Nunca se sabe qué sienten los asesinos.
En especial cuando se cumple un aniversario del crimen que ejecutaron. Y aparecen en los medios o en marchas conmemorativas la foto de la víctima, feliz, sonriente, con la leyenda: “Justicia”.
¿Los culpables sentirán algo de culpa? ¿Sentirán? O acaso para ellos sea una fecha más. Un día como cualquier otro. Y todo en ellos sea desprecio por la vida.
El recuerdo de María Soledad
La foto muestra a María Soledad Morales con una sonrisa y uniforme escolar. Una dicha eternizada en la imagen que pareciera borrar todo el dolor que le causaron sus asesinos. A ella, a sus padres Ada y Elías, que falleció hace seis años, y a su familia. Porque un femicida mata a mucho más que a una mujer. Mata sus sueños, sus pensamientos, sus amigas, sus padres, sus familiares.
María Soledad tenía 17 años y estudiaba en un colegio religioso de Catamarca.
El 8 de septiembre de 1990 desapareció. Su cuerpo fue hallado dos días después en un basural, a siete kilómetros de la ciudad.
La autopsia reveló que fue drogada, violada, asesinada y tirada en un descampado al costado de la ruta. Como una cosa. Peor que una cosa. Tantos casos de ese tipo se repitieron con los años. El de María Soledad marcó un antes y un después.
Los asesinos eran los “hijos del poder”. En la pesquisa se perdieron pruebas, se presionaron testigos y se intentó encubrir lo ocurrido. La lucha de la familia de la joven, acompañada por toda la sociedad, terminó por resquebrajar toda esa impunidad. Hasta las marchas en las que se pedía justicia eran espiadas por Servicios de Inteligencia
El legajo 30.480 de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA sobre “Panorama policial” refiere sobre el caso: “La oficialidad superior e intermedia, así como una gran parte de la suboficialidad policial de esta Provincia, se hallan visiblemente influenciadas por el poder político gobernante en esa región desde hace varias décadas. Los tres últimos amotinamientos policiales fueron estrechamente relacionados con los vaivenes políticos derivados del affaire Morales y actualmente estas fuerzas sólo responden al clan Saadi”.
La investigación
Otro dato escandaloso: el jefe de la policía catamarqueña, Miguel Ángel Ferreyra, ordenó que lavaran el cadáver, y de ese modo se eliminaron pruebas clave. Más tarde se revelaría que era el padre de uno de los asesinos.
Las marchas del silencio, empujadas por la monja Martha Pelloni, trascendieron la provincia y llegaron a todo el país. La primera fue en Catamarca el 14 de septiembre de 1990, pero rápidamente se extendieron por otras ciudades de la Argentina.
Al principio, como suele ocurrir, se mancho a la víctima y se tejieron hipótesis de este tipo: que María Soledad salió drogada de un boliche y fue subida a un auto con varios hombres. Se hablaba de “fiesta consentida”.
O se hablaba de un caso de violencia de género, hasta que las protestas sociales pusieron las cosas en su lugar: hablaron de corrupción, encubrimiento y el poder detrás de este femicidio, aunque esa palabra empezó a usarse en 2012.
Luis Patti, represor durante la última dictadura militar, fue enviado desde Buenos Aires para investigar el caso, pero su complicidad con el aparato catamarqueño fue alevosa desde un primer momento.
El caso fue tan paradigmático que en 1993 se estrenó la película, dirigida por Héctor Olivera y protagonizada por Valentina Bassi. Como el crimen no estaba resuelto y el juicio ni siquiera había comenzado, los nombres de los victimarios cambiaron.
Los únicos presos fueron Guillermo Luque -hijo del por entonces diputado nacional Ángel Luque- y Luis Tula, hoy en libertad. En un segundo juicio Luque fue condenado a 21 años de cárcel por asesinato y violación, y Tula a 9 años como partícipe secundario de violación.
Pero en marzo de 1996 hubo un escandaloso primer juicio que fue suspendido. Se desarrollaron 21 audiencias con Tula y Luque como acusados. La transmisión de cada jornada era en vivo y los televidentes la seguían como si fuese una novela.
Pero todo terminó en escándalo. El presidente del tribunal, Alejandro Ortiz Iramaín, renunció con una carta explosiva en la que denunció supuestas presiones de parte del gobernador Arnoldo Castillo.
“Ante las más aberrantes actitudes de un poder corrupto que pretende obligar a los jueces que obran en el juicio por la muerte de María Soledad Morales a dictar un fallo condenatorio en contra de uno de los imputados en la causa para con ello pretender a menos una falsa legitimación en el mismo”, decía parte del escrito del juez.
Los otros dos integrantes del tribunal, Juan Carlos Sampayo y María Alejandra Azar, fueron recusados por el abogado que representaba a la familia de María Soledad, Luis Segura.
Y un episodio provocó la suspensión del juicio oral. Fue la imagen captada por las cámaras de televisión en la que se ven a Sampayo y Azar hacer una seña en el momento en el que debían decidir el pedido de una de las partes del proceso para que una testigo quede presa por supuesto falso testimonio.
Con ese gesto, los magistrados habrían decidido sobre el pedido para que la testigo Evangelina Sosa quedara presa por supuestas falsedades en las que habría incurrido en su relato. En una declaración extensa y plena de contradicciones acusó a la docente Graciela Rodríguez de Díaz a la exabogada de la familia Morales Lila Zafe, a la hermana Martha Pelloni y al exdiputado Miguel Marcolli de haberla instruido cuando tenía 16 años en 1990 de lo que tenía que decir.
“Tenía miedo y por eso dije que Luque estaba en Clivus con la chica esa cuando en realidad yo no los vi”, declaró.
-¡Mentirosa!
Eso gritó desde el público su ex profesora de gimnasia, Graciela Díaz.
En la etapa de instrucción, la chica había dicho lo contrario: que vio a Luque y que Soledad, aturdida, la empuja con el codo.
El juicio dejó de transmitirse en vivo. La madre de María Soledad, Ada Morales, expresó: “Mi hija merece que le pidan perdón”. Hubo una manifestación frente a los tribunales: Luque y Tula salieron entre forcejeos.
En los carteles que llevaban los manifestantes se leía: “Son asesinos y jueces”, “Tres jueces del Diablo”, “Publicidad sí, juicio clandestino no”, “Prensa sí, Sampayo no, “Pedimos justicia” y “Sí a la verdad”.
La Corte de Justicia de Catamarca rechazó el planteo de recusación contra los jueces Sampayo y Azar. Pero la renuncia de Ortíz Iramaín obligó a suspender el juicio debido a que era necesario formar un nuevo tribunal y en Catamarca no había magistrados que hubieran participado en la instrucción del caso o fueron obligados a apartarse porque tenían alguna vinculación con los acusados.
Tuvieron que salir a buscar jueces de otras provincias.
Las condenas
Dos años después, la justicia catamarqueña condenó a 21 años de prisión a Guillermo Luque y a 9 a Luis Tula por el asesinato de María Soledad Morales. A Luque por el delito de violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes, y a Tula, partícipe secundario por el delito de violación calificada, en un fallo unánime.
Luque y Tula fueron trasladados a la cárcel. El tribunal ordenó la detención inmediata de Luis Méndez y de Hugo “Hueso” Ibáñez, amigos del hijo del ex diputado nacional justicialista Angel Luque.
La condena incluyó un resarcimiento por daño moral y material de 250.000 pesos a la familia Morales.
Tras el fallo, Luque abrazó a su mujer y lloró. Tula, consternado, hacía gestos como si no pudiera creer lo que había ocurrido.
En su alegarto, el fiscal Gustavo Taranto pidió que Luque sea condenado a 23 años de prisión por violar a María Soledad Morales y matarla con una dosis letal de cocaína que le dio contra su voluntad. Para Luis Tula solicitó una pena de 10 años porque consideró que es culpable de participar en la violación, pero no en su muerte.
El pedido no conmovió a Luque, que estaba inmutable y jugaba con una birome. Taranto explicó cómo María Soledad, alentada por Tula, se dejó llevar por Luque desde la disco Clivus (donde la vieron cuatro testigos) a una fiesta privada en la que también pariciparon dos de sus íntimos amigos: Hugo El Hueso Ibáñez y Luis El Loco Méndez.
En esa fiesta, la chica fue golpeada, drogada con cocaína para vencer su resistencia y violada. Por estas agresiones, dijo el fiscal, murió, entre las 6 y las 17 horas del sábado 8 de septiembre de 1990, posiblemente en el albergue transitorio Los Alamos. Para el fiscal, Ibáñez y Méndez fueron tan culpables del crimen como Luque. En consecuencia, solicitó que, luego del veredicto, sean detenidos y encausados como coautores del mismo delito. El fiscal cerró su alegato con una lista de personas que debían ser investigadas: 18 testigos por falso testimonio, 21 por encubrimiento, entre ellos están el ex gobernador Ramón Saadi, su hermana Alicia y Jorge Díaz Martínez (ex subsecretario de Interior de la Nación en 1990) y 17 policías. Incluso requirió que se indague sobre la dudosa conducta de dos jueces de instrucción.
Sobre el final, el fiscal colocó una foto de María Soledad en la pared de la sala. Y habló por ella. “Ella nos dice: busquen a quien me hizo esto, busquen en sus manos, en su camisa, en sus pantalones. Están manchadas con mi sangre”.
Los asesinos están libres.
Pero Ada al menos agradece que hubiera una condena.
“Sole se despidió de nosotros el 7 de septiembre de 1990 acá, en esta entrada. Estábamos sentados; me dio un beso y me dijo: ‘chau, mami, hasta mañana’. Elías la llevó en la camioneta de mi papá, una Ford 100, la dejó en el lugar, una discoteca donde con sus compañeras recaudaban fondos para la excursión de egresadas. Estaba contenta, feliz, alegre. Siempre recuerdo la dicha que tenía porque iba a recibirse y hacer el viaje de fin de curso. Manos asesinas le truncaron su vida, por el egoísmo de los hombres le arrancaron su existencia. Sole quería ser maestra jardinera”.
Eso dijo Ada Morales al diario Tiempo Argentino. En su mano tenía la foto de siempre. La foto que muestra esa sonrisa de María Soledad que describe como si aún siguiera a su lado.