Paola y Mauro Albarello son hermanos y crecieron en Leandro N. Alem, localidad bonaerense del partido homónimo, a 302 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. En plena pandemia volvieron a pasar tiempo en la casa de sus abuelos, como cuando eran chicos, y surgió la idea de transformarla en un hospedaje rural. El proyecto motivó a toda la familia, pero de pronto los planes cambiaron. El 2021 fue un año demoledor: su madre recibió el diagnóstico de cáncer de colon y tras 12 meses de lucha partió de este mundo. En medio del duelo retomaron las remodelaciones junto a su padre, de 86 años, su abuela materna de 91, y el pequeño Pedro, de 3 años, hijo de Mauro. Unieron fuerzas para cumplir el sueño pendiente, que hoy rinde sus frutos en el marco del turismo rural y les brinda momentos únicos.
Hacía dos días habían celebrado el Año Nuevo, sin imaginar que sería el último que pasarían todos juntos, porque en el próximo diciembre enfrentaron la dolorosa pérdida. “Mamá tenía 65 años, no era algo que pudiéramos ni imaginar, más allá de que uno nunca está preparado para algo así, pero era una mujer joven que amaba este lugar y la idiosincrasia del pueblo”, expresa Paola en diálogo con Infobae. La tranquilidad de las calles sin semáforo de la localidad de aproximadamente 3000 habitantes, era el tesoro más preciado para su madre, además de detalles como olvidarse de una bicicleta en la vereda y encontrarla al día siguiente, o incluso dejar el auto abierto con las llaves puestas.
Mauro estudió Magisterio de Educación Infantil y trabaja como docente en Alem. Paola se mudó a la ciudad de La Plata cuando terminó el secundario, y se graduó de la carrera de periodismo. “Ni bien me recibí me quería volver, pero trabajaba en Buenos Aires, así que venía todos los fines de semana, y cuando empezó la cuarentena directamente me quedé, seguí con mis tareas de manera remota y no volví más”, explica. Su hermano se suma a la charla y cuenta que para él fue una gran alegría cuando supo que estarían de nuevo cerca.
“Fue todo bastante de sorpresa, y después del nacimiento de mi hijo arrancamos con la construcción del quincho y la galería”, comenta. A sus papás también les entusiasmada la propuesta de abrir la tranquera, que tiene una bandera argentina en la entrada, para todos los visitantes que quisieran disfrutar de la experiencia rodeados de naturaleza. “Mamá llegó a recorrer los comienzos de la obra, y fue la única que se dio cuenta que estábamos poniendo una ventana al revés, y gracias a ella lo revertimos a tiempo; le encantaba ver cómo se iba transformando todo”, aseguran.
Entre las restricciones para avanzar con la obra, y los cuidados que debían tener para que su madre no corriera riesgo de empeorar de salud, fueron meses de mucha tenacidad y cautela. Mauro se dedicó a la pintura junto a su papá, Pala también se involucró de lleno, y avanzaron de a poco. Mantuvieron la distribución original de la casa, con tres habitaciones, los pisos y techos originales, pero se pusieron en marcha para agregar dos espacios exteriores techados. “Lamentablemente mamá nos faltó, y de alguna manera sentíamos que este no era un lugar más, sino su lugar en el mundo, y que sería como tenerla presente siempre, así que empezamos a construir mientras nosotros nos desmoronábamos por dentro”, manifiestan.
Su padre no solo perdió a quien fue su compañera durante 37 años, sino que en 2021 también murieron dos de sus hermanos en menos de cuatro meses. “Fue un año terrible para él, y también para nosotros, pero se apoyó mucho en nosotros, que lo llevamos a todos lados, tiene amigos que lo invitan todo el tiempo a compartir, y la quinta se convirtió en un motor muy importante para todos”, destacan.
Manos a la obra
La quinta está situada a 200 metros de la Ruta Nacional 7, a 40 kilómetros de la ciudad de Junín, y 15 kilómetros de Vedia. La fachada salmón resalta entre los cañaverales, los árboles de eucaliptus que plantaron sus abuelos maternos -que se mudaron al terreno ni bien se casaron, hace 70 años-, y un mandarino que aporta aroma y color. El canto de los pájaros y los gallos completa la escena, con cuatro hectáreas donde el verde predomina y el esfuerzo está a la vista en cada antes y después del proceso.
Cruzando la ruta está la entrada a la localidad de Leandro N. Alem, donde vive la dupla de hermanos, y se turnan para ir y venir. Ambos conservan sus respectivos trabajos, pero en su tiempo libre se dedican full time al proyecto que funciona desde enero de 2023, cuando recibieron a sus primeros huéspedes. Ya habían hecho una prueba piloto cuando fueron sede de un festival de arte unos meses antes, y al ver que todo fluía, se animaron a ir por más.
“Cuando entró la primera reserva no lo podíamos creer, y lo más lindo es que se construye un vínculo con las personas que nos eligen, en muchos casos de amistad, y nos alegra el corazón”, cuenta Paola. Mientras ella continúa con la entrevista, su hermano y su padre trabajan para activar una bomba de agua y hacerle frente a la sequía. “Papá, a sus 86 años se sigue haciendo cargo de todo lo referido al mantenimiento, y nosotros somos las cabezas del equipo, pero también está mi nuera, la mamá de Pedrito, que nos banca un montón, mi novio, que también es nacido y criado en Alem, y mi abuela materna, de 91 años, que cuando viene se emociona porque ve como está su casa ahora y le encanta”, dice con alegría.
Se proponen no perder la esencia del lugar que bautizaron Don Victorio, el nombre de su abuelo materno, que dejó un sello profundo en la familia. “Somos austeros, no tenemos grandes lujos, es todo a pulmón, pero nos hace felices compartir mucho de lo que quizá naturalizamos por vivir acá, pero cuando recibimos gente nos damos cuenta del valor que tiene la seguridad, la libertad y la sensación de encontrar paz y desconexión”, explica. Los atardeceres, que parecen una postal de ensueño, y las noches estrelladas, son los momentos preferidos de muchos de los que pasan por allí.
El quincho con parrilla y cocina se convirtió en un espacio de encuentro donde los asados y las verduras de la huerta son protagonistas. Los dulces artesanales también forman parte de la experiencia, gracias a la generosidad del árbol de mandarinas y de la higuera, que la pareja de Mauro convierte en manjares para los desayunos. Paola hizo un curso de turismo rural para complementar su formación, y asegura que cada vez más personas eligen escapadas de tres o cuatro días, en vez de las tradicionales vacaciones de una quincena, como una manera de cortar la rutina a lo largo del año y estar en contacto con vivencias que en la ciudad resultan imposibles.
“Desde chiquita yo juntaba huevos todos los días, porque mi abuela siempre tuvo gallinas, y ahora cuando veo la emoción de los nenes que vienen, cuando están en el corral o cuando le dan mamadera a los terneros, y ahí valoro mucho el haber tenido esa oportunidad desde la infancia”, indica. Hay un detalle más que agradece de su niñez: el haber crecido junto a Mauro como compinche de aventuras y aprendizajes. “Él tiene toda la paz, la templanza, y yo soy más chispita; muchas veces en mi vida me dije a mí misma: ‘qué fortuna tener este hermano’: la primera cuando se recibió de docente, porque creo que no es nada fácil ser parte de la educación de un chico, siento que él es muy noble; y la segunda cuando fue papá porque me dio lo más lindo de la vida, mi sobrino”, sentencia.
Transformar el dolor
Transparente y cercana, Paola recuerda que su primera reacción frente a la pérdida de su mamá fue la desorientación. “No sabía qué hacer, necesité tiempo, terapia, y mucho apoyo de personas que quiero mucho, para ir entendiendo cosas que al principio no podía procesar”, indica. Abre su corazón y cuenta una acción que por varios meses no pudo poner en palabras. “No me podía desprender de la ropa de mi madre, porque no me imaginaba a nadie más usándola, hasta que después de pensarlo mucho supe que para empezar a sanar tenía que soltarlo, y decidí vendérsela a una chica que tiene feria, y el mismo día usé ese dinero para comprar plantas, porque quería transformarlo en vida”, confiesa.
Nunca antes se había dedicado a la jardinería, pero desde ese entonces no hay una tarde que no cuide los plantines que adornan la galería, otro espacio que ganaron cuando culminaron la obra, ideal para disfrutar de unos mates frente a una vista panorámica. “A veces estoy plantando algo, arreglando las campas, limpiando, y no sé cómo explicarlo, pero me siento conectada a mi mamá, porque sé que le hubiera gustado, y su amor por esta quinta fue una manera de decirnos que este era el camino, que acá está lo importante de la vida y que hay más por vivir”, reflexiona.
Durante el verano hicieron el primer encuentro de astroturismo, gracias a un profesor de matemática de Alem que se especializó en la temática, y se ofreció a guiar el evento. “Fue una jornada de campo y estrellas en el día del eclipse lunar, llevaron telescopios, cámaras de fotos, fue algo único y nos encantó”, describen.
Siguen sumando aristas, como gastronomía, cultura e historia del distrito. “Nos gusta dar a conocer nuestro querido pueblo, para nosotros es el mejor lugar del mundo, así como le debe pasar a otras personas que crecieron en localidades pequeñas, y nos llenamos de orgullo cada vez que nos dicen que este proyecto se convirtió en una alternativa de circuito turístico y valoran que somos jóvenes y elegimos apostar a Alem”, expresan.
Tienen pensando hacer pruebas piloto de tertulias con tés, masas, y temáticas convocantes, proyectan un día de yerra, desde la faena hasta la elaboración de los embutidos, y cuando el clima acompaña funcionar como una pulpería para que familias, amigos o parejas vayan a pasar el día. “Cómo no ser felices con todo lo que nos brinda el hospedaje, si venir acá fue volver a la raíz, tal como le pasaba a nuestra madre, porque le recordaba a mi abuela, y ahora nos pasa a nosotros con ella. Tomó otro significado, ya no es solo un trabajo o un proyecto, sino una forma de vida, y creemos que estaría muy orgullosa de lo que estamos haciendo”, concluyen.