El hijo de Yiya Murano subasta el juego de té con el que su madre envenenaba a sus amigas: ¿cuánto le ofrecieron?

La decisión es de Martín, que recuperó una reliquia macabra: las tazas y la tetera de su madre. Cómo comprarlo y qué hará con lo recaudado

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Martín Murano con el juego de té que usó su madre para envenenar a sus amigas (@matitexeira)
Martín Murano con el juego de té que usó su madre para envenenar a sus amigas (@matitexeira)

Antes del encuentro, en su departamento en Palermo, Martín Murano bromea:

-Vengan, los espero con una tacita de té.

El humor me recuerda a su madre, la envenenadora Yiya Murano. Cuando solía entrevistarla, le gustaban esos chistes.

-Te invito unas masitas con té -era una de sus frases.

La entrevisté más de diez veces y, tras su muerte, el 26 de abril de 2014, ahora es su hijo el protagonista. Un hombre que desde niño fue maltratado y humillado por la asesina del cianuro.

Un hombre que escribió tres libros, dos sobre el caso, y que ahora -ya en su hogar- me muestra un juego de té que tiene una antigüedad de más de 50 años.

-Esto fue un regalo de casamiento de mi madre, en 1971. Con estas tazas envenenó a sus amigas.- Dice y se pone serio.

La novedad es que subasta las tazas marca Excelsior, industria argentina. Para ofertar hay que escribir a miradasdelcrimen@gmail.com. Hasta ahora, dice, recibió una propuesta de 10 mil dólares. Va por más. “Yo no me pienso quedar con ni un peso. Esto va para un hogar de perros y gatos de Mar del Plata. La idea es transformar el horror de esias tazas con las que mató en algo solidario. En llenar un camión con alimentos”, dice Murano, que al mismo tiempo, y es pura casualidad, se juntó con dos amigos estos días y lanzarán el canal de Youtube Criminales en primera personas.

La reliquia que pasó por manos de la asesina y de su empleada doméstica Ignacia son seis tazas, una tetera, una azucarera y un recipiente para la leche. “Ni un té tomé en eso ni quiero tocarlas”, dice Murano, que cada tanto sueña con su madre. “SI viviera, la entrevistaría. El último sueño fue un horror. Estaba al pie de la cama, con un vestido blanco. Y una luz subía hasta descubrirse que la mitad de su cara era la del diablo”, cuenta.

La famosa foto que se reproduce en los medios y muestra a su madre sirviendo té es de una nota que le hice en el café Las Violetas, donde se jactaba de ser famosa y de firmar autógrafos como María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, alias Yiya Murano.

La envenenadora de Monserrat, como la llamó la prensa por envenenar con té y masitas finas a su amigas Nilda Gamba, Lelia Formisano de Ayala y su prima Carmen Zulema del Giorgio Venturini.

Los crímenes ocurrieron entre el 11 de febrero y el 24 de marzo de 1979. Es decir, hace 39 años.

Yiya Murano en Las Violetas tomando el té
Yiya Murano en Las Violetas tomando el té

Yiya nació en Corrientes el 20 de mayo de 1930. Su madre, Candela, era ama de casa y su padre, Camilo Bolla Aponte, era un teniente coronel que reprimía a los opositores al golpe de Uriburu.

La detuvieron el 27 de abril de 1979. Ella negó todos los cargos y sus abogados lograron que fuera absuelta tres años después por falta de pruebas, aunque el 18 de junio de 1985 la Sala Tercera de la Cámara del Crimen anuló el fallo anterior y la condenó a prisión perpetua.

Fue liberada el 20 de noviembre 1995 por una reducción de la pena y por el “dos por uno”. Un año después fue la columnista de moda del programa La Hoguera.

En 1998 fue a almorzar al programa de Mirtha Legrand y reveló que se había vuelto a casar.

¿Cömo llegaron a sus manos estas tazas floridas de industria argentina a manos de Murano?

“Las heredé, era un regalo de boda de mi madre. Nunca las abrí. Las dejé embaladas y se las regalé a una amiga de mi madre. Hace poco, su hija me dijo que tenía algo que me iba a interesar. Y eran las tazas. No lo podía creer. ¿Si me da miedo tener esto?, no, pero quiero que se vendan cuanto antes así el dinero va a los perritos. Quiero que la prensa me acompañe para comprobar que todo el dinero va a parar ahí. Hay muchos interesados”.

Le juego de té es marca Excelsior y de Industria Argentina
Le juego de té es marca Excelsior y de Industria Argentina

Souvenirs del delito

Debo confesar que durante un tiempo coleccioné (no sé si es la palabra), objetos que pertenecieron a famosos asesinos y ladrones.

Un peine con dientes marrón que Barreda guardaba en el botiquín del baño del departamento de Belgrano donde llegó a vivir con novia Berta André, a quien maltrataba.

Esa costumbre de quedarme con algo de estos seres del inframundo había comenzado cuando María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, alias Yiya Murano, que en 1979 envenenó a tres amigas en el edificio de Montserrat donde vivía, me regaló un rosario de perlas blancas y sus tradicionales lentes aparatosos.

“Estas reliquias van para vos, nunca las vendas. Con este rosario lloré la muerte de mi hermana, pobrecita, a quien le robé el novio, pobre desdichada”, lloraba sin lágrimas.

Pero con el tiempo, entre mudanzas o quizá alguien me los pidió prestados, perdí los regalos de la famosa asesina, muerta en el olvido en 2014. Tiempo después supe que vendían su rosario al equivalente actual de 50 mil pesos.

La subasta es por seis tazas, una tetera, una azucarera y una lecherita (@matitexeira)
La subasta es por seis tazas, una tetera, una azucarera y una lecherita (@matitexeira)

Quedarse con algo que perteneció a alguien es mucho más que eso: es capturar los momentos o gestos o actos o movimientos que esa persona hizo con ese objeto. ¿Barreda habrá usado su peine en su primer día en libertad? ¿Yiya habrá rezado ese rosario recordando sus crímenes? ¿Qué llegó a ver con esos aparatosos lentes negros?

Durante un año, Carlos Eduardo Robledo Puch, el llamado ángel negro que entre 1971 mató a once personas mientras dormían o por la espalda, me envió cuarenta cartas y me hizo cuatro dibujos infantiles. “Mi suerte es tener tu amistad”, me escribió en uno.

Un día me regaló una foto de la pintura que tenían sus padres colgada en su casa de Villa Adelina. La imagen: debajo de un cielo anaranjado y sobre un mar revuelto, navega el Monte Sarmiento, un transatlántico alemán azul, blanco y rojo. Fue botado en 1924 y hundido en 1942 durante la Segunda Guerra Mundial por un ataque aéreo de la Royal Air Force.

Una tarde, Robledo me prestó su equipo de audio con dos casetes de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota. De hecho dijo que se pelaba por el Indio Solari. Recuerdo haberle devuelvo todo.

Del siniestro líder del clan Puccio, Arquímedes Puccio, “heredé” cartas, una foto en la que aparece barriendo en La Pampa, donde murió en 2013, y fue autografiada por él (cuando tenía a los secuestrados en su casona de San Isidro solía barrer) y un sello de abogado que decía Contador, abogado y licenciado Arquímedes Rafael Puccio.

Lo del Gordo Valor no fue nada cordial. Hace unos 17 años lo fui a visitar a la cárcel de Campana y no dejó de mirarme la remera: era Al Pacino en Scarface y los típicos dólares. Poco después de la entrevista, me miró sonriente y me dijo:

-Vas a tener el honor de decirle a tus nietos que te choreó el Gordo Valor.

"Yiya" Murano  la envenenadora de Monserrat  jamás confesó ninguno de los tres crímenes que su hijo denunció
"Yiya" Murano la envenenadora de Monserrat jamás confesó ninguno de los tres crímenes que su hijo denunció

Se sacó su remera, una chomba con vivos blancos y verdes que seguro estaba de moda en los ochenta, cuando robaba bancos y blindados con metralleta, y me pidió que me sacara la remera. El intercambio se hizo a espaldas de un guardia, que de todos modos hubiese hecho oídos sordos.

El ex superbanda y miembro de la banda del robo del siglo, Rubén Beto de la Torre, me dio un Gauchito Gil al que una vez le ofrendó una bala calibre 45 de su vieja pistola porque lo salvó de un tiroteo.

Con el tiempo, los objetos se fueron perdiendo o los fui tirando, como si buscara perder peso. El Gauchito Gil se me cayó y quedó hecho trizas. A la remera de Valor la tiré pero antes la usé de trapo, al sello de Puccio lo regalé. Deshacerme de todo eso era una manera de aliviarme. Hasta un hombre me ofreció dinero por esas cosas porque planeaba poner un bar museo del crimen. Le dije que no.

Lo único que guardo es un billete de diez dólares que me regaló un ladrón del siglo.

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