Repara torres y antenas a más de 70 metros de altura entre vientos, tormentas y el riesgo mortal de una caída

“Soy un bicho de altura desde muy chico”, confiesa Matías Guerra, torrista y antenista desde hace casi tres décadas. En sus inicios tuvo un único accidente, pero nunca quiso abandonar su vocación ni sus pasiones entre las nubes. En diálogo con Infobae, cuenta cómo es su trabajo, si es rentable, los protocolos de seguridad y los factores que son determinantes

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Matías es técnico en telecomunicaciones, y se desempeña como torrista y antenista

Matías Guerra tiene 43 años, vive en Moreno, Provincia de Buenos Aires, y se dedica a la instalación de torres y mástiles para telecomunicaciones. Desde que era muy chico soñaba con recorrer el mundo “desde arriba”, y le llamaba mucho la atención la electrónica. Sus pasiones se combinaron cuando supo que podía realizar reparaciones en lo alto, y desde los 15 años empezó a prepararse como ayudante de torristas y antenistas. Según la complejidad de la tarea, puede estar hasta siete horas colgado a 50 o 70 metros de altura, y el clima ocupa un rol fundamental en cada misión. Desde que comparte sus jornadas de trabajo en TikTok, arrasa con sus videos, y también muestra sus vuelos como piloto de parapente. “Siempre fui bastante intrépido”, confiesa en diálogo con Infobae, y recuerda el único accidente que tuvo en casi tres décadas de ejercicio de su profesión.

“No apto para cardíacos ni personas con acrofobia”, anticipa en cada uno de los clips que publica en sus redes sociales, que en varios casos superan las 400.000 reproducciones. No hay duda de que la actividad implica no tener nada de vértigo, y a pesar de ser un trabajo de riesgo, Matías se refugia en los conocimientos que le dio la experiencia. “Me encanta lo que hago, amo estar arriba, observar todo, escuchar los sonidos y sentir la brisa”, expresa. Carismático, desenvuelto y amable para despejar todas las dudas, se remonta a su infancia para explicar cómo empezó todo.

“Mi papá trabajaba en la fuerza policial y a mí me gustaban mucho las radios. Mi abuelo se dedicaba a mantenimiento de radio y TV, así que tenía un taller donde reparaba televisores y aparatos, y yo me pasaba horas y horas ahí, aprendiendo”, cuenta. Esos intereses convivían con su necesidad de llegar lo más alto que pudiera, ya sea trepando un árbol, o subiendo hasta una azotea para apreciar un paisaje. “En los 90′ yo soñaba con recorrer toda la cuadra de mi casa por los techos”, dice entre risas.

Montaje y desmontaje de torres es una de las tantas tareas que realiza en su trabajo (Fotos: Instagram @matiasguerraph)
Montaje y desmontaje de torres es una de las tantas tareas que realiza en su trabajo (Fotos: Instagram @matiasguerraph)

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Estudió en una escuela técnica con orientación en electrónica y surgió una pasantía en un negocio de comunicaciones. Corría 1994 cuando empezó con trabajo de campo en el montaje de torres, y ya había hecho en su casa una torre de 12 metros, con un transmisor de 50 vatios, una FM con mezcladora. “Pasaba música, otra de mis pasiones, así que durante los veranos me iba a la costa a trabajar como DJ durante la temporada, y después volvía a mi trabajo de torrista y antenista”, relata.

Entre las nubes

Durante un buen tiempo se dedicó a armar radioenlaces, en pleno auge de radioaficionados y FMs, y a partir de los 2000 comenzó la alta demanda de Internet. “Empezaron los primeros Wi-Fi de la Argentina, y las empresas solicitaban altas frecuencias, y también trabajé mucho con torres de telefonía celular”, indica. Se asume como un “bicho de las alturas”, y en búsqueda de estar cerca de las nubes incursionó en vuelos en parapente a partir de 2008. “La transición no me costó mucho, primero con recorridos biplanos, después ya iba solo a hacer trayectos más largos, y terminamos poniendo una escuela con un amigo, que ya no está activa, pero funcionó muchos años y yo sigo en la actividad”, cuenta.

En uno de sus vuelos en parapente, una pasión que ahora comparte con su esposa, Sol
En uno de sus vuelos en parapente, una pasión que ahora comparte con su esposa, Sol

Cuando tenía los pies en la tierra hacía jornadas de fotografía de alta exposición, un hobbie que supo complementar con sus otras facetas, y lo ayuda a registrar los instantes con lentes de gran calidad. A nivel deportivo hacía recorridos en bicicleta bajo la disciplina BMX (Bicycle Motocross), y luego siguió con motociclismo. “He hecho muchas cosas, me voy turnando las pasiones, pero la altura se mantiene siempre”, asegura. Aquella combinación y búsqueda constante no fue fácil de compaginar con el amor, hasta que conoció a su esposa y todo fluyó.

Nuestra primera cita fue en una pista de despegue de parapente, después de chatear por ocho años, quedamos en conocernos en persona y le propuse que fuese ahí”, revela. Ella, médica de profesión, le confesó que le aterraban las alturas, y que mientras ella no tuviera que subirse a ningún lado, no tenía inconveniente en que esa fuese la locación. “Nos pusimos de novios, nos casamos y nunca quiso saber nada con volar, hasta hace muy poco que se animó a hacer un vuelo biplaza con instructor y le encantó; resulta que ahora va a estudiar el curso entero”, remata risueño.

“Siempre le digo que es mi sol, porque se llama así, y arriba siempre me acompaña el sol, porque es todo a la intemperie”, expresa romántico. Alguna vez le dijo a su esposa: “Voy a gritar que te amo a los cuatro vientos”, y no quedó en una simple frase, sino que pudo hacerlo a más de 70 metros de altura. “Se podría decir que es un trabajo donde está garantizado que se llega bien alto”, bromea.

"Como siempre, en lo alto, bien alto como me gusta a mí", suele decir en sus videos mientras repara antenas, redes inalámbricas, y radios FM
"Como siempre, en lo alto, bien alto como me gusta a mí", suele decir en sus videos mientras repara antenas, redes inalámbricas, y radios FM

El clima, aliado o enemigo

Conoció y subió a muchas torres a lo largo de sus 28 años de trayectoria. “En Buenos Aires la del Parque de la Ciudad es una de mis preferidas, porque tiene más de 200 metros de altura, y la que le seguía era la torre de Galería Jardín, que tenía 60 metros, pero se desmontó y se le sacaron todos los enlaces, así que ya no hay otro punto tan alto, sí hay otras torres altas, pero no de ese tipo”, detalla. Durante una década fue el único torrista de una empresa de telecomunicaciones, y hace dos años renunció para trabajar de manera independiente.

“Manejo mis tiempos, elijo los días para hacer las tareas, miro mucho el pronóstico para agendar trabajos, y me siento más tranquilo de esa manera”, asegura. La dirección del viento es uno de los factores que más le afecta a la hora de hacer reparaciones, por las oscilaciones de las torres, y la posibilidad de que se enrede alguna soga. Las estaciones también marcan la diferencia, sobre todo en invierno. “En verano cuando hay 38 grados a la sombra, al subir hay 28, porque está más fresco, y recién cuando estás a 12 metros del suelo empezás a sentir la temperatura; cuando hace frío es otra cosa, te congelás si tenés que trabajar por varias horas arriba”, explica.

Las reparaciones de FM por daños de tormenta son uno de los servicios que más le solicitan

En días invernales se pone doble calza, dos camisetas térmicas y un gorro para protegerse, además del casco. “La subida es a fuerza de manos y piernas, así que voy entrando en calor en el trayecto, y si es solo subir a bajar algo que hay que reparar, no siento el frío, pero si me tengo que quedar en la punta porque hay que monitorear algo, es tremendo”, ejemplifica. El clima resulta decisivo en muchos momentos, para considerar cuándo es mejor emprender retirada. “Me ha pasado de estar arriba y ver tormentas a 20, 30, o 40 kilómetros, que ya está cayendo el agua en otro lado, y se labura mientras esté lejos, pero si se da vuelta el viento, puede entrar un frente de tormenta por otro lado y ahí hay que bajar enseguida, porque no es que en un minuto ya estoy en el piso, me lleva un tiempo”, recalca.

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Hace cinco años estaba a 80 metros de altura en las cercanías al Dique Luján y empezaron a caer rayos. “Me la vi fea, opté por bajar y cuando toqué el piso la tormenta seguía, por eso ahora que trabajo por mi cuenta cuando está complicado yo prefiero hacer reparaciones desde mi casa, ir a una fábrica a retirar materiales, avanzar de otra manera”, asegura. La lluvia afecta cada movimiento que debe hacer, porque cada elemento que toque en las torres y antenas debe estar previamente aislado, con un procedimiento artesanal. “A cada conector le pongo una cinta da vuelta con el pegamento hacia afuera, después cinta vulcanizadora, y otra capa de cinta, uno por uno en todo lo que toque”, indica.

Algunos años atrás, durante una emergencia meteorológica lo convocaron para que fuese a reestablecer un servicio de internet. Hacía más de dos semanas 5000 usuarios estaban sin conexión. “Llovió 15 días seguidos, había sudestada y no se recomienda trabajar en esas condiciones jamás, pero dada la circunstancia excepcional, una única vez en mi vida me puse el traje de lluvia de la moto para hacerlo lo más seguido posible, subí, levanté el enlace, bajé y me volví a mi casa”, confiesa.

Una foto que capturó durante un trabajo de gran escala: cuenta que los últimos tramos de un montaje son los más difíciles
Una foto que capturó durante un trabajo de gran escala: cuenta que los últimos tramos de un montaje son los más difíciles

Cuidados y seguridad

Cuando estaba dando sus primeros pasos como ayudante, a sus 15 años, tuvo un accidente. “Estaba en la Ruta 8 en General San Martín, habían dejado un caño flojo en una torre arriba, yo iba subiendo y estaba por el cuarto tramo; la torre tenía 30 metros y de pronto cayó un caño y me cortó la oreja”, rememora. Estaba acompañado de su equipo de trabajo, lo asistieron rápidamente y el hospital le dieron tres puntos. Si hubiese sido unos pocos centímetros a la izquierda, podía haber sido una herida de mayor gravedad, afectarle la visión y condicionar de por vida su profesión, pero afortunadamente fue la única vez que se lesionó.

Aunque son muchos los elementos a considerar para protegerse de riesgos de caídas, el primer paso es la inspección visual. “Evaluar la verticalidad desde antes de subir, la torre nunca tiene que estar torcida, chequear si tiene algún anclaje flojo, que no estén cedidos por la tierra, y hace cuánto se le hizo mantenimiento”, indica. Lo ideal sería que cada año se realice una inspección, pero se ha llevado varias sorpresas. “Si están en buen estado son súper seguras, pero el problema es cuando no se controla después de una tormenta por ejemplo, sobre todo las de diciembre, que si en una casa tiembla hasta el techo, allá arriba tiene la potencia y la fuerza de una sudestada a 80 kilómetros por hora”, sostiene.

Varias veces sus fotos y videos se viralizaron, y planea seguir compartiendo su día a día en las redes sociales
Varias veces sus fotos y videos se viralizaron, y planea seguir compartiendo su día a día en las redes sociales

Hace poco detectó en una torre de más de 70 metros un anclaje cedido, y ante posible peligro, lo comunica a las empresas para que tomen cartas en el asunto. “Significa que si se cae puede romper 70 metros de casas, o puede caer adentro de una casa, que lamentablemente ha pasado”, expresa con preocupación. Y también ha notado el cambio en la calidad de los materiales que se utilizan. “Hoy se hacen torres finas, lo más finitas que se pueda, no siempre se pone línea de vida, algunos obvian el pararrayos, que es algo que siempre recomiendo porque es fundamental”, sentencia.

Para mayor seguridad, utiliza lo que suelen llamar “cuelgamonos”, un gancho en la espalda y dos más en la mano para ir siempre enganchado a medida que va subiendo. “El tema es más complejo cuando se está armando la torre, y en los últimos tres últimos tramos no hay de donde agarrarse, y ahí usamos un salvacaídas, que hay de varios tipos y metrajes”, explica. Y agrega: “El más común es un arnés con una tira de 5 metros comprimida en un paquete, que al tirar muy fuerte se abre y va aflojando la tensión hasta frenar la caída, y hay otro que es como un mosquetón de hierro que tiene un sistema de mordaza, como dientes de tiburón, que permite subir libremente, pero bloquea la bajada, y va a agarrado de la línea de vida, que es una rienda de acero de 12 milímetros que va paralela de punta a punta”.

Para poder trabajar de manera independiente, tiene un seguro de riesgo que abona todos los meses. “Afortunadamente nunca lo tuve que usar”, comenta. Otra cuestión a considerar es el peso que lleva consigo en cada ascenso. “Subo con un bolso de herramientas de seis kilos, llevo de todo, llaves francesas, pico de loro, todo un juego de llaves fijas para desarmar los conectores, limpia contactos, cinta común, vulcanizadora, y una vez que hago el trabajo a veces bajo con más peso porque tengo que traer piezas para reparación”, describe. Tres antenas dipolos, por ejemplo, pesan nueve kilos, por lo que tranquilamente puede realizar el descenso con 15 kilos de materiales.

"No hay nada mejor que tener un trabajo que uno ame hacer", sostiene Matías Guerra (Fotos: Instagram @matiasguerraph)
"No hay nada mejor que tener un trabajo que uno ame hacer", sostiene Matías Guerra (Fotos: Instagram @matiasguerraph)

Desde que dejó de ser empleado en relación de dependencia, tuvo que recomenzar con su base de clientes, de recomendación en recomendación, y aprendió mucho sobre la marcha como emprendedor. “Este es un trabajo bien pago, hoy yo en dos o tres laburos independientes gano lo mismo que trabajando todo un mes en una empresa, que ahora ronda los 350.000 pesos”, indica. Y aclara: “Los insumos son carísimos, y cuando me lancé solo me pasó que hice un presupuesto en pesos y cuando fui a hacer el trabajo a los dos meses, perdí un montón de plata”.

“Tuve que poner los precios de mis servicios en dólares, así cuando llega el momento de hacer el trabajo hago la conversión y el importe no se devalúa”, revela. Para poner en contexto la decisión brinda dos ejemplos concretos de cambios de precios que tuvieron lugar del 2022 al 2023. “Un rotomartillo de buena marca, y no el más grande, que lo usamos mucho para el montaje, vale 300.000 pesos, y hace exactamente un año estaba 38.000; y hoy para poner una FM de barrio que cubra 10 kilómetros a la redonda, con un mástil de 30 metros, un transmisor de 500 watts con un generador, y una consolita, se necesitan 10 millones de pesos, son costos muy elevados”, argumenta.

A dos años de dejar su puesto en la empresa, está contento con el cambio de vida, y proyecta seguir su carrera de forma independiente. “Hay que ser creativo, y como en todo, la vocación es importante, hacer el trabajo con amor, con pasión, para que salga bien”, manifiesta. En paralelo seguirá compartiendo videos en sus redes sociales -@matiasguerraph tanto en TikTok como en Instagram-, y en su tiempo libre continuará en las alturas en sus vuelos en parapente.

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