La caída de Perón: la sublevación de los generales, la confusa carta de renuncia y el comienzo del exilio a bordo de una cañonera

La mañana del 20 de septiembre de 1955, hace 68 años y luego de casi una semana de enfrentamientos, el presidente Juan Domingo Perón se presentó en la embajada porteña de Paraguay y al embajador Juan Chavez le dijo: “Estoy en sus manos”. Fue el final de su segundo gobierno, la raíz de la Revolución Libertadora y el principio de un largo exilio de 17 años

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Perón en la lancha que lo llevaba de la cañonera al avión. Era 1955 y comenzaba el exilio del dirigente
Perón en la lancha que lo llevaba de la cañonera al avión. Era 1955 y comenzaba el exilio del dirigente

El domingo 11 de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi tomó las riendas de la conspiración al decidirse a encabezar la revolución contra el presidente Juan Domingo Perón con los elementos que se disponían. Pensaba que la cuestión de mantener “un foco subversivo que durase más de 48 horas significaba el triunfo del movimiento”. Se decidió a intervenir a pesar de conocer hasta ese momento que solo contaba con “imponderables”. En esos días una de sus frases preferidas era: “El que me quiera seguir que me siga, el que no, que se quede en su casa”.

El cierre final de la conspiración y la decisión de llevarla adelante con la Armada se concretó el lunes 12 de septiembre de 1955, a las 23 horas, dentro de un automóvil estacionado en la esquina porteña de las calles Guido y Ayacucho. De la misma participaron: Lonardi, el coronel Eduardo Arias Duval, el mayor Juan Francisco Guevara y el capitán de fragata Jorge Palma. En esa ocasión, al trazar un panorama de la situación, Lonardi determinó que “la conspiración ha llegado a una etapa en que tiende a su propia desintegración por las detenciones ocurridas y cualquier postergación significaría su anulación completa”. Dirigiéndose al capitán de navío Jorge Palma le preguntó: “Capitán, deseo saber si cuento con el apoyo incondicional de la fuerza que usted representa”. El oficial naval respondió: “La Marina está dispuesta a apoyarlo con toda la decisión siempre que usted nos asegure que el Ejército iniciará las hostilidades”. Eduardo Lonardi le dijo que la acción no se postergaría y “el 16 de septiembre la revolución será lanzada, cuente con mi palabra”. El encuentro se cerró con las palabras de Palma: “En nombre de la Marina le aseguro a usted su participación y le deseo éxito en la operación”.

En Córdoba los generales Julio Lagos, Lonardi y Videla Balaguer (Archivo Juan Bautista Yofre)
En Córdoba los generales Julio Lagos, Lonardi y Videla Balaguer (Archivo Juan Bautista Yofre)

El 16 de septiembre de 1955 un reducido sector del Ejército, bajo la conducción del Lonardi, tomó militarmente a la Escuela de Artillería en Córdoba y de ahí en más otros sectores de la fuerza fueron plegándose a la sublevación que puso fin a la segunda presidencia de Perón.

El historiador Robert A. Potash opinó: “A fines de agosto de 1955, sólo tres o cuatro de los noventa y tantos generales en servicio activo podían ser considerados como resueltamente comprometidos en el derrocamiento de Perón”. Además, solo unos pocos estaban conscientes del estado de descomposición que reinaba en el gobierno. El jefe revolucionario Lonardi creía que era cuestión de empujar y el régimen de Perón se desplomaría solo. Con el paso de las horas, mientras viajaba de Buenos Aires a Córdoba, pensó que “serían necesarios tres meses de dura lucha para que las tropas rebeldes pudiesen entrar victoriosas en la Capital Federal”, según relató su hijo, Luís Ernesto Lonardi, en “Dios es justo”.

Hacer un glosario de todos los desbordes (violaciones) constitucionales que se cometieron entre 1946 y 1955 se hace innecesario. Había democracia, no existía la República. Una frase pronunciada por Carlos Aloé, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, es mejor que mil ejemplos: “En el gobierno no hay nadie, ni gobernadores, ni diputados, ni jueces, ni nadie; hay un solo gobierno que es Perón”. Todo lo demás es conocido a través de innumerables libros de grandes y pequeños historiadores. El Perón de esos días era un presidente que manejaba el país en términos absolutos frente a una oposición que no tenía cómo hacerse escuchar, simplemente, porque no había libertad de prensa. Decenas de presos políticos y otros cientos más de exiliados eran el muestrario de la época.

“Me voy Renzi”, le dijo Perón a Atilio Renzi, ex secretario de Evita y, en ese momento, mayordomo de la residencia presidencial. Perón dice en “Del poder al exilio” que a las siete de la mañana del miércoles 20 de septiembre de 1955 “junté en una maleta algunas cosas casi al azar”. Según algunos historiadores, Renzi le preparó un pequeño maletín donde le puso “algo de ropa y un poco de plata para movilizarse en esos días”.

El historiador Joseph Page cuenta que, según una versión, “Perón llevó dos millones de pesos moneda nacional y 70.000 dólares”. La suma correspondía a la venta de un bien (embajada chilena en Uruguay) que Alberto Dodero le había obsequiado al Presidente de la Nación. “Unos días antes -contó Perón- el doctor Juan A. Chávez, embajador del Paraguay en Buenos Aires, me había comunicado, por carta, estar a mi disposición. Decidí aceptar su hospitalidad”. Una afirmación que suena un tanto en el aire: ¿Perón intuía su derrocamiento? ¿Había hecho llegar un pedido ad libitum al gobierno paraguayo?

Festejos en las calles por la renuncia de Perón (Archivo Juan Bautista Yofre)
Festejos en las calles por la renuncia de Perón (Archivo Juan Bautista Yofre)

A las 8 de la mañana del miércoles 20 de septiembre de 1955, Juan Domingo Perón partió del Palacio Unzué hacia las oficinas de la embajada paraguaya ubicadas en Viamonte 1851 de Buenos Aires. Estaba acompañado por el mayor Máximo Renner, el mayor Ignacio Cialceta, su chofer Isaac Gilaberte y el comisario Zambrino. Al poco rato llegó el embajador Juan Chávez y por razones de seguridad trasladó a Perón y su gente a la residencia de Virrey Loreto. Posteriormente, Chávez sugirió que lo más conveniente era que se mudase a la cañonera “Paraguay” que estaba siendo reparada en el dique A de Puerto Nuevo. Perón respondió: “Está bien, no es a mí a quien toca decidir. Estoy en sus manos”.

Era una mañana lluviosa y Buenos Aires permanecía en silencio. La llegada a la cañonera fue “fellinesca”. Al entrar en la zona del puerto un gran charco de agua mojó el motor del automóvil diplomático y se paró. Perón, enfundado en un impermeable color crema, tuvo que pedir auxilio a un colectivero, quien los remolcó con una correa hasta que el automóvil volvió a arrancar. Llegaron al dique A y lo esperaban los marineros formados. Perón, desde 1954, era ciudadano honorario paraguayo con el rango de General del Ejército. Cuando subió la escalerilla, salía de su asilo en tierra paraguaya (la embajada y el automóvil de Chávez) y entraba en su larga etapa de exilio que duraría hasta el 17 de noviembre de 1972.

Juan Domingo Perón en la cañonera “Paraguay”
Juan Domingo Perón en la cañonera “Paraguay”

Dos días antes, el domingo 18, Isaac Rojas trasladó su comando al crucero “17 de Octubre” y según el comunicado de la Marina de Guerra ya había ordenado “el bloqueo de todos los puertos argentinos”. El lunes 19 la flota de guerra bombardeó la destilería de Mar del Plata y luego se intimó al gobierno a rendirse bajo la amenaza de bombardear la destilería de La Plata y objetivos militares de la Capital Federal. La respuesta del gobierno llegó a las 13 horas, cuando el Ministro de Guerra leyó por radio un mensaje de Perón al Ejército instando a una tregua para poner fin a las hostilidades: “El Ejército puede hacerse cargo de la situación, del orden, del gobierno, para buscar la pacificación de los argentinos antes que sea demasiado tarde, empleando para ello la forma más adecuada y ecuánime […] Ante la amenaza de bombardeo a los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie puede dejar de deponer otros intereses o pasiones. Creo firmemente que ésta debe ser mi conducta y no trepido en seguir ese camino. La Historia dirá si había razón para hacerlo”.

La nota de Perón era ambigua, confusa, y no estaba claro que constituía una renuncia (que debería haber sido presentada al Congreso de la Nación). Acto seguido, el general Franklin Lucero, renunció de manera indeclinable y le encomendó al general José Domingo Molina que constituyera una Junta de Generales para entenderse con los rebeldes. Desde Córdoba, Lonardi le escribió a Lucero: “En nombre de los Jefes de las Fuerzas Armadas de la revolución triunfante comunico al Señor Ministro que es condición previa para aceptar (una) tregua la inmediata renuncia de su cargo del Señor Presidente de la Nación”.

Extenso relato del general de división Ángel Juan Manni sobre el encuentro con Perón (Archivo Juan Bautista Yofre)
Extenso relato del general de división Ángel Juan Manni sobre el encuentro con Perón (Archivo Juan Bautista Yofre)

La noche del 19, el presidente Perón invitó a los generales a reunirse en la residencia presidencial. Varios miembros de la Junta de Generales consideraron que no debía irse pero se impuso Molina y hacia allí partieron. El general de división Ángel Juan Manni, Secretario de Defensa de la Nación y Jefe del Estado Mayor Conjunto, relató que “en la mesa se hallaba preparado un micrófono para grabar pero el general Perón consultó sobre si sería necesario hacerlo y el general Levene opinó que no lo era y se retiró la máquina”.

El encuentro se abrió con unas palabras de Perón: el “renunciamiento significaba el ofrecimiento de una renuncia indeclinable que debíamos usar y hacer valer muy bien como una carta para jugarla en las tratativas de pacificación con la Revolución”, pero que “constitucionalmente no había renunciado pues si hubiera querido hacerlo así lo habría hecho ante el Congreso y que por lo tanto continuaba siendo el Presidente de la República”.

El general Molina respondió que “interpretaba debidamente lo que había expresado el general Perón con respecto al ofrecimiento y al uso que debía hacerse de su renuncia y también a los medios de que el gobierno todavía podía disponer para oponerse a la revolución”. A continuación habló el general de división Manni, quien dijo que estaba en total desacuerdo por lo dicho con el general Molina por cuanto era “totalmente optimista con respecto al resultado de nuestras gestiones para lograr la pacificación y arreglo con la revolución”. Y que “partíamos de una base completamente distinta para apreciar pues yo interpretaba como definitiva la renuncia del Presidente y de todo su gobierno y que igual interpretación le había dado el pueblo de Buenos Aires, que la había escuchado por radio y que se hallaba en la calle festejándola”.

Testimonio de Manni del 22 de octubre de 1955 (Archivo Juan Bautista Yofre)
Testimonio de Manni del 22 de octubre de 1955 (Archivo Juan Bautista Yofre)

Tras la sorpresa de sus primeras palabras, Manni agregó que “también cometían un error en la apreciación de la situación militar por cuanto acababa de enterarme que el general Boucherie de la División 6 se había pasado a la revolución y que el general Molinuevo con la División de la Caballería se había presentado también como rebelde a la base de Espora”. También Manni afirmó que “tenía una grave preocupación, cual era de que al tratar con los delegados de la Junta Revolucionaria, tuviera que afrontar serias exigencias con respecto a la persona del General Perón”.

Lo siguió en el uso de la palabra el General Levene, para decir “que también él creía que la renuncia del gobierno debía ser definitiva” y que “el generoso renunciamiento” de Perón “debía ser total” para “terminar cuanto antes con la lucha”. No todos se sumaron a la rebelión de los generales pero, tras nerviosos conciliábulos en el Edificio del Ministerio de Ejército, horas más tarde, el general Ángel Manni le dijo por teléfono a Perón que se aceptaba su renuncia y le dió un consejo: “Ponga distancia cuanto antes”. Y el general Franklin Lucero le comunicó “la desaparición de toda autoridad del gobierno”.

El martes 20 de septiembre de 1955 los diarios anunciaban que Perón había renunciado. El mismo día por la noche, Lonardi, urgido por la situación, decretó que asumía “el Gobierno Provisional de la República con las facultades establecidas en la Constitución vigente y con el título de Presidente Provisional de la Nación”. Entre su viaje a Córdoba y su asunción como Presidente Provisional de la Nación solo habían transcurrido siete días. Aquello que debía durar varios meses apenas se prolongó una semana. El gobierno de Perón se cayó cual castillo de arena al menor empellón.

Firma del Acta del encuentro entre los revolucionarios y la Junta de Generales (Archivo Juan Bautista Yofre)
Firma del Acta del encuentro entre los revolucionarios y la Junta de Generales (Archivo Juan Bautista Yofre)

A las 9 de la mañana del 20 de septiembre de 1955 se le comunicó al general Manni que los delegados de la Junta Revolucionaria recibirían por la tarde a los generales en el Crucero “ARA 17 de Octubre”. En la reunión a bordo, los generales Forcher, Manni y Sampayo escucharon las condiciones de los vencedores que leyó el capitán Tarelli. El almirante Rojas y el general Uranga se mantuvieron en silencio a la derecha al igual que el auditor Sacheri, de pie a la izquierda. Luego de largas negociaciones se estableció: “Renuncia del Presidente de la República-Vice Presidente y todos los miembros de su gabinete. El Gobierno militar será un gobierno de transición para alcanzar la normalidad dentro del menor tiempo posible para llamar a elecciones generales”.

Los delegados de la Junta Militar presentaron a su vez las bases a tener en cuenta como premisas de gobierno.

-“En las soluciones a establecer primará el concepto de que entre los bandos no hay, ni debe haber, vencedores ni vencidos”. “El propósito primordial es el de obtener la pacificación de los espíritus, la solidaridad entre las tres fuerzas armadas y la unión de todos los argentinos”.

-“El imperio de la Constitución en vigor dentro del concepto de la más amplia libertad y del orden. La actividad gubernamental será primordialmente administrativa, dejando para el futuro gobierno constitucional los problemas fundamentales. Se mantendrán incólumes todas las conquistas obreras y sociales, dentro de una disciplina de trabajo que incremente la producción”.

-“Los procesos de revisión y las denuncias contra funcionarios o ex -funcionarios, se tramitarán por la vía judicial, con la amplitud y las seguridades procesales que tal procedimiento comporta. Se acordará una amplia amnistía por todos los delitos políticos cometidos por civiles y militares”.

-“Se declarará la caducidad de los poderes Ejecutivo y Legislativo en el orden nacional y en cada una de las provincias. El Poder Judicial de la Nación y el de las provincias será intervenido y reorganizado, a fin de asegurar la honesta y correcta administración judicial en todos los fueros, como la más importante de las garantías que debe amparar a la ciudadanía”.

La reunión a bordo del “ARA 17 de Octubre” en la que participaron los generales Uranga, Forcher, Manni y Sampayo, el capitán Tarelli, el auditor Sacheri y el almirante Rojas (Archivo Juan Bautista Yofre)
La reunión a bordo del “ARA 17 de Octubre” en la que participaron los generales Uranga, Forcher, Manni y Sampayo, el capitán Tarelli, el auditor Sacheri y el almirante Rojas (Archivo Juan Bautista Yofre)

Mientras estaba en la cañonera, el ex Presidente de la Nación imaginaba su tiempo de exilio. Él pensaba que no duraría mucho su permanencia en el exterior pero lo cierto es que hubo de esperar casi dos décadas. No le creyó a Raúl Bustos Fierro cuando éste le dijo que el largo exilio sería “de imprevisible duración”.

Perón: -Largo, bueno, pero ¿cuánto de largo?

Bustos Fierro: -Largo de años mi General, muchos años, acaso para nosotros de toda la vida. Sólo Dios sabe si algún día veremos nuevamente la tierra natal.

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