El 25 de septiembre de 1973 el líder de la CGT José Ignacio Rucci era asesinado por un comando de Montoneros en una esquina común del barrio de Flores. El dirigente salía de su casa en Nazca y Avellaneda. Era un PH típico de esa zona del oeste porteño. Con el frente de piedritas de colores y una puerta de madera. Una casa más del barrio. Era el comienzo de una primavera agitada en la Argentina de esa década.
Pero más allá de su vida política, Rucci fue padre de Aníbal y de Claudia. ¿Qué recuerdos quedaron en esos dos chicos de uno de los hombres más cercanos a Juan Domingo Perón?
El día asesinaron a su papá, Claudia venía del colegio en auto junto a su hermano Aníbal. Al llegar cerca de su casa, vio un remolino de gente y ambulancias. El chofer bajó, preguntó que había pasado y el auto cambió de rumbo. “Me dijo que había sido un accidente y yo en ese momento me quedé tranquila”, recuerda la actriz y senadora provincial.
Ya en la casa de los amigos de la familia Rucci, Claudia almorzó y en un momento se escabulló hacia el living. Desde atrás de la puerta con sus ojos de niña de 9 años vio en la TV el titular con letras enormes: “Asesinaron a Rucci”.
Después del atentado por varios años la chica tuvo miedo que le pasara lo mismo a su mamá. Por eso, solía recostarse en el asiento de atrás del auto cuando volvía del colegio. “Me daba terror volver a ver la escena de los vecinos y la policía en la esquina de mi casa”, explica Claudia.
Aníbal hermano mayor de Claudia también venía en ese auto del colegio. Vio la calle cortada y la aglomeración de personas y policías. “Me bajé, corrí y me llevé puesto a unos soldados. Llegué hasta el cuerpo de mi papá”, recuerda el ahora hombre, todavía impactado al recordar el momento del que hoy se cumplen 50 años.
Reconstruir la imagen de un padre
Los primeros recuerdos de Aníbal de su papá son en la casa chorizo de su abuela en la que vivían en Villa Soldati, en el sur de la Ciudad de Buenos Aires. “Teníamos el baño afuera en el patio y recuerdo mis escapadas hasta el Riachuelo a pescar ranas”.
En esos momentos, el Rucci obrero estaba más presente en la casa familiar. Todavía no había escalado en la pirámide sindical. Aún no había amenazas de muerte. Su vida a los ojos de Claudia y Aníbal era la de un hombre común de un barrio popular de la década del 60. Asados los domingos, vino de mesa con soda y chicos que andan en bici o jugaban al fútbol en las veredas del barrio. Era el hombre fanático de los fideos tirabuzones y de los domingos de verano el picnic en RutaSol, el predio recreativo de la UOM cercano a Florencio Varela.
Claudia, por su parte, vuelve a esa niñez en diálogo con Infobae y cuenta: “Era un papá muy afectivo. De darme abrazos y besos. Y también, esto lo pensé después, la culpa por sus ausencias hace que sea cómplice. Por ejemplo, si tenía una nota baja él me firmaba el boletín sin necesidad de que se enterara mi mamá”.
Que recuerdos quedan de un padre que muere en forma repentina, antes de tiempo como fue el caso de Rucci, asesinado a los 49 años.
Por ejemplo, la primera imagen que Gabriel García Márquez tuvo de su padre estuvo asociada a la aparición de un extraño. Un hombre esbelto y moreno que caminaba por las calles de su Aracataca natal. Todos lo saludaban porque el hombre estaba cumpliendo 33 años. El escritor en ese momento tenía 9 años y desde sus ojos de niños lo ve pasar.
Mario Vargas Llosa recuerda de su padre real fue también la de un espectro que llegaba de un sitio muy lejano, un señor que no se parecía en nada al joven apuesto que él creía muerto y cuya foto tenía en el velador de su cama. Lo conoció en el lobby del hotel de turistas de Piura luego de que su madre, Dora Llosa, le confesara que le había mentido: su padre estaba vivo. Tal como cuenta en “El pez en el agua”, su libro de memorias, el hombre vestía un terno beige y una corbata verde con motas blancas. En el lobby lo saludó con una sonrisa falsa, congelada en la cara, y lo llamó “hijo”.
Un padre común
Aníbal se ríe cuando recuerda el resbalón que se pegaron cuando iban juntos a pintar la casa de Villa Martelli a la que se iba a mudar la familia. “La calle estaba mojada y nos caímos juntos y nos matamos de risa en el suelo”, relata el hombre hoy de 65 años.
La vocación de Claudia por la actuación arrancó a los 6 años. La nena en ese momento insistía cada vez que veía en la TV blanco y negro del living de la casa la publicidad de un casting. “Le taladraba la cabeza a mi mamá para que me llevara. Hasta que un día, que estaba mi papá en casa. La miró y le dijo llevala por favor así se deja de molestar”, se sonríe la actriz ya consagrada mientras lo cuenta.
Entonces, la hija de Rucci llegó a la televisión. Su primera participación fue en una versión de niños de Música en Libertad. “Vimos la grabación con mi papá y fue la primera vez y creo que la única que lo vi llorar”, cuenta Claudia con un tono de voz que es pura ternura .
Otro clásico de relación padre/hijo que rememora Aníbal son los domingos en la popular del Viejo Gasómetro para ver a San Lorenzo. “Eran momentos que pasábamos solos y escuchaba sus comentarios de fútbol – cuenta el hombre-. Era muy tranquilo en la cancha no insultaba, ni gritaba. Lo que le molestaba mucho eran las publicidades cuando veía el partido por televisión que le tapaban la pelota”.
Claudia y Aníbal crecieron y empezaron a sentir la ausencia de Rucci mientras tomaba más responsabilidad sindical. En ese sentido el primer alejamiento fue cuando fue elegido secretario de Prensa de la seccional de San Nicolás de la UOM. “En esos momentos, sólo lo veíamos los fines de semana – rememora el hijo-. Ahí, mi mamá era el sostén fundamental de la casa y de toda la familia. Ella era muy compañera de mi papá. Ya se había bancado las dos veces que había estado preso después de 1955 durante la etapa de la Resistencia Peronista”.
La actriz, en tanto, recuerda las visitas a la CGT para ver a su papá y también un encuentro con Juan Domingo Perón en la casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López. “En mi casa se hablaba todo el tiempo de Perón. Entonces por un lado yo tenía un poco de curiosidad de conocer a ese hombre. Pero por otro le tenía un poco de bronca porque era el que hacía que mi papá esté poco tiempo en nuestra casa”, explica Claudia.
¿Qué queda de un padre que muere cuando un hijo es apenas adolescente y una hija es una niña de 9 años?
El escritor turco Orhan Pamuk, ganador del Premio Nobel 2006, escribió un texto llamado La maleta de mi padre. Allí, el artista cuenta dos años antes de morir, su padre le da la valija que siempre lo había acompañado en sus viajes y que guardaba en su interior el testimonio de una vocación frustrada: la escritura.
A partir de este suceso que forma parte su intimidad, Pamuk reflexiona sobre la importancia que ha tenido en él la elección de ese oficio en dos sentidos: ganarse la vida, pero también confrontarse a un espejo que refleja sus vivencias y sentimientos. El texto del escritor turco concluye con la emotiva añoranza a la persona que supo introducirlo en semejante aventura, pero también logra transmitirnos no sólo el placer por la lectura, por la escritura, sino también el amor a la palabra escrita, a la música de las frases, algo que definitivamente Pamuk vincula a la figura de su padre.
Si algo dejó Rucci a sus hijos fue la pasión por la militancia política. Cuando ya era líder de la CGT y estaba muy cercano a Perón, el dirigente solía vivir en un departamento de 2 ambientes en la terraza de la central obrera para poder controlar mejor su seguridad. Aníbal, se pasaba las vacaciones de verano allí para estar más cerca de su papá. “Dormía con él y me pasaba hasta 10 días dando vueltas por todo el edificio. Hasta que en un momento mi papá me mandaba de nuevo para casa. Me cambiaba de ropa y volvía”, recuerda el hombre.
Aníbal fue testigo de la violencia de la década del 70. Con sus ojos aún de adolescente vio armas en los custodios de su papá y hasta vivió un hecho que también lo marcó para siempre.
Durante la campaña de 1973 en la que Héctor Cámpora era candidato a presidente, el chico fue a un acto con Rucci en Chivilcoy. Aníbal se había quedado en el auto hasta que empiezan a llover piedrazos. Se escapa rumbo al lugar del mitin para avisarle a su papá. Cuando estaban volviendo se produce un tiroteo en el que muere un colaborador muy cercano del titular de la CGT, Luis Osvaldo Bianculli. “Un compañero me abrazó contra un árbol para protegerme. Y cuando terminaron los balazos veo venir a Luis de frente y se desplomó justo delante de mí”.
Esto ocurrió el 13 de septiembre, apenas 7 meses antes de la muerte de Rucci. “Bianculli era como otro hijo para mi papá. Venía mucho a nuestra casa y estaba siempre cerca de él”, recuerda Aníbal.
Pasado y futuro
Aníbal cuenta que tras el atentado, primero tuvo mucho odio. Con el paso del tiempo y terapia pudo elaborar el duelo. “Perdoné, pero no olvidé”, dice con firmeza y claridad. El hijo pudo rescatar unos escritos de su papá de la CGT de 1972. “Allí, mi viejo hablaba de la reforma agraria y de la redistribución de la riqueza”, explica. Tomé esos conceptos para mi recorrido político. En tanto, sostiene que es difícil hacer política siendo el hijo de. “Tuve que hacer mi propio camino dentro del peronismo y sacarme ese mote con trabajo militante”, resalta Aníbal.
Claudia, en tanto, al principio no quería saber nada con la política. “La odiaba porque me había sacado a mi viejo -sostiene-. Yo no soy quien para perdonar a nadie. Pero si fue elaborando todo lo que sucedió. Lo importante que valorizo de mi papá es el concepto de lealtad a lo que se piensa y actuar en consecuencia de eso”.