Cuando ve las fotos siente que es otra. “Irreconocible, no era yo. Estaba muy drogada”, les dice a sus íntimos. Otra que no quiere volver a ser. Otra que fue sepultada.
En las imágenes de la época tiene un cigarro en la mano, una sonrisa y un sombrero de cowboy. Fresca y desafiante como Faye Dunaway en Bonnie & Clyde y con un aire de inocencia, como Sissy Spacek en Badlands.
La Claudia Alejandra Sobrero de ahora ve a la de 21 años, en 1984, y siente hasta desprecio por esa altanería que muestra después del doble crimen cometido.
Está libre y admite que las drogas le quitaron el alma en ese entonces. No quiere darle entrevistas a Infobae. Ni a otro medio masivo, ni a la televisión. Tampoco le gustó el capítulo de Mujeres asesinas titulado “Claudia Sobrero, cuchillera”, en la que es interpretada por Dolores Fonzi.
La época oscura de Sobrero
Lo que ocurrió, hace hoy 39 años, podría ser la vida o la obra del pintor Caravaggio. Es el horror a puertas cerradas.
Cuando se hizo oscuramente famosa, la detuvieron por ser cómplice de los crueles asesinatos del mítico dibujante Lino Palacio y de su esposa Cecilia Tavera.
Palacio fue el creador de Don Fulgencio, Ramona, Avivato, Doña Tremebunda. Sus dibujos fueron publicados en las revistas Caras y Caretas, Don Goyo, Billiken, Primera Plana y Tía Vicenta.
La detención de Sobrero es de película, como el caso. Había cometido un doble asesinato y venía de repartir el botín después de empeñar las joyas. Pero ella, pelo castaño, ojos celestes, caminaba relajada con zapatillas rojas, jeans ajustados y un sombrero, más parecida a la heroína de una road movie que a una prófuga.
Cuando vio que los policías la rodearon, sintió como un extraño alivio. Las fotos de los diarios la mostraron esposada, sonriente y con una cigarrillo en la mano derecha. “¡Y todavía se ríe!”, tituló Crónica en la tapa de la quinta edición.
Su caída fue en Tucumán, adonde había llegado en tren con Oscar Odín González Muñoz, su novio de 19 años. Tenía identidad falsa, aunque antes de que le hablara alguno de los uniformados, como si fuera una rendición o una manera de no perder el tiempo en coartadas inútiles, les dijo:
-Ya sé. Me buscan por el asesinato de Lino Palacio. Vamos.
Sus dos cómplices fueron detenidos ese mismo día.
Los detalles del doble crimen
El horror para Lino Palacios y su esposa fue el 14 de septiembre de 1984, cuando Sobrero, Oscar Odín González Muñoz y Pablo Zapata -22 años- asaltaron, golpearon y mataron a la pareja (los dos de 80 años) en su departamento del quinto piso de Callao al 2094, en La Recoleta.
Sobrero era la pareja de Jorge Palacio Zorrilla, sobrino nieto de Lino Palacio. Tenían dos hijas. “En esa época vivía muy drogada y descontrolada, pero ya pagué”, reveló años después.
Eduardo Geramo, abogado querellante de la familia Palacio, dice a Infobae: “Fue un doble crimen atroz. Los asesinos actuaron con tanta frialdad que después de la masacre se fueron a comer a la pizzería que quedaba en la otra cuadra de la casa”.
El letrado llegó a la causa después de que lo convocara el hijo de la víctima, el prestigioso abogado Lino Enrique Palacio, secretario de la Corte Suprema de Justicia, profesor de Derecho Procesal Civil y autor de varios libros sobre ese tema.
En el expediente consta que el plan surgió en enero de 1984. El objetivo era vaciar la caja fuerte. Jorge viajó a Mar del Plata, donde descansaba su abuelo, y le sacó las llaves.
Pero no llegaron a concretar el robo. Al tiempo se separaron. Claudia se puso en pareja con González Muñoz, un chileno de 19 años.
Las crónicas de la época refieren que ella lo convenció a él y a un amigo, Pablo Zapata, de entrar en el departamento de Palacio.
Sobrero creía que el matrimonio estaba en Mar del Plata. “Va a ser fácil, entramos con las llaves y reventamos la caja fuerte. La casa va a estar vacía”, le había propuesto a sus cómplices.
Pero antes de entrar se dieron cuenta de que Palacio y su esposa estaban en el lugar. “Le vaciamos la caja fuerte sin que se enteren, son viejos y van a estar dormidos. Además ella es sorda”, habría dicho Sobrero, pero después cambió de opinión y decidió tocar timbre.
Palacio preparaba una conferencia que iba a dar tres días después. Ella le dijo que era la novia de su sobrino nieto y así logró entrar.
-¡Sacame a estos zaparrastrosos de acá! -le dijo a Sobrero cuando la vio acompañada por los dos hombres.
“La matanza no fue inmediata. Antes, los asesinos estuvieron un rato dando vueltas por la casa, charlando con el matrimonio. Así se ganaron su confianza. Le hicieron creer que estaban interesados en conocerlo y ver su arte. Hasta que esperaron la oportunidad indicada para atacarlo. Fue cuando él se sentó. Uno de ellos le daba charla mientras el otro iba por atrás con una plancha para golpearlo.
Las pericias confirmaron que el artista luchó por su vida, que intentó sacarse de encima a los ladrones, hasta que durante los forcejeos Sobrero le clavó un cuchillo en la espalda. Después le aplastaron la cabeza con una plancha y lo apuñalaron. A su esposa la mataron de 16 puñaladas.
Huyeron con 4000 dólares y joyas. Después de la matanza, los asesinos se fueron a jugar al pool a Santa Fe y Pueyrredón.
Los cuerpos fueron encontrados por Cecilia, la hija de Palacio, a la 1:30 de la madrugada del 15 de septiembre.
Había hablado por teléfono con sus padres media hora antes del doble crimen. Dijo que tuvo un mal presentimiento. “Sentí algo horrible, una especie de cosa adentro mío. Estaba en el cumpleaños de una amiga y decidí volver a casa. Cuando yo subía por ascensor, ellos bajaban por el de servicio. Al abrir la puerta, me encontré con el horror”, declaró Cecilia en 2012, en una entrevista con el diario La Opinión de Rafaela.
La repercusión en los medios
El caso conmocionó al país. “El día que el humor se puso a llorar”, tituló la revista Gente en sus páginas interiores.
Con su atroz asesinato, Sobrero y sus acompañantes habían matado mucho más que a un hombre y a su mujer. Habían matado a una leyenda, al creador de Don Fulgencio, Ramona, Avivato, Doña Tremebunda.
Un hombre cuyos dibujos fueron publicados en las revistas Caras y Caretas, Don Goyo, Primera Plana, Tía Vicenta, los diarios La Prensa, La Razón y La Opinión, aunque él siempre recordaba con orgullo las tapas de Billiken que ilustraba con maestría. A algunos originales los regalaba porque se los pedían para enmarcar y poner en las aulas de todo el país.
Don Fulgencio le dio fama mundial a Lino Palacio: se publicó en más de cincuenta diarios y revistas de América, Europa y hasta en Japón.
En una oportunidad, dejó de publicarla intempestivamente. Y declaró al periodista Otelo Borroni: “Desde hace un año, mi cardiólogo me viene sugiriendo que abandone todas las actividades angustiantes. No le quepa dudas: escribir una tira diaria es una de esas. Me costó mucho dejar a Don Fulgencio, pero no es un abandono. Don Fulgencio sigue viviendo en mí, todos los días cuando pienso o me encuentro en alguna situación inesperada pienso qué hubiera hecho en mi lugar el personaje. Incluso a veces me pasa que doy alguna respuesta que sé que no es mía, que es de Don Fulgencio. Aunque Lino Palacio creó a Don Fulgencio, en muchas oportunidades es Don Fulgencio quien hace a Lino Palacio”.
Palacio se jactaba de haber dibujado desde que nació. En el colegio, en papeles que encontraba por allí, en los pizarrones y hasta en las paredes de su casa.
El recorrido del artista
Su fama comenzó los días previos a la pelea Firpo-Dempsey, en 1923, cuando en La Razón le pidieron que ilustrara una página entera con notas y chistes sobre el combate. Su obra causó sensación. A partir de ahí empezó a dibujar en la revista Atlántida.
En 1924, lo llamaron de Caras y Caretas. Uno de sus personajes, Avivato, representaba al porteño de esa época y hasta inspiró a una película protagonizada por Pepe Iglesias.
Durante la segunda Guerra Mundial dibujó a los personajes más representativos de la historia en un libro con fascículos titulado Historias de la Guerra: Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin, Mussolini, De Gaulle, Chamberlain y Franco, entre otros. Usó el seudónimo Flax, que quiere decir Lino en inglés y alemán. Fue un éxito mundial al punto que Hore Belisha, ministro de Defensa de Gran Bretaña, le envió una carta que decía: “Un hombre que consigue hacer sonreír a la humanidad en momentos tan crueles, ya tiene ganado un lugar en el Monte Olimpo”.
Una vez le contó a la revista Gente que Fulgencio fue inspirado en un vendedor de Biblias que vio en la calle. “Pateaba una caja de fósforos que había en el piso, así recorrió una cuadra. Pensé: pobre hombre, nunca tuvo infancia”.
Quien no tuvo infancia, o según ella no fue una infancia feliz, fue su asesina, Sobrero. Había sufrido maltratos y aprendido lo que era el dolor, le confesó a una psicóloga de la cárcel.
Lo paradójico es que en uno de los avisos fúnebres del diario La Nación, Claudia Sobrero figuraba entre las personas que “desean un descanso en paz y acompañan los restos” de Lino Palacio y su esposa. La asesina aparecía en el aviso necrológico del asesinado.
Quizá se trató de una falsa pista de su ex pareja para no quedar involucrado en el asesinato. O un chiste macabro que ni a Lino Palacios se le hubiese ocurrido, aunque le gustaba el humor negro. Por ejemplo, llegó a dibujar a un hombre disparándole escopetazos al mismo cupido que lo había enamorado de un flechazo a una mujer.
Hoy Sobrero tiene 59 años y está libre desde el 18 de enero de 2012, tras 27 años de encierro. Es la mujer que más tiempo estuvo en prisión en la Argentina. Y fue la única a la que se le aplicó la pena de reclusión perpetua por tiempo indeterminado.
La defensa de Sobrero buscó como atenuantes el consumo de drogas de su defendida y su infancia llena de maltratos. Pero los jueces no hicieron lugar. Según Sobrero, los jueces que la condenaron en 1990 (el juicio por escrito duró seis años) le dijeron: “Vas a salir de la cárcel 48 horas después de muerta”.
En 1986 fue la primera mujer en lograr fugarse del penal de Ezeiza, aprovechando un apagón en la prisión. A las pocas semanas la detuvieron en Mar del Plata. Tenía una Biblia en las manos. Otro guiño del destino: Fulgencio, el personaje creado por Lino, era vendedor de Biblias aunque a veces maldecía al mundo.
El 3 de enero de 2006 salió en libertad condicional: vivió en la calle, no conseguía trabajo, conoció a un hombre y juntos comenzaron a robar. La detuvieron después de sacarle la cartera a una mujer. Sobrero volvió resignada a la cárcel, donde buscó sobrevivir a todos los obstáculos.
Hasta escribió un libro: “Así murió Lino Palacio, no todo lo que brilla es oro”. En la tapa del libro, cuyo escritor fantasma nunca salió a la luz, aparece una mancha de sangre.
Y en la contratapa le adjudican esta frase a Sobrero: “Esta no deja de ser una historia como cualquier otra, sin embargo guardo la esperanza para que de alguna manera sirva y en el futuro no se den tantos casos como este sin que la justicia tome en cuenta no solo el delito y sus autores materiales, sino también de los motivos que los obligaron a actuar así y de los otros culpables, que, aunque suene descabellado, suelen ser las mismas víctimas”.
La colección dedicada al crimen argentino que dirigía Planeta planeaba publicar El asesinato de Lino Oviedo, pero el gran escritor Miguel Briante no terminó la obra, que iba a ser completada por Antonio Dal Masseto.
El documental Claudia, dirigido por el cineasta Manuel Gonnet, muestra su lado más luminoso. En las clases de teatro, bailando, escribiendo.
En una escena aparece en un aula frente a un pizarrón lleno de recortes de diario que ella pegó sobre el caso. “El terror entre nosotros”, “Perfecta asesina”, “Brutal asesinato”, son algunos de los titulares.
En otra imagen muestra la pared de su pequeña celda, llena de fotos. Aparecen el Che Guevara, Santucho, Luca Prodan, Al Pacino, El Eternauta y sus dos hijas.”Con ellos no puedo pedir más”, dice Sobrero.
Luego mira a cámara y resume en una frase el infierno que vivió después de matar. “Algunos se deben preguntar: ¿esta mujer ha hecho algo por lo que valga la pena que firme un autógrafo?”, reflexiona Sobrero. Ella misma se responde: “Sí, resistir”.
“Noy peligrosa y mi peligro no son mis manos, es porque pienso. Los penitenciarios me odiaban, no tenía ni 24 años cuando me fugué por los techos y se dieron cuenta al día siguiente. Intentaron hasta matarme, pero no tuve miedo y pude salvarme. Nunca fui una tonta, pero eso no me hace una asesina. El peligro no era lo que yo les pudiera hacer, se les cayó el personaje psicópata porque nunca me violenté. Mi violencia siempre fue verbal y a medida que seguía estudiando no paré de darles y cada vez con más conocimiento”, dijo en una entrevista con Nadia Beherens para la revista Furias.
No usa sombrero. No mira desafiante. No fuma. Y está lejos de ser la villana con aires de heroína que posaba en las primeras planas. Es otra.