Día del Inmigrante: cuatro historias de emprendedores que se instalaron en la Argentina en busca de un futuro mejor

Desde 1949 se fijó por decreto el 4 de septiembre como Día Nacional del Inmigrante, una jornada para honrar el aporte cultural, social e histórico que le brinda al país cada persona que elige habitar suelo argentino. En diálogo con Infobae, los testimonios de un comerciante italiano, un músico norteamericano, una dupla de madre e hija colombianas y un profesor de educación física brasilero: la búsqueda de un futuro que los sorprendió

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Los protagonistas de cuatro historias con un hilo conductor en común: la vida como inmigrantes en la Argentina
Los protagonistas de cuatro historias con un hilo conductor en común: la vida como inmigrantes en la Argentina

Cada 4 de septiembre en Argentina se celebra el Día Nacional del Inmigrante. La fecha fue establecida por decreto en 1949, durante la presidencia de Juan Domingo Perón, para conmemorar el día en que el Primer Triunvirato firmó el primer decreto en 1812 que legisló y fomentó la inmigración. La iniciativa invita a honrar el aporte histórico, cultural y social que realizaron las personas que arribaron al país, y a las que continúan llegando. En sintonía con la jornada, cuatro historias de vida de emprendedores de diferentes nacionalidades, que eligieron quedarse a vivir en Argentina La búsqueda de un mejor futuro, el amor, la curiosidad y la construcción de una identidad multicultural son algunos de los puntos en común en los testimonios de Ángel Fichera, italiano; Jorge De Césaro, brasilero; Victoria Brochero y su hija Irina, colombianas, y Jonah Schwartz, estadounidense.

La Constitución de 1853 ya hacía referencia a “todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, y casi un siglo después se fijó el Decreto N.º 21.430 garantizó “la acogida a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”. En medio de la gran ola de inmigración europea llegó a haber un tercio de población extranjera, y la herencia de aquellos tiempos sigue presente a lo largo y lo ancho del país. Según el informe de la Dirección Nacional de Población, que fue publicado en noviembre de 2022 y realizado partir de los registros administrativos del Registro Nacional de las Personas (RENAPER), hay 3.033.786 personas nacidas en el exterior con DNI y residencia en la República Argentina.

De esos tres millones, el 87% proviene de América del Sur: poco más de la mitad procede de Paraguay y Bolivia, luego se ubican Perú, Venezuela, Chile, y en menor medida Uruguay y Colombia. Casi un 3% son italianos y españoles, y menos del 1% son de otros países de Europa. Sin importar la nacionalidad, todos se encuentran contemplados en la Ley de Migraciones 25.871, sancionada en 2003 que define que “migrar es un derecho humano”, y en el segundo artículo define como “inmigrante” a todo aquel extranjero que desee ingresar, transitar, residir o establecerse definitiva, temporaria o transitoriamente en el país conforme a la legislación vigente, asegurándoles pleno goce de derechos.

La familia de Ángel Fichera en un día muy importante para todos en 1982, la inauguración de su panadería en La Plata (Instagram @lean_panaderiayconfiteria)
La familia de Ángel Fichera en un día muy importante para todos en 1982, la inauguración de su panadería en La Plata (Instagram @lean_panaderiayconfiteria)

Ángel Fichera: de Sicilia a La Plata

“Llegué a mediados de los 50′ con mis papás y un hermana, yo tenía 14 años”, le cuenta Ángel Fichera a Infobae. Hoy tiene 82 años, pero cuando recuerda a sus padres, que ya partieron de este mundo, parece que fuese ayer el momento en que dejaron su vida en Leonforte, localidad de la provincia de Enna, región de Sicilia. “Vinimos porque necesitábamos comer”, dice sin vueltas, y confiesa que trabaja desde que terminó tercer grado. “Tenía 9 cuando empecé a ayudar a mi familia, y no me puedo quejar porque trabajé toda mi vida, y ahora ya estoy jubilado”, expresa.

Cuando decidieron venir a Argentina dos de sus hermanas no pudieron acompañarlos en el viaje, pero más adelante concretaron la soñada reunificación familiar. “Tenía mi hermano mayor que había venido a Entre Ríos, Paraná, con su señora, y había entrado a la municipalidad a trabajar, pero no había muchos italianos allá, y les dijeron que en la ciudad de La Plata había muchos sicilianos, y se mudaron”, rememora. Y agrega: “Ellos ya nos esperaban, y después ya estuvimos todos acá, y empezamos a buscar trabajo”. Se acuerda que en ese entonces le pagaban entre diez y doce pesos por día en un taller de autos, y apenas le alcanzaba para colaborar en la casa.

La suerte cambió cuando empezó a acompañar a su hermano, que trabajaba en obras de construcción, y su sueldo aumentó a 45 pesos por jornada. “Mejoró un poco el panorama, y lo que es el entusiasmo y las ganas, que a los 17 años ya era oficial de albañil”, expresa con admiración y nostalgia. Su habilidad para levantar paredes con ladrillos lo llevó a emprender por su cuenta al poco tiempo, y junto a un amigo fueron rumbo a Monte Grande para uno de los muchos encargos que fueron apareciendo. “Hicimos un colegio entre los dos, y a los 23 años manejaba treinta empleados en unas obras del Hospital San Juan de Dios de Ramos Mejía”, revela.

Con humor admite que “no se cansaba nunca”, y la energía parecía renovarse en cada proyecto. En los momentos difíciles solía darse fuerzas pensando en que faltaba menos para ir a bailar pasodoble. “Tenía amigos que querían ir al baile los sábados y me tenían que esperar a mí porque yo trabaja también los fines de semana, pero me hacía tiempo porque me encantaba, y así conocí a mi esposa, en una fiesta en el Centro Gallego”, relata. “Yo andaba buscando una paisana mía, italiana, pero me enamoré de una española”, reconoce con picardía.

“Me acerqué, la saqué a bailar, tuvimos una cita y ella tenía las mismas sensaciones que yo, porque hacía poco había llegado. Nos entendimos muy bien, gracias a Dios, y nos casamos”, cuenta. Comenzó una historia de amor que perduró 52 años y tuvieron tres hijos. “Pasamos toda la vida juntos, hasta que ella se enfermó, hizo diálisis y se me fue”, lamenta, y se refugia en todos los sueños que alcanzaron desde que dieron el “sí, quiero”.

Ángel en Italia, en el viaje que realizó el año pasado junto a sus tres hijos
Ángel en Italia, en el viaje que realizó el año pasado junto a sus tres hijos

Siempre con espíritu emprendedor, Ángel pensó en cambiar de rubro y abrir un salón de juegos, porque amaba las mesas de billar y metegol en Italia, y quería replicar lo mismo en Argentina. Sin embargo, desistió porque después de estudiar en profundidad el asunto, sintió que no iba a tener mucho éxito, y se le ocurrió otra idea. “Había un local en el barrio Los Hornos que estaba vacío, yo siempre pasaba y lo miraba, y se me ocurrió preguntar a la Municipalidad si estaba habilitado poner una panadería, porque antes podía haber una cada 15 cuadras, y como no había ninguna cerca, vi una oportunidad”, explica.

Entre risas se acuerda de la reacción de sus familiares: “Me decían: ‘¡Pero si vos no sos panadero!’, y yo les contestaba: ‘¿Y qué tiene que ver?’, porque lo que importa para ser comerciante es tener idea, tener visión, y cuando me confirmaron que se podía, contacté a un panadero que yo conocía, y sabía que se tomaba tres colectivos todos los días para ir a trabajar al centro”. Aunque tenía la habilitación, no le alcanzaba el dinero para comprar la maquinaria que necesitaba, y se embarcó en un préstamo con otro miembro de la familia.

“El único requisito que le puse al panadero era que venga a horario y trabaje bien, y así empezamos. Abrimos las puertas el 1° de mayo de 1982, un Día del Trabajador, no podía ser de otra manera”, remata. Para atraer la buena fortuna decidió ponerle el nombre en honor a dos de sus hijos, Andrea y Leandro, y al combinarlos quedó Le-An Panadería y Confitería -en Instagram @lean_panaderiayconfiteria-. Su esposa atendía en el mostrador, sus hijos ayudaban y aprendían sobre el negocio del que algún día tomarían las riendas. Sumaron un recorrido por despachos en camioneta con hasta 45 bolsas de pan, y dos meses después de la inauguración pudieron saldar las deudas.

"Alquilamos un auto en Roma y nos recorrimos todo, fue un reencuentro con mis raíces", describe el comerciante italiano que vive en la Argentina desde sus 14 años
"Alquilamos un auto en Roma y nos recorrimos todo, fue un reencuentro con mis raíces", describe el comerciante italiano que vive en la Argentina desde sus 14 años

“Gracias a Dios me funcionó, y tuvo mucho que ver que la calidad es de primera, no se le mezquina nada, se le pone todo lo mejor, como tiene que ser”, describe Ángel, orgulloso del negocio que se fue extendiendo en la ciudad de las diagonales y actualmente tiene ocho sucursales. “Somos número uno, más no le puedo pedir a la Argentina, y la satisfacción de que mis hijos están todos bien, mis nietos también, y hace un año hicimos un viaje hermoso a Sicilia, volví a mi pueblo de la infancia, y fue una maravilla”, celebra.

Con cariño recuerda a su padre, que trabajó toda su vida en el campo, y nunca pudo estudiar. “Era analfabeto, y si viviera tendría 140 años; personas así, con esa cultura, esa educación, la idea del trabajo, de la familia, de estar dispuesto a cruzar el mundo en barco para tener un mejor futuro, hoy es difícil encontrar”, manifiesta. Y brinda un mensaje para la juventud: “Es importante tener cultura de trabajo, no caer en los vicios, porque la joda te puede gustar, pero nunca más que el trabajo, y saber cuidar el mango. Que estudien, que se cuiden, porque sino, ¿qué futuro pueden tener?”.

Jonah Schwartz: de Estados Unidos a la capital porteña

“Nací en Filadelfia, Estados Unidos, y trabajé desde los 10 años”, cuenta Jonah Schwartz con un castellano súper fluido, y rememora su infancia en una casa a veinte kilómetros de la ciudad. “Vengo de una familia muy laburante, mi papá fue albañil y mi madre maestra”, indica. Desde los 13 la música fue su refugio, y aprendió a tocar la guitarra, el banjo y la mandolina. A los 18 años se fue a vivir solo, y cinco años después agarró su guitarra, una valija y sacó un boleto de ida a Buenos Aires. “Fue literalmente un viaje de ida, porque no me volví a ir, y ya pasaron 19 años de ese día”, revela.

Había estudiado letras en la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey, y trabajado como profesor de literatura en una escuela, pero la vocación artística que había surgido en su interior desde chico no paraba de crecer, y sabía que quería seguir en ese camino. “Buscaba mi felicidad, quería ser fiel a mis instintos, y por eso vine para acá; no lo dudé cuando un amigo me dijo que quería ir a Argentina”, comenta. Atribuye a la juventud la sensación de que todo iba a ser posible, aún cuando no hablaba nada de español cuando llegó a la capital porteña en septiembre de 2004.

Jonah Schwartz tocando el banjo, uno de sus instrumentos preferidos (Foto: Federico Stuart)
Jonah Schwartz tocando el banjo, uno de sus instrumentos preferidos (Foto: Federico Stuart)

“Me atraía mucho la calidad de vida, desde el primer momento percibí un bienestar general que no encontré en otro lado: me refiero por ejemplo a las comidas con los amigos, porque en otros países no es tan común que te inviten a su casa cuando te conocen hace poco; se juntan en un bar, y acá cuando llegué al siguiente domingo ya me habían invitado a un asado”, dice con humor. Lo define como “calor de hogar”, y fue una bienvenida que lo sorprendió. Una vez que asistió a una de las juntadas de fin de semana con sus primeros amigos argentinos, se sintió agradecido de haberlos conocido.

“Los porteños tienen algo especial, me sentí bienvenido enseguida y me gusta la calidez humana que se siente”, confiesa. “Comimos el asado, nos quedamos charlando hasta la tarde, y terminé comiendo una pizza a las 10 de la noche, pasé todo un día en la casa de una familia, y por mi personalidad esas son cosas que me parecen únicas, muy valiosas, tienen que ver con el tipo de vida que quiero vivir, y me encantó”, rememora. A sus 43 años, cuenta que muchas de las personas que le dieron una mano cuando estaba recién llegado, hoy son sus “amigos del alma”, y le fueron enseñando los modismos porteños.

"Hoy tengo todo en Argentina, mi familia, mis amigos, mi música y mis proyectos", expresa (Foto: Agustina Jaurena)
"Hoy tengo todo en Argentina, mi familia, mis amigos, mi música y mis proyectos", expresa (Foto: Agustina Jaurena)

“También tengo mis amigos en Estados Unidos, que los mantengo desde que tenía 5 años, pero mis amigos de todos los días, que hablamos realmente a diario, son todos argentinos”, comenta. Otra de las razones por las que quiso quedarse fue porque consiguió su primera colaboración musical al poco tiempo de arribar a Buenos Aires. “Conocí a la banda Los Álamos, y me uní en la mandolina y la armónica, y tenían muchas fechas por delante para tocar”, expresa. Para tener un ingreso extra empezó a dar clases de inglés y de música.

“Podía organizar mis tiempos, y con el correr de los años fui teniendo una cantidad estable de quince alumnos, porque ya hace casi veinte años que doy clases, y dejé de tomar alumnos porque con esa base me pude mantener y dejar un poco de espacio para mis actividades con la música”, detalla. “Ese estilo de vida a mí me funcionó, y sé que algunos piensan que acá hay menor poder consumo, que quizás no está tan alto como en otros lugares del mundo, pero en mi caso nunca me importó tener las zapatillas más nuevas ni el celular de ultimo modelo; acá hay cosas que en Estados Unidos directamente no existen: escuelas, universidad y salud públicas, cuando allá estudiar una carrera de grado puede salir medio millón de dólares”, comenta.

Mantuvo su perfil multifacético, y aprovechó los tiempos libres para seguir aprendiendo. “Empecé con el clarinete y el piano, compuse canciones y arranqué con algo que no sabía hacer y lo aprendí acá: a grabar y producir por mi cuenta”, explica. Gracias a las clases de inglés conoció a Clara, y surgió un amor sin fronteras. “Ella es porteña, de Villa Crespo, y yo fui su profesor, pero hoy es la madre de mis dos hijas, la mayor tiene 7 y la más chiquita 2 años y medio”, revela.

Por un momento reflexiona sobre la paternidad, y no tiene dudas de que cambió su perspectiva sobre la vida. “Me acuerdo que mi mamá se puso muy triste cuando le dije que me iba a Argentina, que no tenía pensado volver, y ahora siendo papá realmente no sé qué haría si mis hijas vuelan a otro país”, expresa. Y agrega: “Hoy veo muy difícil la idea de mudarme porque acá tengo mi familia, mis amigos, mis proyectos personales, ya no es como cuando tenía 23 y todo lo que tenía entraba en una valija”.

"Fue mágico tocar para un público tan atento y respetuoso en el CCK", asegura Jonah Schwartz (Foto: Instagram @dientedemadera)
"Fue mágico tocar para un público tan atento y respetuoso en el CCK", asegura Jonah Schwartz (Foto: Instagram @dientedemadera)

Dentro de su rutina semanal avanza con los ensayos y la producción con su banda, Diente de Madera, -Instagram: @dientedemadera- un cuarteto de folk contemporáneo, con el que lleva dos discos editados, -Sand es el más reciente-, y está en proceso de mezcla del próximo. “Tengo otra agrupación que se llama El sindicato del Drone, que hacemos música experimental, y a mí me encanta mi vida acá, con mi familia y mis pasiones, todo en uno”, expresa. Todavía hay quienes le dicen “el yanqui”, y se lo toma con naturalidad y humor. “Creo que hay una sensación con la que convivimos los inmigrantes, que es que de alguna manera te sentís en casa en dos países, pero cuando estoy allá siento que me falta algo, y cuando estoy acá también me falta algo, porque tengo familiares allá”, sostiene.

El camino que emprendió para reencontrarse con el deseo de seguir su intuición, lo llevó a cumplir muchos sueños, como estar cientos de veces arriba de un escenario. El fin de semana tocó en el Centro Cultural Kirchner, y sus próximas fechas serán de ingreso gratuito. El jueves 7 de septiembre se presenta a las 22 en Il Amichi Bar en San Miguel, y el sábado 9 a las 15 en El Clú, Club Cultural de Boedo.

Gracias a la música también recorrió otros países durante giras por Alemania, Brasil, Chile, Francia, Suiza y España. “La última vez fuimos a Italia, que nos gustó mucho, nos trataron genial desde el primer día, y para los músicos es una cuna artística; pero para mí es el segundo mejor país del mundo, después de Argentina”, indica, con un corazón que ya tiene sellado a fuego los colores celeste y blanco. Salvo por una excepción: “Me encanta la gastronomía de acá, pero lo único que no como es el dulce de leche y los alfajores, porque me resultan muy empalagoso, en todo lo demás tengo alma de cosplayer, porque me encanta usar el poncho, me pongo las alpargatas y la boina”.

María Victoria Brochero y su hija Irina Paola Osorio Brochero, quienes pasaron cuatro separadas antes de reencontrarse en Argentina
María Victoria Brochero y su hija Irina Paola Osorio Brochero, quienes pasaron cuatro separadas antes de reencontrarse en Argentina

Victoria e Irina: de Cartagena a Buenos Aires

María Victoria Brochero tiene 54 años y llegó hace más de 15 a la Argentina. Creció en Cartagena, Colombia, en una numerosa familia de nueve hermanos, y su primer trabajo fue vendiendo libros. “Después conseguí en una cadena de supermercados en la que estuve casi 18 años, primero como cajera, atención al público y después en el área de tesorería donde estuve hasta que cerraron la sucursal donde estaba y si o sí tenía que volver a empezar”, expresa. Para ese entonces ya era madre de Irina, su única hija.

“Fui madre soltera, y cuando Irina tenía 13 años surgió la posibilidad de mudarme a Panamá o Argentina, y elegí venirme para acá”, relata. Nunca se había subido a un avión, así que el debut fue rumbo a Buenos Aires. “Vine sola para ver si conseguía trabajo, y mi hija se quedó con una de mis hermanas, mi mamá y mi papá, que estaba enfermo de cáncer, así que yo quería ayudar a la familia”, cuenta. Conseguir empleo fue un gran desafío, y no aparecía ninguna oportunidad en el área en la que había trabajado toda la vida.

“La carrera en el sector de retail no me abría puertas, así que empecé a buscar por Internet y me acuerdo que lloraba porque necesitaba dónde vivir, y empecé aplicar para cuidar chicos y personas mayores, que era lo que veía que más oferta había”, recuerda. La contrató una señora francesa con dos hijos mellizos bajo la modalidad sin retiro. “Al trabajar cama adentro como niñera tuve techo y comida, y me sentía feliz porque al no pagar un alquiler podía ir ahorrando para traer a mi hija”, relata. Como uno de los requisitos era hablar francés, estudió el idioma a la par de los niños, y mientras ellos aprendían, ella también. Incluso hizo algunos viajes a Francia con su jefa y los mellizos.

“En Colombia los contratos de trabajo son con exclusividad, es decir que no puedes trabajar con otra empresa, y en el rubro en el que yo estaba, me manejaban el horario de manera rotativa, un día podía estar de 6 a 14 y otro día de 14 a 22, siempre tenía que estar disponible; y el sueldo aumentaba una vez por año, por lo que la gente en general no vive, sino que sobrevive”, asegura. A la par de su trabajo estudió para ser esteticista, y consiguió un trabajo en un spa. “Salía los viernes de la casa donde trabajaba como niñera en Palermo, y me iba a mi otro trabajo el fin de semana; fueron épocas de mucho trabajo, pero quería traer a Irina y los años pasaban”, se lamenta.

Siguió con dos trabajos a la vez para reunir el dinero necesario, y asegura que pese al cansancio, sentía que valía la pena. “Cada cosa que uno hace es tiempo invertido, y yo al poder tener dos empleos a la vez, acá me sentía millonaria en tiempo, me sentía libre, y no esclava de mis horarios como en Colombia, donde no paraba más que un domingo al mes y trabajaba en el supermercado incluso durante las fiestas, porque no es como acá, allá no se cierra ni 24 y 25 de diciembre ni el 31 ni 1° de enero”, explica.

A los dos años de estar en nuestro país hizo un viaje a Cartagena para reencontrarse con su hija, pero en esa ocasión no pudieron regresar juntas a Buenos Aires. “Recién cuatro años después de mi llegada la pude traer, cuando cumplió sus 18″, revela. Actualmente Irina tiene 28 años, y después de una década en nuestro país siente que la experiencia le brindó una gran capacidad de adaptación. “Cartagena es una ciudad pequeña, y el giro de llegar aquí a la capital fue brusco, por los medios de transporte, entre que el subte y los trenes allá no existen, se me hacía un poco difícil”, confiesa la joven, y asegura que el idioma también fue una barrera.

Irina trabajando junto a su madre, Victoria, en la marmolería que abrieron en La Plata, a una cuadra de la Ruta 2 a la altura del kilómetro 53 (Instagram: @mundodimarmi)
Irina trabajando junto a su madre, Victoria, en la marmolería que abrieron en La Plata, a una cuadra de la Ruta 2 a la altura del kilómetro 53 (Instagram: @mundodimarmi)

“No entendía las jergas argentinas, aunque hablemos castellano muchas cosas son distintas”, indica. Y agrega: “A su vez la inseguridad, el tema de estar con la puerta cerrada siempre, no fue fácil, pero después nos mudamos a La Plata y me gustó más, porque es más tranquilo y estoy más suelta, salgo, tengo mis amistades, me desenvuelvo de otra manera”.

Victoria e Irina tuvieron que reinventarse una vez más hace dos años. “Conocí a un italiano por internet, me puse en pareja y estuvimos juntos muchos años, pero antes de la pandemia nos separamos, y como durante mucho tiempo lo acompañé en su oficio de marmolería, decidí emprender con mi hija en el mismo rubro”, revela. Con tres hernias de disco que le pasan factura por los esfuerzos que hizo, sabía que no podría volver a dedicarse al cuidado de personas, y se interiorizó en los materiales, los diseños de mármol y las tendencias del mundo de la arquitectura, se propuso recomenzar.

“Ahora somos cuatro personas en el emprendimiento -en Instagram: @mundodimarmi-, mi hermano, que se vino para acá y al tiempo pudo traer también a su señora y sus hijas; un muchacho venezolano y yo”, detalla. El equipo se ocupa de toda la cadena de producción, desde que llegan los pedidos hasta que entregan e instalan el resultado final en la casa de cada cliente. “Me sigo sintiendo agradecida porque manejo mis tiempos, a mí me gusta atender a la gente aplicando la empatía, tratando a los demás como me gusta que me traten, y me siento libre en Argentina, no cambiaría nada de lo que pasé; solamente que el precio que tuve que pagar para tener todo lo que tengo es no haber visto crecer a mi hija durante años, y ahora es emocionante verla trabajar en el taller”, concluye.

Jorge De Césaro: de Porto Alegre a Buenos Aires

Vine por primera vez en 1988, por curiosidad, porque tenía gente conocida en Argentina y como trabajaba en un hotel coordinando la parte de actividades recreativas, pensé en conocer Buenos Aires”, cuenta Jorge De Césaro, nacido en Porto Alegre. “Me recibí de Licenciado en Educación Física en 1985, que en Brasil es una carrera universitaria, y después fui haciendo varios cursos; a los 19 años tenía mi gimnasio, antes de terminar la facultad”, rememora. Hoy tiene 58 años y hace 40 que da clases.

Después de aquella primera experiencia como turista a fines de los ‘80, volvió a la capital porteña en 1991, y esa vez fue la definitiva. Se casó en el 2000 con una argentina, y tuvo dos hijos, Pablo y Bruno. En el área laboral siempre se mantuvo activo, tanto a través de los clasificados del diario, a los que siempre estaba atento, como mediante recomendaciones de conocidos que le iban avisando cuando había algún puesto en distintos gimnasios. “La vida me fue mostrando diferentes roles para aprender cómo desenvolverme: durante tres años me contrataron a mí, y más adelante era yo quien contrataba a otros profesionales para empezar mi propio estudio”, reflexiona.

Jorge De Césaro en el estudio Pilates Energía Vital, que abrió en 2006 en el barrio de Belgrano
Jorge De Césaro en el estudio Pilates Energía Vital, que abrió en 2006 en el barrio de Belgrano

Su formación incluyó tres años y medio de la carrera de Medicina, una serie de capacitaciones para complementar sus conocimientos, y en 2005 estudió pilates. Cada nuevo saber luego resultó vital para emprender por su cuenta. Su vocación fue uno de los grandes motores, y cuando analiza en perspectiva los motivos por los que se sintió fuertemente atraído a la cultura argentina, lo divide en tres pilares: arte, comida y música. “Escuchar desde Charly García a Los Redondos, leer las letras y tratar de entenderla, querer aprender el lunfardo para saber qué querían decir, fue una conexión importante, y al mismo tiempo la oferta y el hábito culinario que hay acá es hermoso”, destaca.

“Me interpeló mucho el trabajo de la artista argentina Raquel Forner y conocer un poco de la historia. La fotografía de Horacio Coppola también despertó en mí una pasión para aprender”, indica. Además, en su familia no es el único que eligió migrar. “Somos tres hermanos, yo soy el mayor y el primero que se fue de la casa, pero también tengo un hermano que está viviendo en Birmingham, Inglaterra, hace 15 años; y a mi hermana que vive en Israel”, revela. Y agrega: “Mis papás cuando se casaron tuvieron que cambiar los dos de ciudad para volver a empezar, así que todos hemos viajado en búsqueda de oportunidades”. Las videollamadas familiares son desde los cuatro países, su madre, que este año cumplirá 80, desde Brasil, y cada uno de sus hijos desde sus respectivos hogares.

Hubo dos momentos, uno en 2002 y otro en 2005, donde estuvo a punto de irse del país. “En el corralito perdí la plata de lo que valía un departamento, y me preguntaba cómo iba a hacer para sobreponerme”, confiesa. Jorge tiene una filosofía de vida que explica con una metáfora clásica y un final inesperado. “Dicen que uno puede ver el vaso medio lleno o medio vacío, pero a mi me parece una frase medio contemplativa, porque uno observa, pero no participa; el siguiente paso es decir: ‘El vaso está por llenarse o por vaciarse’, entonces ya estás implicado en la historia, ya sos parte de la acción, para llenarlo o vaciarlo, pero después escuché una vez algo que me gustó más: que el vaso está siempre lleno, de aire, de vino, de agua, de lo que quieras, y según como lo mires”, remata.

El espíritu solidario es otra de las características que resalta de los argentinos. “Tengo un gran amigo, Daniel, y dos hermanas, Marta y Susana, que cada vez que hago un brindis en el estudio de pilates que abrí en 2006, los nombro, porque un año antes de eso mi situación era o volver a Brasil o alquilar una pensión, y me ofrecieron una garantía para alquilar, lo que fue una oportunidad única para seguir adelante”, expresa con gratitud. Hacía un tiempo se había separado de la madre de sus dos hijos, y fue momento de recomenzar otra vez.

Jorge con su pareja, Marcela: "Ella es argentina, y la conocí en una exposición de fotos que hice", cuenta
Jorge con su pareja, Marcela: "Ella es argentina, y la conocí en una exposición de fotos que hice", cuenta

“Estoy en un punto donde ya pasé más de la mitad de mi vida acá, es decir que estuve más en Argentina que en Brasil, y tengo mucho más experiencias positivas que negativas, y sería más fácil si no hubiera tenido tantos desafíos, pero me hizo más agradecido y me dio callosidades necesarias”, indica. En 2009 llegó una nueva oportunidad en el amor cuando presentó una exposición de fotografía y una de las que asistió fue Marcela, su pareja desde ese día. “Ella es argentina y conocerla cambió la historia de mi vida, me dejó su mail anotado, empezamos a escribirnos y fue importante coincidir en la visión de la vida”, asegura.

Juntos enfrentaron una inundación de un metro y treinta centímetros en 2013, en la casa de Saavedra donde estaban conviviendo. “Gracias a la ayuda de mucha gente pudimos salir adelante, y estuvimos viviendo dos meses en el estudio hasta poder encauzarnos de nuevo”, revela. Ambos usan alianza, y se han comprometido muchas veces en distintos lugares. “En Brasil y acá también, intercambiamos anillos y ponemos en palabras lo que sentimos en esta historia de a dos que construimos, y el pendiente sería hacer los papeles legales, porque es muy lindo ver todo lo que pasó desde que nos conocimos; ella se recibió de Licenciada en Artes Visuales y ahora está estudiando una maestría de Arte Latinoamericano”, expresa a puro romance.

A modo de balance, siente que llegó el tiempo de la cosecha, y que buscó durante mucho tiempo estar donde está hoy. “Fueron muchos años de trabajar de domingo a domingo, de no tener fin de semana, y hoy tengo el regalo de la vida de tener alumnos que se mantienen hace 17 años, otros hace una década, y vi muchas etapas de sus vidas, así como ellos las mías”, sostiene. Y enfatiza: “Que una señora me diga: ‘Me pude dar vuelta en la cama y no me duele más desde que vengo’, para mí es una alegría inmensa, porque gracias a eso recupera momentos de su vida y cambia el sentimiento de que está todo perdido”.

Jorge De Césaro, oriundo de Porto Alegre, junto a sus hijos, Pablo y Bruno, fruto de su matrimonio con una argentina
Jorge De Césaro, oriundo de Porto Alegre, junto a sus hijos, Pablo y Bruno, fruto de su matrimonio con una argentina

En su estudio, Pilates Energía Vital, ubicado en el barrio porteño de Belgrano, conviven todas las edades, y suele escucharse mucha música brasilera de fondo mientras se realizan los ejercicios. “Cuando dejo de poner canciones de Brasil me preguntan si estoy bien”, dice con humor. Se propuso realizar un trabajo personalizado con cada alumno, según su caso, el tipo de dolencia o motivo por el que realiza la actividad, sus antecedentes, y combinar disciplinas para mejorar la calidad de vida. Ese sello personal, y su don de gente, lo llevaron a construir su trayectoria.

“Cuando voy a Porto Alegre me pasa que extraño situaciones porteñas, porque Buenos Aires funciona 36 horas por día y allá no es así, pero también están las añoranzas cuando estoy acá, como el bar con música en Brasil, que es un ritual que extraño”, cuenta, en una visión similar al resto de los testimonios sobre la dualidad que surge en las identidades culturales en medio de las migraciones. “Ver a mis hijos saludables, que los dos son argentinos, que van armando sus historias, y todo lo que pude lograr acá, me pone contento”, concluye.

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