El 12 de octubre de 1973, Juan Domingo Perón asumió por tercera vez la presidencia de la Nación en un clima de algarabía y esperanza, a pesar de la ola de atentados y secuestros extorsivos que envolvía al país. Hacía casi medio año que el gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse había abandonado el poder y, a pesar de eso, reinaba un clima de incertidumbre y de violencia. Luego de jurar en el Congreso de la Nación, con las presencias de los ex presidentes Frondizi, Illia, Guido y Cámpora, más la asistencia de la española Pilar Franco Bahamonde, y tras escuchar un sentido discurso del senador José Antonio Allende, presidente de la Asamblea, Perón llegó cerca del mediodía en helicóptero a la Casa de Gobierno. Luego de recibir la banda y el bastón de mando, tuvo que salir a saludar a la muchedumbre desde su histórico balcón sobre la Plaza de Mayo detrás de un vidrio blindado por razones de seguridad.
En la oportunidad, el presidente Perón (cuyo último discurso en ese mismo lugar había sido el 31 de agosto de 1955) le dijo a la multitud que “hay circunstancias en la vida de los hombres en las cuales uno se siente muy vecino a la providencia. Para mí, esas circunstancias se presentan cuando tengo la inmensa satisfacción de contemplar al pueblo […] Por eso a todos los argentinos y especialmente a los peronistas les exhorto a que pongamos desde mañana mismo toda nuestra actividad al servicio de la reconstrucción de nuestra Patria”. También le dedicó a la juventud un reconocimiento: “A ellos hemos de entregarles nuestras banderas, convencidos de que, por sus valores morales, han de llevarlas al triunfo, para la grandeza de la patria y la felicidad de nuestro pueblo.”
Por la noche se dio una función de gala en el Teatro Colón para agasajar a los invitados y luego hubo una recepción el Hotel Plaza sobre la Plaza San Martín. A varios de estos eventos concurrió el teniente Jorge Echezarreta, un oficial de Granaderos, junto con “Guagua” Alonso, una de las jóvenes bellezas de la época. Nunca lo olvidó por ese motivo y otro menos satisfactorio. “En un momento de la fiesta apareció el comisario Rodolfo Almirón, custodio de López Rega, y le dijo a Fernando Taboada, un funcionario de Ceremonial del Palacio San Martín: “Acaban de ametrallar el automóvil de la delegado de la Junta Militar chilena. No quieren que nadie se entere”.
En esas mismas horas el mundo guardaba respiro por el enfrentamiento en Medio Oriente, tras el ataque de Egipto y Siria, principalmente, contra el Estado de Israel en lo que dio en llamarse la Guerra del Yon Kipur que se extendió entre el 6 y 25 de octubre de 1973. Los combates terminaron luego de la intervención de las Naciones Unidas y con la derrota de los atacantes que se quedaron sin la franja del Sinaí y las Alturas del Golán. También, como antesala de lo que sobrevendía más tarde con el presidente Richard Nixon, el vicepresidente de los Estados Unidos Spiro Agnew se vería obligado a renunciar acusado de corrupción.
El mismo día viernes 12 de octubre, Montoneros anunciaba su fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias – FAR – que a partir de ese momento dejaban de cometer acciones con ese nombre original. La fusión según el Acta de Unidad será para iniciar “una nueva batalla en esta larga guerra de liberación, tan dura y compleja como la anterior…”. El primer acto de significación de la nueva organización se realizó en la plaza Vélez Sársfield de Córdoba el 17 de octubre. Ahí, frente a más de 10.000 personas, Mario Eduardo Firmenich, sin nombrarlo, le respondió a Perón, al decir: “Porque hoy resulta que hay algunos que durante la etapa anterior estaban en contra de lo que nosotros hacíamos y que ahora explican que como éramos formaciones especiales éramos para un momento especial, que era la dictadura. Y que como ahora se acabó la dictadura, se acabaron las formaciones especiales. Claro. ¡Ellos dicen que lo que se justificaba antes no se justifica ahora! (…) Entonces nosotros pensamos que hay alguna trampa en el argumento. Por lo tanto, no nos pensamos disolver”.
El jefe de Montoneros definió al “Documento Reservado para la depuración del Movimiento” que se dio a publicidad el 2 de octubre de 1973, luego del asesinato del Secretario General de la CGT, José Ignacio Rucci, como una “estupidez”: “Este documento plantea un fantasma que arremete al peronismo. Nosotros, lo que debemos plantear es que sí, queremos la depuración del Movimiento, pero fundamentalmente de aquellos que son agentes de los yanquis en el Movimiento. Esta es la depuración que vamos a hacer; de todos aquellos que no representan a los trabajadores”. Roberto Quieto, el jefe de las FAR que se integró como segundo de la Conducción Nacional de Montoneros, reconoció que la elección de Córdoba para realizar el acto se debía “al papel protagónico que jugó el pueblo de Córdoba en la lucha contra la dictadura militar. Sí, compañeros, es el reconocimiento al “cordobazo”, al “viborazo”, a numerosas acciones armadas que tuvieron por escenario a esta ciudad…”. Se equivocaba Quieto porque para Perón el “cordobazo” fue un fenómeno producido por la izquierda, no por el peronismo.
Entre muchos gestos de afecto, durante esos primeros días de su presidencia, Perón recibe de manos de Felipe Reisoli Mattiheu un gorro de alpinista de bronce. Reisoli había sido su instructor en Aosta, Italia. A fines de los años 30.
También, de parte de Juan Alberto Merlino, recibe el sable corvo y sus insignias de general que usó en su anterior gobierno y que habían sido rematadas en 1958, y él las dono al Museo de la Casa de Gobierno. En las siguientes semanas la política argentina tenía como único centro de atención el desarrollo de las relaciones entre el presidente Perón y las organizaciones armadas, embarcadas en una ola cada vez más violenta de secuestros, asesinatos y ataques contra dirigentes sindicales y miembros de las fuerzas armadas y de seguridad. Además operaban en la Argentina otras bandas terroristas. Eran extranjeras y estaban nucleadas en la Junta Coordinadora Revolucionaria que convirtieron al país en un “aguantadero”.
Después de un largo mes en ejercicio de la presidencia de la Nación, Perón enfrentaba ahora con un sector de hombres y mujeres del peronismo que pretendían encaminarlo por la senda del socialismo nacional, un difuso planteo que giraba alrededor de la figura del jefe del comunismo cubano Fidel Castro. La jefatura del primer mandatario comenzaba a ser discutida tanto por los jóvenes radicalizados de Montoneros y sus organismos colaterales. El enfrentamiento reconocería cuatro frentes de batalla – sindicatos, gobernadores provinciales, accionar guerrillero, universidades. El temor a los atentados y secuestros en los empresarios nacionales y extranjeros abrió paso a un éxodo de hombres y de capitales, algunos hacia los países de origen, otros hacia lugares más cercanos como Uruguay. Un panorama de inseguridad que crecía día tras día en todo el país, con las organizaciones guerrilleras Montoneros y ERP cumpliendo un plan que abarcaba desde secuestros para obtener financiamiento hasta el asesinato de militares y miembros de las fuerzas de seguridad.
El mismo día, Perón concurrió a la CGT con el propósito evidente de apoyar a la dirigencia sindical “ortodoxa”, y “organizada” como le gustaba reiterar, frente a la embestida de la juventud revolucionaria, pero también para dar sostén al proyecto de ley de Asociaciones Profesionales que ya encontraba escollos en el Congreso de la Nación. En compañía de Isabel Perón y de López Rega dirigió un mensaje de una hora de duración donde retomo los conceptos claves de la ortodoxia justicialista. Además de elogiar la organización sindical, a la que definió como una de las mejores del mundo, Perón advirtió que la revolución justicialista no se podía hacer ni con fracturas ni con violencia, e insistió en su prédica de alcanzar la revolución en paz, frente a una dirigencia sindical altamente sensibilizada por la violencia que soportaban por parte de organizaciones guerrilleras que ya habían asesinado a varios dirigentes gremiales. La revolución en marcha “no se puede obtener fácilmente, y no se puede alcanzar por fracturas ni revoluciones violentas. No son los procesos destructores los que pueden armar un sistema que permita obtener el grado de felicidad y dignidad que soñamos para nuestro pueblo “.
El 8 de noviembre, el presidente Perón volvió a hablar ante la dirigencia sindical en el Salón Felipe Vallese de la CGT y frente a los peligros que acechaban al Movimiento, preguntó en voz alta: “¿Cómo se intenta hoy conseguir lo que no consiguieron durante 20 años de lucha? Hay un nuevo procedimiento: el de la infiltración. Esto ha calado en algunos sectores, pero no en las organizaciones obreras”. En la misma ocasión habló de la doctrina y la defensa del Movimiento: El cambio de la doctrina “será por la decisión del conjunto, jamás por la influencia de cuatro o cinco trasnochados que quieren imponer sus propias orientaciones a una organización que ya tiene la suya”; en cuanto al cuidado del Movimiento habló del “germen patológico que invade el organismo fisiológico, genera sus propios anticuerpos, y esos anticuerpos son los que actúan en autodefensa.”
El 13 de diciembre, el presidente volvió a pronunciar un discurso en la Confederación General del Trabajo (CGT) en los que trató los remanidos problemas de los salarios, inflación, deuda y déficit. Luego de mencionar la deuda externa como un problema que había que afrontar, se refirió al gasto público. Y con su estilo llano anuncio: “Se ha generado una deuda inmensa como consecuencia de que todo era déficit” y al hablar de los presupuestos anuales agrega: “Ya se calculaba el presupuesto con 30 mil billones de déficit como quien se toma una pastilla. Sin que a nadie le produjera la mayor extrañeza”. “¡Pero es que a eso después hay que pagarlo”.