Las increíbles aventuras de Gato y Mancha, los dos caballos criollos que galoparon de Buenos Aires a Nueva York

Hoy celebra el día de este animal. Es que el 20 de septiembre de 1928, hace 95 años, desfilaron por la Quinta Avenida. Las mejores anécdotas de un viaje que duró 4 años. Y el destino final de los cuerpos de los míticos corceles

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El suizo Tschiffely junto a
El suizo Tschiffely junto a sus caballos, cuando ya habían completado la hazaña (Fotografía Revista Caras y Caretas)

Gato, de mirada infantil y soñadora era un bayo gateado de 16 años que había sido domado con facilidad, y Mancha un overo rosado, arisco, de 15 años, que estaba siempre atento y era mandón. Eran dos caballos criollos criados en la estancia El Cardal, de Ayacucho, cuyo dueño era Emilio Solanet, un médico veterinario, profesor universitario y un experimentado criador de equinos, que además se desempeñaba como profesor de educación física en el colegio quilmeño San Jorge.

Solanet creía que lo había visto todo hasta que recibió una carta del suizo Aimé Tschiffely. Le pedía algo increíble: que le vendiera dos caballos con los que pensaba unir Buenos Aires con Nueva York, todo para probar la nobleza y superioridad del animal criollo.

Aimé Tschiffely, en la época
Aimé Tschiffely, en la época en que decidió emprender una aventura para muchos imposible

No iba a llegar ni a Rosario, pensó Solanet, quien en un primer momento se negó. Pero como el suizo estaba más que embalado, aceptó, pero con sus condiciones. Una vez en el país, el nobel jinete -que había leído todos los relatos de gauchos y de la pampa de Robert Cunnighame Graham- debió someterse a un duro entrenamiento, que incluyó larguísimas cabalgatas bajo un sol calcinante, lluvias torrenciales o fuertes vientos.

La partida fue el viernes 24 de abril de 1925 desde las puertas de la Sociedad Rural. En su mochila, Tschiffely llevaba mapas, una brújula, un barómetro, dinero, una manta, un Winchester, una carabina y un revólver. Había decidido llevar a un perro, pero al ver que los caballos se ponían nerviosos con los ladridos, no fue de la partida.

Muchos de los que fueron a despedirlo se mostraron incrédulos por la travesía que emprendería. En medio de sonrisas socarronas, jinete y caballos enfilaron hacia Rosario, luego pasaron por Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy. Acorde al detallado relato que escribió para la revista Caras y Caretas a su regreso, contó que 39 días después había llegado a Perico del Carmen, en Bolivia. Allí debió permanecer cinco semanas internado al contagiarse una enfermedad luego de haber explorado antiguas tumbas indígenas.

Basta una simple mirada para
Basta una simple mirada para dimensionar el viaje emprendido, que comenzó en Buenos Aires y finalizó en Washington (Revista Caras y Caretas)

Fue difícil el trayecto hacia La Paz y usaba los lechos secos de los ríos para evitar la densa vegetación. En este tramo se quejó de la poca hospitalidad de los quechuas y aymarás porque no le prestaron ayuda ni le indicaron el camino a seguir.

La preocupación del jinete era la de enfrentar las dificultades para alimentar a los caballos, que hasta comían hojas secas. Enseguida Tschiffely aprendió a conocer a sus fieles amigos: Gato era manso y humilde, al que siempre le pasaban todas: caídas, rodadas y tropiezos, mientras que Mancha era el más precavido, el que antes de dar un paso sobre un terreno al que no veía seguro, estiraba la pata izquierda y paraba las orejas.

Los dos caballos criollos, nacidos
Los dos caballos criollos, nacidos en la Patagonia, en un alto en el camino, en Bolivia (Caras y Caretas)

Mancha era el que desconfiaba de los extraños, no se dejaba ensillar ni montar por nadie, salvo por Tschiffely y dominaba a Gato, mucho más dócil. “Si mis dos criollos tuvieran la facultad del habla y la comprensión humana, iría Gato a contarle mis problemas y mis sentimientos; pero si quisiera salir y hacer ronda con estilo, sin duda iría con Mancha”.

Era tanto el apego de los animales por el suizo que nunca tuvo la necesidad de atarlos.

Luego de descansar en La Paz, pasaron por el sur del lago Titicaca, Cuzco y Ayacucho, por alturas que llegaban a los cuatro mil metros. De Ayacucho a Lima el trayecto fue un verdadero infierno. A la altura y el calor, Tschiffely le quedó el recuerdo de los mosquitos y otros insectos que se ensañaban con él y con los animales.

Los obstáculos y los peligros
Los obstáculos y los peligros fueron constantes en la larga travesía a través del continente americano (Fotograma tomado del corto "El viaje imposible. Mancha y Gato" (Archivo General de la Nación)

En una parte del trayecto, el guía que los acompañaba desapareció en medio de una fuerte tormenta de nieve, y los caballos estuvieron perdidos cuatro días en la montaña. Tuvieron un merecido descanso en la capital del Perú, donde arribaron el 6 de enero de 1926.

Le costó hallar agua cuando bordeó la costa del Pacífico. En Quito se quedaron casi un mes. Debían reponer fuerzas porque sabía que hasta Colombia los caminos eran muy malos. Y cuando el suizo arribó a Medellín, le advirtieron que le sería imposible pasar por tierra a Panamá por los grandes pantanos del valle del río Atrato. Con un vapor llegaron a Colón el 24 de noviembre de ese año y descansaron en la base militar norteamericana. Los caballos fueron atendidos por veterinarios porque ambos tenían una enfermedad en la piel.

La siguiente etapa no sería mejor que las anteriores. Pequeños senderos, cortados por riachos, arroyos y pantanos. Para llegar a Costa Rica, lo auxiliaron dos guías para orientarlo en la espesa selva de Talamanca y abrirse paso a machete. Había días en que no alcanzaban a recorrer ni un kilómetro.

Siguiendo el relato publicado en Caras y Caretas, los indígenas le enseñaron a cazar monos, los que se pelaban con agua caliente y se guisaban con yuca y plátanos. Cuando había suerte comía patos silvestre y puercos de los montes.

Histórico momento en que Tschiffely
Histórico momento en que Tschiffely con Mancha frente al City Hall, en Nueva York es recibido por el alcalde (Fotograma tomado del corto "El viaje imposible. Mancha y Gato", Archivo General de la Nación)

Luego de que hombre y animales sufrieran varias caídas al cruzar el cerro de la Muerte, en Costa Rica, el 15 de abril de 1927 alcanzaron la ciudad de San José. Tuvieron que ir a El Salvador en barco, ya que transitar por Nicaragua era extremadamente peligroso: había una guerra civil y ambos bandos estaban escasos de caballos.

En México, un clavo mal puesto por un herrero lastimó una pata de Gato. Fue asistido en Tapachula, una localidad del Estado de Chiapas, y luego llevado a la ciudad capital. Tschiffely debió comprar un caballo para transportar la carga.

A la altura de Jalisco, tuvo la compañía de una escolta militar por la cantidad de bandidos que dominaban la región. Tschiffely contrajo paludismo.

Un taxidermista rescató los cueros
Un taxidermista rescató los cueros de ambos caballos y hace años son exhibidos en el Museo de Luján ( Facebook del Complejo Museográfico "Enrique Udaondo")

Cuando el 2 de noviembre de 1927 entró a la ciudad de México, lo recibió una multitud. Al frente estaba Gato, ya curado, con un collar de flores que pendía de su cuello. El suizo era una suerte de héroe nacional, al punto que organizaron una corrida de toros y fiestas en su honor.

En Texas tuvo problemas para obtener agua y forrajes y, cuanto más se adentraba en Estados Unidos, más se veía obligado a cambiar de ruta, ya que los automóviles espantaban a los animales. En la ciudad de Saint Louis, Tschiffely debió dejar nuevamente a Gato y terminó el periplo solo con Mancha, en Washington.

A pesar de determinar que en esa ciudad había finalizado el viaje, fue con su caballo en ferry hasta Nueva York, donde hizo un recorrido triunfal con Mancha por la quinta avenida. En las escalinatas del City Hall fue recibido por el alcalde James John Walker y le organizaron un homenaje. Era el 20 de septiembre de 1928.

Como en esos días se desarrollaba una exposición equina en el Madison Square Garden, los caballos fueron exhibidos allí por unos días. En Washington, Tschiffely fue recibido por el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca.

El suizo rechazó la oferta de un coronel de comprarle los animales por un dineral. “Prefiero volver pobre pero con ellos, a volver millonario pero sin mis dos bravos y fieles caballos criollos”. Jinete y animales retornaron a Buenos Aires en el vapor “Pan America”; lo iban a hacer en otro que terminaría naufragando. Llegaron a la Dársena Norte el 20 de diciembre de 1928. Habían recorrido en dos años y medio algo más de 17 mil kilómetros en 494 etapas.

Le propusieron exhibir a los caballos en el zoológico de la ciudad, pero quiso que continuaran sus vidas en el campo de Ayacucho, de donde habían partido.

Tschiffely permaneció un tiempo en el país y donó sus pertenencias y recuerdos del viaje al Museo de Luján. Lamentó haber perdido en algún punto de la travesía una cabeza reducida de mujer, regalo de los jíbaros. En 1933 se casó con Violet Hume, viajó a Estados Unidos y luego se estableció en Gran Bretaña y escribió varios libros.

Años después visitó Argentina y fue a la estancia El Cardal. En la tranquera no hizo más que silbar como lo hacía para llamar a sus caballos, y éstos aparecieron de la nada, alegres como dos criaturas que fueron al encuentro de su compañero de miles de aventuras.

Gato moriría el 17 de febrero de 1944 a los 36 años y Mancha el 24 de diciembre de 1947, a los 40. Los enterraron en El Cardal. Por indicación de Solanet, un taxidermista rescató sus cueros y ambos caballos se exhiben en el Museo del Transporte de Luján.

Inseparables. Los tres conformaron un
Inseparables. Los tres conformaron un equipo que pasó cientos de aventuras

Tschiffely falleció en Londres el 5 de enero de 1954. El 13 de noviembre de ese año llegaron sus restos al país y fue inhumado, en medio de un impresionante homenaje gauchesco, en el cementerio de la Recoleta.

En Argentina, el 20 de septiembre fue declarado Día Nacional del Caballo, en homenaje a la fecha que culminó el histórico periplo. Desde el 22 de febrero de 1998 las cenizas de Tschiffely descansan en El Cardal, en el mejor de los lugares, junto a sus fieles amigos.

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