Chiachio & Giannone, dos décadas bordando a la familia queer: “Juntos somos mejores”

Con la muestra Comechiffones, que se exhibe hasta el 21 de octubre en la Galería Ruth Benzacar, Leo Chiachio y Daniel Giannone celebran veinte años de pareja y arte contando los lazos de la identidad compartida que construyeron

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Leo Chiachio y Daniel Giannone
Leo Chiachio y Daniel Giannone en la galería Ruth Benzacar que exhibe sus obras hasta el 21 de octubre (Franco Fafasuli)

“Son dos décadas de un amor que desborda su trama”, cierra el texto de Leandro Martínez Depetri, curador de la muestra de Chiachio & Giannone que se exhibe hasta el 21 de octubre en la Galería Ruth Benzacar (Ramírez de Velasco 1287). Son dos décadas en las que Leo Chiachio y Daniel Giannone renunciaron a su identidad previa para bordar una en la que son, como los llamó una de sus primeras curadoras, María Moreno, “gemelos monocigóticos imaginarios, una unidad creativa que parece no haber tenido vida anterior al huevo”. Veinte años de retratarse a sí mismos en escenas de una cotidianidad inventada con sus hijos–perros y bordar sobre retazos de géneros de otro tiempo una mirada amorosa y disruptiva del género y la familia actual. Son veinte años de contar otra forma de los lazos familiares, de este parentesco queer que ellos unen con puntadas precisas y preciosas. Veinte años de arte y pareja, como si eso en ellos aún pudiera separarse.

De la primera obra en conjunto en Estudio Abierto 2003, donde Leo y Daniel participaron convocados por la curadora Ana María Battistozzi, a hoy con “Comechiffones” (un juego de palabras entre el origen comechingón de una bisabuela y los chiffoniers que buscaban retazos como ellos en la París de los siglos XVIII y XIX), Chiachio & Giannone se transformó en una marca única y reconocida, una firma potente e indivisible, la del que quizá sea el colectivo de artistas argentinos contemporáneo con más trascendencia y proyección internacionales.

Es la marca que amalgama a estos “dos barbudos de pelo cano que recolectan trapos en una metrópolis cambiante”, a estos que “son, a mucha honra, dos putos cancheros y dos señoras” –como dice Depetri– y que ahora se sientan en ese plan a tomar el té y charlar conmigo en la terraza de la galería donde celebran –con invitadas incluidas en la sala contigua dentro de “Las visitas”, un ciclo curado por ellos en el que desde el sábado podrá verse obra de María Ibáñez Lago– el recorrido personal y creativo de estas dos décadas unidos.

Leo y Daniel, en sus
Leo y Daniel, en sus comienzos con el bordado

–Quiero arrancar por el principio, por el chusmerío de cómo se conocieron, porque ustedes primero se enamoraron y después empezaron a trabajar juntos.

LC: –Todo fue casi en simultáneo.

DG: –Pero es verdad que primero fue el amor y después el trabajo, la primera obra de la que justo ahora se cumplen veinte años.

LC: –Yo tengo un amigo de Lomas con el que nos conocemos desde que éramos muy chicos, el Chino Soria. Y el Chino se casa con una americana y ella iba a volver a terminar su carrera a Estados Unidos con él y, antes de irse, vacían de muebles la casa en la que vivían y hacen durante un mes una muestra de todos sus amigos artistas a modo de despedida. Esto era 2001, donde todo era un caos, y en ese caos era decir “Bueno, acá hay una luz para hacer algo”.

–Y en esa luz en medio del caos, se encontraron.

LC: –Un domingo llego con una amiga y cuando entro lo veo a él, que era un rubio hermoso, y me pongo a hablar, y en el balcón le robo un beso. Nos pasamos teléfonos y me fui porque estaba un poco borracho, así que el recuerdo es medio borroso (se ríe).

DG: –Tenemos distintas versiones, ahora te cuento la mía: en 2001 había muchos lugares autogestionados por artistas y yo también había ido a la fiesta con una amiga; estábamos mirando quién estaba, en modo seductor, y me lo veo a este muchacho que, sí, estaba sacado. Y dije “¿A ver cómo hago para captar la atención de este pibe? Y bueno, me voy al balcón, y si pica, pica”. Y había una cortina, me acuerdo hasta el día de hoy, y de repente veo que se corre la cortina y el señor viene. Yo estaba dispuesto a empezar un diálogo que nunca existió, porque él salió, me dio un beso y me dijo: “Y quiero tu teléfono”. Y dije: “Wow, qué rápido y qué fácil me la hizo”. Así que le doy el teléfono y automáticamente desaparece.

Leo, Daniel y Piolín (Foto:
Leo, Daniel y Piolín (Foto: Carolina Magnin)

–Claro, te dejó con las ganas.

DG: –¡Exacto! Entonces le empecé a pedir data a mis amigos que estaban ahí a ver quién era. Y una amiga que también era amiga de él me dice que cumplía años ese sábado y siempre hacía unas fiestas increíbles y era muy bueno pasando música. Así que yo quería estar en esa fiesta. Habíamos quedado en hablar, pero él no me llamó, así que lo llamo yo. Y él atiende y me dice: “Estoy cocinando, ¿me das tu número?”, aunque ya lo tenía. Yo le digo que bueno, pero que no me llamara tarde porque trabajaba. Y me quedé mirando el teléfono (¡fijo!) y otra vez no llamó. Nunca llamó.

LC: –Llamé al otro día. Y le dejé un mensaje en el contestador. Al final quedamos en vernos para la inauguración de una muestra en el Rojas.

DG: –Y yo quería que me invitara al cumpleaños del sábado, así que le hacía preguntas sin decir que sabía, tipo “¿Vamos a comer el sábado?”, para ver si me decía algo; y él contestaba: “No, no puedo”, pero no me invitaba, no decía “Es mi cumpleaños y hago una fiesta”. ¡Y nunca me invitó!

LC: –No, porque sabía que iba a estar bardeando, no era el momento, ¡después tuviste veinte cumpleaños!

Cuando se conocieron -y enamoraron-
Cuando se conocieron -y enamoraron- eran pintores. Pero luego comenzaron con un arte poco habitual: el bordado (Franco Fafasuli)

–Bueno, fue tu despedida de soltero.

LC: –¡Claro! Yo vivía en Villa Crespo y él en Las Cañitas, y terminamos viviendo juntos al poco tiempo, primero en Las Cañitas y después en la casa de Congreso en la que vivimos hasta ahora.

DG: –Los dos somos pintores y en ese momento pintábamos, y a mí me gustaba que él tuviera el taller en su casa. Entonces yo llevaba cosas y nos poníamos a pintar y trabajar ahí. En esa época se hacían en Buenos Aires unos eventos que se llamaban Estudio Abierto, que tomaban edificios cerrados, en general históricos, y los abrían como espacios de arte por un mes. Los organizaba Ana María Battistozzi y estábamos una noche en una inauguración en el Museo de Arte Moderno y nos cuenta que estaba justo por reabrir Harrods. Y nosotros, que estábamos muy entusiasmados y muy enamorados, de la nada le dijimos que queríamos hacer algo juntos. Y empezamos a tirar ideas de lo que haríamos y ella dijo que le gustaba el proyecto. A los días nos llegó un mensaje de ella convocándonos.

–Se cruzaron con la persona justa en el momento justo, alguien que entendió que no era una idea trasnochada sino que podía tener forma en serio.

LC: –Eso nos pasó muchas veces: sentir que estamos en una frecuencia bastante atinada. Era un deseo, teníamos jóvenes treinta, queríamos hacer cosas y siempre pensábamos proyectos.

–¿Y cómo surge lo de bordar?, porque ustedes hasta ese entonces pintaban.

LC: –Fue natural, aunque con el tiempo te das cuenta de los procesos que armás desde el inconsciente. Nosotros sabíamos que teníamos que encontrar una técnica que fuera común de los dos en esa unión. Teníamos formación de pintores, pero no era la pintura la que iba a dar la respuesta. Todo esto lo vimos después. Primero fue porque nos encantaba la superficie, había algo de cierto hedonismo. Después, por lo que traíamos de la escuela de arte y la familia, mi abuelo trabajaba en cuestiones que tenían que ver con el textil y a Dani las monjas le enseñaron a bordar en la escuela primaria. Nos dimos cuenta de que el bordado iba a ser esa técnica que nos iba a enlazar, que íbamos a utilizar el tiempo de una manera que nos gustaba, que íbamos a necesitar mucho tiempo para hacer cada obra. Y que el resultado del trabajo era increíble, porque más allá de la idea, cuando lo veíamos realizado también nos asombramos.

DG: –Nos interesaba qué pasaba con esto de dos hombres gay que estando juntos deciden contar su historia, estamos hablando de principios de 2000, no existía el matrimonio igualitario ni nada, yo que soy más grande que Leo salí del closet en plena dictadura… Entonces era pensar qué pasaba con esos hombres que para contar su historia toman como lenguaje el bordado, algo relegado al mundo femenino.

Chiachio y Giannone llevan 20
Chiachio y Giannone llevan 20 años de arte y pareja (Franco Fafasuli)

–Relegado porque es femenino y relegado hasta por las mujeres como una tarea menor y de señoras.

DG: –Pero en su origen era una actividad masculina que después pasó al mundo femenino: todos los estudios de telares, los talleres y ateliers –estoy hablando de la historia, del siglo XVI– eran lugares de hombres. Después viene la guerra y las mujeres toman esos puestos de trabajo.

LC: –Sí era un espacio de las mujeres en el ámbito privado. Pero cuando nosotros tomamos esta decisión que después vemos como política hay muchas cosas que se juegan. No sería honesto decir que fue sólo política, porque eso se agota en el discurso. Fueron todas estas cuestiones y también ver que cuando hacíamos nuestro trabajo teníamos muy buenos resultados, ya no solamente en lo que veíamos nosotros, sino en la respuesta de los demás. Hicimos la muestra con Ana María en Estudio Abierto y fue un flash, ese colchón bordado fue fotografiado, salió en la prensa, vino un galerista de Sonoridad Amarilla y nos ofreció hacer una muestra…

DG: –¡Y nosotros pensamos que era con las pinturas de cada uno! No, querían una muestra de los dos juntos, y nosotros sólo habíamos hecho el colchón.

–O sea que se vieron obligados a producir para la muestra.

LC: –Fue un desafío, aceptar la coyuntura, que sucedieran cosas.

DG: –Y pensándolo en el tiempo, fue contribuir a borrar esa línea que hay entre género y tarea. Era casi provocador que dos pintores se pusieran a bordar, y que bordáramos a la manera de la pintura, porque nosotros no bordamos como borda un bordador que copia o sigue patrones o está preocupado en cómo va a salir el punto. Nosotros pintamos con las agujas, es como que cambiamos los pinceles por las agujas y los pomos de acrílico y de óleo por los hilos.

–Es como recuperar con libertad ese espacio relegado.

DG: –Y no con esa obsesión por la puntada perfecta, sino a la manera de la pintura, con esa actitud.

LC: –Y lo que te decía de la utilización del tiempo.

–¿Por qué? ¿Corre distinto, más lento?

DG: –Sí, es otro el tiempo de la pintura que el del bordado, que es mucho mayor. El tiempo es un concepto que atraviesa todo nuestro trabajo. Eso también lo podemos ver con la distancia.

La pareja de artistas en
La pareja de artistas en el Pride Parade de Long Beach en 2019

–Claro, veinte años después. Y veinte años retratándose, registrando el paso del tiempo, justamente.

DG: –Al retratarnos va quedando la huella; somos siempre los mismos, pero somos otros, en otro momento.

LC: –Y esa es una manera de capturar ese tiempo. ¿Cómo se hace ahora para capturar? Tenés la foto, pero es digital y ya casi no hay registros impresos, se pierden. Para nosotros la manera de capturarlo fue retratarnos en la obra, que es nuestra forma de decir las cosas. Es gracioso porque sólo con ver los pelos y las barbas, pasamos de un negro y un amarillo a blancos y grises.

DG: –¡Hay colores de hilos que no compramos más!

LC: –Es un proceso súper narcisista, pero también es un narcisismo raro, porque es de dos. O es mucho más, o es menos. Te decía antes lo de las respuestas, y me acuerdo ahora de cuando nos convocan por primera vez (la curadora) Solana Molina Viamonte y Orly Benzacar a la galería (Ruth Benzacar) que estaba todavía en Florida al 1000.

–Dijeron: “¡Llegamos!”.

LC: –Y sí, porque para nosotros ahora es nuestra galería, estamos acá hace como quince años, pero siempre fue top. Y Orly nos dice: “Tienen una muestra el año que viene, generalmente los artistas que se incorporan exponen abajo”. Unos días después nos cambió el juego: “Vamos a hacer una cosa, ustedes van a abrir el año y van a abrir arriba”. No nos achicamos, pero fue un juego muy inteligente de parte de Orly de ponernos ese desafío.

–¿Eso cuándo fue?

LC: –En 2008, y lo interesante fue también la reacción de nuestros colegas, porque para esa época nosotros ya teníamos casi 40 años, y muchos artistas de nuestra generación nos decían: “Ustedes están demostrando que también podemos pegar el salto a nuestra edad”. En ese momento en la escena todos eran jóvenes y parecía que sólo los de veintipico podían hacer algo nuevo o distinto.

DG: –Y viste que hay como una idea romántica del artista trabajando solo y padeciendo… yo nunca simpaticé mucho con esa idea, pero cuando lo conocí a Leo y empezamos a trabajar juntos, la pasábamos bárbaro. Fue genial descubrir que la podíamos pasar bárbaro trabajando juntos.

–¿Eso se sostiene en el tiempo? ¿Nunca se tiran con el carretel de hilo por la cabeza?

LC: –¡Obvio que sí! Pero es que para pasarla bien necesitás también de esas cosas. Si siempre la pasás bien, no te das cuenta (risas). Tenemos diferencias, absolutamente, pero eso también suma.

El narcisismo trabajado de a
El narcisismo trabajado de a dos: cada uno bordó el retrato del otro (Franco Fafasuli)

–Pensaba en lo que me decían del narcisismo: ahora todo el mundo es narcisista y lo expone, vivimos en el imperio de la selfie. Ustedes lo hacen de una manera bella y en la que se compensan, porque los dos trabajan en el retrato del otro.

LC: –Todo se nivela, porque siempre tratás de bajar un poco. Siempre uno está un poco más abajo y otro más arriba, y lo alucinante es el diálogo y los criterios. Porque todo lo que pensamos y decimos no sale, entonces a veces es necesario que uno de los dos ponga calma.

DG: –En ese sentido la técnica es fundamental: el bordado es tan lento que te permite y te da lugar para la reflexión. Es muy distinto que si te pones a pintar, donde en dos trazos ya tenés una impronta, una imagen que es mucho más rápida que cuando la bordás.

–¿Cuánto tiempo les lleva cada obra?

DG: –Meses.

LC: –Esta muestra fueron tres años de trabajo. Y hay algo físico también de cómo te ponés frente al trabajo, porque nos sentamos y vemos las telas y vamos haciendo cada cosa desde una parte mínima, y todo eso chiquitito que hacés después se transforma en una obra grandilocuente, de 3 metros por 3 metros.

Sus perras salchichas son un
Sus perras salchichas son un tema recurrente en los bordados (Franco Fafasuli)

–Bueno, perdón por lo cursi, pero en esos detalles chiquitos es donde también se hace grande el amor.

DG: –Es que es así, los detalles son lo que marca la diferencia.

LC: –Nos pasa siempre, pero con esta muestra en particular los últimos meses fueron así, de detalles, donde cada cosita tenía que ser de una manera, el color de un ribete que si no estaba lo teníamos que teñir. Así es nuestro trabajo y esa es la contundencia y la fortaleza que tiene.

DG: –Para nosotros es un mundo de mucho disfrute. No es que empezamos a estar juntos a los veintipico: ya habíamos caminado un poquito por la vida y medio que nos pusimos de acuerdo en cómo queríamos transitarlo, teníamos claro que queríamos pasarla bien y vivir casi en un estado de producción permanente. Ese privilegio –aunque no me gusta la palabra– de que nuestra preocupación no fuera tener que ir todos los días a tomar el 102 ir a trabajar, sino poder pintar, bordar, hacer cerámica… Y nos armamos una estructura para poder lograrlo y vivir de esa forma, que ahora me doy cuenta de que es una de las cosas que hemos hecho bien. Porque es muy difícil este país, y nosotros veníamos de hacer trabajos que no nos gustaban para poder sostenernos como artistas.

LC: –El Universo acompañó, pero nosotros respondimos, porque supimos elegir, decir que no cuando había que hacerlo y seguir produciendo.

DG: –Yo me acuerdo que al principio teníamos colegas que de repente nos preguntaban: “¿Para qué hacen esto?”. Y la verdad era que lo hacíamos casi por necesidad de hacer y compartir y transcurrir el tiempo juntos.

–En ese relato sobre ustedes que bordaron juntos fueron contando la familia queer, ¿cómo era hacerlo en 2003 y cómo es ahora?

LC: –Hoy cambió muchísimo, me parece que hay generaciones precedentes y la nuestra que abrimos camino para que las cosas se cuenten de una manera mucho más fluida y natural. Nosotros desde el arte, que es nuestro lenguaje, igual que artistas como Jorge Gumier Maier, Marcelo Pombo o Pablo Suárez que han trabajado en distintos momentos con las limitaciones de cada época. En los 2000 empezamos a contar la historia de esta familia donde presentábamos a nuestro perro Piolín como nuestro hijo y era rarísimo, pero siempre con el apoyo de los y las colegas del mundo del arte. De hecho hicimos una muestra en el Recoleta con más de cien obras que nuestros amigos le hicieron a Piolín, que donaron la obra para él –que está vivo y tiene 19 años– que entonces tiene una colección impresionante (risas).

Chiachio y Giannone en plena
Chiachio y Giannone en plena labor en su taller

–Se abrieron caminos y se conquistaron muchos derechos, pero a la vez estamos en un momento en que todo eso vuelve a estar en riesgo, también por eso lo que ustedes hacen hoy sigue siendo un acto político de relevancia.

DG: –Somos súper conscientes de eso.

LC: –Por eso seguimos luchando de nuestra manera, y defendemos esta posición frente a los derechos de la comunidad LGTB, porque sabemos que en cualquier momento alguien los puede sacar.

DG: –En todas las muestras colgamos banderas arcoíris en la calle, porque en los últimos años empezamos a sentir que eso que se había conquistado, de un plumazo te lo pueden quitar, así que lo empezamos a hacer más explícito. En estos veinte años, nosotros primero hemos contado la historia de una pareja o de una familia homoerótica que tiene a su perro salchicha como hijo desde un lado amoroso, porque nos salió así sin proponérnoslo, pero a la vez había que contarlo, porque siempre todo lo que se contaba sobre el tema era desde el sufrimiento y la tragedia, el gay que la pasa mal, ¡y nosotros la pasábamos bomba juntos!

–Es que poder contar el amor gay desde un lugar feliz y luminoso, sin dramatizarlo, también es una conquista.

DG: –Creo que esa fue otra estrategia sin darnos cuenta que dio muy buen resultado. Después vino el matrimonio igualitario –en nuestro caso ya habíamos hecho la unión civil– y todo fue mucho más amoroso en general. Y de repente lo amoroso empezó a estar otra vez en tensión, entonces sentimos que había que volver a levantar la bandera, que no podíamos relajarnos.

–Ahí empezaron a explicitar la idea de la familia queer como parte de su identidad, una manera de presentarse.

DG: –Claro, volvimos a sentir que era necesario, cuando antes alcanzaba sólo con mostrar lo amoroso. Entonces empezamos a trabajar con la comunidad y con personas trans y a hacer banderas del Orgullo.

LC: –Hicimos una muestra en 2018 en el CCK para celebrar la Diversidad, en 2019 fuimos al MOLAA y trabajamos con el centro LGTB de Los Ángeles, y fue alucinante porque en California están como cien pasos más adelante. Y aunque nosotros estábamos enfocados en abordar la diversidad desde el género, eso se amplió, porque esas personas no sólo eran discriminadas por ser gays o trans, sino por ser latinas.

La muestra que se verá
La muestra que se verá en la galería Ruth Benzacar hasta el 21 de octubre se llama "Comechiffones" y remite a la abuela comechingona de Leo Chiachia (Franco Fafasuli)

–Ustedes trabajan ahora esa interseccionalidad también acá y tal vez es otra de las cosas que ya hacían desde el principio y ahora se ven más claras, porque el bordado también atraviesa lo socioeconómico, era una actividad de las señoras de “la mersa”.

DG: –Es que trabajar con esas artes consideradas menores es ser un poco paladines de la justicia, porque eso también son las minorías.

–Pensaba a propósito de eso en otro cambio en estos veinte años, de la efervescencia de la crisis de los primeros 2000, donde la gente se juntaba en torno al arte, al trueque, a lo comunitario, a esta crisis desesperanzada en la que crean ahora y que describe tan bien Leandro Depetri de “la ciudad de la furia en un mundo decadente”.

LC: –Hoy es tratar de encontrar esa luz, ese pedacito que te salva, que ya no sé si es esperanza o un refugio donde poder estar a salvo por un rato.

–Yo entro acá a la galería a ver la muestra, y de pronto por un rato estoy en un Universo feliz y paralelo.

LC: –El mundo se está derrumbando, no sólo acá: pasaron la pandemia y la post pandemia, la guerra, las economías, las coyunturas particulares de la Argentina y de Buenos Aires. Y de eso nos nutrimos, pero no podemos olvidarnos de eso que es tan saludable que es preservar nuestro Universo, un lugar que nos haga bien. No es una respuesta panfletaria que se agotaría, sino pensar cuál es nuestra poética a partir de eso. Y queremos mantener esa especie de hendidura por donde poder ver un poco de otro mundo de fantasía.

DG: –Yo creo que hay mucha necesidad de eso, de un Universo paralelo, que es algo que nosotros hemos sentido siempre y por algo construimos esto, inventamos otros mundos. De hecho hace unos años hicimos una muestra que se llamó así, Inventar el Mundo (2017).

Chiachia y Giannone en California
Chiachia y Giannone en California

–¿Cómo es bucear en la identidad y construir una nueva, como hacen acá con Comechiffones, siendo dos?

LC: –Es un devenir. No es que somos, sino que creemos más en un devenir de los dos en este nuevo que es Chiachio & Giannone, que hoy cumple veinte años. Y empezamos a descubrir cosas de cómo vas construyéndote. La identidad de mi bisabuela comechingona que estaba casada con un francés era algo que yo sabía de niño, pero creía que era una mentira de mi madre que también nos decía que tenía ojos en la espalda y éramos primos de Virginia Luque: ojos en la espalda no tenía y primos de Virginia Luque no éramos, entonces pensamos que tampoco era cierto lo de la comechingona con el francés. Hasta que hace tres años nos hicimos un estudio de ADN y a mí me salió un gran porcentaje italiano, otro tanto francés y otro comechingón. Entonces es entender como hombres contemporáneos que ya no podemos decir que somos 100% italianos o lo que fuera, sino un devenir.

DG: –Yo nací y crecí en Córdoba, pero el que tiene sangre de los pueblos originarios de Córdoba es Leo. Y mi ADN es 100% centroeuropeo, porque mis dos padres son italianos. Y ser hijo de inmigrante y haber crecido en la pampa gringa también me hacía ser discriminado por ser rubiecito de ojos claros y amaneradito, ¡y encima bordaba! Con Chiachio & Giannone fuimos construyendo una identidad juntos y sumamos toda esta carta identitaria a nuestro trabajo, porque en nuestro trabajo hablamos de nosotros.

–¿Que ganaron y qué perdieron al borrar la individualidad de su obra que además es una obra que cuenta su vida, donde de pronto hay una nueva identidad que es Chiachio & Giannone y no se sabe bien quién es quién?

LC: –De mi parte siempre fue ganar-ganar. Hay algo de la confusión que es divertido, hasta mi vieja se equivoca a veces.

DG: –Y en el fondo, nosotros sabemos quién es quién hasta en la pieza misma, porque sabemos perfectamente quien bordó cada parte, porque hay manías o maneras de bordar que tiene cada uno, que aunque pase el tiempo sabemos que ese punto es de él. Y nos encanta que los demás no lo sepan. Es una de las cosas que nos permitió el bordado, borrar el trazo de la pincelada de cada uno que sí descubrirían los que nos conocen. Con el bordado creamos una huella que es de los dos. Es descubrir que podés transitar la vida con otro. A veces los demás te transmiten sus neurosis, y te preguntan qué hubiera pasado si seguíamos solos o qué pasa si te separás. Y la respuesta es que no pasa nada, porque nosotros construimos algo que va más allá y tenemos amor, que es lo fundamental.

LC: –Es, de nuevo, entender el devenir, que uno se diversifica y se transforma en otra cosa. Y nosotros juntos somos más eficaces, menos neuróticos, más efectivos. Nosotros juntos somos mejores.

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