Su trayectoria fue, cuando menos, sinuosa. Se describía como francotirador. Le gustaba llamarse Rambo a sí mismo. Fue nacionalista, peronista de derecha, prófugo, antisemita recalcitrante, agente del Mossad, ladero de Perón, denunciador serial, difamador altisonante, menemista, conductor de televisión, agente de los servicios dispuesto a rendir cuentas ante el mejor postor, personaje mediático. Guillermo Patricio Kelly fue desmesurado, enfático y oscuro.
40 años atrás, el 25 de agosto de 1983, cuando faltaban pocas semanas para el regreso de la democracia, Kelly ocupó la portada de todos los diarios. Había aparecido vivo después de haber sido secuestrado y que durante casi 24 horas no se supiera de él.
Se encargó de hacer saber que el responsable había sido Aníbal Gordon. A partir de ese momento Aníbal Gordon y su banda pasaron a ser conocidos por todos.
Kelly salió en la tapa de las revistas con la cara magullada. El ojo derecho morado, la ceja inflamada, la nariz torcida con un hematoma. Mostraba con orgullo la camisa blanca Yves Saint Laurent ensangrentada. Al día siguiente, cuando reconstruyó como fue interceptado en la calle por sus secuestradores, llevaba el sobretodo de piel camello que tenía puesto en el momento de los hechos salpicado con su sangre. Nadie podía dudar que Kelly estaba disfrutando de la situación, de concentrar la atención pública.
Todo había empezado a las 8 de la mañana del 24 de agosto de 1983 en la esquina de Cabildo y Crisólogo Larralde (en ese momento Republiquetas) de la Ciudad de Buenos Aires. Kelly salió de su casa y se subió a su Taunus rojo. Al arrancar, un Falcón se cruzó en su camino y lo interceptó. Una combi y otro auto lo encerraron por detrás. Le pegaron un culatazo en el ojo a través de la ventanilla delantera. Alguien se metió en el auto y lo desplazó al asiento del acompañante. Otro ingresó por la puerta trasera y mientras lo insultaba, le puso unas esposas. En la calle fue como si alguien hubiera presionado el botón de pausa. Había mucha gente pero nadie hizo nada. Kelly, como podía, para justificar su fama de hombre resistente, devolvía algunos golpes. Quería alcanzar la guantera donde llevaba siempre un arma. Un patrullero se acercó al lugar. Pero un hombre de unos 50 años, flaco y vestido con uniforme militar le dijo a los policías que podían retirarse, que todo estaba bajo control. Ese hombre era, según Kelly, Aníbal Gordon. Y el que lo golpeaba en el auto, su hijo Marcelo Gordon.
A partir de ese momento comienza un raid que incluye cambio de autos, más culatazos, amenazas, insultos mutuos, más cambios de autos, un paso por Rosario y la vuelta a Buenos Aires. En un momento Kelly, untó su dedo con la sangre que caía de su cabeza y en el puño de la camisa escribió una G y una A para que en caso de que lo asesinaran, los investigadores supieran que había sido obra de Aníbal Gordon. Según la versión de Kelly, Gordon le propuso un trato. Dejarlo con vida contra su silencio: no debía hablar del secuestro y debía parar de difundir información sobre las bandas de la Triple A.
Todo el relato de las casi 20 horas del secuestro es confuso y contradictorio. En su momento poco importó. Después se supo que ya conocía a Gordon y que los lazos que los relacionaban eran, como no podía ser de otra manera, opacos e intrincados. Algunos dejaron deslizar que se trató de un autosecuestro, de una manera de generar atención alrededor de su figura. Otros no podían dejar de verlo como el accionar de las bandas que todavía seguía operativas.
Lo cierto es que Kelly, a partir de ese momento, se convirtió en una figura pública que, pese a su desmesura y oscuridad, tuvo centralidad durante muchos años.
Si ponemos el foco en Aníbal Gordon se descubre que era un personaje todavía peor que Kelly. Había sido un delincuente común, luego servicio, había estado detenido en Devoto, donde se sospecha que hizo tareas de inteligencia entre los detenidos de las organizaciones armadas, fue uno de los que aprovechó la amnistía del 25 de amyo de 1973, estuvo en la Side, fue miembro de la Triple A, luego durante la Dictadura estuvo a cargo del campo de detención clandestino Automotores Orletti, aprovechó la anomia de esos años para seguir cometiendo robos, algunos de los cuales fueron de valiosísimas obras de arte: Degas, Renoir, Monet, fue también participe de varios secuestros extorsivos. Murió en 1987 estando detenido a causa de un cáncer de pulmón.
Kelly disfrutaba de ser el centro de atención. Cambiaba de bando sin ningún prurito y sin dar explicaciones, pero siempre lo hacía con el mismo énfasis. Arrastraba las palabras, levantaba la voz, su coraza era ese perpetuo enojo. No conocía la duda (la jactancia de los intelectuales según otro personaje enfático y nefasto de los ochenta). Cuando su relato se enredaba, cuando algo fallaba en la lógica de su historia, Kelly brindaba siempre la misma explicación: “Lo que pasa es que yo soy Rambo. Yo tengo instinto feroz”. Es más, muchas veces se refería a él mismo en tercera persona y se llamaba Rambo: si el interlocutor estaba algo distraído o no conocía sus antecedentes, no sabía de quién estaba hablando.
Siempre andaba con carpetas bajo el brazo, con papeles “importantes”, listas secretas, pruebas irrefutables que nunca mandaron preso a nadie.
Un mes después de su secuestro, la revista Gente sacó un libro con una larga entrevista de Horacio de Dios a Kelly. Se llamó Kelly Cuenta Todo y la foto de tapa era un primer plano de su cara en la que resaltaba el ojo inflado por los golpes. El libro se agotó en poco tiempo, fue un boom.
Allí Kelly dio su versión sobre los hechos más salientes de su vida, cristalizó su mitología. La alianza Libertadora, el escape de la cárcel de Río Gallegos junto a otros seis líderes peronistas como Cámpora, Espejo y John William Cooke, la fuga de la cárcel chilena vestido de mujer y ayudado por Blanca Luz Brum, la ex pareja de Siqueiros, los años en el exilio con Perón y varias historias sórdidas más que él convertía en aventuras. Cada una de las historias tiene baches argumentales, hilos sueltos que hacen sospechar de todo lo no contado.
Durante los años de la Dictadura, Kelly estuvo en Nueva York y editaba un tabloide llamado Argentina que pretendía lavar la cara de la Junta Militar, una herramienta contra lo que el Proceso llamó La Campaña Antiargentina.
A principios de los ochenta, de nuevo instalado en el país, editaba la revista Quorum, en la que en los meses previos a las elecciones de octubre de 83 dio listados de integrantes de la Triple A entre los que ese encontraba Aníbal Gordon. Su otro blanco favorito era la logia P-2 y sus nexos argentinos. Por más que haya editado un diario, dirigido una revista o haya sido el conductor de un programa de TV es imposible llamarlo periodista. Sólo consiguió siempre alguien que financie sus operaciones, alguien que consiguió comprar a un aventurero dispuesto a realizar la operación que fuera necesaria.
Inundaba los tribunales de denuncias. Elegía objetivos y obsesivamente los atacaba. Nadie sabía cómo se financiaba. Cuando ocurrió aquel trágico verano del 88, fue un cruzado contra las drogas. Hizo decenas de presentaciones acusando a famosos de ser traficantes de cocaína. Monzón y Olmedo cayeron bajo su mira. El principal apuntado fue el Facha Martel. El actor salió en la tapa de la revista Gente declarando. “Si Kelly prueba lo que dice, me pego un tiro”.
Una muestra de la fama que llegó a ostentar es que él fue uno de los personajes que era imitado por Mario Sapag en su programa. Se debe reconocer que era un trabajo bastante sencillo, ni siquiera había que hacer un esfuerzo por caricaturizarlo. Él ya portaba todos los rasgos exagerados. El hablar particular, los exabruptos, las injurias con inventiva, el mote fácil, los gestos enérgicos, los enojos súbitos, la reacción siempre intempestiva y fuera de proporción, las frases estranguladas, enredadas sobre sí mismas.
Después fue un firme defensor de Carlos Menem. Tuvo su premio. Un programa los lunes por la noche en el canal público, en ATC. Se llamaba Sin Concesiones y era más de lo mismo. El personaje desorbitado repartiendo acusaciones con más énfasis que pruebas, operando sin cesar. Cuando se destapó el Yomagate y parecía que el gobierno de Menem tambaleaba, Kelly desde su programa salió a atacar a los dos medios que día a día llevaban el tema a sus portadas: Clarín y Página 12. A Página la llamaba Sinagoga 12, uno más de sus habituales epítetos antisemitas. Con Clarín eligió otra táctica. Fue el primero en afirmar que los hijos de Ernestina Herrera de Noble eran apropiados. Kelly fue quien primero instaló el tema. La pelea entre Menem y Clarín (en realidad, esa pelea) se zanjó con un trueque, un intercambio de rehenes y Kelly fue una de las víctimas. El grupo Clarín sacó a Liliana López Foresi del crítico noticiero de medianoche de Canal 13 y ATC levantó el programa de Kelly.
A partir de ahí la figura de Kelly dejó de tener el peso y la presencia de la que había gozado en los últimos diez años. Seguía apareciendo en televisión, lo entrevistaban, enarbolaba denuncias pero ya su momento de esplendor o al menos de gracia mediática había pasado.
El iracundo que se vanagloriaba de ir siempre armado, el hombre de las mil fugas, el que había estado preso en varias oportunidades, el denunciante serial, el operador desembozado, el mercenario dispuesto a defender cualquier causa sabía que su momento de esplendor había quedado atrás. Y había sido ese secuestro que ocurrió hace 40 años que lo convirtió en el chico de la tapa.
Guillermo Patricio Kelly murió el 1 de julio de 2005. Tenía 83 años.
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