. Y le tirás agua, nada más. Y veo ahora que una cabeza está mil mangos. Yo cuando lo vi el otro día no lo podía creer. Es una locura”
— ¿Empezaste a contabilizar lo que vale tu huerta?
— Empecé a darme cuenta cada vez que esto se volvió un emprendimiento. Podría empezar a venderlo si quiero. Obviamente que no lo hago porque no tengo escala, porque si vendo un brócoli, quizás tenga cinco plantas de brócoli y ya está. Con 5.000 $ no se hace nada. Pero a lo que voy es que si alguien se pone con una maceta sembrás una planta de acelga y no es que te la comes entera. Le vas cortando las hojitas y te vuelven a crecer y te dura hasta tres cortes. O sea que tenés un año, una planta y que te fue dando acelga y con eso te hacés un par de bocaditos y así todo.
Verónica dice que la tierra es muy fértil pero que la gallinaza, el abono de sus gallinas dan resultados increíbles. Y repara en el tamaño de las hojas de acelga que de tan inmensas se parecen a planta Orejas de elefante. “Una cosa es que te la cuente, otra cosa es verlo. La gente que viene acá me dice ¿qué le diste?”
— ¿Abastecés a muchas personas con tus cultivos?
— Yo vivo sola y después se vino a vivir mi hermano que compró una quinta hace muy poco a cuatro cuadras y mi sobrina a la vuelta. Cuando necesitan algo se vienen a surtir. ‘¿Estás?’ Sí ‘Voy’. Y se llevan lo que hay. Lo mismo mis amigos cuando vienen. Tengo una amiga que tiene una familia numerosa de seis y cuando viene se llevan bolsas y bolsas de verdura.
— Se van felices?
— Sí, porque es muy caro todo.
Verónica se sabe todos los precios de la verdulería. Dice que llenar una bolsa sale como 5 mil pesos. La acelga cuesta como 500 pesos el kilo, buenos tomates,1000. “El otro día una me dice Vero, fui a comprar un ají, 900 mangos me pidieron. ¿Un ají? ¿Están locos? Y le pregunto: ¿Qué hiciste? Le pedí medio”, dice.
— De no querer huerta pasaste a proveer a muchas personas
— Sí, me abastecí a mí, vecinos, amigos y hasta incluso los empleados de casa. El jardinero me dice ‘¿me puedo llevar?’ Sí, llevá gordo y se lleva. Se llevan los limones, acelga, lo que hay. Hasta cosas raras. Había traído los romanescos, que son como brócolis con forma rara, violetas. Compré semillas y me salieron. También tomates rarísimos y albahaca colorada. Yo nunca había probado la albahaca colorada. Y de hecho te digo más, yo de chica no te comía la verdura, o sea, mi vieja corriéndome por todos lados, no comía verdura y ahora te como hasta repollo. Como todo. Aunque no del todo. No me gusta el pepino. No, no lo paso. Mirá que compré hasta pepino Limón, es un pepino redondo, muy bonito. Es hermoso, pero no, no, no lo paso.
Cuando visita a sus clientes Verónica les lleva una atención: verduras de su huerta. Y huevos también. Los que tienen suerte reciben huevos azules de su gallina araucana, que hasta hace poco ella no sabía que existían y hoy es casi una experta.