Hoy, hace 27 años y un día, falleció el teniente general Alejandro Agustín Lanusse. Integró una familia que llevaba varias generaciones en la Argentina y estaba muy ligada a la industria agrícola y ganadera. Ingresó al Colegio Militar de la Nación el 6 de marzo de 1935, egresando a la edad de 19 años como subteniente del Arma de Caballería el 30 de julio de 1938. Siendo un joven oficial participó en la asonada militar contra el gobierno de Juan Domingo Perón en septiembre de 1951. Perón diría “una chirinada”. Ello le valió permanecer preso en una cárcel en el helado sur argentino, hasta septiembre de 1955, cuando la “Revolución Libertadora” derrocó a Perón. Estuvo detenido en la Penitenciaría de la avenida Las Heras, en la cárcel de Rawson y posteriormente en la cárcel de Río Gallegos, época en la que según Lanusse era controlado, hasta en su correspondencia, por el jefe de la guarnición, el “justicialista” coronel Carlos Rojas, hermano del almirante Isaac Francisco Rojas. Los relatos sobre sus días de prisión algún día merecerán contarse, en especial por los sacrificios de Ileana Bell, su esposa e hijos, para comunicarse con el “recluso”.
Fue jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo en 1955, durante la corta presidencia de Eduardo Lonardi. Luego fue designado Agregado Militar en México. A su vuelta fue ascendiendo en la jerarquía militar - sumergido en los enfrentamientos castrenses de la época y vio cómo gobiernos civiles (Frondizi, Guido e Illia) se derrumbaban en medio de planteos y exigencias de las Fuerzas Armadas. El 31 de diciembre de 1962 asciende a general de brigada. No “gambeteó” ninguna de las crisis que asolaron la Argentina de esos años. No era hombre para pasar desapercibido, hacerse el distraído, ni de esconder sus opiniones, sea a quien sea. Equivocadas o ciertas. Me solía decir que “en los momentos clave hay que tener actitudes”. Y vaya si las tuvo. Por ejemplo, en agosto de 1976, en plena gestión de Jorge Rafael Videla fue sancionado por publicar una severa carta al general Acdel Vilas, quien acusaba a Gustavo Malek (ex Ministro de Educación de Lanusse) de tener afinidades con la subversión.
Te puede interesar: Historia secreta de los días previos a la llegada de Perón: el triunfo de Cámpora y un clima de violencia subversiva
“Cano”, como le decían sus íntimos, por cuna un conservador con afinados contactos familiares, su madre era una Gelly Cantilo, con el Partido Radical. Con el tiempo, ya como Presidente de la Nación, se dio el lujo – si así se lo puede calificar – de una excentricidad de la época, decir, durante una visita a Lima, que su gobierno era de “centro izquierda”. Tuvo un papel preponderante dentro del generalato que llevó a Juan Carlos Onganía a la presidencia de la Nación, luego del derrocamiento del presidente constitucional Arturo Illia. En ese tiempo, Lanusse era el jefe de Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Años más tarde reconocería que haber participado en el golpe era “el error más grave” que había cometido. Ya como comandante en Jefe del Ejército y miembro de la Junta Militar decidió la remoción de Onganía, la designación de Roberto Marcelo Levingston y a los pocos meses su remoción. ¿Cómo se explica esto? En una ocasión, el general Rafael Panullo, secretario general de la Presidencia durante la gestión de Lanusse, me relató (y más tarde me lo ratificó el propio Lanusse) que durante 1970 lo convocó su superior inmediato y le pidió que analizara quién podía ser el reemplazante de Juan Carlos Onganía. Trabajó con el coronel Colombo y elaboraron un documento de 3 carillas donde la conclusión “elemental” era que “la única persona que no podía reemplazar a Onganía era Lanusse, para que no se repitiera la cadena de golpes… y porque además cuando Lanusse asumió la jefatura del Ejército, el 28 de agosto de 1968, a la edad de 50 años, dijo que no quería ser nada más que Comandante en Jefe del Ejército”.
“En esas reuniones para analizar quién sería el sucesor de Onganía, el almirante Pedro Gnavi –que había estado con Levingston en Washington—propuso su nombre y el brigadier Rey aceptó de inmediato, para bloquear a Lanusse. Estas reuniones fueron en una residencia de la Fuerza Aérea en Ezeiza. Esto fue un sábado y el domingo citaron a los generales para informarlos. Y cuando se enteraron, algunos consideraron que tenían más méritos. Había en ese momento 10 generales “pesados” y nadie pensó en Levingston, sino en Tomás Sánchez de Bustamante, Alcides López Aufranc, Mario Aguilar Pinedo, Juan Carlos Sánchez. Al enterarse Sánchez pidió su retiro de la fuerza, pero Lanusse no lo aceptó. Más tarde, Levingstone le reprocharía no haberlo pasado a retiro. Le tocó a Juan Carlos Sánchez reemplazar al general Roberto Fonseca en el Comando del Cuerpo de Ejército II, el 17 de diciembre de 1970, y su área de competencia bullía entre la intranquilidad social y la actividad de las organizaciones guerrilleras. Ya se habían sufrido los efectos de dos convulsiones que llamaron “Rosariazo”. En abril de 1972, Sánchez sería asesinado por un comando conjunto del PRT-ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
El período de Roberto Marcelo Levingston fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. No pasaron muchas semanas de gestión cuando el Delegado Jorge Daniel Paladino le escribe a Perón, en Puerta de Hierro: “La situación política general evoluciona rápidamente (…) Ya está el desacuerdo entre Levingston y Lanusse. No se ha llegado todavía al enfrentamiento pero la lucha por el poder ya está planteada. Levingston quiere ‘sacarse de encima’ a la Junta pero, por supuesto, no muestra sus cartas. Su problema lo lleva al seno del Ejército; la batalla se va a librar ahí.”
El 29 de septiembre de 1970, Levingston – que seguía sin darse cuenta que el poder residía en la Junta de Comandantes-- pronunció un discurso que dio por tierra con todo lo que se había sostenido para terminar con el “onganiato”. Dijo por Cadena Nacional que “la disolución de los partidos políticos, concretada por la Revolución Argentina, es, para este gobierno una decisión irreversible”. Como un signo de esos momentos, en septiembre de 1970 Perón se carteó con Ricardo Balbín y el 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa del “independiente” Manuel Rawson Paz el agrupamiento La Hora del Pueblo. El martes 13 de octubre de 1970, el Ministro del Interior, Eduardo Mac Loughlin, abandonó el gabinete de Levingston. “Creo que con esto comienza una crisis que puede desembocar en cualquier cosa”, opinó Paladino, porque “Mac Loughlin representa la posición de la Junta de Comandantes en cuanto a la salida política prometida el 8 de junio. Levingston está directamente en la vieja trampa de quedarse él y preparar lo que prepararon todos, el sueño de robarle el peronismo a Perón. En este sentido no nos conviene la ida de Mac Loughlin. Pero esto es un tembladeral y tiene relación directa con la situación militar…”
El martes 2 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia de la Junta de Comandantes en Jefe e inmediatamente comenzó a pulsar la opinión de los mandos superiores del Ejército sobre el estado del país. “La sociedad está cansada”, opinó por escrito, Alcides López Aufranc (prueba que tengo), el jefe del Cuerpo III. El 12 de marzo de 1971 se dio el “Viborazo” en Córdoba, armado contra el interventor José Camilo Camilo Uriburu y de ahí en más se sucedieron una serie de hechos que llevaron al aislamiento absoluto de Levingston.
Te puede interesar: El pacto con los militares que redactó Perón y los afiches dándose la mano con Lanusse que nunca vieron la luz
Durante el último encuentro del Presidente de facto con los tres comandantes en Jefe, del 22 de marzo de 1971, que comenzó a las 17.30 en la Sala de Situación de la Casa de Gobierno a solicitud de la Junta Militar, Levingston intento la detención de Lanusse, pero el 23 de marzo, a las dos y diez de la madrugada, presentó su renuncia. Todo fue seguido con un gran desinterés por la sociedad. La cumbre entre Levingston y la Junta Militar fue grabada y transcripta en 60 páginas, y resulta ser la apología del disparate. El general Rafael Panullo me lo contó así: “El final de Roberto Levingston fue cuando le ordenó al general Horacio Rivera que metiera preso a Lanusse con pistola en mano. Luego citó a Jorge Corchito Cáceres Monié (en 1975 asesinado por Montoneros) y lo nombró Comandante en Jefe. El jefe militar designado dijo a sus íntimos: Me voy a hacer cargo para reponer a Lanusse.”
La Junta de Comandantes reasumió el poder y Alejandro Lanusse ocuparía el despacho presidencial de la Casa Rosada el viernes 26 de marzo cuando juró como el último presidente de facto de la Revolución Argentina. Así se hizo cargo Lanusse, el último caudillo militar del Siglo XX y las Fuerzas Armadas comenzaron a planear entonces una retirada decorosa del poder. Lanusse dijo: “cuando llegué a la Revolución Argentina ya había transitado, en la soledad, por dos etapas. Y así llegué debilitado al poder, porque estaba debilitada, confundida, desorientada, la estructura en la que yo me apoyaba”.
En el gabinete del nuevo mandatario se destacaban cuatro figuras Arturo Mor Roig, Ministro del Interior; Francisco “Paco” Manrique, Ministro de Bienestar Social; Jacques Perriaux, Ministro de Justicia (e inspirador de la Cámara Federal Penal de la Nación que terminó con las incipientes “patotas” y juzgo a los terroristas con la ley en la mano) y Luis María de Pablo Pardo, Ministro de Relaciones Exteriores, con el que puso fin a “las barreras ideológicas” en la escena internacional.
Frecuente al ex presidente de facto a partir de enero de 1978 gracias a una gestión del teniente coronel (R) Arnoldo Díaz, por la persecución del que era víctima por parte del gobierno de Videla. En particular le achacaban haber sido el responsable de la vuelta definitiva de Perón a la Argentina, pero yo intuía que había cuestiones de otro tipo. Como ya no sabían cómo pegarle lo hicieron único responsable del Acuerdo del Beagle de 1971 con el chileno Salvador Allende y yo le llevé las pruebas de que no era así. Antes de mí dos miembros de mi familia lo habían tratado: Mi padre cuando intentó lograr su libertad en 1953 y mi hermano Ricardo que trabajó con Arturo Mor Roig. Entre las tantas liberalidades que me tomé con Lanusse fue invitarlo a mi casa a almorzar y mantener un ameno diálogo con los justicialistas Jorge Antonio y el teniente (R) Julián Licastro y el militar Arnoldo Díaz. La última fue cuando falleció y el gobierno de Carlos Menem se hizo el distraído; el Ministro de Defensa no participó en nada y solo asistió el viceministro Jorge Pereyra de Olazábal a una ceremonia en el Regimiento Patricios. Fui a despedirlo al Regimiento de Granaderos donde lo velaban. Como era conocido, el periodismo se me vino encima a la salida de la unidad. Me bajé de mi automóvil, me preguntaron qué hacía ahí y solo me limité a responder: “Era un amigo de mi familia, también mío a pesar de la diferencia de edad. Vine a despedir a una persona que con sus aciertos y sus errores quiso mucho a la Argentina y, fundamentalmente, vine a despedir a un hombre honrado.”
Seguir leyendo: