Hace más de dos décadas Laura Krochik se hizo un juramento a sí misma: “Tengo que hacer algo para que las mujeres que no pueden parir en un lugar privado y tienen a sus bebés en un hospital público, reciban la misma atención”. Había trabajado ad honorem durante cinco años en el Hospital Materno Infantil Ramón Sardá, en búsqueda de implementar los beneficios de incluir a una puericultora en la gestación y el nacimiento. En paralelo realizó un doulaje de parto en la Maternidad Suizo Argentina, y supo que afrontaría con pasión y una infinita tenacidad su próxima misión. Fundó la Asociación Civil Argentina de Puericultura (ACADP), entidad sin fines de lucro, que brinda atención gratuita, orientación y apoyo integral a familias, y continuamente forma profesionales. En diálogo con Infobae, la especialista en lactancia y crianza cuenta su historia de vida, los logros que alcanzó pese a los giros inesperados a nivel personal y laboral, además de los desafíos a los que se enfrenta en la actualidad, por primera vez en toda su trayectoria.
Laura es de las personas que evoca calidez y empatía desde el instante en que entabla una conversación. Está en su esencia tender la mano, ofrecer ayuda y moverse en la vida con coraje y amor. “Desde la infancia sentí el llamado de la maternidad, y no únicamente a ser madre, sino a acompañar en la maternidad; creo que hay algo en mí que tiene que ver con mi vincularidad con los embarazos, los partos y las crianzas”, reflexiona sobre el motor interno que la impulsó desde que era muy chica. Y eso se reflejaba incluso en los momentos de juego con sus primas: “Jugué toda mi vida con un almohadón de mi abuela en la panza, porque yo jugaba a estar embarazada, así fuese la maestra, la enfermera, la oficinista, la mamá, yo siempre estaba embarazada, y ya sabían que sin el almohadón yo no jugaba”.
En retrospectiva siente que ese deseo primó por sobre todas las cosas, y a los 23 años fue mamá de Juana. Durante el embarazo empezó a consultar obstetras por las dudas en torno a la lactancia. “Tenía los pezones umbilicados, metidos para adentro como un ombligo, y a pesar de haber trabajado mis pezones durante el embrazo, y sentarme en una máquina con una bomba para que me ayudara a sacarlos para afuera, cuando nació todavía estaban para adentro y no había manera de que se prendiera a la teta”, relata. Se acuerda como si fuese ayer el rol clave que cumplió una enfermera que estuvo parada durante cuatro horas a su lado, sosteniendo la cabeza de la recién nacida.
“Logró prenderla, y cuando se fue de la habitación le dije a mi papá: ‘Salí ya corriendo a la calle y comprarle un regalo a esta persona, porque le quiero regalar un brazo mío, un pedazo a mi cuerpo’”, rememora conmovida. Los dos primeros meses su primogénita no alcanzaba el peso necesario, y recorrió 17 pediatras, hasta que uno le dijo que si en una semana no mejoraba la situación, tendría que complementar la alimentación con leche de fórmula. “Hice mastitis, taponamiento de pezón, me sangraban los pezones, pero finalmente pude seguir dándole teta, hasta que un día, cuando Juana tenía un año, que ya hablaba perfecto, fui a darle la teta antes de que se durmiera y me dijo: ‘Teta no’, me miró fijo y nunca más me pidió”.
Luego tuvo a su segundo hijo, Felipe, y cuando cumplió nueve meses ella comenzó con su labor como doula. “También tuve mastitis, pero retomé y le di hasta los 2 años y medio”, comenta. En parte por su experiencia, y por haber vivido muchas situaciones en que fue testigo de la complejidad y la necesidad de contar con información sobre la lactancia, se embarcó en la temática que más le apasiona. Para ese entonces ya se había graduado como Licenciada en Educación, y había sido maestra de niños y adultos.
El comienzo del sueño
“Armé una escuela de doulas para Laura Gutman, me había formado en el área de psicoprofilaxis obstétrica, preparaba embarazadas para el parto, y venía atendiendo a pacientes en el living de mi casa, pero quería trabajar como doula en algún hospital público”, revela. Laura cuenta que nada salió como esperaba a partir del día en que le contó a su obstetra, que también atendía en La Sardá, que quería acompañar a las mujeres en el trabajo de parto y ayudarlas en lo que fuese necesario en las “dos horas de oro” de los recién llegados al mundo.
Tuvo una reunión con el director de la institución donde rechazaron su propuesta, pero no se rindió. “Me fui llorando, pero un tengo un grado de insistencia descomunal, dejo la vida para conseguir las cosas, así que me fui a hablar con el jefe de guardia de los viernes, que era un tipo que medía casi dos metros, y le expliqué que quería realizar un doulaje de parto, que iban a ver la cantidad de beneficios que genera; y como justo en ese entonces no dejaban ingresar acompañantes, las mujeres entraban a parir solas”, indica.
Logró el cometido, y durante cinco años fue ad honorem todos los fines de semana. “Entraba los viernes a la mañana y me iba los sábados a la mañana, me quedaba 24 horas, y nacían bebés un minuto tras otro, así que era parto tras parto, y efectivamente comprobaron cuánto ayudaba tener a alguien adentro de la sala de partos que estuviera para ayudar”, asegura. Mientras en el ámbito laboral veía los primeros frutos del esfuerzo, en el plano personal atravesaba un momento muy difícil.
“Inicié un proceso de separación del padre de mis hijos, que fue muy complicado. Él se quedó sin trabajo y yo empecé a repartir CV por todos lados porque ya no podía seguir trabajando sin cobrar”, comenta. Como la Maternidad Suizo Argentina era una de las pocas que tenía un departamento de puericultura en ese entonces, iba cada vez que podía a dejar su currículum, a veces con la excusa de que había cambiado de teléfono, o que había hecho un curso nuevo, para que la tuvieran presente, y al menos insistió unas 18 veces, hasta que un día la llamaron.
“Estuve un tiempo a prueba, y después me tomaron efectiva. Para mí fue como entrar en una realidad paralela, porque vi los beneficios que tenían las mujeres a la hora de parir en un lugar privado, a la hora de prender un bebé a la teta y de recibir ayuda”, confiesa. Al poco tiempo consiguió también complementar sus horas de trabajo en el Sanatorio Otamendi, y ya no le daban los tiempos para ir a la Sardá, además de necesitar un ingreso económico estable para mantener a sus dos hijos pequeños.
“Con todo el dolor del alma, dejé de ir al hospital público por un tiempo, y ahí hice un pacto conmigo misma”, expresa, y se refiere al compromiso de que todas las mujeres reciban la misma calidad de atención, sin importar la situación económica que estén atravesando, ni si dan a luz en una institución privada o estatal. Decidida a que ese deseo tome una forma concreta, pensó en abrir una fundación, y empezó a asesorarse al respecto.
“Mi objetivo era formar muchas puericultoras, porque mi lógica era que si éramos muchas, iba a haber más en hospitales, centros de salud, lugares privados, que en cualquier lugar donde una mujer esté pariendo, hubiera una puericultora acompañándola, y para eso había que formar millones”, detalla.
Nace la ACADP
Laura suele definir a la Asociación Civil Argentina de Puericultura (ACADP), como su “tercer hijo”, porque realmente implicó dar a luz un nuevo proyecto de vida, y poner mucha energía para que fuese posible. “En 1998 averigüé cuánto salía abrir una fundación y no me voy a olvidar nunca que costaba 20.000 pesos, que era muchísima plata en ese momento, y no había manera de que yo pudiera juntar ese dinero”, cuenta. Un amigo le recomendó que consultara por la creación de una asociación civil, que tenía un alcance similar, y el costo era mucho menor.
“Salía 5000 pesos, así que avancé y fui a una consulta con una abogada, que me explicó que tenía que hacer una comisión directiva de 11 miembros, entonces había que salir a buscar 11 personas que se subieran a la locura”, dice con humor. Sin dudarlo, charló una por una con sus mejores amigas, volvió a acudir a su don comunicativo y les explicó la importancia de recibir contención durante la lactancia.
“Les dije que las mujeres estaban pariendo sin que nadie las ayude a prender la teta, que sino tenían de casualidad a alguien cercano que más o menos las aconsejara, se perdían la posibilidad de amamantar, con todo lo que eso significa. No poder dar la teta en un nivel económico muy bajo significa darle al bebé leche de vaca rebajada con agua, lo que conduce a desnutrición, enfermedades, y que el único modo de evitar la muerte neonatal en un universo económico muy bajo, es amamantando, y que por eso amamantar salva vidas”, repasa sobre los argumentos que compartió y surtieron un efecto de adhesión total.
Cuando tuvo al equipo completo, pensó cuál sería el nombre del proyecto, y al principio estaba convencida de apelar a un mensaje con una palabra en mapuche, que refiriera a la madre Tierra, la naturaleza y el poder femenino, pero luego supo que lo mejor era que fuese descriptivo y concreto. “Me senté en un bar con un desconocido del mundo del marketing que me recomendó otro amigo, y él me fue preguntando si lo que ofrecía era un servicio, si era dentro del territorio nacional, qué entidad era, y me dijo: ‘Se va a llamar Asociación Civil Argentina de Puericultura’, así nació el nombre que mantenemos hasta la actualidad”.
Luego armó un programa de estudio, tarea que no era ajena a su formación previa en educación. Recopiló y creó información académica para cada clase teórica, con la idea de que se complementara con una parte práctica en los hospitales públicos, con la presencia de una coordinadora y la rotación por diferentes lugares. Faltaba una sola cosa: el lugar físico para enseñar, un aula a la que pudieran concurrir las alumnas.
Nacida en Quilmes, por ese entonces vivía en Wilde, Provincia de Buenos Aires, y al mismo tiempo en que se consolidaba la asociación decidió mudarse a Capital Federal para ver más tiempo a sus dos hijos. “Tenía una rutina de trabajo en la Suizo y el Otamendi que no me permitía estar tanto en casa, más el viaje, supe que era hora de buscar algo que estuviera cerca de los sanatorios, y alquilé un departamento en Once”, comenta. Recién mudada, cumplía con uno de sus turnos como todos los días cuando entró al consultorio Julián Weich junto a su esposa embarazada.
Le contó al conductor y actor que estaba por fundar una asociación, y que todavía no sabía dónde iba a funcionar. “Me dijo que le dijera las características de lo que necesitaba porque a él le encantaba buscar propiedades, y que me iba a avisar ni bien supiera de alguna casa que esté en alquiler para lo que yo quería”, revela. El listado incluía que fuese suficientemente amplia para que pudiera vivir con sus hijos, un espacio para su consultorio, otro para el aula, y que estuviera cerca de algún transporte para que pudiera ir a trabajar y las estudiantes pudieran llegar. Pero lo más importante era que estuviese a un precio accesible para que pudiera afrontar otra mudanza.
De 5 a 1000 alumnas
Un fin de semana el teléfono sonó y era Weich, que cual agente de bienes raíces ya había encontrado el lugar ideal. Una ubicación estratégica próxima a la estación de subte Ángel Gallardo de la línea B, cerca de la Avenida Corrientes, con la posibilidad de subdividir un living de gran tamaño para que cada ambiente, y es la casa que alquila hasta el día de hoy, hace ya 19 años. Convencer al dueño no fue nada sencillo, porque el recibo de sueldo de Laura no reflejaba si quiera lo que valía un mes de alquiler.
“Yo trabajaba todo el día, hacía servicios a domicilio, iba con mi auto como puericultora a todos lados. Me recorría la ciudad entera, pero no tenía cómo demostrarle que iba a poder pagarle”, rememora. Entre risas confiesa que cuando supo que el propietario era judio, apeló por primera vez a su judaísmo. “Le dije mi apellido, Krochik, y fui con mis padres, que eran mis garantes, para que nos conociera como familia, y aunque le caímos muy bien y nos puso como prioridad entre los interesados, me pidió cinco garantes”, cuenta.
Pudo conseguir cuatro, pero le faltaba uno más, los días pasaban y llegó un momento que sintió que no iba a poder. “Estaba adentro del auto en el estacionamiento de un supermercado en Salguero y Honduras, cuando me llama una compañera mía del secundario que no veía hacía 20 años; había llamado a la casa de mi mamá, le había pasado mi teléfono y justo la atiendo llorando, me pregunta qué me pasa y le cuento la verdad”, relata. Ahí fue donde la magia del destino le retribuyó un merecido acto de fe, porque esa excompañera se ofreció a ser la quinta garante que necesitaba, y así alquiló el lugar que se convirtió en sede de la asociación.
“Funcionó ahí hasta cinco años antes de la pandemia, mis hijos se criaron ahí, con las alumnas que tocaban el timbre, los pacientes que atendía en el consultorio, pero teníamos un único aula y llegó un momento que nos quedó chico, habíamos crecido de las primeras cinco estudiantes a tener 1000, y buscamos un lugar más grande”, explica. Gracias a una recomendación consiguió otra locación en Avenida Córdoba y Anchorena, con dos salones disponibles para enseñar, y el dueño del departamento era el suegro de una de las pacientes.
“Me acuerdo que le dije: ‘Sus nietos toman la teta gracias a que su hija vino en búsqueda de ayuda y pudimos ayudarla, y yo necesito formar gente, llegar a todas las no van a poder pagar una puericultora, así que no solo necesito que usted me baje el alquiler, sino que los tres primeros meses no me los cobre’”, recuerda incrédula de su propio atrevimiento. “Suerte que tengo testigos que estaban ahí, porque hay cosas que fueron de película en mi historia y ni yo las puedo creer”, acota con humor. Una vez más, Krochik logró el cometido y amplió la escuela.
“Teníamos puericultoras a la mañana y a la tarde, todo funcionaba espectacular, pero ahí pensé qué pasa con las que viven en el interior y no pueden venir a formarse a Buenos Aires, y entendí que había que armar la carrera virtual”, explica. Comenzó una nueva etapa que incluía la educación a distancia,-algo que luego fue fundamental durante la pandemia de coronavirus, porque les permitió seguir dando clases- cursos complementarios e intercambio constante con especialistas. “Las chicas venían a hacer su residencia y sus prácticas en Buenos Aires a los hospitales, y una alumna que era sobrina del director del Sanatorio Franchin nos contó que querían incluir el servicio de puericultura”, comenta.
Una escena que quedó grabada en su memoria fue cuando entró a la sala de maternidad y vio que las enfermeras ingresaban con una bandeja con una mamadera con tetina, chupete y leche de fórmula para cada madre. “No sabía cómo íbamos a hacer para transformar la cultura de un lugar donde había mamadera y leche de fórmula para todo el mundo, fue un laburo de hormiga y estamos desde esa época hasta hoy, que les hacemos la primera prendida la teta dentro de la sala de parto”, dice entre el orgullo y la emoción.
Logros y reconocimientos
Así como alzó la voz otras veces con ideas que parecían imposibles de concretar, una vez se le ocurrió implementar un espacio de lactancia en un centro comercial. “Estaba harta de ir a los shoppings y que las madres estén dando la teta incómodas, sentadas en una escalera en el piso, en el medio del patio de comidas, en el baño, y pudimos abrir un espacio en el Shopping Figueroa Alcorta por más de 15 años”, celebra. También viajó a lo largo y lo ancho del país para concientizar durante la Semana de la Lactancia -que suele conmemorarse la primeros días de agosto de cada año-, que en 2023 se centró en el lema: “Amamantar y trabajar: ¡hagamos que sea posible!”.
“La vuelta al trabajo es uno de los primeros ítems que aparece en el destete precoz a nivel mundial, por la falta de espacios para sacarse leche en los trabajos, que algunas instituciones no respetan la hora de lactancia, y muchas se reincorporan a los dos meses al trabajo; si es presencial entre el tiempo de ida y vuelta de viaje, más la jornada laboral, cómo hace una mamá para continuar con una lactancia exclusiva durante seis meses”, cuestiona. Y también apela al componente emocional que implica regresar al ámbito laboral: “Gran parte de la sociedad te empuja a volver al trabajo, a volver a tu figura, a que vuelvas a tu vida social, cuando cada proceso y situación es única, y ahí es donde tenemos que revisar nuestro como compromiso como sociedad y como Estado”.
La necesidad de crear una asociación surgió justamente de la preocupación de un grupo de profesionales frente a la falta de respuestas del sector sanitario a las inquietudes de muchas familias, en relación con la lactancia y crianza de sus hijos. “Recibimos un reconocimiento de la Legislatura Porteña, que declaró a la ACADP de interés social por la actividad terapéutica de orientación y la contención desarrollada”, manifiesta.
Sin embargo, asegura que todavía queda mucho camino por recorrer. “Las puericultoras no existimos en la cartilla de ninguna obra social”, expresa con indignación, y aclara que algunos sanatorios incluyen el servicio de puericultura pero solamente el día del nacimiento y una vez que se recibe el alta se considera una consulta particular que no está cubierta por la prepaga, por lo que durante la gestación la mayoría de las mujeres no tiene la oportunidad de recibir el acompañamiento. “Hoy brindamos asesoramiento gratuito en el consultorio virtual, que pueden elegir un turno, concertar una cita y hablar con una puericultora”, recalca.
Para establecer una diferencia cuenta que la doula es “una mujer que acompaña a otra mujer en el trabajo de preparto, posparto o posparto”, y depende el área en la que esté colaborando con la futura mamá puede asistirla desde el manejo de las contracciones hasta la logística de la casa. Mientras que entienda la puericultura como “la disciplina que se ocupa de brindar apoyo y acompañamiento en lactancia a las mujeres, personas gestantes y sus familias, desde el embarazo hasta el destete, capacitando al equipo de salud y compartiendo sus saberes específicos con el resto de la comunidad científica y educativa.
“Por más que tenemos un índice de embarazo adolescente muy alto en Argentina, la lactancia no es un contenido en las escuelas ni tampoco en la carrera de pediatría”, señala. A lo largo de sus 30 años de experiencia, muchas veces estuvo en situaciones en las que se preguntó cómo continuar, pero jamás tuvo dudas de que debía seguir con lo que considera su propósito de vida. “Una vez acompañe una mamá que había decidido entregar a su hijo en adopción, estuve con ella en todo el proceso de preparto, y unos segundos después del nacimiento ella cierra los ojos con una fuerza que nunca me voy a olvidar, y yo le decía: ‘Por favor miralo, miralo’, porque no sabía que ella lo iba a dar en adopción”, rememora.
Y continúa: “Abrió los ojos, me miró a mi y me dijo: ‘Si yo lo miro no lo puedo entregar, y necesito entregarlo porque yo no lo voy a poder criar; fue durísimo, y fue una prueba más del vínculo que se genera con un bebé que toma la teta y te mira todo el tiempo mientras tomas la teta. Esa mujer no podía ni siquiera mirarlo recién nacido un instante porque ya se iba a armar un vínculo”. La vocación de Laura es tan fuerte que incluso cuando va de viaje a alguna provincia de nuestro país, lo primero que pregunta es dónde hay salas de parto, visita los hospitales y analiza cómo puede ayudar.
“La leche es un tejido vivo que se reproduce, y cada madre produce específicamente la leche que necesite su bebé. Una madre que amamanta es una madre que observa a su bebé, que le hace upa, que lo contiene, que le esta dando los nutrientes y la protección necesaria para el resto de su vida, se vincula con su hijo de una manera diferente, no solo en la inmunidad que le brinda, sino también en cuestiones emocionales”,
“Estamos en un mundo complejo, donde convivimos con muchos mitos. ‘Si tu madre no pudo amamantar, vos no vas a poder tampoco’; ‘No se puede tomar gaseosa porque le va a dar gases a tu bebé’; ‘Si tenés pechos grandes o si el pezón es muy grande, no vas a poder’; ‘Si tenés mellizos no vas a poder dar la teta’; ‘Hay madres que producen buena leche y otras mala leche’, todas esas barbaridades que circulan, y más que nunca hay que tener una cabeza mucho más abierta, dudar de lo que escuchamos y buscar información certera”, enfatiza. Y agrega: “Tenemos que entender que las mujeres somos muy poderosas, el poder que tenemos en nuestro cuerpo y en nuestra capacidad de tomar decisiones sobre la alimentación de su hijo”.
Campaña de donación
La Asociación ofrece la formación de puericultura, que tiene como requisito haber aprobado el secundario, y un programa de formación en crianza para profesionales, que requiere de una titulación previo afín. “Además de las estudiantes, tenemos 66 personas que trabajan full time y 175 part time, y sus sueldos salen de las estudiantes que pagan una cuota para estudiar en la Asociación; con esa plata se le paga a la puericultoras que van a los hospitales, y así fue como se mantuvo hasta hoy la asociación sin recibir un peso de nadie nunca jamás”, indica.
Aunque continuaron con las clases virtuales durante la pandemia, tuvieron que entregar el local que alquilaban porque pagaron la renta durante dos años sin haberlo usado. “La crisis nos ha llegado a nosotros también, la situación del país nos tocó y es la primera vez que tenemos una necesidad económica, porque estamos seguros de que en enero y febrero de 2024 no vamos a tener el dinero para pagar los sueldos”, manifiesta con preocupación e impotencia. Se están asesorando con la ONG Aportes, para poner en marcha un proyecto de financiamiento, y mientras tanto pusieron en marcha una campaña de donación a través de un botón que incluyeron en su sitio web, y la replican en sus redes sociales: en Instagram @acadp_lactanciaycrianza y @laurakrochik.
“Tuvimos que bajar las cuotas para que las alumnas puedan seguir pagando, y tenemos un porcentaje muy alto de estudiantes becadas, sumado a que el precio de la cuota que fijamos en septiembre de 2022, cuando llegó marzo 2023 era absolutamente irrisorio, y por eso, por primera vez en la vida estamos haciendo cosas para visibilizar lo que de manera de bajo perfil estuvimos haciendo 20 años”. También hubo muchos hospitales que durante el aislamiento por los casos de Covid-19 no les permitieron ingresar, y cuando empezaron a ceder las restricciones, ya no pudieron volver a entrar.
Hoy sus dos hijos, que ya son jóvenes adultos, trabajan y colaboran en la asociación. “Juana es terapeuta y dirige el departamento de extensión de estudio, y Felipe tiene una empresa de páginas web, es programador y dirige el Departamento de Comunicación”, comenta llena de orgullo y admiración. “Se criaron con eso, con las pacientes que yo atendía en el living, lo mamaron y me ayudaban mucho, distraían a los bebés mientras yo trataba de ayudar a una mamá en un taponamiento de pezón, y la verdad es que es una causa que defienden y les corres por las venas igual que a mí”, expresa con ternura.
Sus padre y su madre, de 80 años, también trabajan en la entidad sin fines de lucro, y el apoyo de toda la familia la hace sentir feliz y bendecida. “Lo único que hice fue encontrar el lugar para que esto se desarrolle, y saber que somos una institución referente en la Argentina, confirma que había algo que tenía que suceder, una necesidad inmensa por la que no estoy dispuesta a bajar los brazos y no voy a parar hasta que todas las mujeres de la República Argentina, tengan un hijo en donde lo tengan, cuenten con una puericultora al lado”. El domingo 29 de octubre brindará una función a beneficio en el Poncho Teatro, Leopoldo Marechal 1219, y con la simpatía que la caracteriza, hará un stand up sobre crianza, desde el embarazo hasta los hijos adolescentes, y el público podrá participar.