Para Fernando Recalt (46) subirse al skate es sinónimo de libertad. No hay día que empiece y termine mal para él porque andar sobre ruedas y merecerse sobre la tabla le da felicidad en forma automática. Por eso, luego de separarse y regresar a la casa de su infancia, patinar fue su refugio.
Su hogar de la niñez, de llamativo color rojo en el frente, está rodeada de ondulaciones de cemento, que forman un circuito, que termina en el bowl que cada día el emprendedor mantiene con sumo cuidado. Esta es una de las pruebas más atractivas del skate y es una figura que simula una piscina con bordes redondeados para subir y bajar en la tabla.
Al ver las fotos, la primera pregunta es cómo hace cuando llueve. “Esto es lindo y divertido, pero lleva muchísimo trabajo para mantenerlo”, asegura Fernando, el creador de “Red House Bowl”, el centro de atracción del barrio que congrega a personas de todas las edades, de chicos de 6 años hasta cincuentones y un poco más.
“Es increíble ver a gente de mi edad disfrutar de esto porque somos la generación que en la década del 80, cuando fue la primera ola de furor por el skate en Argentina, aprendimos a andar en patineta, haciendo rampas con tablas de madera”, dice el hombre que hoy disfruta de lleno de esta actividad.
La casa, además, está publicada en la página Skatebnb, un sitio de alojamientos para amantes de este deporte del todo el mundo con espacios para skate. Allí la ofrece con el video que está publicado en esta nota. El objetivo es que lleguen de otras partes del mundo a disfrutar de las ondulaciones que rodean el chalet del sur del conurbano. La publicación tiene poco tiempo y por ahora no tuvo visitas de turistas.
Andar contra el viento
Con absoluta simpleza, Fernando resume qué significa para él el skate: “Si un día que te levantaste muy enojado, patinás un rato, no es necesario tener un skatepark, basta sólo con agarrar una tabla y patinar por la calle; con eso solamente te cambia el humor. Ves las cosas de otra manera y ni hablar de la sensación de libertad que, un poco de viento en la cara, y esos movimientos te hacen tan bien. Sólo con poder ir un poco más rápido que los demás ya soy feliz”.
Fernando nació en Temperley, se mudó, formó su familia y regresó a su ciudad, a la casa en la que se crió, en el corazón del barrio inglés de esa localidad del conurbano. “Hasta 2019 viví en Capital, pero volví cuando me separé. Era una necesidad personal esta de tener un lugar donde hacer skate en la zona y poder compartirlo con mis hijos así que empecé a cranear el proyecto de tener una pista propia”, asegura y admite: “Ese pibe de los años 80´s jamás hubiera imaginado que el hombre de 46 años tendría su propia pista, el bowl y que esto se convirtiera en lo que es”.
La primera parte de lo que luego “se hizo grande”, inició con una rampa de madera, pero veía que había espacio y se arriesgó a hacer la olla que tanto anhelaba, quería una chica. La comenzó a construir durante la pandemia y con ese tiempo para hacer algo nuevo.
“Al año siguiente pude completar el diseño con las ondulaciones, las rampas en el pasillo y en el frente de la casa. Los vecinos no entendían qué pasaba hasta que comenzó a tomar un poco más de forma y algunos se iban dando cuenta de qué se trataba”, recuerda.
Este diseño, cuenta, es único en el país. “Tiene distintas alturas en toda la olla, a eso le agregué una extensión vertical en la medianera, el pasillo y el frente es un pump track, que sirve para ganar velocidad. Le fui agregando espacio y ahora miro en el único pedazo de jardín que tengo... podría ampliar un poco más”, dice entre risas.
Pese a que ahora el lugar se llena de gente, muchos van a tomar clases, comenzó como proyecto personal y familiar, pero, más tarde decidió abrirlo a los vecinos. “Primero vinieron los conocidos y como ellos me pedían que le diera clases a sus hijos, no lo dudé y ahora doy clases a chicos, desde los 6 años; a grandes (tengo grupos de pibes de 20 años), a chicas... Todas las personas que quieran pueden tomar clases”, asegura. Además, el espacio abre otros días durante la tarde para quienes quieran utilizar la pista.
“Tengo a los mejores vecinos del mundo: nunca se quejaron por esto, aunque se hace ruido, pero no molestamos porque estamos hasta las 20”, explica.
Lo único complejo es mantenerlo seco y limpio a diario. “Generalmente los bowl tienen un sistema de drenaje, pero yo tuve la loca idea de no ponerle para llenarlo de agua en verano y tener partida doble: olla de skate y piscina... Pero no lo lleno porque me matan, ¡todos quieren patinar! Más allá de la broma, es difícil sacarla el agua. Yo tengo una especie de motor para secarla. Luego, lo que queda, con secador y trapo de piso... como se vacían las piletas”, cuenta.
Emocionado, regresa a la infancia: “No puedo evitar recordar los años en que estaba en séptimo grado y como siempre andaba con mi hermano, que es más grande, solía estar con los pibes grandes, y ahí conocí a su banda, que escuchaba punk y rock, y ellos estaban muy ligados al skate. Ahora este mundo está teniendo un resurgimiento, como pasó hace 10 años”, cuenta.
“Siempre fue algo bastante underground, de hecho si vas a los skatepark es un ambiente diferente. Ahora es un deporte olímpico y eso está bueno porque tiene reconocimiento, pero rescato la cuestión de la subcultura, del grupo desde la autosuperación, de aprender uno del otro, como en los 80´s. Ahora se hacen muchas para tener más vistas en Instagram. Lo importante es que los pibes siguen patinando y los grandes también”, finaliza.