“Uno piensa que las personas que cometieron estos hechos son monstruos, pero no, son hombres comunes”, reflexiona Victoria Branca sobre quienes perpetuaron los crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar. La conclusión -que compartió este miércoles en una entrevista por redes sociales- le llevó un tiempo alcanzarla: atravesada por la desaparición de su papá, el empresario Fernando Branca, durante muchos años relacionó a los responsables de los delitos como “entidades poderosas” que causaban terror.
El almirante Emilio Eduardo Massera representaba esa figura tenebrosa en las pesadillas de la escritora, las cuales la atormentaron desde que tomó conocimiento de lo que había sucedido con su padre el jueves 28 de abril de 1977, la última vez que se supo de él. Entender lo que pasó le llevó 14 años de investigación, un duelo atípico y enfrentarse al arduo trabajo de humanizar al genocida para poder sanar.
Ella tenía nueve años cuando secuestraron a su progenitor: “De golpe no volvió más. Yo tomaba la comunión al mes y medio de que él desapareció y estaba expectante esperándolo. Yo pensaba ‘mi papá no vino, me abandonó, no me quiere‘. Pero nunca dije ‘mi papá se murió'”, contó la mujer entrevistada por la coach María Berardi, con quien se explayó sobre las dificultades de asumir la ausencia física a un ser querido sin los rituales típicos de un fallecimiento y la falta del cuerpo.
Victoria, autora del libro “¿Qué pasó con mi padre?”, contextualizó: “En ese entonces nadie sabía qué había pasado. Yo no le pude decir a mi familia ‘ustedes me ocultaron la verdad’ porque en este caso no fue así. El país ocultaba la verdad. No se hablaba, no se decía nada”.
Branca era un empresario de la industria papelera mayorista. Se había separado de su primera esposa y había contraído matrimonio por segunda vez con Marta Mc Cormack. No obstante, la mujer era amante del almirante Emilio Eduardo Massera. Y tras enterarse del engaño, la víctima vio una oportunidad de enriquecimiento. En consecuencia, le pidió a su esposa que le coordinara encuentros con el genocida y así logró tejer vínculos comerciales con él.
Estos siguieron hasta que un día Mc Cormack le dijo a Massera que Branca quería estafarlo con un negocio. Poco después, le llegó una invitación sospechosa al Apostadero Naval de San Fernando. Era para pasear en yate. El empresario asistió con desconfianza. Y luego de esa mañana de abril de 1977 solo aparecieron, inexplicablemente, documentos firmados por él en el que autorizaba la venta de sus bienes. Nunca más se supo de él.
“Si yo quería ir a fondo e investigar y conocer mi historia, me tenía que conectar y estar vinculada al perpetrador, en este caso de la desaparición de mi papá. Tenía que entrar en contacto con todas las personas relacionadas con el caso. No contacto real físico, pero tenían que estar conmigo”, señaló Victoria sobre el trabajo que hizo para descubrir más de lo sucedido aquel día.
En este sentido, remarcó que pasó muchos años vinculada al almirante Massera de diferentes maneras. Primero teniéndole miedo y viéndolo como un monstruo gigante. “Poderoso, nefasto. Era como una entidad, ni siquiera era una persona. Una entidad monstruosa”, describió. Luego, logró verlo como un ser humano.
“Cuando empecé a investigar, empecé a conocer a fondo de la vida del victimario y encontré cosas con las que yo me podía identificar y relacionar. Y eso al principio me dio un cierto vértigo, porque dije: este señor leía poesía, a mí también me gusta leer poesía; este señor escribía, le gustaba la propiedad en el lenguaje, tenía un diario, se conectaba con esto de la oratoria. Y yo dije, ‘ah, hay cosas que tenemos en común’”, explicó sobre el proceso que atravesó.
Y añadió: “Todo eso te hace un cimbronazo en la psiquis, en la mente, porque uno tiene esta idea de que la persona que cometió este hecho es un monstruo en todos los aspectos. No, son hombres comunes, normales, que son capaces de gestos de ternura también, que tienen hijos y miedos. Pero uno construye alrededor de eso una serie de categorías, porque es más fácil odiar algo que es todo negativo, todo daño, todo mal”.
Victoria Branca asegura que “sintió odio”, pero logró dejarlo de lado para contar su historia. “Yo no quería dejar un testimonio impregnado de eso, no quería hacer más de lo mismo. Justamente quería que fuera una invitación a reflexionar, a conocer una historia, a pensar el testimonio de un duelo atípico, anormal, difícil”, concluyó sobre su libro.