El ayudaba a todos sin preguntar quiénes eran ni en quién creeían. El padre Manuel Askar, de origen libanés, fue un sacerdote que dejó huella en la historia por su generosidad y ejemplo que demostró que más allá de la fe que se profese y de las ideas políticas que se tengan todos somos merecedores de una vida justa, digna y feliz.
Francisco Julián Ashkar nació el año de 1880 en Beit-Shabeb, a los 15 años ingresó a la Orden Alepina Maronita (actualmente conocida como Orden Maronita Marianita), donde tomó el nombre religioso de “Manuel”. Completó sus estudios en el colegio de la orden y fue destinado a Roma al hacerse notoria su capacidad, para proseguir su preparación en la sede de Propaganda Fide. En Italia se graduó como doctor en Filosofía. Al finalizar sus estudios, regresó en 1912 al Líbano, donde fue nombrado director y profesor del colegio de la orden.
El 25 de junio de 1919 el Padre General Gabriel Al-Chemali designó a Manuel Ashkar y Simón Fahed como misioneros en Sudamérica. Antes de partir, fueron a Roma y allí fueron nombrados por el Cardenal Federico Tioschini como: “misioneros apostólicos católicos para los fieles de rito maronita extensivo a los files de rito Latino”.
Su llegada a la Argentina
El 8 de julio de 1920 llegaron a la Argentina, donde se quedaron durante dos meses en la ciudad de Gualeguay, Entre Ríos, en la casa de los hermanos del Padre Ashkar.
Luego viajan a Buenos Aires en donde se reunieron con el nuncio apostólico y con el arzobispo de Buenos Aires, a quienes les presentaron las cartas de la orden y de la Santa Sede, y se retiraron con la bendición de ambas autoridades eclesiásticas encomendando a celebrar los santos sacramentos según el rito católico maronita a los fieles de la colectividad sin excluir a los de rito Latino si así lo solicitaran y listos para empezar su misión.
Los maronitas pertenecen a una Iglesia oriental católica que sigue la tradición litúrgica antioquena o siria occidental en la que se usa como lenguaje litúrgico el siríaco occidental y como lengua auxiliar el árabe libanés. Está organizada como Iglesia patriarcal de acuerdo a la forma preescripta por los cánones de las Iglesias orientales y está bajo la supervisión de la congregación para las Iglesias orientales que depende de la sede apostólica de Roma. Está presidida por el patriarca de Antioquía de los maronitas, cuya asiento se encuentra en Bkerké, en el distrito de Keserwan de la gobernación del Monte Líbano en el Líbano.
Tras un primer viaje por la Argentina, Fahed regresó al Líbano. En cambio Ashkar permaneció en el país bajo el pedido insistente de la gente de la colectividad. Fue así que durante once años (1920-1931) se dedicó a viajar por Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay. En cada parada de sus recorridos, celebra los sacramentos del bautismo, confesión, misas, matrimonios y unción de los enfermos, según el rito antioqueno católico maronita y latino si fuese necesario.
Al fin de la década del 20, el Padre Ashkar se instaló en San Martín, en pleno corazón del conurbano bonaerense, donde frecuentaba la parroquia de Jesús Amoroso (actualmente la catedral del Buen Pastor) para celebrar la misa el domingo en rito antioqueno católico (maronita) para la colectividad libanesa de la zona. El 26 de septiembre de 1931, el Padre General Gabriel Al-Chemali de la orden encarga al Padre Ashkar fundar una misión maronita marianita en Argentina y al mismo tiempo lo nombra representante de la misma ante las autoridades eclesiástica locales, por aquel entonces era el arzobispado de La Plata.
Para realizar su proyecto, el Padre Ashkar posó su mirada sobre el barrio de Villa Lynch, por su ubicación cerca de la ciudad de Buenos Aires y de San Martín donde vivían muchas familias libanesas. La zona era de quintas dispersas.
Conseguir la autorización para levantar la iglesia no fue tarea sencilla. Durante la primera década Ashkar debió sufrir las dificultades que traían los trámites debido al tiempo que demoraban las respuestas de la orden y el arzobispado de La Plata, a causa de las largas distancias y los distintos idiomas y culturas entre Villa Lynch, Líbano, Roma y el arzobispado de la Plata.
La construcción del templo
Finalmente compra un terreno ubicado entre las calles Guido Spano (actualmente República del Líbano) y Monteagudo (actualmente Padre Manuel Ashkar) de tres lotes y una superficie de más de 1600 m. Mientras esperaba las aprobaciones para la construcción, vivió en la casa de Carlos Livi, quien dispuso espacios para dormir y para las ceremonias religiosas.
El 11 de septiembre de 1932 se colocó la “piedra fundamental del templo” tras la aprobación del Arzobispo de La Plata Francisco Alberti para que el Padre Ashkar levantara una iglesia.
Mucha gente lo conocía como el “padre albañil” porque Manuel trabajaba como un obrero más en la construcción del templo. También se referían a él como “el chivo” por su larga barba blanca, algo extraño de ver en un sacerdote. Es más, el templo se conocía como “La iglesia del chivo”. La construcción también tuvo sus benefactores: el matrimonio compuesto por Don Alfio y Doña Gracia Leanza y el señor Montebruno, General J. Rocco y su Señora Maria F. Zavalía y muchos otros.
El Padre Manuel, viendo que muchos no sabían leer tuvo la idea que plasmar el catecismo en las paredes del templo. ¿Quién podría realizar esta labor? Recayó en el pintor italiano Manuel Schembri. El artista recreó todo lo que el padre Manuel le iba refiriendo en torno a las verdades de la fe. Para poder enseñar el catecismo y así, poco a poco, todo el templo quedó con frescos sobre maderas pintadas y amuradas a la pared. A cambio, Manuel Schembri, recibía como pago alguna gallina, verduras frescas de las quintas vecinas o vino.
La obra del templo se levantaba de limosnas, y una familia le regaló un chanchito, y él lo tomó como mascota, así que era común ver al padre solicitando limosnas casa por casa con el chanchito que lo seguía a todas partes. En la región no solo había libaneses sino muchos judíos y árabes. Estas personas al ver la obra del padre y su amor por todos sin importar su credo, dado que muchos iban a solicitar su ayuda y no eran católicos, comenzaron a colaborar monetariamente a la construcción del templo, y así fue como el templo parroquial fue, no solo gracias a personas adineradas que ofrecieron su generoso óbolo, sino al aporte mancomunado de ateos, judíos, y musulmanes que observaron en la figura del padre Ashkar, no solo a un sacerdote católico sino a un hombre de bien, que ayudaba a cualquiera que llamara a su puerta solicitando su ayuda.
Notablemente las personas que son llamadas a ejercer la caridad y la ayuda al prójimo no lo hacen solas. Así como Francisco de Asís trabajo junto a Santa Clara, como Teresa de Jesús lo hizo con san Juan de la Cruz y San Vicente de Paul trabajo codo a codo con santa Luisa de Marilac, el padre Ashkar tuvo como compañera de misión a la Sierva de Dios madre Isabel Fernández del Carmen, quien fundó el “instituto de hermanas misioneras de San Francisco Javier” y la capilla de Nuestra Señora del Carmen no lejos del templo de Nuestra Señora del Líbano, de hecho las dos construcciones se veían entre sí dado que entre ellas solo había campo. El padre Ashkar celebró misas en la capilla del Carmen, y las religiosas miembros de la congregación fundada por la Madre Isabel ayudaron en las tareas llevadas a cabo por el padre Ashkar, sobre todo en la asistencia a las mujeres en situación de riesgo.
Al morir el Monseñor Alberti, lo sucedió en la Sede Episcopal de La Plata Monseñor Juan Pascual Chimento, quien se mostró por demás reacio a la construcción de este templo. Las obras quedaron interrumpidas y las disputas con la sede platense crecieron. Al punto tal que el obispo de La Plata, le prohibió celebrar los sacramentos, “sobre todo el territorio de su diócesis…” El padre tomó debida nota de lo enviado por el obispo y notó que la prohibición era solo por “sobre el territorio” nada decía que se le prohibía celebrar los sacramentos debajo del territorio, por tanto y con gran astucia abrió un gran hueco dentro del templo con una gran y ancha escalera y cavó por debajo del suelo una cripta. La obra concluyó en tiempo récord, gracias a los aportes de todo el pueblo de San Martin, católicos o no, alertados por lo injusta decisión episcopal. Y así cumpliendo fielmente la letra de lo remito desde el arzobispado de La Plata, continuó con su tarea pastoral en la cripta del Templo.
La tormenta concluyó cuando se creó el Obispado de Morón en 1957 y la Iglesia quedó bajo la tutela del nuevo obispo Monseñor Miguel Raspanti, quien visitó en varias oportunidades la comunidad y entabló grandes lazos de amistad con Ashkar. En la primera misa que celebró el obispo de Morón en la Iglesia, pidió perdón públicamente por la injusta persecución realizada al padre Ashkar.
La salud del Padre comenzó a declinar el 7 de agosto del 1958, día de San Cayetano. No pudo dar la misa y fue internado en el hospital Sirio-Libanés hasta el 21 de septiembre. Al ver que llegaba su final, pidió volver a su parroquia. En toda la población de San Martin, Villa Raffo, Santos Lugares, Caseros y Devoto corríó como reguero de pólvora que estaba muriendo el “cura chivita”, se moría “el santo”. Las personas comienzan a agolparse en la parroquia. Políticos, sacerdotes, el obispo, rabinos, pastores evangélicos, miembros destacados de la comunidad islámica, ateos confesos, todo desean recibir del padre sus últimos consejos y despedirse de él.
Hoy se lo recuerda como un hombre sencillo y simple que solo ayudaba de corazón con lo que podía a todos. Murió en las vísperas de la fiesta de la Virgen del Rosario, el 6 de octubre de 1958, a los 78 años.
Su funeral fue multitudinario, el mayor que se recuerde en la ciudad de San Martín y el velatorio se extendió por 4 días. Según las crónicas de los periódicos de la época las personas se agolpaban para poder ingresar al templo en donde era velado. Hasta tuvo que intervenir la policía para evitar aglomeraciones, dado que podían ser peligrosas. Sus restos descansan en el camarín de la iglesia parroquial por él fundada y muchos fieles han solicitado el inicio de su proceso de canonización, debido a sus virtudes vividas en grado heroico y a su fama de santidad.
Y así es como la vida de un simple sacerdote de pueblo pudo construir un templo y una comunidad, pero lo más importante que construyó y dejó de legado en nuestra sociedad no fueron los muros, sino su mensaje de vida que solo buscó cumplir con las palabras pronunciadas por Jesús “Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me diste alojamiento; necesité ropa, y me vestiste; estuve enfermo, y me socorriste; estuve en la cárcel, y me visitaste”. Uniendo a todos, sin despreciar a ninguno y generando en todos los amores mutuos y la solidaridad.