Entre agosto y octubre de 1980 hubo semanas de gran tensión dentro del poder militar en la Argentina: había que elegir al sucesor de Jorge Rafael Videla como “cuarto hombre” del poder militar. Era lo que se denominaba el Presidente, quien se encontraría por debajo de los tres integrantes de la Junta Militar formada por el general Leopoldo Fortunato Galtieri, almirante Armando Lambruschini y brigadier Rubén Grafigna.
El 28 de diciembre de 1979, el general Galtieri había sido designado comandante en jefe del Ejército por Roberto Eduardo Viola. Junto con el nuevo jefe, también fueron nombrados los comandantes de cuerpo y las brigadas, entre los seguidores más leales de Viola. Según crónicas de la época la oficialidad joven hubiera preferido a los generales Luciano Benjamín Menéndez o Carlos Suárez Mason. El primero fue pasado a retiro en septiembre, luego de una sublevación. Del segundo se sostenía que quedó descartado por su frontal oposición al plan económico de Martínez de Hoz. Sin embargo, terminó como presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF).
Desde Curuzú, su lugar de detención, el 20 de diciembre de 1979, el general de división Luciano Benjamín Menéndez le escribía a Albano Harguindeguy: “Yo esperé contra toda esperanza que vos, o Suárez [Mason] fueran CJE. [Omar] Parada me escribe diciéndome que tenías vos también alguna esperanza. El nombramiento de Galtieri confirma mis peores sospechas. ¿Por qué eligieron al peor de los posibles? ¿Para servir al Proceso? ¡No! Para eso se precisa al más capaz. Simplemente para que soporte todos los enjuagues, lo elija a Viola presidente y a Bignone su sucesor como CJE”.
Según el ex dirigente desarrollista Oscar Camilión, en esa designación de Galtieri pesó el consejo del presidente de facto Jorge Rafael Videla. Se consideraba a Galtieri un militar que respaldaba la política económica de José Alfredo Martínez de Hoz. Desde otro ángulo, el ministro del Interior, general de división Albano Harguindeguy, en una carta dirigida al general de división Santiago Omar Riveros, el 11 de julio de 1979, consideraba que “la Comandancia debe caer en la sufrida promoción 74 [del Colegio Militar de la Nación], y si yo tuviera en mis manos la decisión, tú bien sabes que creo debe ser Luciano [Menéndez] y no otro. Sin embargo, para ponerte en situación, creo que por ahora es más candidato Fortunato [Galtieri], pues hay con el comandante [Viola] una más fluida identificación. Ello puede ser ventajoso para septiembre de 1980″. Harguindeguy hacía referencia a septiembre de 1980 porque para esa época debía definirse el sucesor de Videla. Viola era uno de los candidatos, sin embargo Harguindeguy me dijo que él era el otro candidato: “Me apoyaba la Marina y para elegir a Viola dentro del Ejército se tuvo que cambiar el estatuto que obligaba a la ‘unanimidad’ del candidato dentro de los altos mandos y se lo cambió por el de la ‘mayoría’”.
A pesar de las notables diferencias dentro del Ejército, en diciembre de 1979, las Fuerzas Armadas todavía dominaban el centro del escenario político. Se mostraban fuertes y, enfrente, los partidos políticos aún no tenían una alternativa de poder. Un sector importante de la sociedad todavía gozaba de una estabilidad económica (ficticia) y la población se sentía segura tras la derrota militar al terrorismo (había fracasado la “contraofensiva” montonera de 1979). El Proceso de Reorganización Nacional estaba a pasos de celebrar su cuarto año de gobierno. Desde 1952, ningún gobierno había podido alcanzar cuatro años ininterrumpidos de gestión.
El general Riveros había sido trasladado a la Junta Interamericana de Defensa en Washington D.C. y a fines de 1979, Viola dejaba la comandancia para preparar su camino hacia la Casa de Gobierno. En esta compulsa Riveros no votó por Galtieri, y se explicó a él mismo por qué: “Grifo [así los llaman a los ingenieros militares], yo no voté por vos porque te falta equilibrio emocional, sos un calentón”. Para peor, dijo más tarde, nombró a Vaquero jefe del Estado Mayor General del Ejército, “un general que carecía de personalidad, que no lo contenía”. En esta ocasión fue más diplomático, menos temperamental, porque en 1978, cuando designaron a Viola comandante, luego de la votación, Riveros le pidió una entrevista a solas a Videla en la Casa Rosada. Durante el encuentro, el indómito jefe militar de Campo de Mayo le dijo al presidente de facto que no había votado por Viola y quería dejar constancia. Expresó que Viola “no tiene ni estatura ni prestancia de comandante en Jefe. Se le caen los pantalones y, además, es un oficial de despachos”. Cuando terminó el encuentro, se dirigió al tercer piso del Edificio Libertador, donde trabajaba Viola. Una vez frente al comandante en Jefe del Ejército, le relató su diálogo con Videla. Viola lo observo y, dando muestras de irritación, le contesto:
—¿Y no le dijo que también era puto?
—No dije eso —respondió Riveros—. Si fuera puto, no lo vengo a ver.
En este contexto, a fines de diciembre de 1979, la Junta Militar dio a conocer las “Bases Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”. Las mismas pretendían diseñar el futuro político argentino; establecer el “diálogo” —y sus límites— con los partidos y las organizaciones representativas; fijar lineamientos económicos; encarrilar una salida y una herencia del Proceso a través de una corriente política afín. Aquello que Videla denominó “la cría del Proceso”. El ministro José Alfredo Martínez de Hoz aún contaba con todo el respaldo del presidente Videla y también del nuevo jefe del Ejército. Los militares seguían insistiendo en que tenían “objetivos” y necesitaban más tiempo para cumplirlos. El 14 de junio, el general Galtieri expuso una nueva visión al hablar de las tres etapas del proceso: 1) La toma del poder (24 de marzo de 1976); 2) el reordenamiento, y afirmó que se estaba atravesando el segundo tramo de tres etapas y 3) la consolidación. Para recalentar el ambiente, el mismo día, el gobernador de Córdoba, general (r) Adolfo Sigwald, declaró que los próximos dos presidentes “serán también militares”.
Frente a toda la sarta de palabras que se pronunciaban desde el poder, un grupo de políticos escribió: “no coincidimos con la consigna que se reitera a manera de aforismo, como si fuese un hallazgo de expresión, según la cual en la perspectiva del proceso ‘no existen plazos sino objetivos’. ¡Qué error! Ninguna política puede plantear objetivos intemporales, porque toda política está circunscripta por su contenido de época y lugar, recortada por las fronteras de su tiempo histórico, de sus circunstancias límites, de su cronología. [...] Hoy, nuestro país está mucho más lejos que ninguna etapa anterior de su existencia, de alcanzar un cuadro de normalidad en lo político, en lo económico y en lo social. Hemos retrocedido en todos los planos. [...] Las vacilaciones y retrocesos de la política exterior han demostrado a los ojos de propios y extraños la intrínseca debilidad de una conducción sin conductor que no sabe negociar ni puede sostener en la hora de la prueba una voluntad de intransigencia. [...] La especulación desplaza las inversiones del campo y de la industria; las finanzas públicas se desenvuelven bajo el signo de la elefantiasis y del déficit; al paso que la transferencia de recursos del sector financiero reduce el consumo”.
Mientras en la Argentina los militares discutían, el 18 de septiembre de 1980, en ocasión de una recepción que dieron las embajadas de Chile, ante la Casa Blanca y la OEA, para festejar su fecha patria, en el salón principal del edificio de la OEA, a la que concurrió la plana mayor del Departamento de Estado, congresales, empresarios y diplomáticos, uno de los invitados, el subsecretario de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado, Samuel Eaton, comentó delante de algunos asistentes que “vemos con preocupación la situación socioeconómica y política en la Argentina”. También dijo que “el problema argentino se encuentra en un callejón sin salida debido al fracaso del plan económico en el corto plazo y que para ver los resultados positivos del plan de Martínez de Hoz deberían transcurrir entre 8 y 9 años”. También observó que “no hay tiempo” para esa espera.
El viernes 26 de septiembre Galtieri se entrevistó con Viola y le ofreció el cargo en nombre de la Junta Militar. Un memo de esas horas, redactado en Washington, sostenía que “en ese momento Viola no aceptó como consecuencia del grado de condicionamiento que la Junta Militar imponía a la figura de presidente. Ese grado de condicionamiento estaba motivado por la serie de ‘reaseguros’ impuestos por la Armada para aceptar la nominación de Viola. De todo lo cual se había dejado constancia en actas.”
El mismo sábado 27 de septiembre llegó a Washington la delegación argentina, presidida por Martínez de Hoz, para participar en las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Mientras el Ministro de Economía mantenía reuniones pautadas con funcionarios del gobierno americano, daba una conferencia en la Wilson Institute y almorzaba en la embajada con el embajador Jorge Aja Espil y los agregados militares, en Washington todo se escuchaba y anotaba en memos “for your eyes only”. El gobierno militar enfrentaba en esas horas algunos problemas internacionales que interesaban a los americanos y a los argentinos, a saber: la cuestión de los desaparecidos; el tema del Canal del Beagle con Chile; la intervención militar argentina en Bolivia y la visita del ex presidente Héctor Cámpora (que algún día trataremos).
Con el paso de los años se pudo comprobar que lo que se hablaba y anotaba en Washington, en Buenos Aires los militares vivían en otro mundo. El martes 30 la Junta Militar tenía dos alternativas: 1) Mantener el condicionamiento a la figura del cuarto hombre y, por ende, buscar otro candidato que no sea Viola. 2) Disminuir el grado de subordinación del Presidente a la Junta Militar y ofrecer el cargo a Viola.”
El Memo relata que el día miércoles 1° de octubre “los cinco generales que tienen los fierros, de Sur a Norte: Antonio Domingo Bussi (Cuerpo I); Juan Carlos Trimarco (Cuerpo II); Cristino Nicolaides (Cuerpo III) y José Rogelio Villarreal (Cuerpo V) informaron a Galtieri que su posición era que Viola no era negociable y que, si era necesario, se debía modificar la regla de unanimidad” en la Junta Militar. Pocos lo dicen: desde hacía tiempo Galtieri pretendía ser Presidente con retención de la comandancia en Jefe del Ejército, ambición que recién concretaría en diciembre del año siguiente, con el respaldo del almirante Jorge Anaya, tras nombrar nuevos jefes de Cuerpo a su antojo. Pasaron a retiro Villarreal y Bussi.
Tras intensos debates y postergaciones en el seno de las Fuerzas Armadas, el viernes 3 de octubre de 1980 se designó a Roberto Viola como sucesor de Videla. Horas más tarde, en un comunicado oficial, se dijo que la Junta Militar había acordado que “por sobre los distintos enfoques interpretativos existentes, deben tener primacía los supremos intereses vinculados al futuro institucional del país y al mantenimiento de la imprescindible unidad de las Fuerzas Armadas para el logro efectivo de los objetivos y propósitos del Proceso de Reorganización Nacional”. En el fondo, el texto expresaba el escaso entusiasmo que generaba la personalidad de Viola, en especial en la Armada. El futuro mandatario de facto tenía 55 años pero su apariencia era la de un hombre mayor. Fumaba por demás, tanto, que algunos diplomáticos que habían compartido destino en Washington, en la década anterior, lo llamaban “Faso Viola”. Además se lo designo con casi seis meses de antelación y en ese tiempo fue víctima de un planificado desgaste. Un columnista de la época lo apodó “el músico”, simplemente porque “administraba los silencios”. Frente a este panorama, el líder radical Ricardo Balbín opinó que “el tiempo se está acabando y queremos evitar que también se termine la paciencia”. Mientras se debatía la continuidad de la política económica, Clarín publico que el PBI había caído 2,9 por ciento y el déficit del presupuesto había crecido casi el 5 por ciento.
El Acta de designación de Viola contiene un Anexo en el que las Fuerzas Armadas dejan sentadas sus diferencias. Allí se dice que “luego de analizar y discutir sobre las interpretaciones de las normas que se refieren al procedimiento que debe seguirse para la designación del Presidente de la Nación, no obstante las diferencias de criterios evidenciadas en las deliberaciones, han concluido en que por sobre las discrepancias interpretativos existentes debe primar los supremos intereses vinculados al futuro institucional del país y a la unidad de las Fuerzas Armadas.” Y se agrega: “La Armada se aviene en conciliar su enfoque con el que sustentan el Ejército y la Fuerza Aérea, procediendo a la designación de acuerdo con el sistema por ellos propuestos.” El “sistema” anterior era la elección por “unanimidad” y no por “mayoría”. Con esos reparos, Roberto Eduardo Viola fue electo “cuarto hombre” para el período comprendido entre el 29 de marzo de 1981 y el 29 de marzo de 1984. Mientras los futuros funcionarios se preparaban para asumir el 29 de marzo de 1981, un observador diplomático apunto: “La gente que está por asumir parece que ya lleva tres años en el gobierno, ha sufrido un gran desgaste. No sé si no se debe pensar en que algo tendrá que precipitarse”.
Luego de unos pocos meses de la gestión de Viola la crisis no dejaba de profundizarse, mientras el ministro de Economía, Lorenzo Sigaut aseguraba: “El que apuesta al dólar pierde”, mientras la gente se agolpaba frente a las casas de cambio para comprar dólares. Días más tarde el ministro de Comercio, Carlos García Martínez, llegó a decir que la Argentina estaba “al borde del colapso”. En diciembre de 1981, en menos de un año, Viola era echado del poder tras un golpe de Palacio y en muy reservados despachos militares se comenzaba a imaginar la “alternativa” de Malvinas.