Ceferino Reato y la trama del asesinato de Rucci a manos de Montoneros: “Demoraron mucho en reconocer que fue un error”

El 25 de septiembre de 1973, hace cincuenta años, murió acribillado en la vereda de la avenida Avellaneda José Ignacio Rucci, el jefe de la CGT y mano derecha de Juan Domingo Perón. La trastienda de una operación militar que Montoneros bautizó “Operación Traviata”, que pretendía extorsionar al flamante presidente y que terminó ensangrentando todo el escenario político

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Entrevista a Ceferino Reato

Vuelan 25 balas minutos después de las doce del mediodía. Es un martes de la primavera incipiente de 1973. En la avenida Avellaneda al 2953, entre la avenida Nazca y la calle Argerich, en el barrio de Flores, no hay todavía una multitud, no hay vendedores callejeros, no hay asentado un polo textil. Pero hay gente, hay movimiento, hay circulación. Hay trece guardaespaldas distribuidos en cuatro vehículos estacionados: tres en un Torino colorado sin blindar; cuatro en un Torino gris ubicado cerca de la esquina de Argerich; los otros seis repartidos en los dos coches del medio, un Dodge blanco y un Ford Falcon gris. Esperan que salga José Ignacio Rucci a la vereda.

Rucci es un jefe sindical de 49 años y 69 kilos. Le dice “el Petiso”. Es carismático. “Un tipo de derecha, un peronista ortodoxo, un gritón, un provinciano que tuvo que salir de Santa Fe pobre, que hizo hasta quinto grado, que era, como se decía en esa época, un cabecita negra, que había ascendido y se había convertido en el jefe de la CGT”, lo define Ceferino Reato, periodista y autor del libro que aborda su muerte. No es cualquier jefe sindical: es el capo de la Confederación Argentina del Trabajo. Y en la sede del sindicato vivía: se había mandado a remodelar una habitación en la terraza, donde podía estar mejor custodiado por su séquito de guardaespaldas. “Prefería quedarse ahí y no ir a su casa. Iba generalmente los fines de semana. Pero ese fin de semana habían sido las elecciones, entonces no había podido ir. Eligió ir un martes porque estaba preparando todo para el cumpleaños de su hijo”, cuenta Reato.

El domingo 23 de septiembre de 1973, dos días antes del vendaval de 25 balas, la fórmula Juan Domingo Perón-María Estela Martínez de Perón había cosechado el 61% de los votos en los comicios generales. Eran por entonces y serían para siempre la fórmula presidencial más votada de la historia electoral argentina. La tercera presidencia de Perón tenía el respaldo de más de siete millones y medio de argentinos. Y el presidente, el respaldo de Rucci, “el único sindicalista que me es leal, creo”, tal como bautizó Perón la primera vez que lo vio en su exilio en Madrid.

Rucci no debería haber estado este martes en el departamento del fondo de esa construcción tipo chorizo que le habían prestado hace cuatro meses en pleno barrio de Flores. Pero las elecciones del reciente fin de semana y las preparaciones para el cumpleaños de Aníbal, su hijo mayor, lo depositan ahí. En una hora tiene pensado proferir un mensaje conciliador en Canal 13 en el programa de Sergio Villarroel: un testimonio que simule un signo de paz, que dé inicio a una era armoniosa bajo los lineamientos del líder nato del movimiento. “Tenemos que ayudar al General: dieciocho años peleando para que él vuelva y ahora estos pelotudos de los montos y de los ‘bichos colorados’ del ERP quieren seguir en la joda”, decía Rucci en la intimidad.

El cuerpo de José Ignacio Rucci sobre la vereda de la avenida Avellaneda al 2900. Estaba subiéndose al auto que lo llevaba a un canal de televisión
El cuerpo de José Ignacio Rucci sobre la vereda de la avenida Avellaneda al 2900. Estaba subiéndose al auto que lo llevaba a un canal de televisión

En el departamento lindero a la casa de Rucci, hay en ese martes bisagra un comando de Montoneros apostado. La vivienda está en venta y la dueña, Magdalena Villa de Colgre, atada de pies y manos en el dormitorio con un cartel de advertencia apoyado en su falda. El papel está escrito con un lápiz de labios color rosado y dice: “No tiren en el interior. Dueña de casa”. Desde las cortinas que cubren la ventana del primer piso se esconde la punta del fusil FAL que sostiene Lino o Iván, los seudónimos de guerra de Julio Roqué, “un pedagogo cordobés, marxista, guevarista, que venía de otro grupo guerrillero, las Fuerzas Armadas Revolucionarias”, repasa Reato, que en uno de sus libros escribió una breve reseña del hecho y del hombre.

“Lino está sereno -describe el autor-; él tiene nervios de acero y por algo es, seguramente, el mejor cuadro militar de Montoneros. Fue adiestrado en Cuba y hasta sus enemigos lo elogian. Hace más de un año, el 14 de abril de 1972, cuando acribilló al general Juan Carlos Sánchez, que era amo y señor de Rosario y sus alrededores y tenía fama de represor duro, el último presidente de la dictadura, el general Alejandro Lanusse, opinó en el velatorio: ‘Debe haber sido un comando argelino: en nuestro país no hay nadie capaz de tirar así desde un auto en movimiento’. Solo que Lino es un revolucionario al estilo de su admirado Che Guevara, capaz de sentir un amor muy intenso por los pueblos y por sus anónimos semejantes sin que eso le impida cumplir otro requisito del Che: llenarse de ‘odio intransigente’ por el enemigo y convertirse en ‘una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar’. Una complicada dialéctica de amor-odio, de ternura y dureza, el fundamento de la ética del Che que distingue al verdadero revolucionario, por la cual Lino tuvo que abandonar hasta a sus dos hijos tan queridos. Todo, por la revolución socialista, la liberación nacional, el comunismo y el hombre nuevo tan soñados”.

Ahí está Roqué, esperando. Ahí están los guardaespaldas, también esperando. Ahí está Rucci, con una camisa bordó y un saco marrón a cuadros, pidiéndole a su chofer, Abraham “Tito” Muñoz, que vaya preparando todo. “Avisale a los muchachos que están en la puerta que se suban a los autos, que se preparen que ya salimos. Pero, que no hagan mucho lío con las armas, que no las muestren mucho. ¡A ver si se cuidan un poco!”. Un llamado de Elsa, una amiga de su esposa Coca, lo detiene unos segundos. Su coquetería lo demora otros instantes frente al espejo del pasillo. Sale a la vereda con el jopo prolijo. Tiene 49 años, pesa 69 kilos. Son las 12:10 de la mañana.

El comando de Montoneros atacó a Rucci y sus guardaespaldas de una vivienda lindera. Los custodios nunca advirtieron desde dónde provenían los disparos
El comando de Montoneros atacó a Rucci y sus guardaespaldas de una vivienda lindera. Los custodios nunca advirtieron desde dónde provenían los disparos

Las últimas palabras de Rucci son una indicación modesta: “Negro, pasate adelante y dejame tu lugar así te ocupas de la motorola”. El Negro es Ramón Rocha, un ex boxeador santafesino que había peleado tres veces contra Carlos Monzón, y estaba sentado atrás. Lino sabe que es su momento. Rocha no llega a abrir la puerta delantera. Rucci tampoco alcanza a accionar la manija de la puerta trasera. Llueven 25 balas en la mitad de cuadra de la avenida Avellaneda al 2900. 23 van al cuerpo de Rucci. El fusil FAL de Lino dirige el disparo mortal al lado izquierdo del cuello de la víctima. La Itaka y la pistola 9 milímetros que usan “El Monra” y Pablo Cristiano también castigan al jefe de la CGT y el parabrisas del Torino. Es un vendaval intempestivo.

“Lo matan y después se escapan por los fondos de la casa -ilustra Reato-. Los guardaespaldas ni siquiera se dan cuenta de dónde habían provenido los disparos. Tanto es así que disparan hacia enfrente, porque no lo ven. Es para ellos una cuestión de otro nivel. Ellos estaban acostumbrados a otras cosas. Eran ex boxeadores, en todo caso, a los tumultos de los sindicatos. Pero no a esto que ya era de un nivel superlativo”. En el primer capítulo de su libro Operación Traviata, hay más datos de esa reacción visceral y torpe retratados por el autor: “Sus confundidos custodias, luego de la sorpresa, apuntan contra fantasmas ubicados en la vereda de enfrente, en las vidrieras del negocio de venta de autos usados Tebele Hermanos, que se hacen añicos, y en el colegio Maimónides, una escuela primaria y secundaria a la que asisten unos 400 chicos judíos y en cuya terraza algunos de sus culatas han creído divisar las siluetas de los atacantes”.

Montoneros -asegura Reato- disponían de un gran aparato de inteligencia: fueron, dos años después, la guerrilla urbana más poderosa del continente. Habían establecido la rutina de Rucci gracias a la capilaridad de sus redes de influencia y al carácter policlasista del peronismo. “Tenían buenos contactos en el gremio telefónico. Y a través de ellos, logran interceptar la línea telefónica del departamento de Rucci. Entonces se enteran cuándo va a ir ese martes 25 de septiembre a su casa. Ya habían visto una casa vecina que estaba en venta, tenían hasta los planos, sabían dónde apostarse, dónde hacer base para el atentado y tenían a quién: un cuadro militar muy importante, Julio Roqué”.

"Rucci no vivía todas las semanas en ese departamento en Flores, en Avellaneda al 2900, sino que vivía buena parte de la semana en la CGT, donde se había hecho construir unas habitaciones que había en la azotea, donde estaba bien custodiado por muchos guardaespaldas", cuenta Reato
"Rucci no vivía todas las semanas en ese departamento en Flores, en Avellaneda al 2900, sino que vivía buena parte de la semana en la CGT, donde se había hecho construir unas habitaciones que había en la azotea, donde estaba bien custodiado por muchos guardaespaldas", cuenta Reato

Rucci sabía que estaba en riesgo. No quería pedir custodia oficial ni que fuese la policía quien lo escoltara: desconfiaba de la incorruptibilidad de los organismos institucionales, a expensas de la capacidad de penetración de sus enemigos. “También consideraba, con cierto realismo, que Montoneros había desarrollado una fuerza muy eficaz en este tipo de atentados, que si querían boletearlo, iba a ser difícil impedirlo. Por eso alguna vez llamó a los jóvenes de las agrupaciones de superficie, que daban la cara de Montoneros, y les dijo: ‘Miren, si yo juego así como juego no es por mí, es por Perón. Así que si ustedes tienen una queja, ya saben dónde dirigirse. Diríjanse a Perón, no a mí’”, reseña el periodista y escritor.

El economista Carlos Leiva, uno de los hombres más importantes del ministerio de economía dirigido por José Ber Gelbard, dice haberlo escuchado decir “estoy firmando mi sentencia de muerte” cuando el 6 de junio de 1973 firmó el “Acta de compromiso nacional para la reconstrucción, la liberación nacional y la justicia social -más conocido Pacto Social- con empresarios de Estado. “Porque en realidad cuando él firma eso -asevera Reato-, reconoce que los gremios y la clase trabajadora se ponen bajo el paraguas del peronismo. Decían: ‘50% para el trabajo, 50% para el capital. Acá no va a ver socialismo, va a haber un capitalismo orientado por el Estado’. Y en aquel momento no solo Montoneros, sino otros grupos, pensaban que había llegado la hora de la clase trabajadora, la hora del socialismo”.

Montoneros ya habían perdido la fe en Perón. La matanza de Ezeiza del 20 de junio por las discordias entre la izquierda y la derecha del peronismo y la caída de Héctor Cámpora, un presidente aliado a los montoneros que había sucumbido del poder 49 días después de haber asumido, diluyeron la influencia de la organización guerrillera dentro del peronismo. “Perón quería tener dos alas en su movimiento: la derecha y la izquierda, con él arriba, en el vértice, manejando todo. Esa era su forma de conducir: una conducción pendular, a veces iba para la derecha, a veces iba para la izquierda. Pero Cámpora, como Perón dice, imprevistamente se le corrió para la izquierda”.

"Rucci era un personaje disruptivo y no se sabía bien quién lo había matado, pero podía haber sido Montoneros, la Triple A, el ERP o la CIA. No estaba del todo claro. Lo escribí sin editorial, sin ningún dinero, sin ninguna perspectiva de publicación", relata el autor
"Rucci era un personaje disruptivo y no se sabía bien quién lo había matado, pero podía haber sido Montoneros, la Triple A, el ERP o la CIA. No estaba del todo claro. Lo escribí sin editorial, sin ningún dinero, sin ninguna perspectiva de publicación", relata el autor

Perón y Montoneros habían tejido una relación por conveniencia, aunados bajo un objetivo común, que era la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse. Para septiembre del ‘73, el vínculo estaba en un punto de no retorno. “Perón había alentado a los Montoneros cuando gobernaban los militares y él estaba afuera del país. Pero en realidad no los conocía, si tenían 19, 20, 21, 22 años. Y los Montoneros tampoco lo conocían a Perón porque no habían vivido los dos gobiernos peronistas. Los Montoneros creían que Perón era socialista y Perón creía que los Montoneros eran peronistas, y que una vez vuelto el peronismo, iban a dejar las armas, iban a volver a la política y aceptar dócilmente su conducción”, aduce Reato.

Eran incompatibles pero no lo sabían: las luces del enemigo común los habían confundido. La alianza había confluido en tiempos de oposición. El periodista y escritor rescata una charla de Mario Firmenich en aquel mes que puso en relieve las discrepancias: “Miren, acá Mariano Grondona acaba de sacar un artículo en La Opinión diciendo que recién ahora nosotros conocemos al verdadero Perón y tiene razón. Es objetivamente cierto porque nosotros nos inventamos un Perón socialista, pero Perón no es socialista y nosotros sí somos socialistas”.

Lo que inquietaba a Montoneros era una presunta derechización del movimiento, el acercamiento al empresariado, los convenios con la burguesía y la inclinación hacia la burocracia sindical. Planearon atacar el ala ortodoxa del sindicalismo, al hombre designado por Perón en el control de la masa trabajadora. El plan era apretarlo, “tirarle un fiambre”. “Matar a Rucci significaba dejarlo sin uno de sus alfiles más importantes. Como dijo Perón: ‘Estos balazos fueron para mí, me cortaron las patas’. Lo quería como un hijo y por eso lloró. Fue muy doloroso para él”, cuenta Reato.

Secuencia de imágenes del regreso, luego de 18 años de exilio, de Juan Domingo Perón a Argentina en el que José Ignacio Rucci sostiene el paraguas para protegerlo de la lluvia (Domingo Zenteno)
Secuencia de imágenes del regreso, luego de 18 años de exilio, de Juan Domingo Perón a Argentina en el que José Ignacio Rucci sostiene el paraguas para protegerlo de la lluvia (Domingo Zenteno)

Lo bautizaron “Operación Traviata”. Las traviatas eran galletitas de agua. La publicidad repetía un eslogan que inspiró a Montoneros: “La de los 23 agujeritos”. Roqué agujereó a Rucci como una galletita. Reato hace un análisis agudo de la nomenclatura del operativo militar. “Traviata es un buen nombre para el operativo porque en italiano Traviata significa extraviada. La Traviata, la extraviada, la descarriada, la ópera de Verdi. Pero en este caso, el nombre habla de la característica extraviada de esta operación. Montoneros se extravía del movimiento popular. Las bases ya eligen a Perón, obviamente, y además sufre un proceso de desgranamiento interno que va a desembocar meses después en una gran partición y en el surgimiento de la JP Lealtad”.

“Es como decía Perón: éramos imberbes, éramos muy jóvenes. Nuestro promedio de edad era de 24, 25 años en la cúpula, pero después nuestra militancia era menor. Creíamos en cosas equivocadas”, confía Reato que le reconoció Roberto Perdía, integrante de la cúpula de Montoneros. Aunque la reivindicaron en varios actos, no le habían estampado la firma no habían asumido su autoría. El crimen había sido un mensaje indirecto. Primero lo asimilaron con orgullo, luego advirtieron el desacierto.

El 17 de octubre de 1974, cinco días después de la tercera asunción de Perón, hablaron de la lealtad en un acto celebrado en Córdoba. La lealtad, para Montoneros, tenía una nueva significación: estaba destinada al pueblo, no ya a Perón. “Demoran mucho en reconocer que fue un error, pero, claro, en público nunca lo dijeron. Ellos pensaban que iba a pasar desapercibido”, interpreta Reato. Pero no. “Perón decide que ‘el tiempo de excesiva tolerancia’ con las guerrillas terminaba y desata una purga fenomenal, política, de todos los cargos y de todos los gobernadores vinculados a Montoneros que van siendo expulsados de sus lugares, y también le da el visto bueno a las bandas de la derecha peronista, que salieron a matar montoneros”. La cosa había cambiado.

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