El alférez José María Sobral le daba cuerda a los cronómetros cuando se percató que sus compañeros, afuera del refugio, se pasaban uno a uno los prismáticos. Trataban de dilucidar qué eran unos puntos negros que se venían del noreste y que se destacaban en la fría blancura de los hielos antárticos. Creyeron que eran pingüinos, pero no. De pronto vio que empezaron a correr hacia donde estaban ellos. Sobral dejó lo que estaba haciendo y se calzó los esquíes para hacer más rápido. Pero tanta era la ansiedad que tenía, que se le zafaron de los pies y llegó con el último aliento hacia donde habían aparecido un grupo de argentinos. Habían llegado a rescatarlos.
En cuanto vio al teniente de navío Julián Irízar, se abrazaron. Sobral, un entrerriano de 23 años, lloraba al reconocer con quien había hecho el viaje de instrucción en la Sarmiento y con quien había servido a sus órdenes en el Crucero Patria. Irízar le dijo que en Buenos Aires se temía lo peor, y que sus padres estaban bien.
Para Sobral y los miembros de la expedición encabezada por el sueco Otto Nordenskjöld terminaban casi dos años de penurias. Increíblemente, habían logrado sobrevivir dos años en la Antártida.
La expedición Nordenskjöld
Cuando la expedición científica de Nordenskjöld partió de Gotemburgo con dirección a la Antártida a bordo del buque ballenero Antartic, el 17 de diciembre de 1901 hizo una escala en Buenos Aires, donde se reaprovisionó de agua, carbón y herramientas para poder sobrevivir un año.
En el intercambio que se produjo con las autoridades, surgió la idea de que un argentino integrase la expedición.
Al día siguiente a José María Sobral le informaron que debía formar parte. Era un alférez de navío nacido en Gualeguaychú el 14 de abril de 1880.
Mientras su madre lloraba a mares, recorrió las tiendas de Buenos Aires en búsqueda de ropa de abrigo. Salvo la ropa interior, la práctica le demostraría que le resultaría inservible.
Con sus compañeros hablaba inglés, aunque se sentía relegado cuando ellos continuaban la charla en sueco y solían reírse. Además de Nordenskjöld -un doctor en geología de mediana estatura, rostro alargado, ojos azules y con barba y bigotes color cerveza- integraba el grupo el médico Ekelof, que estudiaría la bacteriología; Bodman y el propio Sobral estarían a cargo de las observaciones magnéticas, meteorológicas y astronómicas; Jonassen a cargo de los perros y de los trineos y se contaba con sus habilidades de carpintero y herrero, y Akeriundh era el cocinero.
Zarparon el 21 de diciembre de 1901 en un día de calor insoportable, terriblemente sufrido por los perros que llevaban para tirar de los trineos.
El Antartic era comandando por Carl Anton Larsen, quien a los 14 años había abandonado la escuela para acompañar a su papá marino. Tenía 41 años, fue el fundador del puerto ballenero de Grytviken en las Georgias del Sur, y la barrera de hielo Larsen fue nombrada en su honor.
Luego de diez días de navegación hicieron escala en las islas Malvinas, donde volvieron a reaprovisionarse y subieron otros perros, que no se llevaban para nada bien con los que estaban a bordo.
Llegaron a la Antártida el 13 de febrero de 1902. El equipo científico desembarcó en la isla Cerro Nevado y el barco partió en dirección a Malvinas y a Tierra del Fuego para realizar actividades de caza, reparaciones y reabastecimiento. Luego emprendió el viaje de regreso para tomar contacto con los hombres de la expedición, cosa que planeaban concretar el 10 de agosto.
El grupo estableció una estación donde se dedicaron a realizar los estudios científicos.
Pero las cosas no saldrían según lo planeado. Los hielos marítimos cerraron el acceso al punto de encuentro acordado. Tres de sus tripulantes desembarcaron en lo que hoy se conoce como Bahía Esperanza para intentar llegar por tierra y comunicar la situación del buque a la Expedición de Nordenskjöld, que ya pasaba penurias.
En septiembre Sobral y sus compañeros calculaban que en noviembre embarcarían, pero veían que el hielo no cedía y que eso no sería posible. Hicieron cuentas: tenían carbón para tres meses y racionaron el azúcar: no se consumían más de siete cuadraditos de cinco gramos y cuarto por día. Se dispuso matar a todas las focas que encontrasen para usar su grasa para quemar y su carne para alimentarse ellos y los perros.
Se habían convertido en expertos en armarse abrigos con pieles de animales y en hacerse calzado abrigado, que se desgastaba con facilidad. Comían carne de pingüino asada, a los que procuraban cazar antes de su temporada de emigración.
El 25 de septiembre Nordenskjöld y Jonassen salieron hacia la isla Paulet para ver si había noticias del Antartic. En el camino se encontraron con el geólogo Andersson, el teniente Duse y el marinero Grunden. Allí se enteraron que en la navegación hallaron la bahía inundada, por lo que debieron desembarcar. Los hielos aprisionaron el buque, que se fue a pique a 20 millas al sur de la isla Paulet. Los tripulantes armaron un refugio en esa pequeña isla. Para ello usaron piedras y lonas como techo. De un lado colocaron la puerta y en la pared opuesta una ventana, cuyo vidrio lo sacaron de un cuadro del rey sueco.
Mientras tanto en Buenos Aires creció la intranquilidad al no tener noticias de los 29 hombres, entre la tripulación del Antartic y los científicos. Por un lado el gobierno sueco emitió una alarma internacional el 30 de abril de 1903 y el 6 de mayo Francisco Pascasio Moreno escribió un artículo en el diario La Nación: “La expedición sueca al Polo Sur, en peligro. Necesidad de socorrerla”.
Al día siguiente luego de un encuentro entre el presidente Roca y su ministro de Marina se dispuso preparar una expedición de auxilio. En Suecia y Francia también armarían misiones similares.
Igualmente como el camino estaba cerrado por los hielos, advirtieron que podrían partir recién en la primavera. Mientras tanto se esperaba que a través del Transporte Santa Cruz, que navegaba en el sur o bien de Punta Arenas viniesen noticias alentadoras, cosa que no ocurrió.
La misión de rescate
El gobierno dispuso que la misión de rescate fuera con la corbeta ARA Uruguay, que estaba en la Armada desde julio de 1874. Fue construida en los astilleros Cammell Laird Brothers de Birkenhead, en el Reino Unido, junto a su unidad gemela, la corbeta ARA Paraná. Ambas embarcaciones fueron financiadas con fondos de la Ley de Armamentos promulgada en 1872 y fueron los primeros barcos de hierro y vapor adquiridos durante la presidencia de Sarmiento.
Se consideró que el ARA Uruguay era el buque más adecuado al haber hecho un viaje similar años atrás. Sus depósitos podían llevar carbón para cubrir el viaje de ida y vuelta entre el Cabo de Hornos y el punto donde debían estar los hombres. Era considerablemente fuerte ya que había sido ideada para llevar cañones de grueso calibre y soportar disparos de esas piezas.
Se modificó su planta propulsora, se reemplazaron los motores por los de un destructor, se aumentó su capacidad de carga, se reforzó el casco, se realizaron cambios en los mástiles y las velas, se añadieron protecciones en proa y popa para evitar el impacto del mar en las cubiertas, se duplicaron los timones y se acondicionó la calefacción necesaria para la tripulación.
Estaría al mando el teniente de navío Julián Irízar. Nacido el 7 de enero de 1869 en Capilla del Señor, ingresó a la Escuela Naval Militar a la temprana edad de 15 años y cinco años después recibió las jinetas de Alférez de Navío y fue asignado al crucero Libertad.
El jueves 8 de octubre a las 13:30 Roca llegó a Dársena Norte con su gabinete. Luego de unas palabras, a las dos de la tarde la Uruguay zarpó, entre aplausos y vivas a la patria, con la ayuda del remolcador Vigilante. Luego tomó el Canal Norte y desapareció en el horizonte.
El 8 de noviembre se adentró en la Antártida y avistó una carpa entre los hielos, cerca de la actual base Marambio. Irízar decidió desembarcar y se encontró con dos hombres de la expedición sueca, con quienes se dirigió por tierra hacia Cerro Nevado para reunirse con Nordenskjöld y el resto de su equipo. Mientras tanto, la corbeta llegó navegando bajo el mando de su segundo comandante.
El Alférez Sobral relató posteriormente la emoción que sintió al encontrarse con Irízar y al ver la Uruguay llegando con el pabellón nacional ondeando en lo alto. Llevaba una libreta de apuntes que se convirtió en “Dos años entre los hielos 1901-1903″, que editó en 1904.
Mientras tanto, la dotación del Antartic seguía sin dar señales. Sin embargo, esa misma noche, Larsen llegó a Cerro Nevado en bote con cinco de sus hombres, sin conocer la presencia del navío argentino. Los expedicionarios, la tripulación de la corbeta y el pequeño grupo del Antarctic cargaron los materiales y las muestras científicas recogidas durante dos años y se dirigieron hacia la Isla Paulet, donde se reunieron con el resto de la tripulación de Larsen.
Los expedicionarios de Nordenskjöld se apuraron en cargar lo que se pudo. Debieron lamentar haber dejado cajas con fósiles, algunos hallados en la isla Seymour, el fonógrafo en el que escuchaban música y hasta las camas, que quedaron tal cual las habían usado.
Subieron a los nueve perros que habían sobrevivido y el 10 de noviembre todos estaban a bordo de la Uruguay. Quedaba para siempre en el continente blanco un tripulante del Antartic, llamado Wennersaard.
Llegar al continente no fue sencillo, ya que debieron soportar violentos temporales que le provocaron la rotura del palo mayor y el trinquete. Cuando atracaron en Santa Cruz, telegrafiaron dando la noticia que la misión había sido un éxito.
El 2 de diciembre de 1903, finalmente, arribaron a Dársena Norte, dos años después de la partida del buque polar hacia la Antártida. Antes de desembarcar, un equipo de sastres, peluqueros y zapateros hicieron que se vieran presentables.
Sobral se transformó en el primer argentino que invernó en la Antártida. Como la Armada le negó autorización para estudiar geología en Suecia, en 1904 pidió la baja con el grado de alférez de navío, y en ese país se doctoró en geología. Volvió a la Argentina en 1914 y hasta 1930 fue director de Hidrología. Todos los proyectos de expediciones a la Antártida que presentó fueron rechazados.
De carácter fuerte, formó una familia con nueve hijos, cuatro de ellos suecos. El presidente Agustín P. Justo lo nombró embajador de Noruega. Murió el 14 de abril de 1961. Un buque de la Armada llevó su nombre y participó de la guerra de Malvinas, donde el 3 de mayo de 1982 tuvo ocho muertos cuando fue atacado por helicópteros británicos en momentos en que se dirigía a rescatar a dos pilotos de un Canberra, que se habían eyectado.
Julián Irízar había nacido en 1869 y estuvo más de cuarenta años en la Armada. Murió en 1935 y el rompehielos lleva su nombre. En la guerra del Atlántico Sur, fue afectado como buque hospital.
En 1954 nuestro país tomó posesión de la famosa cabaña de Cerro Nevado y desde 1965 es monumento histórico nacional. Funciona como museo, administrado por nuestro país y por Suecia. Allí se exhiben objetos originales de aquella expedición, conservados por el hielo como si hubiera sido ayer mismo que el alférez Sobral corriera para abrazar a Irízar.
Fuentes: Dos años entre los hielos 1901-1903, de José María Sobral; Recuerdos de mi abuelo Francisco Pascasio Moreno; Armada Argentina
En el documental “Atrapados en el Fin del Mundo”, se cuenta esta increíble historia. Dirigido por Eduardo Sánchez y respaldado por Pablo Wainschenker y Fernando Moyano, puede verse en el cine Gaumont, Rivadavia 1634 hoy y el 11 a las 19:30 horas