Beatriz Hilda González tiene 86 años, tres hijos, cinco nietos y una casa en Villa del Parque. Nació el 13 de agosto en 1937 y cuando era joven su papá tenía la oficina enfrente de su vivienda, en el hogar de sus padres. Mientras estudiaba perito mercantil, ayudaba a su papá en el trabajo. Le hacía los mandados comerciales. Iba al banco caminando o en colectivo. Debía acercarse todos los días al Banco Nación a pedir el saldo y a hacer copias. Llevaba la plata en la cartera. De tanto ir se había hecho amigo de un empleado que le regalaba todos los formularios, que ella guardaba en una carpeta.
Sintió que el banco como institución la abandonó hace unas semanas, cuando le llegó un mail en el que decían que no se iban a hacer responsables por la estafa. “Ahí noté que al banco no le importamos nada. Los bancos no nos protegen”, dice. El ICBC -aclara- le devolvió todo. Aún espera que el Banco Nación lo haga. Su historia es la de una mujer adulta que sufrió una estafa equivalente a 650 mil pesos. “No me duele por el dinero. No es que me sobre la plata ni me voy a hacer la pobre llorosa que no va a tener qué comer. Es tristeza lo que siento”, repite.
Desde que su marido murió, vive sola. Era y es ama de casa. Cobra una jubilación mínima y una pensión. Se considera autosustentable. “Tengo el apoyo incondicional de mis hijos pero estoy sola y me arreglo: entro al banco desde la computadora y hago transferencias”, cuenta. Todos los meses les regala plata a sus nietos a través de transferencias, como si fuese una mensualidad. Ya nadie de su familia le cuestiona los obsequios. Lo hace por amor.
En agosto estuvo cuatro días sin luz. “Edesur no me contestaba, me verseaba. Tenían que venir a cambiar un fusible. Pero como no venían, en Facebook escribí lo mal que se estaban comportando”, relata. Ese mensaje inocente y visceral terminó sirviendo de anzuelo para la trampa. La luz regresó un sábado. El domingo fue a misa, volvió a su casa y a las cuatro y media de la tarde la llamaron por teléfono desde Facebook.
“En el teléfono aparecía el logo de Edesur. Estaba convencida de que eran ellos. Me llamaban para disculparse por lo que había pasado, porque no habían venido enseguida y me dijeron que me iban a reintegrar los días que había estado sin luz. No sé qué me dijeron de la boleta. Y yo les dije: ‘Pero yo lo tengo por débito automático’. Ahí les di el pie”, cuenta. Aunque sabía que no era una fortuna lo que le fueran a devolver, mantuvo la charla, quizás hasta por educación.
“Siguieron y me fueron envolviendo, y envolviendo, y envolviendo. Le fui dando datos. En todo momento me decían que no dijera ningún código, que no diera ningún número. Pero me pidieron que hiciera un reconocimiento para poder devolverme la plata. Y que para eso tenía que entrar en el Banco Nación. ‘Entre por su teléfono y no nos diga nada’. Y yo, crédula, entré en el Banco Nación”. La fueron orientando hacia la solicitud de un crédito. Tuvo que hacer un reconocimiento facial con la cámara del teléfono mientras seguía la conversación con los delincuentes.
“Para poder hacer esto tenemos que hacer un simulacro del pedido de un crédito. Pero es un simulacro nada más”, le dijeron. Escribió todos los datos y vio cuando se acreditó la cifra. “Pero ahora lo devolvemos porque ya está constatado quién sos”, le explicaron. “Entonces me dieron números de CBU del banco. Yo devolví la plata, pero obviamente no la devolví al banco”, narra. “En ese momento les decía ‘detengan esto, no quiero que me devuelvan nada’. Ya estaba muy nerviosa, mal. Terminé colgando y me quedé mal. Me quedó dando vuelta en la cabeza lo que había hecho. No les dije nada a mis hijos para que no se preocuparan”, dice.
Comió, se acostó y a la una y media de la mañana se despertó, como si se hubiese iluminado una sospecha. “Fui a la computadora, entré en el banco ICBC y estaba vacía la cuenta. No me di cuenta. Tenía unos pocos dólares que también me los habían sacado. Me desmoroné. ¿Qué iba a llamar a mis hijos a la una y media de la mañana? Estaba dolida, enojada conmigo misma. ¿Qué derecho hay que le hagan a una persona mayor una cosa así? Sentí un dolor tan grande, una desilusión. ¿Por qué soy tan tonta? ¿Cómo me pude dejar engañar así?”, se preguntaba.
A la mañana siguiente, llamó a uno de sus hijos y le contó lo que había pasado. Ellos la acompañaron a realizar la denuncia en la comisaría, en la fiscalía y en los bancos. Beatriz había pedido un crédito de 650 mil pesos al Banco Nación y lo había transferido a otra cuenta. Ahora tendrá que pagar por plata que nunca tuvo: “El Banco Nación me quiere cobrar 60 cuotas de 60 mil pesos por el crédito. La primera cuota venció el 7 de agosto. El miércoles 25 cobré la jubilación y la pensión. Cuando entro en el banco, vi que me habían acreditado la jubilación y la pensión y ya me habían debitado la cuota”.
Al día siguiente, la volvieron a llamar. Era un día de semana, también a las cuatro y media de la tarde. Le dijeron que tenía que mover plata de su cuenta del ICBC y que se dirigiera al banco con el teléfono encendido, a seguir instrucciones. Ella se negó. “Pero mira que va a perder todo. ¿Va a ser capaz de perder todo?”, le preguntaron. Le dijo que iba a ir al banco mañana a hacer el trámite presencial con empleados de la sucursal y cortó. Recuerda cómo le hablaron en ambos llamados: con sencillez, con suavidad, con un vocabulario correcto, con calidez. “Me hablaron como se le habla a una abuela, me sentía contenida”, aduce.
Ya pasaron semanas de aquella estafa. Dice que no se sienta a pensar lo que pasó, sino que solo el pensamiento y la angustia se le aparecen. El dolor de no haber advertido el engaño perdura: “Me sentí muy mal, me deprimió mucho. Lloré mucho. Me engañaron y no sé cómo entré en el engaño. No entiendo por qué no les corté. ¿Realmente estoy tan vieja que no me di cuenta de que tendría que haberle cortado antes?”.
Radiografía de una estafa
Es prácticamente imposible tener gente cercana que no haya sido estafada. No importa su edad, sexo o su nivel de estudios. Todos finalmente terminan siendo objeto de estos delincuentes. Pero ,¿por qué es tan complicado este delito?
El ladrón ve una oportunidad y acciona ejerciendo con un arma la suficiente violencia necesaria para tener la superioridad que lo habilita a despojar de pertenencias a la víctima. En las estafas existe un juego más perverso, el estafador no solo se lleva un botín, sino también la dignidad de su víctima dejándola en un estado de fragilidad. Los estafados tienen la particularidad de haber quedado heridos en consciencia.
En la estafa, la víctima, le da voluntariamente sin mediar ningún acto de violencia sus bienes por el solo hecho de ser engañado para tal fin.
Por el otro lado, los estafadores son adictos a su “trabajo”. El estafador, aún si tuviese un buen trabajo, vería la manera de estafar, ya que persigue dos botines: el económico y la cuota aparte de ego mezclado con adrenalina que le otorga ganar la partida contra su víctima.
Muchas víctimas lo viven como si fuera una violación: se sienten invadidos, sucios y tiene una sensación interior de ya no confiar más en sí mismo. Les dan ganas de mudarse, de abrir otras cuentas, de cambiar el número de teléfono. Rumian ideas y vuelven una y otra vez a pensar en el hecho: “¿qué me paso?”, “¿cómo no me di cuenta?”.
Es tal el impacto que durante las entrevistas se observan comportamientos psicológicos claros de evasión, pérdida de memoria en los detalles y renuencia a ir en profundidad. Un claro trauma. Continuamente en los reportajes llega el momento que uno como entrevistador puede ver activarse la memoria del cuerpo durante el hecho, se agitan, se van hacia atrás, tardan en responder y su voz se tensa. Este ciclo busca visibilizar el real daño a esta gente, para que se pueda distinguir la profundidad este flagelo y para que las autoridades evalúen el real costo humano que la sociedad paga por un delito que parece de guante blanco.