En la comuna de Falda del Carmen,Córdoba, se encuentra el Almacén Quito, famoso por sus sándwiches ruteros. Un matrimonio y sus tres hijos llevan adelante el local desde hace 50 años, cuando en el lugar todavía no había otros vecinos ni negocios. Hoy siguen al frente del emprendimiento, y abren de lunes a lunes. Ofrecen 16 variedades que preparan en el momento, y el más elegido es el de jamón crudo y queso, con pan casero y manteca. Turistas, ciclistas y grupos de motociclistas, forman fila para probar la especialidad. A principios de junio los visitó Lionel Scaloni, que hizo una parada después de andar en bicicleta por las sierras, y charló durante un largo rato con el dueño, don Quito, quien lo miraba admirado, sin poder creer que el DT de la Selección Argentina campeona del mundo, estaba comiendo en una de sus mesas.
El local se ubica sobre la ruta E-96, camino al Observatorio Bosque Alegre, a 40 kilómetros de la Ciudad de Córdoba, 28 de Carlos Paz y 8 de Alta Gracia. Los paisajes serranos acompañan el trayecto, y en los últimos diez años hubo un gran desarrollo inmobiliario, motivado por su posición estratégica. La cercanía a la capital cordobesa, las opciones recreativas, la gastronomía y la tranquilidad que se respira, convierte la zona en un destino predilecto para escapadas, tanto para los residentes de localidades aledañas como para viajeros que están de paso.
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Marcos Arias tiene 37 años y es el hijo menor de Juan Manuel Arias, conocido por todos como Quito. “Le hemos preguntado a mis abuelos y ni ellos supieron explicar cómo surgió el apodo, porque no tenemos ningún vínculo con Ecuador, pero desde chico le decían así a mi papá, y le quedó para siempre”, cuenta con humor en diálogo con Infobae. La alegría caracteriza a toda la familia, además del carisma y la bondad que transmiten. Pasar la puerta es sinónimo de sentirse bienvenido, y aunque recientemente rompieron un nuevo récord con 718 sándwiches vendidos en un solo día, todo el que pasa por ahí recibe una creación única e irrepetible, hecha especialmente a su gusto.
“Es bien cargadito y contundente, con materia prima de primerísima calidad, y pueden comer dos tranquilamente, porque cuando lo compra una sola persona casi nunca lo termina”, asegura Marcos. Todo ocurre a la vista de los clientes: cortan el pan al medio, llevan la pieza del fiambre elegido a la máquina, cortan un mínimo de 15 fetas, le suman el queso, y se puede elegir con mayonesa o manteca a punto pomada. “El pan francés se lo compramos a la misma panadería hace más de 30 años, que es la mejor de Alta Gracia, y lo hacen especialmente para nosotros, bien suave y blandito, y podemos sacarle o no la corteza, puede ser con o sin miga, todo es a preferencia del consumidor”, detalla.
Cada sándwich pesa medio kilo en total, y por el tamaño lo sirven cortado en dos o hasta en cuatro pedazos, para que los comensales puedan compartir. La lista de posibles elecciones incluye jamón crudo -tanto de producción nacional como ibérico español de bellota-, bondiola, panceta, panceta ahumada, salame picado grueso, jamón cocido natural, lomo a las hierbas, arrollado de pollo, paleta, mortadela, entre otros. “Seguimos al pie de la letra las indicaciones de papá, que es el que tiene el punto justo para cada cosa, hasta el lado del que va el queso, qué tan finas tienen que ser las láminas de jamón, y una de las reglas es que todo tiene que ser fresco, porque es el sello que cuidamos para ofrecer lo mejor”, sostiene.
Un matrimonio pionero
En los años ‘70, Don Quito y su esposa, María Esther Sánchez, le vieron potencial al edificio que había sido almacén de ramos generales, pulpería, bodegón, y hasta corral de animales. Juntos lo transformaron en el primer y único comercio de la zona. “Había tres o cuatro casas, y nada más, empezaron un negocio no desde abajo, sino desde el subsuelo, como solemos decir nosotros, y forjaron una vida de mucha lucha y esfuerzo”, expresa Marcos con emoción. Alquilaron durante 20 años, y hace 30 que pudieron comprar la propiedad, atendiendo de manera ininterrumpida a todos los que llegaron de paso, ya sea por por una picada de salame, queso y mortadela con una copa de vino servida desde el porta damajuana -que todavía conservan-, para jugar al metegol, o para comprar algún insumo básico de la despensa que fueron surtiendo cada vez más.
“Al principio era una picada lo que ofrecían, y llegaban en sulky, a caballo y hasta en burro para comer acá, pero cuando llegó el asfalto cambió todo y ahí mi papá pensó en un sándwich, que era más rápido y más cómodo incluso para llevar para el camino”, revela sobre el origen del emblema del lugar. Hubo tiempos en que Juan Manuel trabajó como empleado en una fábrica automotriz a la par del negocio, porque el sueldo no le alcanzaba, y María se quedaba en el local, atendiendo con luz a farol y sacando el agua del pozo, haciendo todo lo necesario para mantener a flote el emprendimiento que aún no les brindaba suficientes ingresos. Fueron padres de Marcos, Rubén, y Silvana, quienes continuaron con el legado y trabajan en el almacén.
Hoy llevan 52 años de casados, y se siguen acompañando igual que el primer día en que se eligieron. “Ellos nos han inculcado siempre valores como el amor, respeto y dedicación, por encima de todo, nos dieron el ejemplo con la fuerza de su voluntad y sus ganas de progresar, cuidando el centavo todas sus vidas, y para nosotros es un orgullo tratar de devolverles al menos un poco de lo mucho que nos han dado”, recalca el joven que también es abogado de profesión. Él y sus hermanos se dividen las responsabilidades para poder atender de lunes a lunes con horario de corrido: lunes a miércoles de 11 a 22, y de jueves a domingos y feriados, de 10 a 22. “No cerramos nunca, solo en Navidad y en Año Nuevo”, indica.
“Así nos enseñaron nuestros padres, a trabajar arduo, dignamente, sin molestar a nadie. Ellos son dioses para nosotros, los amamos a los dos”, agrega Marcos a corazón abierto, y cuenta que don Quito estuvo muy delicado de salud en 2017, por lo que los médicos le encomendaron que bajara su ritmo laboral. “Hoy tiene 80 años, y mi madre 76, pero vienen muy seguido para ver cómo vamos con todo, nos siguen enseñando, y somos toda una familia que participa; incluso mi mamá le prepara la comida a todo el equipo, a todos los que formamos parte”, comenta.
Con simpatía asegura que el dicho de “negocios y familia no se mezclan”, en su caso no aplica en lo absoluto, porque están convencidos que de otra manera no hubiera sido posible mantener el esfuerzo durante medio siglo, de generación en generación. La capacidad de darle valor a su historia la expresan en el museo que tienen dentro del almacén, con objetos antiguos que fueron coleccionando: desde tocadiscos, pavas, lámparas, balanzas, paneras, carameleras, relojes, retratos, y hasta una botella de 115 años.
El edificio conserva la estructura original y se cree que tiene unos 130 años de antigüedad. “Fue hecho por una familia descendiente de franceses en 1900 y ellos mismos trajeron un mostrador de estaño de Buenos Aires, que es más antiguo todavía, porque tiene 150 años, y ahí se servían las copas y se deslizaban los vasos”, asegura. Don Quito tiene alma de coleccionista, así que va sumando cada vez más piezas al espacio que tiene destinado para lucirlas, y en el lugar también colgaron recientemente un reconocimiento que le otorgaron por su impecable trayectoria en el rubro comercial. “Desde la comuna le dieron una placa por sus 60 años de trabajo ininterrumpidos”, revela Marcos, feliz porque su padre está recibiendo los frutos de su tenacidad.
Sándwiches para campeones
El viernes 2 de junio de 2023 quedará como una fecha inolvidable para la familia Arias. Fue el día en que llegó Lionel Scaloni al almacén. “Papá es re futbolero, y por suerte estaba cuando vino, que nos sorprendió un montón, no teníamos ni idea, y no podíamos creer que el director técnico de la Selección había venido a probar uno de nuestros sándwiches”, relata. Afortunadamente Don Quito estaba sentado en una de las mesas de afuera tomando mate.
“Hace mucho no lo veía a mi padre con los ojos vidriosos. Hasta hoy se emociona cada vez que mira las fotos”, expresa. El DT llegó acompañado de otros ciclistas, y charlaron largo y tendido con el dueño del lugar. “Es una estrella internacional, ganó un mundial, pero es impresionante lo que es como persona, súper amable, muy atento, educado, y se sacó fotos con todo el mundo; eso nos hizo admirarlo más todavía, verlo interactuar de una forma tan humilde y sencilla”, confiesa.
Mientras Scaloni se sentaba en una de las mesas, le prepararon el clásico de la casa, de jamón crudo y queso con manteca, y otro de jamón cocido natural. “Estuvo como una hora y media, porque entre que comieron y charló con cada uno que le pidió foto, pasó el tiempo. Fue un momento que no nos vamos a olvidar nunca”, destaca. Como fue totalmente inesperado, no tenían a mano una casaca albiceleste en el local, pero para no dejar pasar la oportunidad única, Marcos fue a buscar una remera rápidamente de las que tenía en el depósito, de color turquesa, y le pidió el autógrafo.
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“La firmó y ya la tenemos encuadrada y expuesta en el almacén, próximamente también vamos a colgar la foto donde está con mi papá, porque cómo no vamos a resaltar el paso de alguien que nos dio tanta alegría a todos los argentinos”, expresa. Recién al día siguiente, cuando lograron bajar un poco la emoción, lo compartieron en sus redes sociales, en Instagram @almacendecampoquito, y en Facebook Almacén de Campo “Quito”.
Lo cierto es que desde hace tiempo, cuando menos se lo esperan, llega alguna personalidad famosa: del rubro gastronómico ya los visitaron Osvaldo Gross, Dolly Irigoyen y Germán Martitegui. “En la temporada teatral de verano de Carlos Paz también vienen actores. Nos parece un halago y una caricia que nos elijan, porque gracias al boca en boca, afortunadamente siempre hay gente”, celebra.
Con un eco infinito de recomendaciones, se fueron convirtiendo en un atractivo turístico que se traduce en las filas que se forman, sobre todo los fines de semana. Para abastecer la demanda necesitan entre 300 y 400 kilos de pan por semana, y según el momento de la temporada, venden de 150 a 700 sándwiches por día. El feriado del 17 de agosto rompieron el récord de 690 que venían manteniendo, y alcanzaron los 718. También ofrecen opciones dulces para acompañar los mates a la merienda, como alfajores de maicena, galletas, café al paso y dulces artesanales.
En cuanto a los precios de lo que algunos definen como “la felicidad entre dos panes”, varía según el fiambre. “El de mortadela está 2.300 pesos, el de jamón cocido natural 2.500, los vegetarianos también -llevan queso con ají en conserva o con berenjenas en escabeche- y los de jamón crudo nacional 3.000, y el de jamón ibérico de Cataluña, al ser importado es difícil de conseguir, y es el más caro, el sándwich cuesta 6000”, enumera Marcos. Explica que mantuvieron los mismos precios por seis meses para no afectar a su clientela con los aumentos, pero tras la abrupta suba del dólar, tuvieron que hacer algunos ajustes con los productos internacionales.
“Tratamos de absorber lo más que podemos los aumentos, sin tocar el listado, pero este mes se complicó mucho, y hemos optado incluso por no ofrecer ciertos productos si vemos que están inalcanzables o si no conseguimos con nuestros proveedores la calidad que buscamos; queremos cuidar también a los vecinos que nos compran, y no solo sándwiches, sino el paquete de yerba para su día a día, los criollos para el desayuno, y nos basamos en eso para tomar decisiones”, indica Marcos.
Gracias al acompañamiento del público continúan creciendo, y hace unos meses cuando organizaron un evento en el almacén, que llamaron Sunset Quito, invitaron a clientes habitué. Tuvieron una gran concurrencia que los motiva a soñar con crear un festival propio que con el tiempo se convierta en una tradición. “Estamos en ese proceso, después de 50 años seguimos con proyectos, y aunque la casa es humilde, el corazón es grande y la familia sigue firme”, resumen a pura alegría.
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