Cuando ayer los bomberos lograron apagar las llamas del incendio en un departamento de la calle Salguero, en el barrio porteño de Palermo, se llevaron la sorpresa de encontrar un verdadero arsenal de seis granadas y casi un centenar de armas largas y cortas, algunas de las cuales llevaban la inscripción “Montoneros” y otras “Sabino Navarro”. Esto hace presumir que se trata de armamento de la década del 70, cuando operaba la organización político-militar de la izquierda peronista.
Si la leyenda “Montoneros” no requiere mayores aclaraciones, para la mayoría de los argentinos no ocurre lo mismo con el nombre de Sabino Navarro, el dirigente montonero que asumió el liderazgo de la organización en septiembre de 1970, tras la muerte en un enfrentamiento de su primer jefe, Fernando Abal Medina.
Nacido en Corrientes el 11 de diciembre de 1942, José Sabino Navarro, “El Negro”, como se lo apodó desde chico, nació en el seno de una familia obrera que abrazó los ideales del peronismo, una toma de posición política reforzada por lo afectivo, ya que la madre de Sabino pudo ser trasladada a Buenos Aires para ser sometida a una operación que le salvó la vida gracias a la intervención directa de Eva Perón.
En la adolescencia, cuando ya vivía en Buenos Aires, trabajó como obrero en la Algodonera Textil Argentina, donde tuvo su primera militancia política efectiva y también conoció a su mujer, Pina, durante una huelga por reivindicaciones salariales.
Casado pero todavía sin hijos – luego tendría tres -, debió hacer la conscripción entre 1962 y 1963, donde recibió por primera vez instrucción militar.
Después del servicio militar obligatorio consiguió empleo en la metalúrgica Dutz Cantábrica y se afilió a SMATA. Por su activa defensa de los reclamos de sus compañeros, fue elegido delegado de la fábrica.
Fue por esa época que se produjo en episodio que alcanzó ribetes míticos. Ocurrió cuando SMATA obligó a los obreros de Deutz a levantar una huelga. En ese momento, Sabino buscó y le propinó una feroz paliza en una pelea mano a mano al secretario general del sindicato, José Rodríguez, a quien acusó públicamente de haberlos “entregado”.
Tras el incidente, lo echaron de Deutz pero logró ser reincorporado en 1968, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Para entonces ya se había alejado del ámbito sindical para inclinarse por la militancia política.
Uno de sus ámbitos de organización fue la Juventud Obrera Católica, donde conoció al director de la revista Cristianismo y Revolución, cercana a la resistencia peronista. Por esa conexión participó en 1960 del primer congreso del peronismo revolucionario. Salió convencido de que la lucha política, frente a una dictadura, no era suficiente si no estaba acompañada de acciones armadas.
Al año siguiente comenzó a participar en diversas acciones de resistencia armada, la mayoría de ellas de desarmes de policías.
Ese era el accionar del grupo que lideraba Navarro en mayo de 1970, cuando Montoneros hizo su presentación en el escenario político argentino con el secuestro y la ejecución del dictador de la llamada Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu.
Poco tiempo después, el grupo dirigido por Navarro se incorporó a la organización dirigida por Juan Manuel Abal Medina, como número dos en la conducción. El tercer era Mario Eduardo Firmenich.
El 7 de septiembre de 1970, Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus cayeron en un enfrentamiento con la policía, cuando los uniformados quisieron detenerlos en una confitería de William Morris, en la provincia de Buenos Aires. Navarro, que también participaba de esa reunión de la dirección de Montoneros, pudo romper el cerco y escapar.
Perseguido por la dictadura, asumió entonces la dirección de la organización. Poco después estuvo nuevamente a punto de ser capturado cuando, a fines de junio de 1971, quiso ser identificado por una patrulla policial. Resistió a balazos y pudo escapar luego de matar a dos policías.
Montoneros lo trasladó entonces a Córdoba, con la misión de reestructurar esa regional, que estaba debilitada después del operativo de la Toma de La Calera, donde varios militantes de la organización murieron cuando intentaban escapar.
El 21 de julio de 1971, en Río Cuarto, Navarro y un pequeño grupo tomaron un garaje y robaron dos autos para llevarlos a Córdoba y utilizarlos en operaciones de apoyo al conflicto que los obreros de Fiat mantenían con la empresa.
En la ruta, la policía montó una serie de operativos de control vehicular para detenerlos. En uno de ellos se produjo el primer enfrentamiento, en el que debieron dejar atrás a uno de los autos.
Sabino Navarro y otro montonero llamado Jorge Cottone, lograron refugiarse en el monte. Los buscaron con helicópteros, autos y patrullas a pie durante casi una semana. Durante ese tiempo, los dos guerrilleros prófugos tuvieron varios enfrentamientos con sus perseguidores.
El último ocurrió de noche en un camino en dirección al dique Los Molinos. Navarro fue herido en un hombro. Casi sin municiones y con dificultades para seguir escapando, “El Negro” le ordenó a Cottone que intentara salvarse. Sus últimas palabras fueron que él no iba a “caer vivo”.
Cottone logró romper una vez más el cerco y poco después escuchó nuevos disparos a la distancia. Después supo que Navarro también había conseguido escapar, una vez más, pero que ya sin fuerzas por la sangre perdida, se había refugiado en una cueva.
La policía encontró su cuerpo con un revólver 38 junto a su mano derecha. La dictadura ordenó que se le cortaran las manos para dificultar su identificación y que se lo enterrara en un cementerio debajo de otra sepultura.
Recién en 1974, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, el gobernador de Córdoba, Ricardo Obregón Cano, logró que la policía provincial le informara el lugar donde había enterrado los restos de José Sabino Navarro, que fueron trasladados al Cementerio de Olivos.