El 10 de diciembre de 1983 a la mañana Raul Alfonsín se convierte en nuestro primer presidente democrático después de una dictadura espantosa.
El 10 de diciembre de 1983, a la tarde, aparece el tercer disco de Virus, Agujero Interior.
El 10 de diciembre de 1983, a la noche, este país era distinto.
A pesar de tener dos discos editados, Wadu-Wadu y Recrudece, Virus todavía no estaba jugando en las grandes ligas del rock argentino. Ciertamente, el grupo era bastante resistido por la tribu rocker local. Aunque todo estaba cambiando, generacionalmente también. La nueva mentalidad post dictadura despedía a los jóvenes de ayer en cada oportunidad que aparecía. El rock sería el vehículo más apropiado para desterrar antiguos miedos y desmedidos artilugios evasores de la realidad.
Virus llegaba de La Plata, a veces venían en el mismo micro que Los Redondos de Ricota. Las propuestas eran diferentes, el público aceptaba de buen gusto diferentes discursos, ritos o vestuarios. Compartían escenarios con Sumo, Soda Stereo o Los Abuelos de la Nada naturalmente. Por eso lo que sorprendió con Agujero Interior fue que la producción quedara en manos de los Peyronel brothers. Danny y Michel fueron los artífices de la consagración de una banda que debería haber integrado antes, quizás, un lugar en el parnaso musical argento.
Un año antes, Michel Peyronel había producido el disco debut de Los Violadores pero la placa no saldría hasta entrada la democracia, casi que escribo “obviamente”, pero ya se sabe cómo eran las cosas. Como baterista de Riff, sonaba como el más indicado para endurecer un sonido rocker que se hizo un punk más rápido que intenso. Terminó siendo un disco iniciático para el movimiento punk latinoamericano al final.
Para el año siguiente, Carlos Rodríguez Ares, hoy el tipo más vinculado a Elvis Presley de este territorio y uno de los más requeridos en el resto del planeta al respecto, era manager de Riff, la banda de Pappo con Michel en batería. En pos de expandir su incipiente productora contrata a varios grupos nuevos como Los Fabulosos Cadillacs, Soda Stereo y Virus.
Tanto Virus como Rodriguez Ares eran privilegiados espectadores de lo que esta nueva generación de músicos de rock inspiraba en sus audiencias. Fundamentalmente libertad de expresión con el puño en alto, diversión ilimitada, paredes pintadas y despojo de viejos rituales en los recitales. La democracia estaba entre nosotros y los límites aún no estaban precisos.
Virus y Los Violadores todavía no eran populares, no obstante sus shows eran presenciados cada vez por más personas. Tenían en común que ambas eran las dos bandas que habían sido invitadas a participar de un polémico festival que supuestamente sería para apoyar y recaudar elementos para los chicos que estaban en Malvinas, y se negaron. Con buen tino, aunque fueron bastante defenestrados por tomar esa actitud. Hoy se puede revisitar el caso mil veces, pero en esos días tomar con despecho todo lo que oliera a las sucias manos del gobierno era más un acto de valentía que de política.
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Ellos fueron los únicos que se dieron cuenta que nada podía salir bien si estaban aquellos militares asomando su cabeza.
Cuestión que también se daban cuenta de lo que buscaban las chicas. Diversión a todo volumen sin hippies ni sinfónicos en los alrededores.
Virus eran los hermanos Moura, Federico, Julio y Marcelo, más Mario Serra y Quique Mugetti en la base rítmica. Contaban también con el apoyo de algunas celebridades del under porteño como Roberto Jacoby, a quien Federico conocía de las noches en el Instituto Di Tella aportando poesía urbana en las letras de las canciones del grupo, y a Jean Francois Casanovas del colectivo artístico Caviar, que llegaba de París y les coreografiaba algunas presentaciones.
Los ritmos que arreciaban desde el hemisferio norte pasaban de la música disco y el rock sinfónico a la New Wave y el post punk, que arrastraban a nuestras disquerías discos de The Clash, The Specials, The Cars, Joe Jackson y Dire Straits, estaban haciendo mella en el oído popular, así que hasta la exigencia de los fans empezaba a crecer.
En este ámbito se decide la grabación del tercer disco de Virus. Todos, Rodríguez Ares y los Moura, estaban de acuerdo en que había que lograr un sonido más power, mas cercano a la energía de los directos de la banda, que rebosaban de baile desenfrenado, perfumes nuevos, ropas sofisticadas y muchos raros peinados nuevos. Federico Moura había tirado el nombre de Billy Bond a quien había visto en Brasil unos meses antes y era un statement poderoso en la industria, pero a Carlos Rodríguez Ares le tiraba más Michel Peyronel, con quien había producido el debut de Los Violadores. Ignoro cómo se llegó al acuerdo final pero los elegidos para encarar el nuevo producto fueron los hermanos Danny Peyronel y Michel Peyronel.
Y Virus sonó bien power rock en Agujero Interior.
Un párrafo para Danny Peyronel, uno de los tipos más talentosos y divertidos que tuve ocasión de frecuentar. Otra página grande en la enciclopedia del rock argentino. No por permanencia ni influencia, sino porque fue parte en Europa de una movida músicocultural que trascendió todas las fronteras.
Danny fue parte de los Heavy Metal Kids, con los que llegó en 1973 a frecuentar los rankings de bandas de rock. Estuvo también en Banzai telonenado a Twisted Sister en su gira europea, produjo discos para 10cc, también para David Gilmour y Nick Mason de Pink Floyd, produjo a Sade, quien subyugada ante semejante caballero, le dedicó su “Matador”, el Danny a quien Sade nombra en los agradecimientos era él.
Mientras The Clash grababa Combat Rock en Londres, Danny estaba trabajando en el mismo estudio, traban cierta amistad que era subversiva en esos meses, 1982, ingleses y argentinos conviviendo, muy punk la situación. Cuando encaran con la producción de “Should I Stay or Should I Go” (“Debo ir o Quedarme”), Joe Strummer el líder de Clash, lo llama para pedirle que traduzca parte de la letra al castellano. De ahí que también The Clash le agradece a Danny por el translate, que escuchado con énfasis se deja oír perfectamente en el estribillo, por atrás de la letra original en inglés. En los últimos tiempos Danny estaba con la Filarmónica de Montreal. Cada tanto hay noticias de este ciudadano del mundo frecuentador de callejones y dueño de un inmenso buen gusto en casi todo.
Danny estaba con Michel en el proyecto Tarzen, banda de glam metal que duró un disco y un opening act para Bon Jovi en Baires. Después fue invitado de Riff, y mientras tanto co-produjo el disco de Virus.
El equipo se metió en el estudio Moebio en octubre. En noviembre terminaron la faena, hasta que el 10 de diciembre, ese día soñado, apareció el disco.
Virus era una banda que tenía un séquito de gente con onda atrás, como Ciryl Blaise que se encargaba del look, Jacoby, Marcelo Zappoli a quien el periodista Oscar Jalil rescata del ostracismo para que refiera que la tapa, novedosa y algo oscura, la fotografió de un video de Rodríguez Ares con un show completo de Virus. Apuntando la cámara directo a la pantalla de un televisor ordinario, logrando un efecto de fuera de foco raro que ya desde ahí seducía.
Con jopos y camperas de cuero cruzadas, eran ya desde la portada, el rock.
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Musicalmente hablando, desde la lista de temas, Agujero Interior, comienza con “Mi Garaje”, marcando el ritmo rockabilly tan de moda en esos días, con los Stray Cats al frente mundial y los compañeros Los Twist completando esa vanguardia que haría escuela. Después llega “El Probador” con una lírica que incentivaba pensamientos agradablemente equívocos. Energía y precisión era la premisa de la banda y la obra está a la altura.
“Hay que salir del agujero interior” era el mensaje. Ese era el grito que Virus daba, pura poesía de Jacoby/Federico: " A la vida hay que hacerle el amor, sin un drama, con locura y pasión...”. Declaración de principios del tiempo nuevo. Para después toparnos con “¿Qué hago en Manila?”, un bolero muy a lo Marcelo y Federico Moura, clásicos y modernos, con un solo de Julio Moura en la guitarra al final que estremece.
Eso pensás, hasta que te estremece en serio “Ellos nos han separado”. Dedicado por los Moura a su hermano mayor, desaparecido por los militares en 1976.
“Hermano, quiero tenderte la mano...”, empieza, y todos sabíamos de qué se estaba hablando en este rock furioso cargado de dolorosa ternura filial. Virus era algo serio.
En tiempos vinílicos terminado el lado A con “Ellos nos han separado”, dabas vuelta el disco y el lado B empezaba con “Juegos postergados” de Federico y los hermanos Serra -Mario el baterista y Ricardo que estaba tocando la guitarra con la banda-, un poco de New Wave enérgica que hacia presagiar lo que llegaría en breve. “Buenos Aires Smog” es una plegaria punk con música de Julio y letra de Fede y Jacoby poniendo bien alto el estandarte de grupo de rock alternativo, que tan bien le quedaba a Virus.
Entonces llega un especial gran momento del disco, un descubrimiento en aquellos días de Federico, la enorme, definitiva versión de “Carolina” del español Moncho Alpuente, una oda a Carolina de Mónaco, la belleza del momento, hija del rey Rainiero de Mónaco. Un rock bastante básico aunque certero y divertido.
“Mundo Enano” es una hermosa tonada de Julio con poesía de Jacoby que habla hasta de la imbecilidad, seguida de “Autocontrol” de Julio y Federico, estas dos se convirtieron durante mucho tiempo de mi vida en mi soundtrack personal favorito. Siempre adoré a Julio Moura como guitarrista y en estas dos canciones especialmente me parecía el mejor del mundo. Es más, noches pasadas los pegué en mi programa de radio con los contemporáneos The Strokes y parecían más nuevos los de La Plata que los Newyorkers.
Agujero Interior termina con “Los Sueños de Drácula” que sirve de gran broche de oro final a una obra descomunal de nuestro rock.
Ahora, que el rock ya está en los museos de obras perfectas del siglo XX, que generó desde filosofías de vida a salvoconductos contra la opresión general. Que tiene en sus vitrinas discos como Artaud o After Chabon de Sumo, que sigue dando pasto a las fieras y claridad a los oscuros rincones que a veces nos dan miedo. Ahora, que el rock parece estar rizando el mismo rulo siempre, pero larguísimo a esta altura, reencontrarse con estos discos, sin necesidad de componer tiempo y espacio para disfrutarlos, es un placer destinado a todos los que sabemos apreciar sabios mensajes y ritmos colocados.
A todos los seres bienpensantes. Y especialmente a todos los que vimos llegar a Virus entre las telarañas.
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