-¡Idiotas. Ustedes son todos unos idiotas!
-¡Uhhh, te levantaste mal chabón!
Apenas entró al aula del 1° B del Polimodal que cursaba en la Escuela de Enseñanza Media N° 202 Islas Malvinas en Carmen de Patagones, Rafael Juniors Solich, de 15 años, demostró con el comentario dirigido a su compañera Talía Elizabeth Jaime que aquel martes 28 de setiembre de 2004 no sería un día más. Estaba irascible cuando se sentó como de costumbre en su banco de la segunda fila contra la pared. Permaneció inmóvil unos minutos con la cabeza gacha. Hasta que no aguantó más, se paró y la emprendió a tiros contra sus compañeros con la pistola Browning 9 milímetros de su padre, suboficial de Prefectura. Mató a tres e hirió a cinco. El reloj marcaba las 7.35 AM.
La discusión
Venía furioso del día anterior, cuando su papá, Rafael Solich, salió del Museo de Prefectura donde prestaba servicio, y los pasó a buscar en el Renault 12 de la familia a él y a Fernando, su hermano. Ya en el hogar, les pidió que pusieran la mesa para almorzar.
-Dejame de hinchar las pelotas. Que lo haga éste (refiriéndose a su hermano), replicó Juniors.
El padre no podía creer lo que escuchaba, se puso furioso, se encerró en su habitación unos minutos y luego salió a buscar a Ester Pangue, su mujer y madre de los chicos. Cuando volvió los reunió a ambos y alzó la voz:
-Esto así no va más. Ustedes tienen que ser responsables con el estudio y con la casa donde viven. Saben muy bien las necesidades que pasé de pibe; por eso con su mamá trabajamos para que ustedes tengan un futuro. Vos que sos el mayor (lo increpó a Juniors), si no querés estudiar vas a tener que trabajar. Se acabó la joda. Me tienen repodrido siempre con el mismo quilombo...
-Voy a seguir yendo a la escuela si me dejás de romper las bolas, te lo vuelvo a decir. Si no, me voy a vivir con la abuela y listo, -contestó Juniors después de pararse y plantársele de frente.
-Ah, el señorito la hace fácil yéndose con la abuelita. ¿Quién carajo te va a mantener? Vos te quedás acá, te dejás de joder y empezás a comportarte, pendejo irrespetuoso.
El padre bramaba cuando se le fue encima:
-¿Vos estás loco, nene? ¿Qué mierda estás buscando? ¿Querés que te cague a trompadas?
-Dale, pegame otra vez -subió la apuesta el joven.
La madre y su hermano menor se interpusieron entre ambos. Juniors se fue a su cuarto y dio un portazo. Atardecía en la tarde del lunes previo a la tragedia.
A eso de las ocho de la noche, su papá salió de la casa para llevar a su mamá al trabajo que desempeñaba como ayudante de cocina en un restaurante de Viedma. Entonces tomó la decisión, pensó que no se le presentaría otra oportunidad como esa. Entró a la pieza de sus padres, alzó sus brazos hacia lo alto del placard, tanteó la bolsa donde el suboficial guardaba la Browning, retiró el arma, tres cargadores completos de balas, y guardó todo en su mochila escolar. Sudaba frío cuando regresó a su habitación. Apenas una vez había tocado una pistola cuando acompañó a cazar a un amigo de su papá. Guardó la mochila debajo de la cama y acomodó en una silla el camperón camuflado que su padre ya no usaba y le quedaba grande. Detalle que le sería útil para la estrategia que había pergeñado.
Ya fantaseaba con descargar su bronca con sus compañeros, como le ocurrió otras veces. Escuchaba The Nobodies (Los don Nadie), el tema que Marilyn Manson, su referente, dedicó a Eric Harris y Dylan Klebold, autores de la masacre en la escuela secundaria de Columbine, ocurrida el 20 de abril de 1999.
A la medianoche, cuando su papá fue a buscar a su madre que salía del restaurante, completó la tarea. Sacó del modular del living un cuchillo marca Andújar y en puntas de pie volvió a su cuarto. Le temblaban las piernas. No podía dormir cuando regresaron sus padres.
A las 6.30 horas se levantó como si nada. Pasadas las 7 salió rumbo a la escuela para recorrer las cinco cuadras que lo separaban de ella. A mitad de camino se detuvo, rozó con sus dedos la pistola y de inmediato sacó el cuchillo de la mochila y lo colocó en uno de los amplios bolsillos internos de la campera. Lo mismo hizo con uno de los tres cargadores que llevaba.
Llegó a la escuela a las 7.25 en punto y se dirigió de inmediato al baño para rechequear todo de nuevo. Cuando salió se cruzó con la directora, Adriana Goicochea, quien le indicó que era tarde y que se apurara para llegar a la formación. Cuando entró al aula ya había tomado la decisión de que iba a disparar contra todos. Talía, la compañera que había percibido su mala energía cuando llegó, justo salió para alcanzarle a una alumna de otro curso una lapicera y se quedó charlando con ella en la puerta del aula. Cuando giró para ir hacia su banco vio como Juniors manipulaba la pistola. Como muchos supuso que era de juguete. Pero en poco más de 10 segundos disparó la Browning. Fue una ráfaga que vació las doce balas del cargador con un movimiento pendular de derecha a izquierda, con un resultado estremecedor: Federico Ponce, Evangelina Miranda y Sandra Nuñez murieron. Pablo Saldías, Rodrigo Torres, Natalia Salomón, Nicolás Leonardi y Cintia Casasola sufrieron heridas graves.
La escuela se convirtió en un verdadero caos. Juniors salió del aula, sacó el cargador del arma y lo tiró detrás de la puerta. Ya en el pasillo, colocó un segundo cargador, vio a Bocha, el kiosquero, y le disparó. La bala rebotó en la pared lateral, se trabó por una falla en el percutor y el joven dejó el arma. Deambulaba como un zombie cundo se cruzó con José Morón, padre de un alumno de tercer año. “¿Qué hiciste, pibe?”, le preguntó horrorizado, mientras se oían sirenas de patrulleros y ambulancias y llegaban médicos, enfermeros y policías, que terminaron deteniendo al agresor.
-No sé lo que hice, pero te juro que no tengo más nada -contestó Juniors tambaleante.
Los uniformados lo trasladaron rápidamente a la comisaria de Patagones. Pasadas las 8 de la mañana la jueza Alicia Georgina Ramallo, titular del Juzgado de Menores N° 1 de Bahía Blanca recibió un llamado que la puso al tanto de lo ocurrido de parte del comisario Eduardo Roberto Diego. “Voy para allá”, le dijo la magistrada. Y dio directivas para que una comitiva policial se dirigiera rumbo a Bahía Blanca. El móvil recorrió unos 100 kilómetros por la Ruta 3 y allí se encontró con el auto que llevaba a la jueza.
El libro “Juniors, la historia silenciada de la primera masacre escolar de Latinoamérica”, escrito por los periodistas Pablo Morosi y Miguel Braillard, refleja la charla que Juniors con la jueza:
-Che, levantá la cabeza que te va a hablar la doctora -le sugirió con tono imperativo el agente que lo llevaba a Juniors.
La magistrada se sentó junto a él en el patrullero y sostuvo el siguiente diálogo. Fue la única vez que se conocieron declaraciones del joven en diecinueve años.
“Desde 7º grado que pensaba en hacer algo así”
- Hola. ¿Cómo estás? Me llamo Alicia. Soy la jueza que va a trabajar con vos por lo que hiciste. ¿Te sentís bien? ¿Me querés contar qué pasó?
- Eh… algo me acuerdo… No, no sé, en realidad fue todo muy rápido…
- ¡Pero, qué barbaridad, querido! ¿Te das cuenta de lo que hiciste a tus compañeros? ¿Sos consciente de la gravedad de los hechos?
- Sí, sí… bah, no sé…
- ¿Cómo te sentís… estás angustiado?
- …Sí…
- Es terrible,… ¿supongo que estarás arrepentido?
- Y,… sí.
- Bueno, Juniors, ahora lo importante es que estés tranquilo, que pienses un poco... -le dijo la magistrada que siguió viaje hacia la escuela en Patagones y dio instrucciones a los uniformados que continuaran rumbo a Bahía Blanca. Al otro día la jueza lo recibió en su despacho junto a su secretaria y la asesora de incapaces.
-Bien Juniors, aunque no estás obligado, es importante que si tenés ganas nos cuentes lo sucedido, lo que pasó, pero, sobre todo, lo que te pasó a vos
-No, no me dí cuenta lo que pasó, se me nubló la vista y tiré. Todo fue muy rápido, no me pude frenar. No era yo, era como si no fuera yo.
-Contanos tranquilo lo que pasó.
-Cuando papá salió con mamá me metí en la pieza y saqué la pistola y los cargadores.
- ¿El arma estaba cargada?
- … (asintió con la cabeza).
- ¿Y después qué pasó, te fuiste a dormir así nomás?
- No… no dormí nada…
- ¿Por qué? ¿Estabas nervioso?
-Tenía escalofríos.
-¿Te sentías mal? Habías comido algo?
-No comí a la noche ni desayuné a la mañana, estaba medio descompuesto.
-¿Y qué hiciste a la mañana siguiente?
-Salí a las siete, como siempre me fui caminando a la escuela…
- ¿Qué pensabas en el camino?
- …Nada…
- ¿Qué hiciste cuándo llegaste a la escuela?
- Entré y me fui a formar en la fila para subir la bandera…
- ¿Le mostraste el arma a alguien?
- La pistola no. El cuchillo se lo mostré a Dante (un compañero).
-¿Cómo hiciste, lo sacaste delante de todos?
-No, me levanté el saco y se lo mostré solo a él.
-¿Estaban con algún profesor?
-No.
-¿Es común que ingresen sin la presencia de un docente?
-Siempre entramos solos.
-Contanos lo que recuerdes, ¿qué hiciste dentro del aula?
-Me senté en el primer banco. Cuando pasaron mis compañeros me puse de pie y caminé hacia el pizarrón, cerca del escritorio de los profesores. Me puse de frente y saqué el arma lista para disparar, vacié el cargador. Salí al pasillo y recargué. Le disparé a un señor que estaba ahí. No sentí voces, gritos ni ruidos. No era yo.
-¿Por qué lo hiciste? ¿Estabas enojado?
-Sí.
-¿Con quién? ¿Con tus compañeros?
-Sí.
-¿Con tu familia?
-También.
-¿Por qué con tus compañeros?
-Me molestan, siempre me molestaron, desde el Jardín. Desde 7º grado que pensaba en hacer algo así.
-¿En la secundaria tenías los mismos compañeros que en el Jardín?
-Sí, varios,
-¿Y cómo es que te molestan?
-Y, me cargan. Dicen que soy raro. Me joden porque tengo este grano en la nariz.
-¿Todos te cargan?
-Y, casi todos.
-¿Y con tu familia?
-Tuve una pesadilla: estábamos mirando tele con mi abuela, mis tíos, mis papás y mi hermano. Yo agarraba un cuchillo y apuñalaba a mi papá. Pero él no se moría, me preguntaba por qué lo había hecho y yo le tiraba una silla y salía corriendo a la pieza, me encerraba. Mi papá me decía que me perdonaba pero yo no le creía y abría la puerta y le tiraba una bicicleta.
-¿Tenés problemas con tu papá?
-Nos peleamos seguido.
-¿Por qué?
-Yo nunca le hago nada pero él me pega, me empuja, se enoja porque dice que siempre estoy solo, que no les doy bola a ellos ni a nadie, que no entiende por qué no tengo amigos.
-Pero algo pasará que tu papá se enoja con vos, ¿en la escuela cómo te va?
-Últimamente bajé algunas notas. Creo que mi papá no cree que las pueda aprobar y se calienta.
-¿Vos creés que tu papá es muy rígido?
-Sí, autoritario.
A Juniors sus compañeros también le decían “Sonrisa”, igual que a su hermano. A él porque lo tildaban de “amargo”, ya que estaba siempre serio. Fernando por todo lo contrario, “era un cago de risa”, sostenían sus amigos. Su padre había insistido para llamarlo Juniors porque es fanático de Boca y lo logró, pese a que a su mamá no le hacía gracia. Con Fer sucedió lo mismo, su segundo nombre resultó Ayrton porque era fan de Senna, el piloto brasileño de Fórmula 1 muerto en un accidente en el circuito de Imola el 1° de mayo de 1994.
En varias declaraciones que obran en expedientes tras la tragedia Juniors reveló que su padre lo sometía a castigos corporales desde los nueve o diez años: “Me pegaba con un machete desde que era chiquito, en la nalga”. A los 13 años lo descubrió fumando y esto contó: “Me preguntó por qué, me pegó una piña y me empezó a sangrar la nariz. Cuando llegamos a casa, me empieza a gritar y dar patadas. Me dejó en penitencia, no podía salir. Yo estaba acostado, nada más, daba vueltas”.
-No seas como yo. Aprovechá las posibilidades para progresar -le sugirió su padre.
-Y a mí que mierda me importa como sos vos -arremetió Juniors con la cara inflamada por los golpes.
Sin destino
Luego de que la jueza Ramallo lo declara inimputable por ser menor de edad, Juniors pasó noventa días en una base de Prefectura Naval en Ingeniero White, “por su seguridad”, se dijo. En 2005 recaló en el Instituto de Menores El Dique, para adolescentes, ubicado en Ensenada, muy cerca de donde luego fue destinado el padre, por lo que la familia se instaló en un barrio de Punta Lara, junto al río. Entre rejas lo llamaban “Matapibes” y hasta se autoprovocó lesiones que encendieron alarmas. Por su integridad se decidió su traslado al neuropsiquiátrico Santa Clara en la ciudad de San Martín.
Los diagnósticos hablaban de esquizofrenia, de trastorno de personalidad, y provocaban distintas opiniones de los propios profesionales que lo atendían, siempre teniendo en cuenta la peligrosidad hacia terceros y hacia sí mismo. En 2007 la jueza Alicia Ramallo permitió un régimen de salidas transitorias a su hogar, primero por algunas horas, que luego fueron en aumento a 24, 48 y 72, siempre ajustando los tiempos a estrictos informes médicos. Dos años más tarde, cuando fue mayor edad, su expediente pasó al Juzgado de Familia N° 4 de La Plata y cuando se logró una vacante fue trasladado a una clínica neuropsiquiátrica para adultos de La Plata. Allí transita un régimen similar con salidas que oscilan en su extensión de tiempo de acuerdo a los estudios psicológicos y psiquiátricos que se le practican.
Hace unos años se enamoró y vivió un romance con una joven que iba de visita, fue padre, pero hoy ya no mantiene relación con la mamá del pequeño. Mientras tanto, su externación no termina de resolverse más allá de las presentaciones realizadas por sus abogados defensores. Así, su caso sigue bajo la tutela de la justicia que continúa recibiendo informes periódicos sobre su estado de su salud. Ya pasaron 19 años. Entre abogados en Tribunales es motivo de charla y discusión académica: se especula con que su caso es muy complicado de resolver. Hay quienes, aunque suene exagerado, lo asemejan a lo ocurrido con Carlos Robledo Puch, quien ya lleva más de 51 años tras las rejas, un tanto más seguras que las de un neuropsiquiátrico.