Hoy es el Día de la Bisexualidad. Se celebra desde 1999 como una respuesta a los prejuicios y la marginación de las sexualidades que no encajan en etiquetas binarias, pero todas esas son cosas por las que Luis Diego Fernández jamás se sintió demasiado tocado. Ni los prejuicios, ni la marginación, ni las etiquetas tienen que ver con la experiencia de este doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella de 47 años que fue educado por sus padres con la libertad como premisa. La conclusión lógica ha sido y es una vida libre, la suya, donde los prejuicios de los demás no tienen cabida en ningún aspecto.
“A mí me interesa la coherencia –dice el autor del recién publicado Utopía y Mercado (Adriana Hidalgo) y libros como La creación del placer (Galerna, 2022)–. Mi visión del mundo desde el punto de vista político, social y moral es una visión donde la libertad es fundamental. Y mi modo de vida es un modo de vida libre. Me hace ruido que uno propague determinadas ideas, escriba libros, enseñe y defienda posiciones libertarias de la manera en que yo las entiendo sin tener un modo de vida consistente, llevando un estilo de vida hiperconservador, por ejemplo”.
Para Fernández, la bisexualidad fue una consecuencia natural de la exploración que implica ejercer ese modo de vida libre. “En toda mi primera etapa formativa yo tuve mayormente relaciones con mujeres, digamos desde que debuté hasta muchos años más tarde, alrededor de los veintipico o los treinta, y en ese sentido yo me consideraba heterosexual. Eso siempre me generaba dudas, porque me interesaba pensar y experimentar la sexualidad fuera de las convenciones. Me pienso como una persona libre también desde el punto de vista sexual, alguien que siente principalmente atracción por las mujeres, pero que también tuvo y tiene experiencias con hombres y con mujeres trans. Supongo que eso me coloca en un lugar de bisexualidad o de pansexualidad”.
—¿Fue algo buscado, como un ejercicio que para poder pensar necesitabas también vivir?
— Sí, yo creo que fue algo buscado, producto de ir experimentando. No fue espontáneo, porque a mí siempre me interesó explorar cosas en todos los sentidos. Tal vez tiene que ver con que si bien yo, como te decía, en toda mi primera etapa sexual era hétero en el sentido de que mis prácticas eran casi siempre hétero, yo nunca me sentía contenido en el esquema tradicional de la heterosexualidad. Por ejemplo: nunca tuve una pareja estable, entonces no me sentía contenido en la lógica de la monogamia; tampoco tenía en mi cabeza formar una familia tradicional y tener hijos. O sea, ese esquema familiar de monogamia y fidelidad que suele ir de la mano con la heterosexualidad nunca me interesó.
—¿Pasa a la inversa, es decir, si sos bi o pansexual y lo ejercés, tampoco eso va tanto de la mano con la monogamia?
— No sé si lo puedo generalizar, pero en mi caso es así. Por eso siempre me interesaron otro tipo de figuras como el libertino (que en el arte y la literatura se aplica a los hombres que llevan una “conducta desenfrenada en las obras o en las palabras”, por lo general asociada a los placeres y los caprichos), que un poco era así en el sentido de que no buscaba ningún tipo de relación estable que obligue a determinadas pautas de monogamia o fidelidad. Los libertinos tenían una visión mucho más exploratoria, más hedonista, mucho más fetichista, que es un tema que siempre me interesó también, porque son prácticas difíciles de categorizar en términos binarios como hétero-homo. La verdad es que cuando uno tiene vínculos fetichistas es independiente de cuál es esa identidad.
—¿Cómo son los vínculos fetichistas?
— Son relaciones que por ahí no pasan estrictamente por la genitalidad, y específicamente por la penetración. Tienen que ver más que nada con juegos sexuales o con erotizar relaciones de poder; son otro tipo de vínculos que no necesariamente pasan por la centralidad de los genitales. En general –ahora quizá menos– el sexo está muy direccionado hacia la cuestión genital y particularmente a penetrar. Tal vez otro tipo de prácticas no tan tradicionales también te llevan –o me llevaron a mí– a cuestionar lo que es una identidad dura, una identidad muy cerrada como la heterosexual.
—¿Pero hubo algún momento en que te diste cuenta de que ya no te identificabas con la heterosexualidad, un día concreto en que te reconociste como bi?
— Yo nunca me sentí parte de una comunidad gay. Tengo y me muevo entre muchos amigos que son gays, pero yo no me siento gay, no lo soy. Soy una persona que siente una fuerte atracción por las mujeres, por los hombres a veces y por las mujeres trans también. Entonces, sí, supongo que eso me coloca en un lugar más bisexual. Pero no sé si hubo algo así como un momento determinante que haya sido un antes y después, me parece que fue progresivo. Por ahí primero fue una experiencia, y entonces pensás: “Bueno, esto fue una experiencia, ya está, nunca más va a volver a repetirse, fue algo puntual que probablemente quede acá”. Ahora, después, cuando eso vuelve a suceder, decís: “Bueno, tal vez no tanto”; y cuando empecé a ver que mechaba experiencias con hombres, con mujeres y chicas trans, me di cuenta de que algún tipo de identidad que yo creía cristalizada como heterosexual ya no era tal. Porque si yo tuve diferentes experiencias y esas experiencias se repitieron o se repiten, esa identidad ya no me contiene, quedó vieja.
—¿Hiciste algo así como una salida del clóset con tu familia y amigos?
— No, en mi caso eso no fue necesario, creo que fue entendido por todos como parte de mi modo de vida.
–Y dentro de ese esquema por fuera de la monogamia que sostuviste siempre, ¿te enamoraste tanto de mujeres y chicas trans como de varones?
–Yo estuve solamente una vez enamorado y fue de una mujer. Pero tengo, en general, más afectividad con las mujeres. Los vínculos que tengo con varones son puramente sexuales. Ahí hay una diferencia. Es muy peculiar y no sé por qué es así, pero nunca me enamoré de un hombre.
— ¿Cómo es vivir hoy en la Argentina o puntualmente en Buenos Aires con ese grado de libertad mental y, sobre todo, ejercerlo?
— Yo nunca sentí ningún tipo de límite en el sentido del hostigamiento. Pero supongo que en cada caso eso puede ser distinto y que yo aprendí a moverme en ambientes que son tolerantes. Lo que creo es que la Ciudad de Buenos Aires en determinados círculos –porque cuando uno dice Argentina depende de cada lugar del país, y CABA es una isla respecto de lo que ocurre en algunas provincias del interior que están atravesadas por la religión y por miradas profundamente tradicionales– es una ciudad muy libre y bastante tolerante. Buenos Aires es muy cosmopolita, hay muchos extranjeros y eso la hace más rica y más diversa, entonces uno se siente más afín, que es lo mismo que me pasa cuando viajo, y voy a ciudades como París, Nueva York o San Francisco, que también tienen estas características.
— Pensaba que tal vez no sentís la discriminación y otros impedimentos que sí viven muchas veces otras personas de la comunidad LGTBIQ+ porque este es parte de tu avatar, de tu personaje que de pronto se mezcla en la ciudad como el libre o el libertino.
— Sí, pero creo que también tiene que ver con la coherencia: yo defiendo estas ideas porque vivo de un modo libre.
— ¿Les hablás de estas cosas a tus alumnos en la universidad, de esta manera de entender la libertad en todos los planos?
— Un tema sin dudas es la libertad, sí. Ahora por ejemplo estamos hablando del poder y en el próximo módulo vamos a hablar de teorías de género, y ahí va a aparecer todo esto de la sexualidad, vamos a debatir por ejemplo sobre el trabajo sexual, después lo haremos sobre la justicia, sobre qué tipos de sociedades son más justas, si con más Estado o menos Estado. A mí siempre me interesó en lo que es el ejercicio de la filosofía, que no sea solamente una especulación teórica: yo tengo una idea de la filosofía como modo de vida. Con las limitaciones y las determinaciones que uno tiene, uno trata de ser libre, lo más libre que puede. Y la sexualidad es parte.
— En ese sentido, identificarte como bisexual, asumir esa etiqueta, también puede ser visto como una limitación.
— Yo siempre sospeché de eso, posiblemente porque me formé leyendo a Foucault, que siempre sospechó de las identidades. Él, que era homosexual y sadomasoquista, siempre fue muy crítico de las identidades sexuales porque consideraba que eran categorías que te ponía otro. Hétero y homo son categorías que nacen a fin del siglo XIX y que surgen de la psiquiatría, entonces ese es un discurso medio psiquiátrico que tiende a normalizar. Si en el siglo XIX eras homosexual, eras anormal y tenías que pasar por un proceso psiquiatrizante y, si eras heterosexual, estabas dentro de la norma. Pero esas categorías te las pone una autoridad y Foucault de alguna manera estaba en desacuerdo con ser nombrado por otro. Lo veía como una especie de nueva jaula y yo coincido con esa posición y con lo que además implica, porque, cuando te categorizan, hay una especie de reglamento que uno debe cumplir para entrar en la categoría que te asignaron.
—¿Y eso para vos es extensible a lo que pasa fuera del ámbito médico o psiquiátrico con las categorías identitarias?
— Claro, porque si uno forma parte de una comunidad cerrada eso puede derivar a veces en una lógica de ghetto: formás parte y el ghetto tiene sus pautas, sus normas, y si te desvías un poco de eso también sos visto como alguien que está transgrediendo lo que supuestamente le corresponde, lo permitido. A mí nunca me interesó esa lógica, por eso nunca formé parte de ninguna organización. Defiendo causas que me interesan, como la legalización del trabajo sexual, de las drogas y, por supuesto, derechos como el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género, que me parecen fundamentales, pero lo que tiene que ver con la dinámica más de ghetto a mí no me gusta y hasta me parece un poco peligroso, porque agudizar la idea de la identidad te lleva a cristalizar y te impide la posibilidad de transformarte. El hecho de que hoy uno esté viviendo la sexualidad en este sentido, no quita que en el futuro sea otra.
— Claro, las identidades pueden cambiar en el tiempo.
— Y sí, en mi caso cambió en el tiempo. Viví diferentes experiencias sexuales que me llevaron a cambiar. Las identidades sexuales –y también las no sexuales, las identidades políticas, por ejemplo– son provisorias. Por ahora, en la medida en que tenés este tipo de prácticas, sos esto, sos bi o sos hétero o sos homo, pero eso puede cambiar y esa posibilidad de seguir transformándote es lo que también te hace libre.