María usaba esporádicamente la aplicación de citas llamada Badoo. Tenía 38 años, estaba soltera, trabajaba como docente, se había recibido en ingeniería en alimentos, cursaba una maestría y un tramo pedagógico en simultáneo. Dice que solo sabe estudiar y trabajar. Sus ratos de ocio no abundaban. Pero los tenía. Había descargado la aplicación antes de la pandemia. La volvió a emplear a comienzos de 2023, cuando procuró que los vínculos humanos habían retornado a la normalidad precovid. Buscaba una relación de pareja. En abril de 2023 dio match con una chica de rasgos asiáticos, oriunda de Singapur, llamada Bella Brux. En abril de 2023 empezó la estafa. Mientras se enamoraba, María se convertía en víctima.
El diálogo comenzó promisorio. El chat escaló de la aplicación a Whatsapp. Pero también había dudas: “Me decía que el padre tenía una empresa en China, que hacía zapatos y los exportaba a Europa, y que se lo había dejado a ella como encargada. Cada cuatro meses viajaba a China y se quedaba administrando la empresa en Hong Kong. Le pregunté si había estado en Argentina en algún momento porque había configurado la aplicación para que me marcara personas que estuviesen en mi mismo área. Desde mi lugar hasta 20 ó 24 kilómetros. Me resultó raro que apareciera ella en mi radar. Me dijo que sí, que había estado por un período corto y que había viajado por negocios. Y que tenía pensado volver el mes que viene. Que nos podíamos, seguramente, encontrar. Ella decía tener 33 años”.
Bella resultó ser, para María, una persona atractiva, cálida y preocupada, formada, con buenos modismos, honesta, fiel. Hablaban en inglés. A María la ayudaba un traductor. Se fueron entendiendo. A veces se enviaban audios. Entablaron tres videollamadas. “Se veía que era una persona real, la misma de las fotos”, cuenta. El tiempo hizo que brotara en María un sentimiento amoroso. Se estaba enamorando. “Ella me decía ‘cuidate, alimentate bien, descansá, vos podés lograrlo, quedate tranquila’. Manifestaba que me amaba, que quería vivir conmigo, que se iba a mudar a Argentina, que planeaba venir e instalarse acá, y que quería que yo estuviera mejor económicamente”, narra. Ahí fue cuando le propuso un negocio: manejar una tienda virtual.
María se sentía casi de novia. Trabajaba, estudiaba y tenía una situación económica estable: contaba que un ahorro para emergencias y para inversiones. Había ahorrado durante años para ir a Italia cuando la pandemia suspendió sus planes y para solventar un proceso de sucesión de propiedades, que debía refaccionar. Pero, la devaluación: “Económicamente le manifestaba que acá los sueldos son bastante acotados en relación a las ganancias en dólares. Comparando con lo que ella me decía que se podía llegar a ganar con este emprendimiento o inversión de la tienda virtual, podía invertir y así podía generar ingresos más rápidamente para los proyectos que tenía planeados”.
La propuesta de Bella era simple: abrir una tienda online. Ella le enseñó a inscribirse, a generar un usuario, a elegir productos de un catálogo para que ofreciera en su propia tienda. Le enseñó que para procesar las órdenes de compra de los supuestos compradores, debía disponer del dinero previamente. Ella tenía que pagar por el producto que su comprador quería, emitir una orden de compra en menos de 24 horas y esperar un plazo de cinco días para que el bien llegara a manos de su nuevo dueño, quien en definitiva iba a pagarlo. El pago del cliente se le acreditaba en su cuenta con un margen de ganancia de hasta el 15 por ciento, un rendimiento razonable.
“Entrás en una montaña rusa -grafica María-. Cuando te empiezan a llegar órdenes de compra seguido, te encontrás con que se te agotó el dinero para procesarlas y tenías que volver a poner plata”. Invertía constantemente y no podía retirar el dinero. Todo resultó ser una simulación: ni el vendedor, ni el cliente, ni el producto eran reales. Solo Bella, su falso amor y su vil interés monetario. María había hecho una revisión preventiva antes de involucrarse. Chequeó si existía la aplicación y si funcionaba. Nada la hizo dudar de algo. Hasta que a mediados de mayo, empezó a sospechar de la estafa cuando quiso retirar algo del dinero hipotéticamente obtenido.
“La cuenta estaba bloqueada. Me decían que no me liberaban el dinero por eso. Empezó un juego morboso para seguir intentando sacarme plata”, relata. Pero la sospecha estaba dirigida hacia la plataforma digital. A Bella le dijo a modo de advertencia que tuviese cuidado, porque creía que las estaban estafando a la dos. “Ella me decía ‘no, no, esto es real’ y me mandaba capturas de pantalla de que podía hacer extracciones”, cuenta. No imaginaba, por entonces, que quien la había apadrinado y la había introducido en ese negocio era quien la estaba engañando.
“Te envuelve: se hace pasar por tu novia. Te trata como si fueras la única persona en su vida, te dice que te ama, que va a estar con vos. Es bárbara hasta que le decís que no tenés más plata para poner en la tienda y ahí te empieza a tratar mal”, expresa María, con una risa de indignación. “Caí en la cuenta de que ella era la que me estaba estafando, cuando ya estando más tranquila, empiezo a buscar información en internet. Di con una página donde una chica de Ecuador había descripto la misma situación que estaba pasando yo. Tenía por suerte el link de la página web desde la habían hecho inscribirse. La página era prácticamente igual. Le escribí a esta chica y le dije: ‘Estoy atravesando una situación similar, necesito que me respondas cuanto antes’”.
La joven le contestó. María le preguntó si había sido una chica de rasgos asiáticos: le respondió que sí. El nombre no era Bella, pero se asemejaba. Cuando ganó su confianza definitivamente, intercambiaron imágenes. Se dio cuenta que era la misma mujer la que las había estafado a las dos. “Fue el peor mes y medio de mi vida”, dice. El estrés era abrumador. Estuvo a punto de sufrir dos infartos producto de la angustia y la tensión. “Fueron dos noches seguidas que no pude dormir. Dormitaba. Me levantaba cada quince minutos al baño por la adrenalina”, dice.
- ¿Qué te dolió más: no saber que ella era real o haber perdido el dinero?
- Ella es real y es una estafadora. No me dolió eso. No me dolió perder el vínculo o la ilusión del amor. Me dolió más perder la ilusión de los proyectos que tenía, el esfuerzo de años, estar prohibiéndose gusto o lujos y perderlo todo por una persona a la que cualquier calificativo le quedaría chico, perder todos los ahorros que estaban destinados a tener una mejor calidad de vida. Eso me duele. No me duele en lo afectivo, me duele que me hayan pisoteado el esfuerzo. Y cuando ya sabía que esto es una estafa, que me siguiera intentando engañarme: me decía “dale, conseguí el dinero porque vos podés”. Eso es lo que me duele, que haya gente así en el mundo, tan psicópata.
María perdió cinco años de trabajo y veinte mil dólares. Desde que matchearon en la aplicación de citas hasta que todo se derrumbó pasaron dos meses y medio. Perdió cuatro kilos en el camino. “La situación de estrés de a poco va bajando. Todavía sigo con bruxismo, contracturada, con dolores de cabeza, con ansiedad pero con niveles menores a los que tenía cuando estaba metida en este tema. Emocionalmente lo estoy elaborando”, relata.
- ¿Qué te preguntás a la noche?
- ¿Por qué a mí? ¿Tan boluda pude ser? ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Tenía indicios? ¿Hice algo?
“Caí por confiada -asume-. No desconfiás de una persona con la que estás desarrollando una relación. Estás en una aplicación de citas para conocer a alguien: generás un vínculo, generás un enamoramiento. Ella te dice que te ama, te cela. Una vez le mandé una foto de una mesa con dos cafés, un pedazo de torta y me hizo un escándalo. Me montó una escena de celos. Ahora sí pienso que toda la relación fue actuada”.
Hace público su caso porque desea que nadie más caiga en esta estafa. Está segura que detrás de Bella hay una organización criminal dedicada a estafar gente. Y sabe, internamente, que saldrá adelante de este trauma. “Soy resiliente. Atravesé situaciones complicadas en la vida como el fallecimiento de un padre a los trece años. Las cosas se van superando. Es lo que le dije a mis familiares: al menos estoy viva y no quedé en el camino con un infarto. Lo único que sé hacer es estudiar y trabajar. Así que estudiaré y trabajaré para poder recuperarme económicamente. Después en cuanto a lo psicológico y emocional, lo iré trabajando. Uno puede sanar las heridas, pero la marca queda: de esto no me olvido más”.